La investidura
con la voluptuosidad literaria, si el arte de los
juegos de amor suscita tu curiosidad, enton-
ces, escucha, suaves, fáciles, adorables, esta
serie de palabras...
JAYADEVA — (El Gita-Govinda)
Fue en un poniente mágico de púrpura y oros:
con música de brisas en los pinos sonoros,
rítmicas desfilaban las horas, al ocaso,
tal una ronda griega cincelada en un vaso;
un terciopelo verde parecía la pampa
y el cromo era lo mismo que una eglógica estampa.
Escuchaban los valles la Palabra Infinita
con que Él habla a las cosas:
a las humildes yerbas, a las rosas,
al león de aceradas zarpas
y al Viento que sacude la orgullosa floresta
y dirige en las sombras la polífona orquesta
del bosque, en un concierto de medio millón de arpas...
¿Cómo me hallé de súbito en la selva —que fuera,
por lóbrega y sin rutas, hermana de la obscura
selva que Dante viera—?
Yo no sé. Como un niño temblaba de pavura;
en mis carnes hundía sus ventosas el Miedo,
tal un informe pulpo. Llegaba hasta mi oído
un confuso remedo
de llanto, de blasfemia y de rugido.
Mil insectos charlaban en gangosos dialectos,
y al desplegar la seda de sus galas,
piedras preciosas con alas
eran en la penumbra los insectos.
Flexibles bayaferas fingían las exóticas
flores, de cuyos pétalos obscuros
se exhalaba un aliento de fragancias narcóticas
que a las bestias sumían en ensueños impuros.
En el ambiente Cálido, como un remordimiento,
se escuchaba el reptar de invisibles gusanos;
—un rumor de fermento,
que a las bestias sumían en ensueños impuros.
Las lianas se envolvían a los troncos macizos,
desplegando en sus curvas femeniles hechizos,
dando a sus movimientos perversas inflexiones
y simulando, en torpes convulsiones,
los lúbricos espasmos del Deleite...
Y eso, a una lumbre lívida de lámpara de aceite,
tomaba ante mis ojos aspectos inauditos
cuando, como un relámpago miré pasar tropeles
confusos y oí los rudos gritos
con que azuzaban en el bosque oculto
sus ágiles lebreles
los manes de la Envidia y el Insulto...
Pero triunfó mi espíritu en la artera emboscada
y arrojé, como un lirio sobre un agua estancada,
sobre ellos la silente piedad de una mirada.
Y, tal un Amadís de la moderna Gesta
seguí, bajo el asombro mudo de la floresta...
¡Oh! Entonces contemplaron mis ojos extasiados
la sacra maravilla del rostro de la Diosa
y viéronla mis locos sentidos prosternados
con la diadema augusta sobre la frente rosa.
Tenía en sus pupilas toda sabiduría,
de sus manos brotaban los designios eternos,
como un ave en su nido la sagrada Harmonía
residía en sus labios. ¡Su mirada vertía
luz en los tenebrosos ventisqueros internos!
¡Oh, celeste prodigio! De fulgores solares
tejió el Supremo Numen su inmaculada veste.
Sus senos palpitaban como tranquilos mares
de pentélico mármol. ¡Oh, prodigio celeste!
Y en el aire sutil su acento indescriptible,
su voz, como no oyeran nunca oídos mortales,
vibró tal un milagro de dulzura imposible
en un triunfal repique de sonoros cristales:
"Lírico adolescente, ve a cumplir tus empeños;
que tu espíritu sea una candente pira;
musicaliza tus ensueños;
sé divino por el alto don de la Lira.
En el rosado cáliz que aúreas mieles rebosa
da de beber a tu alma sedienta de ideales;
¡Psiquis es una mariposa
que, al revolar, se posa
sobre la carne rosada de las rosas carnales!
Sé ingenuo, como el agua de las puras cisternas
o el remanso que copia todo el celestecielo;
y así verás triunfar la aurora de tu anhelo
y será tuyo el reino de las cosas eternas.
Y salvarás las duras verdades metafóricas
del hondo abismo de Ti mismo
y escucharás las claras músicas pitagóricas
desde la noche de tu abismo...
La fuente de Hipocrene surte dentro de ti;
duerme Pan en el pecho noble del adanida
auscúltate en la sombra, mírate, lee en Ti;
¡como en un libro abierto de Verdad y de Vida!
¡Calla al interrogante del Porvenir que ofusca,
yérguete alto y sereno en la gracia del día rosa;
y, en toda cosa,
eternamente busca
la Harmonía, la Harmonía, la Harmonía...!"
Así dijo la Diosa...
En éxtasis devoto
mi espíritu escuchó la divina enseñanza...
Al levantar los ojos, miré el encanto roto;
la visión se esfumaba en la azul lontananza.
La selva parecía un corazón inmenso,
los dulces frutos de oro lloraban ambrosía,
respiraba la Tierra un como leve incienso.
¡Yo estaba de Ti lleno, augusta Poesía!
Entre los arabescos de las ramas floridas
en que el rocío era un diamantino lloro,
estaban las estrellas esparcidas
como un reguero de átomos de oro.
¡Y, al estrellar sus ímpetus en rocas,
para delectación de la floresta,
el río completaba aquella orquesta
de ramajes, de brisas y de bocas...!
La absorta muchedumbre desde entonces me ha visto
—los ojos encendidos por la sagrada fiebre,
la frente coronada de espinas como Cristo,
las manos temblorosas de melenudo orfebre—
desdeñando las fútiles cosas del Universo,
consagrar mi existencia al apolíneo rito;
así tiene mi vida la harmonía de un verso
y es rítmico sollozo lo que naciera grito.
E indiferencia al Tiempo y al Dolor peregrina
por la ignorada senda mi espíritu romero,
mientras, en la asechanza en la sombra asesina,
¡vanamente me envía sus flechas el Arquero!