La joya de las montañasLa joya de las montañasTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen EUROSIA y BODOQUE
BODOQUE:
Yo lo pensaré despacio.
EUROSIA:
Tu desatención me admira.
¿No basta que yo te ruego?
BODOQUE:
Sí, señora; mas--¡por vida
de Bodoque!--que a cualquiera
que tiene ley conocida,
no pasando a mejorar,
el mudar le hará cosquillas.
EUROSIA:
El mejorar en la ley
es verdad bien clara y limpia,
y pues razones no bastan
a postrar tu rebeldía,
basta ver que todo el pueblo
y aun el reino lo confirma,
pues que ya desengañada
de la ciega idolatría,
toda Bohemia promete,
con inspiración divina,
seguir a Cristo; ¿y tú sola
con tan dañosa porfía
quieres resistirte,
necio, a tan soberana dicha?
BODOQUE:
Ya estuviera convertido
si no por aquella lista
de los mandamientos.
EUROSIA:
¿Cómo?
¿Tanta gente convertida
no te mueve?
BODOQUE:
No muy mucho,
porque mi abuela decía
que de espacio se arrepiente
quien se determina aprisa.
EUROSIA:
¿Es posible que no bastan
tantas pláticas divinas
de Metodio a convertirte?
BODOQUE:
Sí, señora; mas las tripas
me dicen que no importa
seguir aquella doctrina
que me obligará a ayunar.
EUROSIA:
Esta ley es tan benigna
que sólo obliga a quien puede
abstenerse algunos días
de alimentarse a deshora;
y quien con acierto mira
las cosas de Dios, bien puede
experimentar debidas
abstinencias en la ley
para conseguir la dicha
de ser amado de Dios.
BODOQUE:
Harto bien me solicita;
mas agora, muerto de hambre,
que no he comido en dos días,
¿cómo quiere que yo crea
en ayunos, aunque diga
que son buenos, si, al contrario,
conozco por mi desdicha
que los días que no como
no tengo más malos días?
EUROSIA:
¡Qué mal entiendes, Bodoque,
de aquella esencia infinita
los impulsos soberanos!
La gula sólo apadrinas
para estorbo a tantas luces
de católicas doctrinas.
¿No has oído en el sermón
las historias repetidas
de tantas dichosas almas
que con esta fe divina
de la gracia resplandecen,
fulgentes rayos de Cintia,
en el cielo?
BODOQUE:
No me acuerdo.
EUROSIA:
¡Qué neciamente te olvidas!
BODOQUE:
¡Si siempre me da el sermón
un sueño tan sin medida!
Yo pienso dar en letargo
si mucho más me predica.
EUROSIA:
¿A dormir vas al sermón?
Tu necedad me lastima.
BODOQUE:
Señora, con eso cumplo
con lo que el sermón decía,
que en latín, si no me engaño,
como a quien se lo entendía,
me dijo, dormite jam,
y fue en mí moción tan viva,
que me convertí al instante,
pues todo el sermón dormía.
EUROSIA:
Tus necedades me cansan,
y pues tan necio porfías
en resistirte a mis ruegos,
yo haré que mi padre siga
mi parecer y te saque
de palacio. (¡Luz divina, (-Aparte-)
no neguéis vuestro esplendor
a quien mi amor solicita!)
BODOQUE:
Ya parece que acá dentro
me están convirtiendo aprisa.
EUROSIA:
De Dios fío este favor;
un poquito te retira,
que a solas quiero quedarme.
BODOQUE:
Bien está; mas, tripas mías,
si a la cocina llegare
no tendréis muy mala vida.
Vase.
Saca EUROSIA un retrato
de un crucifijo,
que tendrá en el pecho
EUROSIA:
¡Divina luz de mis ojos,
alumbrad los corazones
que están haciendo baldones
de vuestra ley; y en despojos
de sus vencidos arrojos,
con la debida humildad
os doy mi virginidad,
y con entera afición,
alma, vida y corazón,
con pureza y castidad!
Sale BODOQUE corriendo y
comiendo un pedazo de carne
BODOQUE:
Señora, que viene allí
vuestro hermano en compañía
del obispo de Lusacia.
EUROSIA:
¿Qué querrá su señoría?
¡Oh, quién pudiera, Bodoque,
diferir esta visita!
BODOQUE:
Deben de querer comer,
que está a punto la comida.
EUROSIA:
¿Qué es esto? Sucio, asqueroso,
¿carne comes este día?
BODOQUE:
Señora, que no la como.
EUROSIA:
¿No sabes que está prohibida
por la iglesia?
BODOQUE:
Sí, señora;
mas acá dentro, en las tripas,
tengo un rincón donde guardo
esta poca fiambrería
para alguna colación.
