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La mujer manchega

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La mujer manchega
de Antonio Machado
  La Mancha y sus mujeres... Argamasilla, Infantes,
Esquivias, Valdepeñas. La novia de Cervantes,
y del manchego heroico, el ama y la sobrina
—el patio, la alacena, la cueva y la cocina,
la rueca y la costura, la cuna y la pitanza—,
la esposa de don Diego y la mujer de Panza,
la hija del ventero, y tantas como están
bajo la tierra, y tantas que son y que serán
encanto de manchegos y madres de españoles
por tierras de lagares, molinos y arreboles.
  Es la mujer manchega garrida y bien plantada,
muy sobre sí, doncella, perfecta de casada.
  El sol de la caliente llanura veraniega
quemó su piel, mas guarda frescura de bodega
su corazón. Devota, sabe rezar con fe
para que Dios nos libre de cuanto no se ve.
Su obra es la casa—menos celada que en Sevilla,
más gineceo y menos castillo que en Castilla—.
Y es del hogar manchego la musa ordenadora;
alinea los vasares, los lienzos alcanfora;
las cuentas de la plaza anota en su diario;
cuenta garbanzos, cuenta las cuentas del rosario.
  ¿Hay más? Por estos campos hubo un amor de fuego
Dos ojos abrasaron un corazón manchego.
  ¿No tuvo en esta Mancha su cuna Dulcinea?
¿No es el Toboso patria de la mujer idea
del corazón, engendro e imán de corazones,
a quien varón no impregna y aun parirá varones?
  Por esta Mancha-prados, viñedos y molinos—
que so el igual del cielo iguala sus caminos,
de cepas arrugadas sobre el tostado suelo
y mustios pastos como raído terciopelo;
por este seco llano de sol y lejanía,
en donde un ojo alcanza su pleno mediodía
—un diminuto bando de pájaros puntea
el índigo del cielo sobre la blanca aldea,
y allá se yergue un soto de verdes alamillos,
tras leguas y más leguas de campos amarillos—;
por esta tierra, lejos del mar y la montaña,
el ancho reverbero del claro sol de España,
anduvo un pobre hidalgo ciego de amor un día
—amor nublóle el juicio; su corazón veía—.
  Y tú, la cerca y lejos, por el inmenso llano
eterna compañera y estrella de Quijano,
lozana labradora fincada en tus terrones
—¡oh madre de manchegos y numen de visiones!—,
viviste, buena Aldonza, tu vida verdadera
cuando tu amante erguía su lanza justiciera
y, en tu casona blanca ahechando el rubio trigo,
aquel amor de fuego era por ti y contigo.
  Mujeres de la Mancha, con el sagrado mote
de Dulcinea, os salva la gloria del Quijote.