La noche de San JuanLa noche de San JuanFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
Salen Doña BLANCA y ANTONIA
BLANCA:
Largo día.
ANTONIA:
Temerario.
BLANCA:
Nunca le he visto mayor.
ANTONIA:
Es, en secretos de amor,
la luz el mayor contrario.
BLANCA:
¡Ay, noche, que siempre en ti
libra amor sus esperanzas,
corre, que si no le alcanzas
no queda remedio en mí!
Apresura el negro coche
donde las mías están,
ya que fuiste de San Juan,
que es la más pública noche.
De Europa, en el mar te baña
sobre el amoroso toro,
y ven con máscara de oro
desde las Indias a España.
Si, coronada de rosas,
esperan otros amantes
la aurora, yo los diamantes
de tus alas perezosas.
Despierta, noche, que estoy
sin vida por ti. ¿Qué aguardas?
Pero tanto más te tardas
cuanto más voces te doy.
ANTONIA:
Haste aliñado tan presto,
que has hecho mayor el día.
BLANCA:
Previene amor la osadía,
y él me ha vestido y compuesto;
que ya mi hermano ha sabido
que quiero salir al Prado,
porque con esto, engañado,
no repare en el vestido.
¿Has avisado al cochero?
ANTONIA:
¿A las cuatro de la tarde
le he de avisar?
BLANCA:
¡Qué cobarde
me entretiene el bien que espero!
Todo pienso que ha de ser
estorbo a mi pretensión.
ANTONIA:
La misma imaginación
no te deja entretener.
Suspende sólo un momento
al pensamiento el cuidado.
BLANCA:
Ya pienso, y lo que he pensado
es el mismo pensamiento.
¿Aguardaré desta suerte
a don Pedro?
ANTONIA:
Tal estás,
que, con ser mujer, me das
mis ansias de hablarte y verte.
BLANCA:
¿Tendrá mi propio cuidado
don Pedro?
ANTONIA:
En la calle está.
BLANCA:
¿Podrá verme?
ANTONIA:
Bien podrá;
pero no será acertado.
BLANCA:
¿Si vio hacer las escrituras?
ANTONIA:
Todo pienso que lo vio.
BLANCA:
¿Y quieres que tenga yo
mis esperanzas seguras?
Yo muero, y la noche duerme,
¡ay de mí!
ANTONIA:
Sosiega un poco.
BLANCA:
Mejor podrá mi amor loco
matarme que entretenerme.
ANTONIA:
Toma un libro que hay aquí
de comedias.
BLANCA:
¿Para qué?
Pues si es de amores, yo sé
que él puede buscarla en mí.
¿No has visto aquellos afectos
tan vivos de dos amantes?
Pues di a los representantes
que vengan a hurtarme afectos.
ANTONIA:
A lo menos tú pudieras
imitar sus relaciones
con que tus locas pasiones,
amorosa, entretuvieras.
BLANCA:
Bien dices, y tú serás
la criada de la dama.
ANTONIA:
Di, que ya el vulgo te aclama,
si acción a los versos das.
porque en muchas ocasiones
que prevenirle pretende,
celebra lo que no entiende
no más de por las acciones.
BLANCA:
Una mañana de abril,
cuando nueva sangre cobra
cuanto en tierra, en aire, en agua
o corre, o vuela, o se moja;
cuando por los secos ramos
nuevo humor pimpollos brota,
en cuyas pequeñas cunas
están los frutos sin forma;
cuando filomenas dulces
cantan, y piensan que lloran,
haciendo músicos libros
de los álamos las copas
con achaques del color
(invención de gente moza,
que contra el recogimiento
tal vez por remedio toma)
bajé a la Casa del Campo,
cuando la celeste concha,
abierto el dorado nácar
flores bañaba en aljófar.
Llevaba por compañía
esas dos esclavas solas,
que por el color pudieran
servir para el sol de sombra.
Tuve licencia de entrar,
y entre los cuadros que a Flora
viste de tomillo el arte
lazos de sus verdes orlas,
anduve mirando fuentes
que despeñadas se arrojan
de la altura en que se crían
a lo llano, en que se postran.
BLANCA:
Las nuevas rosas cogía
de las ramas espinosas
tan doncellas, que aun guardaban
la clausura de las hojas.
Las que mostraban color
abríalas con la boca,
trocando aliento con ellas
por quedarme con la copia.