EUROSIA:
¡Ah, qué necia es tu porfía!
Salen ARCISCLO, obispo,
y CORNELIO
ARCISCLO:
¡Con qué espíritu y fervor
el predicador inclina
las almas con santo celo
a proseguir la divina
carrera de la virtud!
CORNELIO:
Es Metodio quien aspira
a la salvación del alma
desterrando idolatrías
que en toda Bohemia andaban,
y con eso se ejercita
a dar en pláticas santas
el fruto de su doctrina.
ARCISCLO:
A la princesa he de hablar
y deseo que reciba
con cariño la embajada
sola, en vuestra compañía.
CORNELIO:
El cuarto de Eurosia es éste,
y mi hermana la que miran
como enojada mis ojos.
Sin duda estará ofendida
de vernos aquí, que pasa
en virtud tan fuera mida,
que el retiro la recata
o el recato la retira;
pero en conociendo, creo,
hoy a vuestra señoría,
reconocerá dichosa
lograr tan buena visita.
¿Hermana Eurosia?
ARCISCLO:
¿Cornelio?
CORNELIO:
Dios te guarde, hermana mía.
Nuestro tío es quien desea,
así Dios se lo permita,
hablar con los dos de espacio.
EUROSIA:
La obediencia solicita
corresponder cariñosa
en ocasión tan precisa.
BODOQUE:
(Algún sermoncito habrá; (-Aparte-)
mala la verán mis tripas
si esto dura tanto o cuanto.)
ARCISCLO:
Escucha, hermosa sobrina,
que, pues estamos a solas,
antes que otra compañía
sea de la atención estorbo,
deseo darte noticia
de algunas cosas que a todos
nos han de ser de alegría.
EUROSIA:
¡Ay, señor, válgame el cielo!
Nunca mi Dios me permita
la menor inobediencia;
sólo quisiera este día
servir al suelo de alfombra
por las plantas que le pisan.
ARCISCLO:
Estimo vuestra humildad.
EUROSIA:
Ser vuestra esclava es gran dicha
ARCISCLO:
Esclavitudes hay nobles
que ensalzan a los que humillan.
BODOQUE:
(Esto se anda en cumplimientos, (-Aparte-)
y lleve el diablo sus vidas
si el obispo no anda a caza
de alguna sobrada mitra.)
ARCISCLO:
Importa que ese crïado
se vaya.
BODOQUE:
(¡Qué brava risa! (-Aparte-)
¿Cuánto me dará que vaya
y no vuelva acá en mi vida?)
CORNELIO:
Señor, éste es un crïado
que desde su niñez misma
ha vivido en el palacio
de mi padre y es la risa
de toda la corte, y pienso,
según acá se imagina,
que por ser poco constante
en lo poco a que se inclina,
y haberse vuelto cristiano,
hoy mi hermana solicita
tenerle consigo siempre,
por lo poco que en él fía.
ARCISCLO:
Pues quede acá, que no importa,
que capacidad sencilla
a nadie puede ofender.
BODOQUE:
(Pues gánome las albricias (-Aparte-)
y me quedo.) ¡Ah, señora!
¿Iré a avisar a Llocinda
que haga algún guisado nuevo?
EUROSIA:
En comida o en bebida
es todo tu anhelo siempre.
¿No es mejor oír la misa,
acudir pronto al sermón,
pegarse una disciplina,
tener continua oración,
ayunar algunos días
y servir a Dios gustoso
con la conciencia muy limpia?
BODOQUE:
Todo aqueso lo concedo;
por señal que el otro día
el cura me prometió
decirme treinta y tres misas
y treinta y cinco sermones.
EUROSIA:
¿Por qué?
BODOQUE:
Porque el otro día,
estándose espeluznando,
y hay quien dice tiene tiña
porque está todo pelado,
pasó una ave de rapiña,
y con furióso ademán
le quitó la gorretilla.
Cayósele luego al punto
junto a casa de Llocinda,
y ella que la vio caer
a su casa la retira,
sin duda para limpiarla,
que la muchacha es muy limpia,
y el otro día cenando
en su casa, que por dicha
me convidó, por mi suerte
la hallé dentro una morcilla.
EUROSIA:
¡Y que esa limpieza alabes!
BODOQUE:
¡Es para mí cosa rica!
EUROSIA:
Ya te he dicho muchas veces
no te ausentes de mi vista
sin mi licencia.
BODOQUE:
Está bien.
