La historia de Tobías/Acto III

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La historia de Tobías
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen SARA y TAMAR.
TAMAR:

  Él tiene este pensamiento:
yo no lo he dicho a señor.

SARA:

Muero, Tamar, de temor
en oyendo casamiento.
  Pero en verdad que estarás
con Bato muy bien casada.

TAMAR:

A lo menos descansada,
para no pensarlo más.

SARA:

  En fin, ¿él te quiere bien?

TAMAR:

Él lo dice, y yo lo creo,
que el mirar muestra deseo,
como el no mirar desdén.
  No es Bato de los muy sabios:
es bueno para marido,
que un discreto, un presumido,
todo es puntos, todo agravios.

SARA:

  Antes le tengo por hombre
más malicioso que sano.

TAMAR:

Son malicias de villano,
que esas andan con el nombre.
  Háblale, y habla al señor:
así Dios te dé un marido
de quien, el temor perdido,
tenga sucesión tu amor.

SARA:

  Vete, que yo le hablaré,
pero entre tanto haz de modo
que te guardes dél.

TAMAR:

En todo,
tu recato imitaré.
  Al cernedero me voy,
que tengo el agua caliente.

(Sale BATO.)
BATO:

A un hombre que de honra siente,
y discreto como soy,
  mucho lastima un agravio.

SARA:

¿Dónde, Bato?

BATO:

¡Oh mi señora!
Aunque disimulo agora,
como lo aconseja el sabio,
  trazando voy todavía
como me pague Jorán
la burla.

SARA:

Dicho me han
que te casas.

BATO:

Bien querría
  si yo hallase una mujer
con solas dos condiciones.

SARA:

¿Dos? En lo justo te pones,
ya las deseo saber.

BATO:

  Nunca a la razón desvío,
señora, de lo que es justo:
que nunca hiciese su gusto
y que siempre hiciese el mío.

SARA:

  Mucho le pides en poco.

BATO:

Tengo nota de hombre sabio;
con este sello en el labio,
hará mucho hablando poco.

SARA:

  En fin, ¿tú quieres casarte
con Tamar?

BATO:

¿Cómo Tamar?

SARA:

Ella me ha venido a hablar
de tu parte.

BATO:

¿De mi parte?
  De la suya puede ser;
que yo más alto camino,
porque a no ser desatino
quisiera un ángel mujer.

SARA:

  ¿Pues quieres otra criada?

BATO:

Si criada no estuviera.
ni la viera ni quisiera;
ya está criada y casada.

SARA:

  ¿Cómo casada?

BATO:

Y viuda
de más de un marido.

SARA:

Afuera
suena gente: un poco espera,
y advierte primero en duda,
  que si donde esté Tamar,
pues que casarte no quieres,
alguna vez estuvieres,
te haré por fuerza casar.

(Vase SARA.)
BATO:

  ¡Oh, pues, qué linda cosa el casamiento
para forzar con él a un hombre el gusto!
Que aun hecho con el gusto, al más a gusto,
algún azar impide su contento.
Llamaron al casar melón, que al tiento,
al olfato, a la vista, viene al justo,
pero puesto el cuchillo de un disgusto,
descubre la corteza el pensamiento.
Cuál está muy maduro, cuál muy duro,
cuál no tiene sabor y cuál amarga;
cuál, probado tina vez, no está seguro,
cuál lleno de pepitas, de hijos carga.
¡Dichoso quien le halló sabroso y puro,
de corta lengua y de paciencia larga!

(Vase.)


(Salen TOBÍAS y el ÁNGEL.)
TOBÍAS:

  ¿Dónde quieres que paremos?

RAFAEL:

Aquí habemos de parar.

TOBÍAS:

¿Quién vive aquí?

RAFAEL:

No hay lugar
a donde mejor posemos.
  Esta casa es de Ragel,
pariente tuyo cercano,
tiene una hija que en vano
la imita humano pincel.
  Ésta es única heredera:
por mujer la pedirás
y su hacienda heredarás,
porque a ti te toca.

TOBÍAS:

Espera.
  Oigo decir que la dio
su padre a siete maridos,
y ha llegado a mis oídos
que el demonio los mató.
  Temo que me mate a mí;
único a mis padres soy,
y si esta pena les doy
con la que al partir les di,
  ¿qué dudas, caro Azarías,
que los mate de dolor,
teniéndome tanto amor?

RAFAEL:

Advierte y sabrás, Tobías,
  sobre cuáles desposados
tiene el demonio poder,
que no le puede tener
sobre los castos cuidados.
  En aquellos que se casan
sin tener a Dios presente,
y solo lascivamente
la conyugal vida pasan,
  tanto, que bestias parecen,
tendrá por su libertad,
el demonio potestad
que ellos mismos se la ofrecen.
  Tú, en casándote, Tobías,
has de vivir continente
tres días, y a Dios presente
orar también los tres días.
  La primera noche, al fuego
del pez el hígado echando,
huirá el demonio, mostrando
el cielo admitir tu ruego.
  En la segunda serás,
con los patriarcas santos,
admitido a bienes tantos
como en casarte hallarás.
  Alcanzarás la tercera
de los cielos bendición
para la generación
y sucesión que te espera.
  Y las tres noches pasadas,
recibirás tu doncella,
esposa, sin que el ser bella
ni sus gracias celebradas,
  que a otros muchos muerto han,
te muevan, mas la razón
de alcanzar la bendición
de la línea de Abraham.

