Ir al contenido

La mulita indiscreta

De Wikisource, la biblioteca libre.
Fábulas argentinas
La mulita indiscreta

de Godofredo Daireaux


Al pasar, de noche, cerca de la cueva de unos peludos, una mulita oyó el ruido de la conversación, y como es bastante curiosa por naturaleza, se acercó despacio y paró la oreja para escuchar mejor. Primer no oyó más que el murmullo confuso del cuchicheo; y pensó que no debían hablar de religión ni de política, pues parecían muy sosegados; concentró su atención y empezó a distinguir las palabras cuando comprendió que de ella misma y de su familia se trataba.

Pensó, pues parecen ser bastante amigos, aunque parientes, los peludos con las mulitas, que estarían haciendo su elogio, y ya se preparó a saborear alabanzas que tanto mayor valor tendrían, cuanto más sinceras tenían que ser.

Había vivido poco, ignorando todavía que a los ausentes, lo mejor que les pueda suceder, es que no se acuerde nadie de ellos, y prestando más y más el oído, oyó que uno tras otro, como frailes en responso, los peludos cantaban sus glorias y las de su familia, pero de singular modo, no dejando un vicio, un defecto, un ridículo, que no atribuyeran a ella o a alguno de sus más queridos deudos. Oyó cosas terribles, que nunca se hubiera pensado que pudiesen salir de la boca más odiada, invenciones pestilenciales, calumnias ponzoñosas, pérfidas exageraciones y restricciones peores, alegres votos de muerte, de ruina, de deshonra para ella y para los suyos; y se fue corriendo a su cueva, a contarlo todo a su madre, aniquilada por el dolor de haber oído tamañas cosas.

-¡Bien hecho! -le dijo la madre-, bien hecho, por indiscreta. Guarda tu oído de las rendijas, pues no acostumbran ellas cantar alabanzas ni tampoco tienen para qué guardar la boca.