EUROSIA:
Sepa vuesa señoría,
tío y señor, que mi anhelo
es conservar, si por dicha
pudiese, en este criado
la cristiana disciplina,
pues de sus primeros años,
antes que mi madre en cinta
de mí estuviese, y aun antes
que de la idea divina
donde todos los posibles
tienen su ser, a la dicha
de ser actual persona,
con inspiración de vida
la omnipotencia de Dios
me trasladase propicia,
en servicio de mis padres
estaba ya muchos días
sirviendo de bullicioso,
y no quisiera, advertida
de su inocencia, malogre
de ser cristiano la dicha.
Con este celo, señor,
de la virtud noble guía,
a las razones de estado
he faltado inadvertida;
perdón os pido, señor,
y si vos mandáis que os sirva,
en cuanto os fuera de agrado
os serviré de rodillas.
ARCISCLO:
Alzad, ilustré señora,
querida y noble sobrina,
que en princesas como vos
tanta humildad no se estila.
EUROSIA:
De cualquier modo, señor,
a vuestra planta es debida
esta acción. (¡Ay, Jesús mío! (-Aparte-)
¿Qué será esto a que aspira
mi tío?)
ARCISCLO:
Escucha, señora,
que, pues la ocasión obliga,
sobre cosas de importancia
quiero hablaros este día,
si me diéredes licencia.
EUROSIA:
Vuestra voluntad es mía.
ARCISCLO:
Pongo toda mi embajada
en palabras muy sucintas.
EUROSIA:
¡Ah, Bodoque!
BODOQUE:
Ya te entiendo;
por Bodoque rastra sillas.
Siéntanse
ARCISCLO:
Bien sabes, princesa ilustre,
aquel estrago tremendo
de la destrucción de España
el año de setecientos
y diez y seis, según dicen
los coronistas del tiempo,
y que parcial causa fue
de tan lastimosos hechos
el rey inicuo Ubitiza
porque introdujo en el reino
tantas enormes costumbres
contra Dios y contra el cielo
que, por ser tan mánifiestas,
referirlas es superfluo.
Dio complemento a la causa,
aunque no sé yo si es cierto,
que aunque el mundo lo publica
puede ser falso el concepto.
El rey de España Rodrigo,
de los godos el postrero,
dicen que estupró a Florinda,
--¡desdichado atrevimiento!--
hija del conde Julián,
y sentido el caballero
de tan deshonesta acción,
pasó en África, con celo
de levantar escuadrones
de bárbaros sarracenos
para destruir a España
y dar al rey el más cierto
pago de su vil acción;
y prosiguiendo su intento
puso por ejecución
su bárbaro pensamiento.
ARCISCLO:
En España perseveran
--¡extraño rigor del cielo!--
de aquel pérfido Mahoma
las leyes y los decretos.
Sólo se excepta Aragón,
que de sus montes soberbios
hacen fortines que espantan
los mauritanos intentos,
defendiendo valerosos
la ley del manso Cordero
que, sacrificado en aras
de aquel sagrado madero,
sacó a los hombres que estaban
en el común cautiverio.
García Íñiguez, su rey,
empuñó el sagrado cetro,
y ya el segundo Adriano,
vicario de Dios supremo,
le apadrina desde Roma
como merece su afecto,
cuya beatitud sagrada,
con amor y santo celo,
me quiso honrar con mandarme
viniese a Bohemia luego
con una cierta embajada
a vuestros padres; y creo
que quiso honrar mi persona
sólo por ser vuestro deudo.
ARCISCLO:
Comuniqué a vuestros padres
la voluntad del supremo
pontífice, y me responden
que será el mayor contento
que puede darles el mundo
si se lograre su intento.
Importa, pues, noble Eurosia,
que como tal os venero,
perdone el sacro decoro,
que sin ajar tu respeto
he de arrojarme a deciros
que para el sacro himeneo
con don Fortunio Garcés,
varón justo y verdadero
y príncipe de Aragón
os tiene escogida el cielo.
Vuestros padres lo desean,
y yo os suplico, rindiendo
mi persona a vuestras plantas,
no se malogre mi afecto,
así vea a vuestra alteza
con las dichas que deseo.
EUROSIA:
(¡Ay de mí! ¿Qué turbación (-Aparte-)
es la que tiene mi pecho?
¡Si acertaré a responder!
Déme su favor el cielo.)
Tío y señor, mucho estimo
vuestra voluntad y afecto.
(Cielos, ¿he de resistirme?) (-Aparte-) Dentro
ÁNGEL:
El fin es bueno y honesto.
EUROSIA:
Una voz oigo que dice,
"el fin es bueno y honesto."
Si es el ángel de mi guarda,
que así lo luzgo y lo creo,
bien podré yo dar el sí
sin que Dios se ofenda de ello,
que si le ofrecí gustosa
mi virginidad al cielo,
no ha de permitir me falte
valor para el complemento.