TOBÍAS:

  Yo quedo bien instruido,
mas pienso que viene ya.

(Salen RAGEL, SARA, JORÁN y BATO.)
RAGEL:

Gente en nuestra casa está.

JORÁN:

Pienso que a verte han venido.

RAGEL:

  ¡Oh, gallardos forasteros!
¿Buscáisme a mí?

TOBÍAS:

Sí, señor;
que obliga vuestro valor
a veros y a conoceros,
  y no menos a serviros.

RAGEL:

¿De qué tribu?

TOBÍAS:

Neptalín.

RAGEL:

¡Recibió el alma a este fin
tal contento al recibiros!
  ¿Sois de la cautividad
de Nínive?

TOBÍAS:

Sí, señor,
que también ese dolor
me alcanzó en mi tierna edad.

RAGEL:

  ¿Conocéis allá a Tobías?

TOBÍAS:

Bien le habemos conocido.

RAGEL:

Puesto que cubran de olvido
el trato común los días,
  no a lo menos el amor.
El varón más justo y santo
conocéis que cubre el manto
del cielo.

TOBÍAS:

Hacéisle favor.

RAGEL:

  Quién las virtudes contara,
hijos, de aquel santo viejo,
su prudencia, su consejo,
la caridad con que ampara
  al pobre, y sepulta al muerto,
los peligros que ha pasado
escondido y desterrado,
hambre y sed por el desierto,
  las paciencias que le dan
coronas de oro y de estrellas,
contara las luces bellas
que dijo Dios a Abraham.

RAFAEL:

  Este Tobías que alabas
es padre de este mancebo.

RAGEL:

Poco amor, hijo, te debo,
pues en tal silencio estabas.
  Dame esos brazos: recibe
este llanto en ciertas prendas
de mi amor, para que entiendas
cuánto en esta casa vive.

SARA:

  A todos, padre y señor,
su tierna memoria obliga.

RAGEL:

No hay señal que tanto diga
los sentimientos de amor.

TOBÍAS:

  Si así lloras, y tu hija
noble, y todos tus criados
de su memoria obligados,
dad licencia que me aflija
  de verme ausente de quien
es la luz con que vivía.

RAGEL:

Hijo querido, este día
te alcance con todo el bien
  la bendición del gran Dios;
de gran varón eres hijo:
siento en verte el regocijo
que tuviéramos los dos.
  Ea, Sara, ea, criados:
buenos huéspedes tenemos:
razón es que regalemos
a parientes tan honrados.
  Dadnos presto de comer;
ea, traigan mesas presto.

BATO:

A servirte voy dispuesto,
con gran contento y placer.

RAGEL:

  Ven acá, mata un carnero,
el más gordo del ganado.

BATO:

Tal como estaba apartado
le comas de Enero a Enero.
  Entre carneros podía
haber guerras carneriles,
cual suele haberlas civiles
sobre alguna monarquía:
  ser capitán general,
tanto, que por bien armado,
de frente fuera envidiado
del carnero celestial.

TOBÍAS:

  Bocado no comeré
si no me otorgas primero
lo que de tu mano espero,
y porque en tu casa entré.

RAGEL:

  Hijo, ¿qué querrás de mí,
que no sea fácil cosa?

TOBÍAS:

A tu hija por esposa.

RAGEL:

¿A mi hija?

TOBÍAS:

Señor, sí.

(TOBÍAS a RAFAEL)

  Enmudecido ha quedado.<poem>

SARA:

¡Señor!

RAGEL:

No tengas, hija, temor:
deja esos vanos cuidados.
  Muestra la tuya, mancebo.

TOBÍAS:

Señor, la mano tomad,
aunque por indignidad
parece que no me atrevo.

(Sale el DEMONIO estando asidas las manos.)
DEMONIO:

  ¿Qué es esto, qué pasa aquí?
¿Aún no escarmienta esta gente?

RAFAEL:

¿Cómo quieres que escarmiente,
si Dios se lo manda así?

DEMONIO:

  ¿Aquí estás tú?

RAFAEL:

¿Qué pensabas?

DEMONIO:

¿Piensas que te tengo miedo?

RAFAEL:

Tú sabes ya lo que puedo
desde que el cielo alterabas.

RAGEL:

  Dios de Abraham soberano,
Dios de Isaac omnipotente,
Dios de Jacob, felizmente
junta con tu santa mano
  en matrimonio a los dos,
y cumple, Señor, en ellos
tu bendición.

DEMONIO:

Ya sobre ellos
me ha dado licencia Dios.

RAFAEL:

  Mientes, mas ¿cuándo dijiste
verdad?

DEMONIO:

Allá lo verás.

RAFAEL:

¿Qué podrás?

DEMONIO:

Más que tú.

RAFAEL:

¿Más?

(Sale BATO.)
BATO:

¿Qué es esto?

JORÁN:

¿Ya no lo viste?

BATO:

  Matando he estado el carnero.

JORÁN:

Bato, los dos se han casado.

BATO:

Es buñuelo; aún no ha llegado
y ya se la dan, ¿qué espero?

