La igualdad eslava y la desigualdad alemana
Para una cosa sirve el último discurso del canciller alemán en el Reichstag, a saber: para cerciorarse de que la revolución rusa ha sido tan completa que no deja á sus mayores enemigos ni la menor esperanza de una posible reacción. Porque si el goberno alemán abrigase la menor esperanza de que pudiera restablecerse en Rusia el régimen antiguo, no diría tan rotundamente que se le calumnia cuando se le acusa de desear la abolición de la libertad, «penosamente conquistada por la nación rusa», ni recordaría que en 1905 aconsejó el Kaiser al Zar que no se opusiese por más tiempo al movimiento reformista, ni añadiría: «El Zar Nicolás prefirió otros caminos».
Estas palabras no tienen más que un significado. El gobierno alemán reconoce que el zarismo ha caído para no volver á levantarse; es inutil lamentar su caída; hay que aceptar el nuevo estaddo de cosas, y el Gobierno de Berlín se prepara á hacer con el nuevo régimen ruso lo que había intentando con el antiguo, que fué entablar negociaciones separadas de paz. «Lo único que esperamos—ha dicho el canciller—es que se establecerán en Rusia tales condiciones que hagan de ella un baluarte firme y seguro de la paz.» A lo cual han contestado desde las trincheras los soldados rusos del frente Norte con un gran cartel en que se leía: «Hicimos la revolución para continuar la guerra».
Claro está que no todos los rusos pensarán lo mismo, y no me extrañaría que resultase cierto que Máximo Gorki se propone trasladarse á Estocolmo para ponerse en contacto con los socialistas alemanes y decirles: «Nosotros ya hemos hecho la revolución. Haced vosotros la vuestra y firmemos las paces.» Pero ¿qué se le responderá a Máximo Gorki?
Que la revolución rusa ha ejercido grande influencia en Alemania, cosa es que ha reconocido el mismo Vorwaerts, á pesar de qué actualmente es órgano de la sección imperialista del socialismo alemán. «Hemos perdido con la revolución rusa—ha escrito el Worwaerts—el único argumento que hizo simpatizar con la guerra á la democracia alemana: el temor al militarismo de los Zares.»
Pero si Máximo Gorki llega á encontrar en Estocolmo á socialistas alemanes veraces le dirán que no es cierto que fueses á la guerra por miedo al Zar, sino que fueron por un sentimiento de que no se han curado todavía: el desprecio a los rusos. Un socialista alemán es socialista en Alemania, dentro de casa, frente á los junkers y frente á sus patronos; pero frente á los rusos es alemán antes que socialista.
En estos dos últimos siglos no se han puesto en contacto rusos y germanos sino en las posiciones respectivas de inferiores y superiores. Los eslavos eran los inferiores, y les dolía mucho; los germanos, los superiores, y les parecía natural. Los rusos que iban á Alemania eransegadores, en su mayoría; á los polacos se les hacía trabajar por una miseria en las minas y fundiciones de Westfalia. Los alemanes que había en Rusia eran aristócratas, ó negociantes acaudalados, ó ingenieros especialistas.
Para los alemanes los rusos eran bárbaros que poseían grandes tierras, pero que no sabían explotarlas. Los exploradores tenían que ser ellos, y lo eran, en efecto, ya como propietarios, ya como prestamistas, ya como vendedores de productos industriales. Los rusos habían nacido para dejarse explotar por ellos y para rendir homenaje de admiración á sus explotadores. Y hay rusos que, en efecto, no se curarán ya nunca del vicio de considerar á los alemanes como á seres superiores.
La primera vez que Máximo Gorki fué presentado á Augusto Bebel, por cierto que en modesta casa de huéspedes, Gorki se echó a llorar, como un niño fervoroso al recibir la Eucaristía, y besó a Bebel en las manos como si fuera un príncipe. Y el mismo Bebel, á pesar de ser hombre sencillo, no se ofendía del homenaje que se le dispensaba por un hombre que, por lo menos, valía tanto como él. Y es que Bebel era sencillo, pero alemán, y los socialistas alemanes consideraban á los demás socialistas europeos como á discípulos que les debían respeto.
Toda la maquinaria alemana se funda en gradaciones de vanidad. El gobernante es más que el súbdito, el militar más que el paisano, el aristócrata más que el millonario, el estudiante de Jurisprudencia más que el de Medicin, y éste más que el de Filosofía, y este más que el de Teología y éste más que un maestro de escuela. El obrero está en el grado más bajo de la escala; pero al mismo obrero alemán se le enseña que es más que el obrero de otros países, y sobre todo, que los rusos. El infeliz que con el saco al hombro cruzaba todos los años la frontera para segar los campos de los señores de Brandenburgo ó de Pomerania ó de la Prusia oriental ú occidental, quedaba fuera de la escala de clases: era el paria. Y lo curioso es que aunque el sudra alemán está muy descontento de ser sudra, ello no le mueve á suavizar, sino á acentuar, la aspereza con que trata al paria.
Pero los rusos se parecen á los castellanos en que tienen división de clases, pero en que no la respetan interiormente. El respeto que los alemanes sienten haca los prestigios de clasesss debe consistir en que no han vivido nunca por largo tiempo bajo una dominación extranjera que aboliese sus distinciones de clase, reduciéndolos á todos ellos á la condición de dominados. Por eso creen que la división de clases, la Ständetum, está en la naturaleza de las cosas humanas.
Los castellanos, que vivieron durante varios siglos bajo el rasero nivelador de los moros, como los rusos bajo el de los mongoles,saben que las clases sociales tienen su comienzo y pueden tener su fin, y consideran á las clases afortunadas precisamente como afortunadas. Hoy les va bien; mañana podrá irles mal.
La democracia rusa ha considerado los sentimientos de clase como una importación alemana. Por eso el pueblo ruso ha odiado siempre á los alemanes. Al ir á esta guerra lo hizo con el propósito de librarse para siempre de la explotación alemana y, sobre todo, de la arrogancia germánica. Y podemos estar convencidos de que no depondrá las armas hasta que consiga que los alemanes hayan aprendido á tratar á los eslavos como á iguales.
Es seguro que los alemanes ofrecerían condiciones generosas á la nación aliada que se separase de las otras para hacer la paz. Lo que no harán mientras no se les derrote es tratar á los eslavos como iguales. No darán la independencia á los polacos de Posen y de Bromberg, ni una autonomía verdadera á los eslavos de Austria-Hungría. Los más de los alemanes, socialistas inclusive, no conciben la posibilidad de la existencia como no puedan mirar de arriba abajo á otra persona. El primero en advertirlo sería el propio Máximo Gorki, si los conociera algo mejor. Pero muchos socialistas rusos los conocen. Y los pueblos eslavos los sienten. Y por eso no habrá paz en Europa hasta que toda la Ständetum germánica se haya derrumbado en la derrota.