Pues digo, señor, que admito
lo que me tenéis propuesto,
y me pena haber tardado
a resolverme, pues tengo
por cierta mi dicha, estando
vuestra persona por medio.
ARCISCLO:
Sois muy prudente, sobrina.
EUROSIA:
¿Qué te parece, Cornelio?
CORNELIO:
Yo estoy, hermana, que adoro
tan bien acertado intento.
Tomar estado es cordura;
diferirlo no es acierto.
Vuestra edad apenas entra
en los tres lustros y medio,
y podrá ya coronarse
del puro y sacro himeneo.
Yo os ofrezco, hermana mía,
si no me falta el aliento,
acompañaros gustoso.
ARCISCLO:
Pues yo lo mismo prometo.
BODOQUE:
¿Y yo piensan que no iré,
a darme entre burla y juego,
cuatro o cinco buenos días?
EUROSIA:
Con tales socios bien puedo
ir. ¡Hermoso Sol divino,
acompañad mis deseos!
BODOQUE:
Éstos deben ser los sucios,
porque según de mí pienso,
soy un hombre muy pulido,
y crean que si me afeito
no hay muchacho como yo
para andar en casamientos.
CORNELIO:
De dicha tan singular
parabienes me prevengo.
ARCISCLO:
Bien podéis creer, sobrina,
que estoy loco de contento.
EUROSIA:
A mi cuarto me retiro
a dar a Dios lo que debo.
CORNELIO:
Hermana, el cielo os asista
y os haga ilustre dueño
de la corona de España.
ARCISCLO:
Sobrina, ayúdeos el cielo.
EUROSIA:
Adiós; tío; adiós, hermano. Vase EUROSIA
BODOQUE:
Ojalá que empuñe el cetro,
aunque me cueste de casa
lo que Dios quiera por ello.
CORNELIO:
Y yo, por dar a mis padres
noticias de este suceso,
voy al punto.
ARCISCLO:
Yo también
soy nuncio de su contento.
Vanse CORNELIO y ARCISCLO
BODOQUE:
El obispo se hace nuncio;
¿cómo puede ser? Mas cierto
que debe andar a la parte
de la ganancia, y por eso
en lo público es obispo,
pero nuncio en lo secreto;
para ganar las albricias
corro por llegar primero. Vase. Salen el CONDE de Aznar y MOSQUETE envainando las espadas
CONDE:
Mejor van descalabrados
de lo que yo presumi.
MOSQUETE:
Escondámonos aquí
por si vienen más soldados
de estos morazos. ¡Qué fiero
iba aquel calzaparrillas!
¡Ay, pobres de mis costillas!
CONDE:
¿Adónde vas, majadero?
MOSQUETE:
A esconderme aquí.
CONDE:
Pues ¿cómo?
¿Qué temes, si estás conmigo?
MOSQUETE:
Temo siempre que te sigo
porrazos de lomo a lomo.
Apenas los dos herejes
seguiste, cuando vinieron
seis o siete, que me dieron,
sin que de mi honor te quejes,
mil cuchilladas aquí.
CONDE:
Pues ¿por eso has de esconderte?
Villano, has de ser muy fuerte
o jamás irás con mí.
¡Ay, Leonor, extraño caso!
Cuando Marte más me busca
el niño dios más me ofusca.
¡Que me quemo, que me abraso!
Hermosísima Leonor,
¡qué veloz mi amor se fragua!
MOSQUETE:
Pues arrójate en el agua
si tienes mucho calor.
CONDE:
¡Ay, Mosquete, cómo ignoras
del niño ciego los tiros!
Son envenenados giros
de Circes encantadoras.
¿Quién como yo desdichado
tiene de qué se quejar?
MOSQUETE:
La triaca puedes tomar
por si estás envenenado.
CONDE:
¿No sabes que una mujer
es de mi alma hermoso nicho?
MOSQUETE:
Pues si nunca me lo has dicho,
¿cómo lo puedo saber?
CONDE:
Leonor, aquella ingrata,
con su desdén me atropella;
Leonor es la centella
que con incendios me mata;
Leonor es por quien vivo
amante de sus rigores,
y entre estos mis ardores
muero de su amor cautivo.
MOSQUETE:
¡Jesús y qué disparates
en tu grave pecho encierras!
¿Agora en tiempo de guerras
con mujercillas combates?
Dices que Leonor te mata,
que ella tiene tu alma viva,
ella dices te cautiva
y te favorece grata;
todas son contradiciones
de una loca f&ntasía,
y si das en la manía
de tan necias presunciones,
¿qué diablo te ha de entender?
CONDE:
Damas hay de mucha estima,
mas como mi hermosa prima
no tiene el mundo mujer.