RAGEL:

  Vamos, y con escritura
quede todo confirmado.

TOBÍAS:

Vamos, señor.

DEMONIO:

En cuidado
me ha puesto el verte.

RAFAEL:

Procura
  irte donde ganes más,
que aquí vengo yo por guarda.

DEMONIO:

Con tal soldado de guarda,
Tobías, seguro vas;
  pero yo tengo de hacer
lo posible por quitarte
la vida.

RAFAEL:

No serás parte.

DEMONIO:

Mal conoces mi poder:
  ¡Atrevíme al mismo Dios,
y tendré de un ángel miedo!

RAFAEL:

Presto verás lo que puedo,
si hacemos campo los dos.

(Éntranse todos y quedan solos BATO y JORÁN.)
JORÁN:

  Ea, ¿de qué estás turbado?
Mata el carnero.

BATO:

Y a mí.
que es lo mismo, pues que fui
ocho veces su traslado.
  Siete maravillas tuvo
el mundo y siete maridos
Sara: agravios conocidos
que mi desdicha entretuvo.
  Siete veces fui carnero
destos siete desposados,
aunque de tales cuidados
la misma venganza espero.
  Mas agora que en la villa
éste se viene a casar,
de carneros del lugar
soy la octava maravilla.

JORÁN:

  ¿Qué agravio te pudo hacer
la que tu mujer no ha sido?

BATO:

¿No basta haberla querido
por mujer sin ser mujer?

JORÁN:

  Desuella, acaba, el carnero.

BATO:

¿Qué tengo que desollar
si él la carne ha de cenar
y sólo el pellejo espero?
  Pues ya sabes que con él
viene toda la armadura.

JORÁN:

Tú comerás la asadura.

BATO:

Bien asado estoy por él.
(Vase JORÁN.)
  ¡Amor, amor, yo quedo desta vez
desengañado y de tu guerra en paz!
Si fuese el desengaño pertinaz,
mala soga me parta por la nuez.
¿De qué sirve un peón en tu ajedrez
para ganar tus damas incapaz,
ni esperanzas de pollos en agraz,
si por ajos suspira el almirez?
Tasajos cómo yo, que no perdiz:
ya no gasto herraduras de tu coz,
si piensas que es mi estómago avestruz;
en los pechos estás como lombriz,
áspid en lengua, ruiseñor en voz.
buey en el yugo y ciervo en el testuz.

(Sale TOBÍAS EL VIEJO.)
TOBÍAS VIEJO:

  Bien pintaron al ausencia,
ciega, aunque llena de oídos.
por las nuevas desvalidos
de aquella amada presencia.
Ciego estoy, y mi paciencia
tantos oídos mantiene,
para ver si mi bien viene,
que hasta las hojas presumo
que hablan dél. pero es el humo
del fuego que lejos tiene.
  Es ciega porque no ve
el ausencia el bien que ama:
por las nuevas de la fama
es justo que siempre esté
llena de oídos, que fue
símbolo de su desvelo:
quitóme la vista el cielo;
tanto los oídos trato,
que soy el mayor retrato
de la ausencia en todo el suelo.
  ¡Ay, mi querido Tobías!
No digo si te he de ver:
oírte sí y ofrecer
tal bien al fin de mis días;
ciego soy y tú podrías
tan vivo representarte
a mis sentidos, que en parte
fuese verte en este abismo;
pues para un ciego es lo mismo
tocarte que imaginarte.
(Sale ANA.)
  Pasos siento, ¿es Ana?

ANA:

Sí.

TOBÍAS VIEJO:

¿Qué hay, Ana de la luz mía?

ANA:

A ver salgo cada día
si viene el bien que perdí.

TOBÍAS VIEJO:

¿No viene?

ANA:

Los campos vi
desde encima de los montes:
discurrí sus horizontes;
pero ni aun sombras se ven.

TOBÍAS VIEJO:

Cuando no se acerca el bien,
¿qué importa que te remontes?

ANA:

  ¡Qué mal hiciste en quitarme
y dejar peregrinar
el placer de mi pesar
que sólo pudo alegrarme!
¿Con quién podré consolarme?
¡Falta la luz de mis ojos!

TOBÍAS VIEJO:

Ana, cesen los enojos.

ANA:

¡Si es muerto acaso Gabelo!...

TOBÍAS VIEJO:

No tengas, Ana, recelo,
que el varón que le guiaba
era fiel, y mostraba
en sus palabras buen celo.

ANA:

  Pasa el día prometido,
¿qué me podrá consolar?

TOBÍAS VIEJO:

La esperanza de llegar
que entretiene el bien perdido,
llévame donde el oído
sienta si viene mi bien.

ANA:

El verte llorar también
tiene mi consuelo en calma.

TOBÍAS VIEJO:

Por el oído ve el alma
cuando los ojos no ven.

