La inspiración
Versos dedicados a mi muy querido amigo Quintiliano Sánchez
¿Qué eres inspiración? ¿Acaso el eco
de celestial, angélica armonía,
que en el espacio de la tierra vaga
el afán arrullando de la vida?
¿Qué eres, inspiración? ¿La única prenda
tal vez, que el hombre del Edén, furtiva,
pudo traer, y en ella del recuerdo
el aroma, con lágrimas, aspira?
¡Oh, hija del dolor!, ¿sólo en el pecho
que de la angustia en la inquietud palpita,
formas tu nido, y tu cantar aprendes?
¿Qué eres, inspiración? ¿Tal vez del fuego
con que a natura el Creador anima
la más subida llama, que en hoguera
cambias de amor la humana fantasía?
Tu esencia no conozco; mas palpable
doquier tu aureola fulgurante brilla.
Verbo de Dios, o del Edén recuerdo,
¡feliz quien vio la luz a tu sonrisa!
El arpa de Salén del sauz colgada,
del turbio Babilonia en las orillas,
la imagen es del alma que a tu aliento,
¡oh inspiración, de súbito palpita!
Cual ella gime en extranjera zona,
llora cual ella, al soplo de las brisas,
y, cual esa arpa, al infeliz proscrito
le recuerda su cuna primitiva.
Mas, ya del Ande en el confín, risueña,
ahoga tu tenaz melancolía;
tu llanto absorbe con amor este aire,
mas llanto quiere de esperanza y vida.
Cual de tímida virgen el semblante
que aún no del todo de jugar se olvida,
mas que ya en ansias arde indefinibles,
y del llanto veloz pasa a la risa;
así en lóbrega lluvia nuestro cielo
anega aterrador estas campiñas;
mas, aun en medio de ella, de improviso
del sol más vivos los destellos brillan.
¡Oh!, ven risueña, y del andino bardo
presta al laúd tu dulce melodía
himnos de amor, de férvida esperanza
enseña, amable a nuestras bellas ninfas.
Ya la aljaba agitando belicosa,
cual amazona fiera, las orillas
atronaste del Guayas: ¿habrá insano
que ose pulsar aquella sacra lira?
Ella y el héroe que ensalzó, benignos,
de nuestro amor acepten las primicias;
¡mas, ya no hay campos de Junín! ¿Y qué héroe
de tu voz digna en esta zona miras?
Si es tierno ver tu pálido semblante
en lágrimas bañado, cual el día
en que en la tumba de agostada virgen,
doliente, una guirnalda deshacías;
no menos bella el alma te sorprende
del alba con el manto revestida,
bañando en rosas las radiantes cumbres
áureas diademas de la sierra andina.
Miro tu veste en el azul del cielo,
en el Cayambe tu garganta nívea,
tu hálito aspiro en aromosa vega,
mido tu paso en la apacible brisa.
Oigo tu voz en el raudal sonoro
que rebramando con furor se abisma;
pero, si gimes, conmovido el bosque
también doliente con amor suspira.
Derramando ventura por los valles
con qué placer sonríes; fugitiva,
te ve el caudal de majestuoso río,
espumosa, meciéndote en tus linfas.
Y, si arrogante, en opulentas cortes,
aunque de hielo tu esplendor fascina,
¡oh!, más nos enamoras, candorosa,
palpitante de amor, libre y sencilla.
Muestras tu magia en sonrosados labios,
juegas traviesa en fúlgidas pupilas,
ágil arrobas en festiva danza,
tu poder en un talle divinizas.
Mas ¿cuántas veces, aun en julio bello,
no nos priva del sol nube sombría?
Pasmosa eres entonces, tu hermosura,
torva al velar en saña repentina.
Ruges del mar en los hirvientes montes,
en alas de huracán rauda te agitas,
acalla el trueno tu aterrante acento,
te da su manto la borrasca altiva.
Del Sangay es tu aureola, el Cotopaxi
te presta su terrífica armonía;
ayes de angustia, gritos de venganza,
en tus acordes lúgubres palpitan.
Mas, calma ese furor, y de la tarde
te cubres con la veste purpurina;
sueltas la cabellera y melancólica
te sientas de los Andes en la cima.
Por la estrellada bóveda, radiante,
a la par con la luna, te deslizas;
y si el silencio rompes... en la tierra,
tus arpegios apenas se adivinan.
Gustan entonces el dolor, la ausencia
de tu vago cantar; despavorida,
agostada ilusión, a tu regazo
arrójase a ocultar sus agonías.
Mas, cuánto ganas en sublime encanto,
cuando bella, inmortal sacerdotisa,
en templo mudo y solitario, aún tibio
el perfumado aliento de la brisa,
hablas de Dios y eternidad; austera,
a la luz de una lámpara indecisa,
aun entrever le dejas al espíritu
el siempre oscuro arcano de la vida.
Tu esencia no conozco; mas, temblando,
doquier el alma con amor te aspira;
¡hija del cielo o del edén recuerdo,
ah, no a mi patria niegues tu armonía!
Hija del sol, de su radiante hoguera
nuestras almas acaso participan;
mas si hondo sueño duermen, a tu acento
de rubor se despierten encendidas.
Cierra los ojos a su actual destino,
canta la pompa que en su suelo brilla,
y alzando audaz del porvenir el velo,
de la esperanza aviva la sonrisa.