MOSQUETE:
No me espanto estés tan tierno
por esa dama Leonor;
mas presumo que su honor
llevarás aún al infierno.
CONDE:
Siempre a mi gusto te opones
con muy toscas necedades.
MOSQUETE:
Pues si va a decir verdades,
soy tu amigo. ¿Qué dispones?
CONDE:
Importa, Mosquete amigo,
si quieres darme consuelo,
que aqueste papel de un vuelo
le lleves. ¿Estás conmigo?
MOSQUETE:
Sí, señor.
CONDE:
Pues mira, advierte
que si al príncipe topares
no le digas mis pesares,
porque fuera darme muerte.
Toma, vete. Dale el papel
MOSQUETE:
Ya tercero
me voy haciendo a mi ver.
CONDE:
¿Por qué?
MOSQUETE:
Nunca puedo ser
ni segundo ni primero.
CONDE:
Cuando el amor es honesto
no es deshonra fomentarle.
MOSQUETE:
Pues yo imagino obligarle
honestamente, y con esto
me llaman todos Mosquete,
que es algo más que arcabuz;
pero en mí, por esta cruz,
que es lo mismo que alcahuete. Vase MOSQUETE
CONDE:
Sale el sol por el cielo luminoso
las nubes pardas de oro perfilando,
y con su luz los montes matizando
ilustra el campo su zafir hermoso.
Veloz pasa su curso muy furioso
y cuando la quietud solicitando
halla otro mundo que voceando
al sol le pide su esplendor hermoso,
a la campaña salgo defendido
de fuertes rayos de mi estoque ardiente
quien se rinde el bárbaro vencido.
Y cuando de el descanso solamente
busco un instante, torpe mi sentido
me acomete el amor eternamente.
Sale MOSQUETE corriendo
MOSQUETE:
Señor, el rey viene aquí
y él príncipe, no sé a qué;
a Leonor no la topé
en su casa, y advertí
................ [ -era]
.................... [ -é]
lo que después te diré.
CONDE:
No quisiera que me vieran
ocioso en esta ocasión,
que al verme así coligieran
de mi semblante, o tuvieran
sospechas de mi pasión.
MOSQUETE:
¡Ay, que llegan!
CONDE:
Ven conmigo;
abrevia el paso, apresura.
MOSQUETE:
En cualqulera conjetura
como sea huír te sigo. Al irse topan a LEONOR y LAURA que salen
CONDE:
¡Ay cielos, y qué ventura!
LEONOR:
¿Adónde, conde y señor?
¿adónde vais tan de prisa?
CONDE:
¡Ay de mí, bella Leonor!
Tocando al arma precisa
dar alas a mi valor.
LEONOR:
Siempre vais muy ocupado
en negocios de la guerra.
CONDE:
Con mucho ardor abrasado,
los que hoy mi pecho encierra,
me tienen puesto en cuidado.
MOSQUETE:
Vamos luego sin tardar,
porque llegan, ¡voto a Cristo!
CONDE:
Sin ti me voy a penar. Salen el REY y el PRÍNCIPE
LEONOR:
Ya no os podéis apartar,
porque entiendo que os han visto.
REY:
La fortuna se mejora,
pues en este mismo día
la victoria da alegría
y otra nueva me atesora
el bien que más convenía.
Pero ¿no es aquéste el Conde?
CONDE:
A vuestros pies, gran señor,
postro mi alma y mi valor.
REY:
A mis brazos corresponde
vuestra lealtad. ¿Leonor?
LEONOR:
Señor, postro agradecida
mi humildad a vuestras plantas.
REY:
Levanta.
PRÍNCIPE:
Prima querida:
belleza tan recogida,
¿cómo sale a luces tantas?
LEONOR:
Acaso, señor, salí
a divertir un cuidado
con esta crïada, y vi,
sin saber que estaba aquí,
al conde con su criado.
REY:
Y Mosquete, ¿también fue
a la campaña?
MOSQUETE:
Acomete
como un rayo, porque sé
que no vale mi amo un cé
si no va con él Mosquete.
REY:
Las gracias, conde, os doy
de la victoria pasada.
CONDE:
Vuestro leal vasallo soy.
PRÍNCIPE:
Muy asegurado estoy
del valor de vuestra espada.
No sin causa el mundo todo
de la guerra os llama rayo,
pues con valeroso modo
sois venganza del rey godo,
del sarraceno desmayo.
CONDE:
A vuestro lado, señor,
cualquier soldado es valiente.
PRÍNCIPE:
Con solo vuestra valor
ha de extinguirse el furor
de aquel bárbaro insolente.