(Sale TOBÍAS EL MOZO.)
TOBÍAS MOZO:

  ¡A ti, Señor eterno,
que en las ruedas marítimas sentado,
cuyo veloz gobierno
en abrasados círculos bañado,
miran cuatro animales
que visten tantas luces celestiales!
  ¡A ti, mi humilde pecho
se humilla, temeroso que a ti sólo,
cual de tus manos hecho,
las columnas del uno y otro polo,
señal que te obedecen,
en sus eternas basas se estremecen!
  ¡Señor, yo me he casado
por el consejo santo de Azarías,
mi compañero amado,
por cuya boca pienso que me guías;
no he mirado mi esposa
con voluntad lasciva y codiciosa!
  Sólo para servirte,
y por la bendición de mis pasados,
este Euripo, esta Sirte,
pasarán con tu ayuda mis cuidados.
De ti, favorecido,
este espíritu vil será vencido.
(Sale SARA.)
  Sara, querida esposa.
levántate, no temas.

SARA:

¿Qué me quieres?

TOBÍAS MOZO:

¿De qué estas temerosa
en este punto, si de Dios lo eres?

SARA:

Esposo, en Dios confío,
mas no puedo vencer el temor mío.

TOBÍAS MOZO:

  Hijos somos de santos:
no habemos de juntarnos cual gentiles,
que tienen dioses tantos,
y adoran piedras y maderos viles;
llégate, Sara, al fuego:
suba en el humo nuestro humilde ruego.
  Híncate de rodillas:
hagamos oración al Dios supremo.

SARA:

Tan altas maravillas
son obras de sus manos; sólo temo
mi indignidad.

TOBÍAS MOZO:

Confía
en su piedad, que es la esperanza mía.

(En hincándose de rodillas, y echando en el fuego el hígado del pez, se verá en la una parte del tablado el ÁNGEL con ASMODEO asido por lo alto como que le detiene.)
DEMONIO:

  Suéltame, no me tengas.

RAFAEL:

¿No sabes tú que en una argolla atado,
por más que te prevengas
de astucias, Leviatán, con un candado
te tiene Dios asido,
y yo en su nombre?

DEMONIO:

Déjame, te pido:
  Dios me tiene mandado
que mate cuantos fueren sus esposos;
a siete muerte he dado.

RAFAEL:

Si ellos fueran varones temerosos
de Dios, tú no pudieras;
si éste lo es como lo ves, ¿qué esperas?

DEMONIO:

  Matarle.

RAFAEL:

Eso no puedes;
que desde aquí te he de llevar a Egipto,
a donde preso quedes.
Discurre de esta tierra el gran distrito.

(Den los dos por el aire una vuelta a la otra parte del teatro, a unas peñas donde esté una cadena.)
DEMONIO:

¿Dónde me llevas?

RAFAEL:

¡Perro,
a Egipto desde Media te destierro!
  Con aquesta cadena.
en este monte quedarás atado.

DEMONIO:

Déjame que en mi pena
viva, mientras quisieres, desterrado.

RAFAEL:

Aquí has de estar agora:
aquí es tu infierno hasta la cuarta aurora.

(En atándole con la cadena, dé el mismo monte una vuelta con ellos, porque estará hecho sobre un quicio.)
TOBÍAS MOZO:

  Señor y Dios eterno,
de nuestros padres, cielo, mar y tierra,
que rige tu gobierno,
y las criaturas que uno y otro encierra,
te bendigan y alaben,
las que ignoran, Señor, y las que saben.
  A Adán del limo hiciste,
y a Eva, por su dulce compañía,
de tu mano le diste;
tú sabes, gran Señor, la intención mía:
posteridad deseo,
en quien tu santa bendición empleo.

SARA:

  Piedad, Señor divino,
piedad, gran Dios, pues a los dos juntaste
por tan raro camino,
y sí para Tobías nos guardaste,
juntos nos envejezca
la edad, que a tu servicio el fruto ofrezca.

(Echan una cortina, y salen RAGEL, JORÁN y BATO con azadones.)
BATO:

  Apenas canta el gallo, y ya tenemos
voces en casa.

RAGEL:

Acaba ya, villano.

JORÁN:

Al novio Bato lo atribuye todo.

BATO:

Como esos males por el novio espero.

RAGEL:

¿Traéis los azadones?

BATO:

¿No los miras?

RAGEL:

¡Mísero yo, que tal dolor me aguarda!

JORÁN:

Habemos de ir al campo, ¿qué nos quieres?

RAGEL:

No habemos de ir al campo, aunque mi casa
ya será campo de dolor y pena.
Aquí cavad.

BATO:

Aquí, pues, ¿a qué efecto?

RAGEL:

A efecto de enterrar al buen Tobías.

BATO:

Pues, ¿cómo es muerto?

RAGEL:

No lo sé, más creo
que le habrá muerto aquel maligno espíritu,
como a los otros siete.

BATO:

Si supiera
que eran los azadones para eso,
hubiera madrugado a media noche;
ayuda aquí, Jorán; que te perdono
los quesos, y la cesta de aquel ánima,
con que no digas que la de este novio
anda por los pajares muerta de hambre.

JORÁN:

Yo me daré por ti famosa prisa.

BATO:

  Mal año si en las viñas me la diera,
como en hacer aquesta sepultura.

RAGEL:

Abrid la tierra dura,
que para mí sin duda mejor fuera,
pues que fuera de ser propio a mis años,
lo merece haber hecho tantos daños.

BATO:

  ¡Pardiez, Jorán, que aunque me ves cavando
con animo tan fuerte este sepulcro,
la envidia en la derecha, y la venganza
en la del corazón, de amor herido,
y con las dos asido el azadón, de celos,
que tiemblo de estos muertos, santos cielos!

