La lechuza y el zorro

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Fábulas argentinas
La lechuza y el zorro​
 de Godofredo Daireaux


Durante una ausencia de la lechuza, el zorro le comió los huevos. Al volver ella a la cueva donde tenía el nido, hizo mil conjeturas sobre quién podría haber sido. El lagarto le era sospechoso y también la comadreja; el zorrino era muy capaz y el hurón bastante aficionado; varios otros bichos había a cual más ladrón y para quienes especialmente los huevos eran un manjar predilecto, y la pobre lechuza, deplorando su descuido, no sabía a quién echar la culpa.

No dejó de cruzar por su mente dolorida como una fugitiva idea que bien podía ser el zorro, pero la rechazó casi con indignación contra sí misma, al acordarse que el zorro era su propio compadre, y aunque algunos le aseguraron que era un gran cachafaz, no lo quiso creer capaz de semejante fechoría.

Y lo consultó, al contrario, sobre las medidas más conducentes a evitar en el porvenir la misma desgracia.

El zorro, muy comedido, se prestó a ello con la mejor voluntad, indicó mil medios, precauciones complicadas combinaciones de puertas y de cerraduras, y de estas últimas se guardó, sin decir nada, las llaves duplicadas.