Miraba otra vez atenta
aquella estatua famosa
del nieto de Carlos Quinto,
que ya los cielos coronan;
padre de nuestro divino
monarca y señor, que adoran
dos mundos, por quien España
tantas esperanzas logra,
y aquel valiente caballo,
que renueva la memoria
del que llevaron los griegos
fatal engaño de Troya,
tan vivo, que imaginaba
que escuchara temerosa
los relinchos por Atlante
de tanta grandeza heroica.
Un obelisco de mármol
no lejos, por unas diosas
y sátiros vierte plata
sobre las inquietas ondas.
BLANCA:
Hay unos olmos enfrente,
que de yedras trepadoras
han hecho eternos vestidos,
galas de su verde pompa.
Allí me senté cansada,
cuando por la senda propia
vino don Pedro a matarme,
que yo no pienso otra cosa.
Mira tú si son estrellas
las que las almas provocan;
pues se me turbó la mía
con unas nuevas congojas.
Aquí puedes tú pensar
qué palabras, qué lisonjas
me diría, cuando a un hombre
la soledad ocasiona.
Allí entró por las esclavas,
esto del sol y la sombra,
y que tras la noche negra
venía la blanca aurora.
Que era yo la primavera,
y que presidiendo a todas
las flores, las repartía
colores blancas y rojas.
Oíle, y vi ser verdad,
que no importa que la honra
sea diamante, cuando hay cera
por donde ternezas oiga.
BLANCA:
Como si le hubiera visto
y concertado las horas
que había de estar allí,
hace que a los pies me pongan
una toalla, dos cajas,
ésta azahar, aquélla alcorzas.
Y muy hallado conmigo,
suena la música ronca
en un cubo que traía
su poco de cantimplora
(y de plata, por lo menos).
Y quitándole a una bota,
de aquello que a un hombre afrenta
una torneada gorra,
enjuaga un criado aprisa
una cristalina copa
y me brinda el tal galán,
como si fuera su novia.
Para este brindis había
una colorada lonja,
por quien Garrobillas hace
que gasten tantas arrobas.
Yo atónita del suceso
y del hombre estaba absorta,
y comiendo por los ojos,
aun no acertaba a la boca.
Acabóse aquesta fiesta
y comenzamos por otra,
que fue pedirme una mano.
BLANCA:
(Tengo por cosa notoria
que compañeros de mesa
luego apelan a las bodas.)
Allí le dije quién era,
y él, la cara vergonzosa,
retira la mano al pecho
y el pensamiento reporta.
Pidióme perdón, humilde,
y perdonéle, amorosa;
que quien ofensas desea,
a pocos ruegos perdona.
Y en tanto que los criados
(hallados ya con las moras,
que, al ejemplo de los dueños,
fácilmente se conforman)
de segunda mesa estaban
atentos a lo que sobra,
presumiendo que tenían
para su señor señora.
Con notable cortesía,
me contó de su persona
y casa, bien cuerdamente,
una bien trazada historia.
Allí supe de sus pleitos,
que no era jornada ociosa
supe su nombre, y su patria
que era, en Navarra, Pamplona.
BLANCA:
Con esto se iba encendiendo
del sol la dorada antorcha;
con que me volví a la villa,
y él de mi casa se informa,
donde papeles, deseos
y terceras amorosas
de mi voluntad le dieron
la merecida victoria.
Tú sabes ya lo demás.
Este fué el principio, Antonia,
deste suceso, a quien ya
sólo para ser su esposa
me falta que aquesta noche
sus estrellas me socorran.
Y no más, porque mi hermano
de ver su cuñado torna.
Amor, si eres dios, ¿qué esperas?
Así olorosos aromas
te sacrifiquen amantes
que favorezcas ahora
mi pretensión, pues es justa,
para que yo reconozca
que remuneras las penas
con las merecidas glorias.
Sale don BERNARDO
BERNARDO:
En el hábito en que estás
y en la corta bizarría
echo de ver, Blanca mía,
que esta noche al campo vas.
¿Quieres hacerme un placer,
pues que yo te dejo ir?
BLANCA:
¿En qué te puedo servir?
BERNARDO:
Merced me puedes hacer.
Vete en cas de mi Leonor,
pues que ya somos hermanos,
y besarásle las manos;
paga, que es justo su amor;
y las dos os podréis ir
juntas esta noche al Prado.
