La linterna mágica (Samaniego)

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La linterna mágica
de Félix María Samaniego

Un novicio tenía en su convento

el entretenimiento,

cuando a solas estaba,

de tocarse el guión que le colgaba,

porque, como del claustro no salía,

gozar de otros placeres no podía.

Sorprendiole en sus sucios ejercicios

una vez el maestro de novicios,

y el converso, turbado,

queriendo se ocultase su pecado,

imploró la piedad del reverendo,

el cual así le dijo sonriendo:

-Hermano, yo conozco la flaqueza

de la naturaleza;

sé que en esta mansión de santa calma

la carne nos domina cuerpo y alma,

y a perdonar su culpa me acomodo;

pero quiero me diga de qué modo

puede hacerse ilusión consigo mismo,

pues, aunque usaba yo del onanismo

cuando era mozalbete sin dinero,

luego que descubrí cierto agujero

que tienen las mujeres,

Sólo con ellas pude hallar placeres.

El novicio, admirando la clemencia

de su maestro, así a Su Reverencia

le descubre el secreto,

diciéndole: -Maestro, en un aprieto,

es mi imaginación ardiente y viva

quien me ayuda a la parte sensitiva,

porque, en las ilusiones que me ofrece,

una linterna mágica parece.

Verbi gratia: figúrome que veo

pasar con lujurioso contoneo

a la Ojazos, y exclamo: « ¡Ay, Dios! ¡Qué hermosa!­

y empuño, como veis, luego mi cosa;

dándole... uno... dos... tres... golpes de mano

que a la Ojazos dedico muy ufano.

Después digo: «Ahora pasan las Trapitos

con melindres y adornos exquisitos;

¡qué morenas que son...! ¡qué provocantes! »;

y a su salud van dos pasavolantes.

Luego pienso: «Allá va la Zapatera,

que un mar de tetas lleva en la pechera.

¡Ay! , ¡qué gorda! , ¡qué blanca! , ¡qué aseada!,

¡qué pierna se la ve tan torneada!

Bien merece su garbo soberano

la dedique seis golpes de mi mano:

uno..., dos... »

Aquí el fraile, que veía

que el novicio a lo vivo proseguía

su cosa golpeando

y que ya de la cuenta iba pasando,

le dijo: -Espere y, ya que así se aplica,

dígame a quién dedica

de su linterna mágica el pecado.

A que el novicio respondió siguiendo

su negocio, y la obra concluyendo:

-Ay, padre! Pues pasó la Zapatera,

esta va a la ... ¡qué gusto! ... a la cualquiera.