JORÁN:

¿Qué tienes?

BATO:

Todo es miedo.

JORÁN:

Ten buen ánimo.

BATO:

¡Otro muerto, Jorán! pues algún día
ha de dar tras nosotros este espíritu.

JORÁN:

El remedio del miedo estando a solas,
es pensar otra cosa diferente.

BATO:

¿Qué pensaré, Jorán, que estoy temblando?
Ni doy azadonada que no piense
que ha de salir de aquesta misma fosa
una legión de espíritus, cual suele
banda de grajos a dormir en bosque.

JORÁN:

Piensa en que tienes gran dinero y joyas.

BATO:

Eso es miedo mayor, pues quien los tiene
está lleno de miedo y de cuidados,
de ladrones, de hijos y criados.

JORÁN:

Piensa en una mujer hermosa y linda,
con quien estás casado y eres novio.

BATO:

Peor mil veces; que es mayor el miedo
del poderoso, del galán, del rico,
del amigo traidor y del pariente;
que si hay mujer hermosa, yo te digo
que la guardes del deudo y del amigo.

JORÁN:

Piensa en que tienes un estado grande
y que naciste emperador del mundo.

BATO:

¿Y eso no es miedo?

JORÁN:

¿Pues los grandes tienen
miedo de nadie?

BATO:

Miedo más que todos
a la menor calenturilla o causa
por donde a lo mortal toque la muerte.

JORÁN:

Piensa en que vas por un camino.

BATO:

Temo
que vengan salteadores.

JORÁN:

Imagina
que es por la mar.

BATO:

Ya temo la tormenta.

JORÁN:

Piensa que tienes un gentil vestido.

BATO:

Temeré que se rompa o que se manche.

JORÁN:

Piensa en que tienes un leal amigo.

BATO:

No me mandes pensar en imposibles.

JORÁN:

Piensa en que estás en una mesa espléndida.

BATO:

Temo, si como mucho, el mal forzoso.

JORÁN:

Piensa en el cielo.

BATO:

Agora sí, que sólo
puede un hombre en el cielo estar seguro,
porque es lugar donde no cabe miedo,
y sólo en él estar seguro puedo.

RAGEL:

¿Está hecha?

JORÁN:

Ya pienso que está buena.

RAGEL:

Pues, Bato, ve volando a su aposento,
y mira si mi yerno está difunto,
o que daño el espíritu le ha hecho.

BATO:

¿Y quieres que lo mire?

RAGEL:

No lo entiendes.

BATO:

Jorán, ¿no puedes ir?, que estoy cansado.

RAGEL:

Pues solo para entrar en su aposento,
¿es necesario descansar?

BATO:

Si digo
verdad, yo no he tratado con espíritus,
ni sé el lenguaje, ni querría toparlos.
Jorán es animoso.

(Sale TAMAR.)
TAMAR:

Mi señora
me envía a que me des albricias luego.

RAGEL:

Yo te las mando. ¿Qué hay, Tamar?

TAMAR:

Los novios
a tu servicio están, buenos y sanos.

RAGEL:

Déjame ir a ver tan gran milagro,
vosotros entretanto con la tierra
cubrid la sepultura.

BATO:

Buen trabajo.
¡Pardiez, Jorán, que fue dichoso el novio,
y que pesa si es verdad te digo!
Juraré que sabía alguna treta
contra aquestos espíritus verdugos.
Tamar, ¿qué, tú lo viste?

TAMAR:

Yo lo he visto.
¿No escuchas el contento y los abrazos
de los viejos dichosos y del yerno?

BATO:

Durmióse el bellacón en el infierno.

(Salgan RAFAEL y TOBÍAS EL MOZO.)
TOBÍAS MOZO:

  Esto habemos concertado:
media parte de su hacienda,
como sabes, me ha mandado,
y que la otra se entienda
después de haberle heredado.
  Pídeme que esté con él
algunos días, y siento
que dé mi ausencia cruel
a mis padres más tormento;
toma, por Dios, el papel,
  y ve a cobrar de Gabelo
los diez talentos; que el cielo
favor te dará, Azarías,
para que en muy breves días
no vuelvas al patrio suelo.
  No hayas miedo que los niegue.

RAFAEL:

Pienso que en viendo el papel
los diez talentos entregue;
que es varon justo y fiel,
y así es razón que le ruegue
  que venga a hallarse en tu boda.

TOBÍAS MOZO:

Si él a venir se acomoda,
gran contento me darás.

RAFAEL:

¿Qué gente, amigo, me das?

TOBÍAS MOZO:

Ésta de mi suegro toda.

RAFAEL:

  Bastarán cuatro criados,
dos camellos bastarán.

TOBÍAS MOZO:

¡Hola, pastores honrados!

BATO:

Respóndele tú, Jorán,
que acá andamos enojados.

TOBÍAS MOZO:

  Cuatro seréis menester
para ayudar a traer
cierto dinero a Azarías.

JORÁN:

Nuestro dueño eres, Tobías:
manda hacer y deshacer.

TOBÍAS MOZO:

  Aderezad dos camellos.

JORÁN:

¿Es lejos?

TOBÍAS MOZO:

Es en Ragés.