MOSQUETE:
Tomad, Leonor, esta carta
que un caballero os envía;
perdonadme la osadía,
que el oficio me descarta
de cualquiera cortesía.
LEONOR:
Sin saber de quién, la tomo.
(Mas el corazón advierte (-Aparte-)
cúyo es el papel, de suerte
que adivina; no sé cómo
mis disimulos acierte.)
PRÍNCIPE:
¿Cúyo es el papel?
MOSQUETE:
¿Señor?
PRÍNCIPE:
A mi prima, ¿quién le escribe?
MOSQUETE:
Otro primo que aquí vive,
que es pariente de Leonor,
y sus despachos recibe.
PRÍNCIPE:
¿Quién con tanto atrevimiento,
sabiendo que yo la adoro,
se arroja a tener intento
de escribirla?
MOSQUETE:
¿Hay tal cuento?
Ayer lo supe de coro
y hoy a vistas no lo sé.
Yo pienso que lo escribí,
y turbado me engañé,
que el papel de Laura fue,
aunque a Leonor le di.
CONDE:
¿Hay desatención igual?
¿Hay simple como Mosquete?
Aparta, bruto, animal.
MOSQUETE:
Eso tiene el alcahuete
que sirve tan puntual.
PRÍNCIPE:
¿No es éste vuestro criado?
¿Cómo es tan inadvertido?
REY:
¿Qué es aquesto?
CONDE:
(Cielo airado, (-Aparte-)
¿en qué os tengo yo ofendido?)
LEONOR:
(Mal Mosquete lo ha entendido.) (-Aparte-)
PRÍNCIPE:
Del semblante conocí,
prima, del papel el dueño.
LEONOR:
Señor, nunca presumí...
PRÍNCIPE:
No es tiempo de dar aquí
satisfacción del empeño.
REY:
Retiraos a esotra parte,
que a solas tengo que hablar
con Fortunio.
MOSQUETE:
¡Lindo azar!
Vamos, Laura, que contarte
quiero lo que has de estimar.
A una parte el REY y el PRÍNCIPE Fortunio, a otra el CONDE y LEONOR, y otra MOSQUETE y LAURA
REY:
Fortunio, el retrato es éste;
contempla la hermosa cara
de princesa tan ilustre
y de reina tan cristiana
para que cases con ella,
que es la dicha más extraña.
El príncipe de la iglesia
con santo celo te llama
dichoso esposo de Eurosia,
de cuya virtud la fama
por todo el orbe extendida
sus perfecciones esmalta.
PRÍNCIPE:
¿Que es ésto, cielos divinos?
¡Qué pintura tan bizarra!
¿Puede haber más perfección?
Ninguna pienso la iguala
en cuanto calienta Febo
ni en cuanto Neptuno baña.
CONDE:
Y en tanta ausencia, mi bien,
¿puede haber alguna falta?
LEONOR:
Soy bronce en esta materia,
soy noble y tan obligada
a cumplir lo que prometo,
que antes quedaré sin alma
que sin tus memorias viva.
REY:
Es su pintura extremada.
PRÍNCIPE:
¡Qué humildad tan excelente!
CONDE:
Logro de mis esperanzas
serás, mi bien; mas es cierto
me voy con tristeza tanta
que aunque dentro el corazón
te llevo, joyel del alma,
temo--¡ay de mi!--perderte.
LEONOR:
¡Y qué poca confïanza
haces de mi noble pecho!
CONDE:
Fío mucho en tu constancia,
pero no en Amor, que es niño.
LEONOR:
Tus intenciones son claras;
ya estás entendido, conde.
¿Quieres que contigo vaya
hecha enternecida Venus,
disfrazada en fuerte Palas
aunque muera? Desde aquí
no tengo de estar en Jaca,
contigo tengo de ir siempre.
Siempre he de seguir tus plantas,
soldado he de ser valiente
en la más cruel campaña
que el más tirano enemigo
ordenase, y con mi lanza
he de hacer tales estragos
y he de ser tan arrojada,
que pueda perder la vida
para que puedas contarla
entre las que se perdieron.
CONDE:
Tente, tente, que me matas.
Perdona, hermosa Leonor,
de tus enojos la causa.
MOSQUETE:
Pues hable claro, señora.
Diga usted, señora Laura
¿ha tenido nunca amor?
LAURA:
Nunca estuve de eso falta
después acá que te vi.
MOSQUETE:
No estás mucho enamorada
cuando no me das un beso.
LAURA:
Vaya en mucho enhoramala,
que es un pícaro.
MOSQUETE:
No tal;
¿por pedírtelo me tratas
de esta suerte? Pues ya sé
que tienes alguna falta.
LAURA:
¿Yo falta? Mientes, villano,
que dé todo estoy sobrada.
