La jurdana
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I Era un día crudo y turbio de febrero que las sierras azotaba con el látigo iracundo de los vientos y las aguas... Unos vientos que pasaban restallando las silbantes finas alas... Unos turbios, desatados aguaceros, cuyas gotas aceradas descendían de los cielos como flechas y corrían por la tierra como lágrimas. Como bajan de las sierras tenebrosas las famélicas hambrientas alimañas, por la cuesta del serrucho va bajando la paupérrima jurdana... Lleva el frío de las fiebres en los huesos, lleva el frío de las penas en el alma, lleva el pecho hacia la tierra, lleva el hijo a las espaldas... Viene sola, como flaca loba joven por el látigo del hambre flagelada, con la fiebre de sus hambres en los ojos, con la angustia de sus hambres en la entraña. Es la imagen del serrucho solitario de misérrimos lentiscos y pizarras; es el símbolo del barro empedernido de los álveos de las fuentes agotadas... Ni sus venas tienen fuego, ni su carne tiene savia, ni sus pechos tienen leche, ni sus ojos tienen lágrimas... Ha dejado la morada nauseabunda donde encueva sus tristezas y sus sarnas, donde roe los mendrugos indigestos, de dureza despiadada, cuando torna de la vida vagabunda con el hijo y los mendrugos a la espalda, y ahora viene, y ahora viene de sus sierras a pedirnos a las gentes sin entrañas el mendrugo que arrojamos a la calle si a la puerta no lo pide la jurdana. II ¡Pobre niño! ¡Pobre niño! Tú no ríes, tú no juegas, tú no hablas, porque nunca tu hociquillo codicioso nutridora leche mama de la teta flaca y fría, álveo enjuto de la fuente ya agotada. Te verías, si te vieras, el más pobre de los seres de la tierra solitaria. No envidiaras solamente al pajarillo que en el nido duerme inerte con la carga de alimentos regalados que calientan sus entrañas, envidiaras del famélico lobezno los festines que la loba le depara, si en la noche tormentosa con fortuna da el asalto a los rediles de las cabras... Estos días que en la sierra se embravecen, por la sierra nadie vaga... Toda cría se repliega en las honduras de cubiles o cabañas, de calientes blandos nidos o de enjutas oquedades subterráneas. Tú solito, que eres hijo de un humano maridaje del instinto y la desgracia, vas a espaldas de tu madre recibiendo las crüeles restallantes bofetadas de las alas de los ábregos revueltos que chorrean gotas de agua. Tú solito vas errante con el sello de tus hambres en la cara, con tus fríos en los tuétanos del cuerpo, con tus nieblas en la mente aletargada que reposa en los abismos de una negra noche larga, sin anuncios de alboradas en los ojos, orientales horizontes de las almas III Por la cuesta del serrucho pizarroso va bajando la paupérrima jurdana con miserias en el alma y en el cuerpo, con el hijo medio imbécil a la espalda... Yo les pido dos limosnas para ellos a los hijos de mi patria: ¡Pan de trigo para el hambre de sus cuerpos! ¡Pan de ideas para el hambre de sus almas!