JORÁN:

Pues voy volando a traellos:
¿no vas tú?

BATO:

Yo iré después.

RAFAEL:

Presto volveré con ellos.

TOBÍAS MOZO:

  Un gran convite apercibe
Ragel a su vecindad.

RAFAEL:

Justo contento recibe
de Dios.

TOBÍAS MOZO:

¡Cielos, amparad
quien para serviros vive!

(Vanse los dos.)
TAMAR:

  Huélgome que hayas quedado
donde me pueda quejar
de la fe que me has negado.

BATO:

Déjame; que estoy, Tamar,
celoso y desesperado.

TAMAR:

  ¡Traidor! ¿Cómo le dijiste
a mi señora antiyer
que nunca bien me quisiste?

BATO:

Por no parecer mujer,
mentir y sentirme triste.

TAMAR:

  ¿Luego no me quieres bien?

BATO:

Ello va a decir verdad.

TAMAR:

Dilo aunque muerte me den.

BATO:

Si te tengo voluntad,
mal fuego me queme amén.

TAMAR:

  ¡Fiad de pastores bobos!

BATO:

No hay mejores robos
que en los necios confiados:
si mujeres sois ganados,
todos los hombres son lobos.

(Dentro ruido y silbos.)
(Dentro.)
[VOZ]:

  ¡Guarte, Llorente, que es brava
como un león!

OTRA VOZ:

¡Huye, Gil!

BATO:

Esto sólo me faltaba:
boda, vaca y tamboril.
Tamar, el mundo se acaba.

(Sale un VILLANO.)
VILLANO:

  Por aquí la haced traer
para que Sara la vea.

BATO:

¿De qué es, Llorente, el placer?

LLORENTE:

De que por mil años sea
Sara de Tobías mujer.
  Ha mandado mi señor
matar dos vacas: la una
salió con tanto rigor
que parece a la fortuna;
ni ve mayor ni menor:
  todo lo tumba y arrasa.

BATO:

Tráenla a casa.

VILLANO:

Ya está en casa.

BATO:

¿Cuánto va a que me voltea?

VILLANO:

¡Huye, Tamar!

TAMAR:

¡Que esto vea!

BATO:

Como eso en el mundo pasa.

(La grita y los silbos, y la vaca con muchos zagales, y muchachos con varas.)
VILLANO 2.º:

  ¡Guárdate, Bato!

BATO:

Ya es tarde.

VILLANO:

¿Tomóle?

VILLANO 2.º:

Sí.

VILLANO:

¡Dios te guarde!

BATO:

¡Qué desdichado que soy!
No salgo de cuernos hoy
con ser celoso y cobarde.

(Grita y silbos, y métenla.)


(Sale el DEMONIO.)
DEMONIO:

  Al cabo de tantos días
¡oh, Rafael, ángel bello!
que del superior Egipto
estoy en los montes preso,
de la cadena me sueltas
sin permitirme a lo menos
perturbar sus bodas santas
con el menor desconcierto;
a las tinieblas me arrojas,
donde para siempre tengo
noche eterna desde el día
que de tu gloria carezco;
mándasme perder la luz
del cielo, que mirar temo,
donde en tan alta ocasión
sus ángeles me siguieron.
Yo derribé sus estrellas;
tembló el sol y el monte inmenso
del testamento mis armas,
y agora me pones miedo.
¡Tinieblas, eterna noche,
gloria perdida, luz, cielos,
ángeles, estrellas, sol,
y monte del testamento,
todos sabéis que tengo
dondequiera que estoy eterno fuego!
Bien Rafael te ha guiado.

DEMONIO:

Tobías, pues su consejo
te ha dado la bella Sara.
muerte de tantos mancebos.
Ya Ragel te da su hacienda.
ya cargan treinta camellos
los pastores de riquezas,
guardadas por tanto tiempo,
ya de Gabelo cobro
Rafael los diez talentos,
todo se junta, y se aumenta
la envidia a que estoy sujeto.
Ya que todos los vecinos
liberal convite han hecho,
para Nínive se parten,
y siempre el ángel con ellos.
Dejan a Sara en sus campos
y adelántanse contentos
los dos a ver a su madre
y al ciego, ya mozo en vellos.
Rafael, Tobías, Sara,
Ragel, pastores, Gabelo,
vecinos, Nínive, campos,
la madre y el viejo ciego.
todos vivís, y yo muero.
que sin poder morir mil muertes siento.
Las competencias que traigo
con Dios, ¿de qué me sirvieron?

DEMONIO:

Mis iras templa su voz
y pone a mis rabias freno.
¿De qué sirven mis envidias?
Pues cuando agradarlas pienso,
dobla el cielo mis pesares
y los celos que padezco,
decir blasfemias, ¿qué importa?
Dios hace su gusto, y quedo
con nuevas enemistades
de los hombres que aborrezco;
a mis desesperaciones,
Tobías ha dado aumento;
mis miedos crecen; que Dios
por algo guarda su pueblo.
Competencias, iras, rabias,
envidias, pesares, celos,
blasfemias, enemistades,
desesperaciones, miedos;
abridme, abridme el centro,
que manda Dios que me atormenten dentro.