MOSQUETE:
Por lo menos, sí de lengua;
mas de juicio, ¡calabaza!
PRÍNCIPE:
Al original me apelo,
pintura hermosa del alma,
que me provoca el pincel
a ser amante idolatra.
REY:
Dichoso serás, Fortunio,
si con tu mano se enlaza
la de esta princesa ilustre,
y es muy evidente y clara
tanta dicha, porque el cielo
es quien aboga esta causa.
CONDE:
Sé que el príncipe te adora
y su mano soberana
se llevará la que el cielo
crió para mi desgracia.
LEONOR:
No llevará, que primero
ha de ser mi pecho aljaba
o túmulo de una flecha
para que me quite el alma;
y si no estuviera aquí
el rey, mi señor, miraras
en mi mismo corazón
la verdad, y si faltara
instrumento para abrirme
el pecho, con esta espada,
¡vive el cielo!
CONDE:
No te inquietes,
que el príncipe tus palabras
atiende, aunque divertido
en lo que su padre le habla,
y el rey llegará a entender
de tu semblante la causa
de tu justa alteración,
porque, convertida en nácar,
haces tu mejilla rosa
lo que fue azucena blanca.
MOSQUETE:
Pues toma aqueste pellizco,
porque no me digas, maña,
que jamás te he dado cosa.
LAURA:
¡Ay, Jesús, que me maltratas!
MOSQUETE:
No te trato sino bien.
LAURA:
¡Los diablos lleven tu alma,
que el corazón me has sacado!
MOSQUETE:
Ya estás descorazonada.
LAURA:
¡Pícaro, necio, insensato,
avestruz! ¡Aparta, aparta,
que si no fuera tener
en mi presencia a mi ama,
te diera treinte reveses!
MOSQUETE:
Yo a ti treinta bofetadas.
LAURA:
¿Él a mí?
MOSQUETE:
Y ¿por qué no?
A ella y a todas cuantas
me enfadaren, ¡voto a Dios!
Y aun aquí si más me enfada,
le daré a la muy puerca
más de veinte mil patadas.
LAURA:
Quien a patadas defiende
con una mujer su causa
no es digno que siendo bestia
lleve ceñida una espada. Quítale la espada y dale
¡Toma, pícaro, bufón!
MOSQUETE:
¡Aquí, señor, que me mata!
PRÍNCIPE:
¿Qué es aquesto?
CONDE:
¡Vive Dios!
¿Mosquete?
LEONOR:
¿Qué es esto, Laura?
LAURA:
Señora, aqueste crïado...
MOSQUETE:
Señor, aquesta crïada...
LAURA:
...que es más negro que avestruz...
MOSQUETE:
...que es más bestia que una parda...
PRÍNCIPE:
Cesen estas competencias.
¿Quién, desatento, profana
el sagrado de mi padre?
MOSQUETE:
...este dimoño de Laura...
LAURA:
...ese pícaro embustero...
LEONOR:
Laura, vuélvele esa espada.
CONDE:
Toma esa espada, Mosquete.
MOSQUETE:
Venga.
LAURA:
Tome; mas es harta
desdicha que lleve estoque
quien puede llevar albarda.
MOSQUETE:
Alguna vez nos veremos
los dos solos, zarpa a zarpa.
PRÍNCIPE:
Siempre, Mosquete, has de ser
quien busca todas las causas
de inquietud, y muchas veces
se vuelven veras tus chanzas.
LEONOR:
La necedad de Mosquete
y desatención de Laura
piden perdón, pues se debe
de posesión esa gracia.
PRÍNCIPE:
Por vos, hermosa Leonor,
¿qué mármoles no se ablandan?
REY:
Valeroso Conde amigo,
sobrina Leonor amada,
dadme alegres norabuenas.
Mientras que gozaba el alma
se está previniendo alegre
a la dicha más extraña.
Ésta es célebre sin duda,
pues hoy mi Fortunio ensalza
sus estados y persona
a divinidades altas.
La princesa de Bohemia,
en hermosura y en gala
luciente sol que en grandeza
al del Olimpo aventaja,
ha de casarse con él,
que así lo dispone y manda
el pontífice, y presumo
que será esta dicha tanta
que sólo con este medio
ha de quedar ensalzada
la fe de Cristo, a pesar
de la bárbara canalla;
porque la virtud de Orosia
merece ser colocada,
según la fama publica
y según el mundo aclama,
más allá de las estrellas,
siendo en la celeste estancia
blandón hermoso de luces
a cuyos rayos, turbadas,
se avergüencen las febeas
puestas en su misma patria.