BLANCA:
Tú verás con el cuidado
que yo la voy a servir.
BERNARDO:
Yo te daré que la lleves,
como que es tuya, una joya.
BLANCA:
¡Bravo amor!
BERNARDO:
¡Ardese Troya!
muestra el amor que me debes.
BLANCA:
¿Dónde está la joya?
BERNARDO:
Ven
y escoge de las que traigo.
BLANCA:
¿Tú liberal? Mas ya caigo,
Bernardo, en que quieres bien.
(Los cielos me dan favor (-Aparte-)
contra el mayor enemigo.
BERNARDO:
¡Qué murmuras, Blanca?
BLANCA:
Digo
que es muy hermosa Leonor.
BERNARDO:
Dila mil cosas de mí,
que quiero que la enamores.
BLANCA:
Toda esta noche es de amores.
¡Oh, si amaneciese ansí!
Vanse.
Salen Doña LEONOR e INÉS
LEONOR:
No trates de consolarme,
que es consolarme ofenderme.
INÉS:
¿Adónde vas?
LEONOR:
A perderme.
INÉS:
¿Qué piensas hacer?
LEONOR:
Matarme;
que no puede remediarme
sino la muerte en tan fuerte
desdicha.
INÉS:
Señora, advierte. . .
LEONOR:
No tienes que me advertir,
que el más penoso morir
es dilatando la muerte.
¡Ausentarse nos bastaba
don Juan, que es luz de mis ojos,
sin añadir los enojos
de una violencia tan brava!
Si mi hermano se casaba,
¿por qué me casaba a mí?
Pero si a don Juan perdí,
saldrá don Luis con matarme,
mas no saldrá con casarme,
puesto que haya dado el sí.
Cánsese en locos intentos,
más que el mar deshace espumas,
que dagas no son las plumas
que firman los casamientos;
antes son los fundamentos,
cuando no los junta amor,
para apartarlos mejor;
y esto de daga de hermano
es tempestad de verano:
poco rayo y gran temor.
INÉS:
¿De qué te espantas que huya
de verte casar don Juan,
puesto que tan cerca están
de que todo se concluya?
LEONOR:
A ser firmeza la suya,
él viera que no podía
vencer la muerte a la mía;
mas como no la hay en él,
por no matarme cruel,
inconstante se desvía.
Sale TELLO, de camino
INÉS:
¿Quién viene aquí?
TELLO:
¿No lo ves?
INÉS:
¿Es Tello?
TELLO:
Linda razón,
Echame la bendición
y dame, Leonor, los pies.
LEONOR:
¿Qué es esto?
TELLO:
Partir, Señora.
LEONOR:
¿Partir? ¿Con tal brevedad?
No tiene de sí piedad,
Tello, quien se aparte agora,
pues víspera de San Juan.
TELLO:
Somos de Mantua marqueses,
que por los ríos franceses
la caza buscando van.
Los tiempos son calurosos;
pienso que Sierra Morena
nos ha de dar mala cena,
aunque hay conejos famosos;
si bien no tienen igual
con el Parque de Madrid.
LEONOR:
Partid, ingratos, partid,
para qué dejéis mortal
una mujer que engañastes.
TELLO:
¿Yo, señora?
LEONOR:
Sí, los dos;
que habéis de dar cuenta a Dios
del daño que me causastes.
TELLO:
De Inés vaya, mas ¿de ti?
LEONOR:
Tú, traidor, fuiste el primero
pintándome caballero
a un ladrón.
TELLO:
¿Ladrón?
LEONOR:
Sí.
TELLO:
¿Sí?
Antes hasta el nombre tiene
hurtado.
LEONOR:
Eso digo yo;
que quien hasta el nombre hurtó
este nombre le conviene.
TELLO:
Pues yo tengo imaginado
que fuera, Leonor discreta,
mejor para ser poeta,
porque fuera todo hurtado.
Mas sé, que si visto hubieras
lo que este pobre ha pasado,
que restituyó lo hurtado,
y aun lo por hurtar, dijeras.
Ha hecho cosas crueles
consigo, y tanto lloró,
que pienso que jabonó
con lágrimas tus papeles.
No ha comido ni he podido
hacer que tome un bizcocho;
que hoy, Leonor, desde las ocho
ayuna al partir Cupido.
Allá, con razones tibias,
dice que muere en tu fe,
por más que le prediqué
en un púlpito de Esquivias.