(Vase, y salgan haciendo dentro ruido de ganados y camellos, JORÁN, TAMAR, BATO, LLORENTE, GIL, pastores, y SARA de camino.)
SARA:

  En fin, ¿mi esposo, Jorán,
se adelantó a ver sus padres?

JORÁN:

Puesto que el círculo cuadres,
que por imposible dan,
  no cuadrarás el amor
si no le das la presencia.

SARA:

¿Y yo qué diré en su ausencia
con tanta pena y temor?

TAMAR:

  Presto llegarás también:
no te aflijas.

SARA:

Si yo dejo
por mi esposo un padre viejo
que quiero y me quiere bien,
  ¿fuera mucho que él dejara,
mientras que conmigo fuera,
el suyo?

JORÁN:

Prudente espera,
que presto verás su cara.

LLORENTE:

  Siéntate en aqueste prado
mientras los ganados comen,
porque ya es razón que tomen
el sustento acostumbrado.
  Los pastores danzarán
o jugarán algún juego.

SARA:

Que me entretengan les ruego.

BATO:

Danza un momento, Jorán.

(Si quieren, es buena ocasión de danzar uno solo, o si no, digan adelante.)
JORÁN:

  Juguemos, que basta ansí,
al marro, al pino, a la chueca.

BATO:

Dice un amigo que peca
quien juegue en pie contra sí.
  Son en extremo cansados
pelotas, bolas y bolos;
los juegos discretos solos,
son cartas, tablas y dados.
  Vaya un juego de discretos,
que para mi condición,
solos los novios lo son.

GIL:

¿Qué juego?

TAMAR:

¿El de los efetos?

GIL:

  No, sino vayan las cintas.

TAMAR:

No habrá aquí tantas colores.

LLORENTE:

Juguemos a los favores
o al de las pájaras pintas.

TAMAR:

  Eso cuando muchos haya.

JORÁN:

Vaya el de las maravillas.

BATO:

Aun ése tiene cosquillas
vaya, si tú gustas.

SARA:

Vaya.

LLORENTE:

  Maravíllome de ver
cómo se puede casar
quien no tiene que cenar,
y no le dan de comer.

GIL:

  Maravíllome, a lo menos,
de aquellos hombres tan bajos,
que sin mirar sus trabajos
murmuran de los ajenos.

TAMAR:

  Maravíllome de quien
con mil escudos de renta
gasta cada año cuarenta.

JORÁN:

Tú te maravillas bien.
  Maravíllome, y es justo,
de quien aún escribe apenas,
y habla en las obras ajenas.

BATO:

¡Qué necedad tan sin gusto!
  Pero no os maravilléis,
porque no hay hombre tan necio
que no se tenga en más precio
que los que más sabios veis.
  Y maravíllame a mí
unos tontos juzgadores,
confiados, habladores,
de porque no y porque sí:
  que en su vida retrataron
una mosca, y no hay león
que no diga su ambición
que los dientes le sacaron.
  Pero tú, hermosa señora,
¿cómo no te maravillas?

SARA:

Por no atreverme a decillas
del bien que mi alma adora...
  y maravíllame tanto
de ver cómo vino ausente,
que porque mejor lo cuente
a seguille me levanto.
  Vamos a Nínive, amigos;
que los amorosos fuegos
no sufren burlas ni juegos.

JORÁN:

Todos seremos testigos
  para con nueso señor,
de ese amor.

SARA:

Poned las sillas;
que a todas las maravillas
vence en ausencia mi amor.

(Vanse, y salen el ÁNGEL y TOBÍAS EL MOZO.)
RAFAEL:

  Ya tu padre está avisado,
porque tu madre te vio
y las nuevas le llevó
de que a su casa has llegado.

TOBÍAS MOZO:

  El perro, también al punto
que reconoció la casa,
las calles corriendo pasa.

RAFAEL:

Todo el placer viene junto.

(Salen TOBÍAS EL VIEJO, ANA, y el perro también.)
TOBÍAS VIEJO:

  Ya conozco en tus caricias,
Melampo alegre y travieso,
que de todo buen suceso
me pides justas albricias.
  No tengo qué darte aquí:
yo te prometo a la mesa
la más regalada presa.

ANA:

Señor, tu hijo está aquí.

(Sale TOBÍAS EL MOZO.)
TOBÍAS MOZO:

  ¡Mi padre y señor!

TOBÍAS VIEJO:

Detente;
poco a poco el bien me den
tus brazos, que mata el bien
cuando llega de repente.
  Báculo de mi vejez
y de mis venas virtud
hoy me das vida y salud,
vuelve a abrazarme otra vez.

ANA:

  Dejalde un poco siquiera
goce de ese bien que os sobra.

TOBÍAS VIEJO:

Ana, quien este bien cobra,
nunca que le sobre espera.
  Pues llega, amado Azarías:
dame tus brazos a mí,
porque teniéndote a ti
no eche menos a Tobías;
  en fin, mi hijo, ¿volviste?

RAFAEL:

A Dios las gracias se den.

ANA:

Mi hijo, y todo mi bien,
alegra mi ausencia triste.

TOBÍAS MOZO:

  Sentaos, mi padre y señor,
que os vengo a curar también;
que si los ojos no ven
no tiene descanso amor.

TOBÍAS VIEJO:

  ¿Curarme, hijos?

