La media naranja: 04

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III
La media naranja de José Alcalá Galiano
IV
V
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España: Tomo XI


IV.

Antes de continuar nuestra historia, detengámonos un instante á reflexionar sobre las tres escenas que hemos presenciado y los tres personajes que hemos conocido.

Clara es una mujer hermosa y con un corazón más grande que su fortuna.

Alfonso es un elegante libertino, con menos corazón que dinero; lo cual equivale á decir que no tiene corazón, pues ya sabemos que está tronado y es un perdido en todos conceptos.

Gonzalo es tan rico de inteligencia y de corazón como pobre de bolsillo.

Clara y Alfonso son una disonancia, una antitesis moral, que el mundo y la suerte quieren unir y armonizar, lo cual prueba que la suerte es ciega.

Clara y Gonzalo son la disonancia de la pobreza y la opulencia; pero son la armonía sublime, el acorde perfecto de dos almas; dos poesías hermanas; dos consonantes deseando rimar el verso de la felicidad. Y sin embargo, la suerte los separa, se interpone entre la atracción natural de sus almas.

A Clara y á Gonzalo les bastaría un minuto de hablarse para identificarse en un solo amor, en un solo ser.

Pero hay distancias de cuatro varas que una locomotora no podría recorrer en diez años: la distancia de la posición no se mide por kilómetros sino por inmensidades.

Clara y Gonzalo viven tan cerca y tan lejos! Podrían hablarse desde sus ventanas, y empero él vive en Pekín y ella en Filadelfia.

Ah, lector! Los hombres son desgraciados por no poder entenderse: una palabra bastaría á veces para hacer nuestra dicha, y esa palabra es quizás de todas las del Diccionario la única que nos está vedada. ¿No es horrible considerar que Clara piense siquiera en dar su mano al hombre que hemos oido hablar en la mesa del Suizo, teniendo á cuatro pasos á su tipo ideal? ¿Por qué Clara no ha podido leer con nosotros la carta de Gonzalo?

Ese es el mundo: una serie de engaños, una serie de contrastes y una serie de fatalidades.

Como esa caprichosa providencia que se llama la casualidad no lo remedie, mucho me temo que Clara sucumba á los engaños y fascinaciones del pérfido Alfonso.

Si asi sucede, un ambicioso habrá realizado sus planes; una mujer habrá sacrificado su felicidad; un poeta habrá perdido su ideal.

La dicha humana está pendiente de un cabello, sujeta á un soplo y ligada á un minuto.

Como la casualidad no venga en su ayuda, entonces si que podemos decir:

Pobre Clara! Pobre Gonzalo!