PRÍNCIPE:
Y si consigo esta dicha,
y si esta dicha alcanza
mi corazón, nadie dude
que ya la Fortuna avara
es pródiga en este día,
pues la más hermosa dama
que en Bohemia resplandece,
por inspiraciones altas
ha de ser esposa mía.
Y si mira a luces claras
ese rutilante Febo
que desde la esfera cuarta
hace diáfanos los aires
con sus madejas doradas,
hecho de la hermosa Cintia
amante, sino idolatra,
la hermosura de esta reina,
la virtud, donaire y gracia,
aunque celeste criatura,
no fuera mucho ostentara
envidia de la grandeza
cuanta hoy mi amor aguarda.
Conde, Leonor, sin duda
de vuestro cariño esmalta
en mi pecho la atención
debida a tanta esperanza.
No puedo negar que tuve
algún tiempo a la argentada
flecha de aquel niño dios
una sujeción extraña.
PRÍNCIPE:
Y pues ya el tiempo permite
perdonen las nobles canas
de mi padre aqueste arrojo,
que yo declare la causa
de mis inquietos suspiros
de mis continuas ansias,
y digo, que a Leonor, mi prima,
con atenciones tan castas
como en el sacro himeneo
se sacrifican, miraba,
por ser la que en sangre noble
a la mía más se iguala;
y no dejé de advertir
con desabridas palabras
desprecios de la grandeza
que con mi mano heredaba
afectos que sólo nacen
de virtud más soberana
que la corona y el cetro;
y tuvo sospecha el alma
que de otro nuevo amor
os llevó, prima, arrastrada
la inclinación amorosa
que a muchos hace idolatras.
PRÍNCIPE:
El conde, prima Leonor,
es quien ilustra y levanta
el árbol de la nobleza
que conservan las montañas;
nadie con mejores prendas
puede pretender la gracia
de vuestro sagrado afecto,
y advertir que mi esperanza;
que yerta algún tiempo estuvo,
quedará muy bien pagada
siendo el conde quien consiga
la posesión; pues mi alma
aspira ya deseosa
a la unión más soberana
con sacrosanto himeneo
de la más noble bohemiana.
CONDE:
Por tanto favor, señor,
goce vuestra alteza larga
vida, y a pesar del mundo,
tanta bárbara canalla
postre su cerviz altiva
a vuestras cristianas plantas.
REY:
El orgullo de los moros
temo, que de su arrogancia
puedo presumir no faltan
a daros nueva batalla.
PRÍNCIPE:
De la divina piedad
tengo tanta confianza,
que ha de volver, si lo intenta,
con la cabeza quebrada.
CONDE:
Si hasta aquí he sido conde,
en adelante mi espada
ha de conquistar de Marte
la corona soberana.
REY:
Ven, Fortunio; vamos, conde.
Leonor, sobrina amada,
quedaos con Dios.
LEONOR:
Norabuenas
me doy a mí misma tantas
de las dichas que previene
de aquella infinita estancia
la divina Omnipotencia
a vuestras ilustres casas.
MOSQUETE:
No va malo esto, por Dios;
ello va de buena data.
Yo rabio ya de contento
si es que el príncipe se casa.
LAURA:
Pues ¿qué interesas, Mosquete?
MOSQUETE:
Oigan, que se quema Laura;
que me casaré contigo
si te enmiendas.
LAURA:
¡Noramala
para el pícaro bufón!
MOSQUETE:
¡Qué lindamente me trata!
LAURA:
¿En qué delitos me ha hallado?
MOSQUETE:
A fe que si yo te hallara
la primera al escondite,
que pagaras la ganancia.
LAURA:
¿Qué dominio tiene en mí?
MOSQUETE:
Mira, no te enojes, Laura,
que eso lo echaré por coste
y lo tomaré de gracia.
LAURA:
No me trate de esa suerte
si conmigo quiere chanzas,
ni me aplique sus mentiras.
MOSQUETE:
Ésas no lo saben malas,
porque si digo verdad,
las verdades siempre amargan.
REY:
Vamos, que deseo dar
estas nuevas a mi Urraca.
PRÍNCIPE:
Adiós, divina Leonor.
LEONOR:
Vuestra alteza con Dios vaya.
CONDE:
Adiós, dueño de mi vida.
LEONOR:
Adiós, conde de mi alma.
CONDE:
Yo cumpliré mi promesa.
LEONOR:
Yo cumpliré mi palabra.
CONDE:
¿Irás conmigo?
LEONOR:
Sí iré.
CONDE:
Mas ¿adónde?
LEONOR:
A la campaña.
MOSQUETE:
Adiós, Laura; ya me entiendes.
LAURA:
Adiós digo, y eso basta.
Vanse los caballeros por una puerta y las damas por otra