TOBÍAS MOZO:

Azarías
me ha dado un remedio cierto.

TOBÍAS VIEJO:

Si él lo fuese, yo te advierto
del aumento de mis días.

TOBÍAS MOZO:

  Sentaos.

RAFAEL:

Úntale muy bien.

TOBÍAS MOZO:

En nombre de Dios.

TOBÍAS VIEJO:

¿Qué es esto?
¡Cielos! ¿La vista tan presto?

ANA:

¿Pues ven tus ojos?

TOBÍAS VIEJO:

Ya ven.
  Ya ven, Ana, el hijo mío
y su dulce compañero;
darles mil abrazos quiero
con nueva salud y brío.
  ¡Bendito, Señor, seáis,
que castigáis y os doléis!

TOBÍAS MOZO:

En fin, ¿a todos nos veis?

TOBÍAS VIEJO:

Dos ángeles imitáis,
  ya apercibo los colores:
ya veo la luz del cielo:
¿a cuál hombre en todo el suelo
hizo Dios tantos favores?

TOBÍAS MOZO:

  Después dél, padre y señor,
todo se debe a Azarías:
casado vengo.

TOBÍAS VIEJO:

¿Casado?

TOBÍAS MOZO:

Con Sara, mi hermosa prima;
Ragel me ha dado su hacienda,
Gabelo con mil caricias,
los diez talentos.

TOBÍAS VIEJO:

¿A dónde
dejas mi amada sobrina?

RAFAEL:

Ya vienen.

GIL:

Ésta es la casa.

(Suena grita y salen todos.)
SARA:

¡Dulce esposo!

TOBÍAS MOZO:

¡Esposa mía!

TOBÍAS VIEJO:

¡Sobrina!

SARA:

¡Querido tío!
¡Señora!

ANA:

¡Querida hija!

BATO:

Notable contento ha dado
a los viejos la venida
de sus hijos.

JORÁN:

¿No es razón?

BATO:

Tengo a los brazos envidia;
pero, abrázame, Tamar.

TAMAR:

Que vengo contigo mira.

BATO:

Abracémonos nosotros,
y ande la fiesta y la jira,
mas ¿no dicen que era ciego
el viejo?

JORÁN:

Dijo Azarías
que le había de curar.

BATO:

¿Pues a los ciegos da vista?

JORÁN:

¿No lo ves?

BATO:

Pues, ¡voto al sol!
Que con esa medicina
puede ganar un tesoro
si se va de villa en villa.

TOBÍAS VIEJO:

Hijo, escucha: Este mancebo,
que ha sido tu amparo y guía.
querrá volverse a su casa
con la paga prometida
que le daremos.

TOBÍAS MOZO:

¡Ay, padre,
que no sé cómo lo diga!
Él me defendió en un río
de una bestia que quería
en su vientre sepultarme;
él me casó con mi prima
y me libró del Demonio
y de su mano homicida,
que a siete bellos mancebos,
por Sara quitó las vidas,
cobróme los diez talentos,
y a ti te cobró la vista
con la hiel del mismo pez:
muy corta hacienda es la mía
para que pueda pagarle.

TOBÍAS VIEJO:

Él es tan bueno que anima;
pero, démosle la media.

TOBÍAS MOZO:

Llámale, padre.

TOBÍAS VIEJO:

Azarías.

RAFAEL:

¿Qué mandáis?

TOBÍAS MOZO:

Mi honrado padre
confiesa que nos cautivas:
córrese en pensar la paga.

TOBÍAS VIEJO:

Hijo amado, al cielo obligas
por el bien que nos has hecho:
todo es tuyo cuanto miras;
pero porque algo nos quede
que sustente la familia,
toma alegre la mitad,
y el premio de Dios recibas.

RAFAEL:

Bendecid a Dios, señores,
y confesad su infinita
misericordia; que es bien
que sus grandezas se digan;
más vale la oración santa,
ayuno y limosna rica,
que los tesoros guardados,
limosnas de muerte libran:
cuando enterrábades muertos,
dejando vuestra comida,
llevaba a Dios vuestro llanto,
que estos trabajos envía
a los que quiere probar,
y él me ha mandado que asista
para libraros a todos:
porque no soy Azarías,
sino Rafael, un ángel
de los siete que a la Trina
majestad de un Dios asisten;
paz, contento y alegría
quede, amigos, con vosotros:
él os ampare y bendiga;
que ya es tiempo de volver
a la dulce patria mía.

(Suba hasta lo alto con música.)
TOBÍAS VIEJO:

Gracias os den, gran Señor,
vuestras virtudes divinas.

BATO:

¡Hola! Jorán, ¿Ángel era
quien con nosotros venía?

JORÁN:

¿No lo ves?

BATO:

Mejor es éste
que no el otro que venía
a desmaridar a Sara.

TOBÍAS MOZO:

Pastores, con las debidas
gracias, a Dios alabemos,
y después por nueve días
dure el convite en mi casa.

BATO:

Dame licencia que pida
para mi esposa a Tamar.

SARA:

Si quiere, Dios os bendiga.

BATO:

¡Si quiere! Estáme rogando.

TAMAR:

Mi pensamiento adivinas.

TOBÍAS MOZO:

Y dé con esto, senado,
fin la Historia de Tobías.