Cuando vió traer las mulas,
campanillas de un ausente
(no sé cómo este accidente
sin lágrimas disimulas),
la manga desabotona
del jubón y rompe aprisa
la trenza de la camisa.
TELLO:
No de romana matrona,
sino de Scévola brazo,
toma un cuchillo; yo corro
al socorro, y el socorro
se me volvió puntillazo,
con que dando en un baúl
en esta pierna, al contrario,
un hábito trinitario
traigo entre rojo y azul.
Luego, por huir, topé
con la esquina de un bufete,
que es bufón que se entremete,
o golpe o estorbo fué,
y metióme en la barriga
la esquina de tal manera,
que dando pasos afuera
anduve de viga en viga,
hasta que di sobre un arca,
adonde sin ser yo mona,
haciéndome de corona
vine a quedar por monarca.
LEONOR:
Y el cuchillo, ¿en qué paró?
TELLO:
Que, sin mandarlo Avicena,
del corazón en la vena
con la punta se picó.
Mojó en la sangre una pluma,
y apercibiendo papel,
escribió con ella en él
de sus desdichas la suma.
Pelícano, en fin, Leonor,
si no cernícalo, ha sido,
que estoy, por mal prevenido,
baldado de cazador.
LEONOR:
Muestra, aquí dice: "Estas son
hoy de mi fe las postreras
reliquias." Alma, ¿qué esperas?
Voy a echarme del balcón.
INÉS:
¿Señora?
TELLO:
¡Señora!
INÉS:
Tente.
TELLO:
Detente.
INÉS:
¿Estás loca?
LEONOR:
Sí.
Mataréme desde aquí
luego que don Juan se ausente.
Por eso dile que venga
a verme, o que muerta soy.
TELLO:
Espera, yo iré, ya voy.
LEONOR:
Pues venga, y no se detenga,
que si en la mula le veo,
me arrojaré del balcón.
TELLO:
Caerás en el pozo airón.
LEONOR:
¿Qué infierno como un deseo?
TELLO:
¡Oh, Hero, de gran valor!
¡Oh Leandro, que nadando
vas en una mula, cuando
navegas el mar de amor!
(Vase.)
INÉS:
Impertinente has estado
en este necio coloquio.
LEONOR:
Pues escucha un soliloquio,
de mis desdichas traslado.
INÉS:
No, por Dios, que son efetos
de menos satisfacción
y quitarás de invención
lo que gastes de concetos.
Poco más o menos, sé
cuanto me puedes decir.
Salen Don JUAN, de camino, y TELLO
JUAN:
¿Que no me puedo partir?
TELLO:
Ya no es posible.
JUAN:
¿Por qué?
LEONOR:
¡Jesús! ¿don Juan de camino?
INÉS:
Desmayóse.
TELLO:
Llega presto.
JUAN:
Buenas andan mis desdichas,
buenos van mis pensamientos.
¡Leonor!, ¡ah, Leonor!
TELLO:
Murióse.
JUAN:
¿Cómo murióse? En los cielos
(si hay soplo que a tanto baste)
se morirá el sol primero.
Aquí, estrellas, que se eclipsa
la luna deste hemisferio.
Si soy la tierra, ¡ay de mí!,
que vine a ponerme en medio.
Aquí, celestiales luces,
hermoso planeta Venus,
que no habrá amor en el mundo
y será su fin más presto.
Aquí, polos, que tenéis
de los cielos el gobierno,
diamantes desenclavados
de aquellos dorados techos.
Primavera, que se mueren
las rosas, acudid presto.
Campos, mirad que os espera
un luto de eterno invierno.
Excelsos montes de nieve
ésta falta en vuestros puertos,
¡adónde iréis por blancura
que encubra vuestros defetos?
Dadme esas manos, mi bien,
¡es posible, hermoso hielo,
que no te despierta Fénix,
el sol de mi ardiente fuego?
¡Ay, elementos, haced
llanto! El aire, por su aliento
aromático; las aguas,
por el cristal de su pecho;
la tierra, por tantas flores,
y por tanta luz, el fuego.
Ea, ¿qué aguardáis? Venid,
sol, estrellas, luna, Venus,
polos, montes, nieves, campos,
agua, fuego tierra y vientos.
Pues esto sufrís, cielos,
ya el mundo se acabó, su sol se ha muerto.
TELLO:
Nunca te he visto ensartar,
con relámpagos y truenos,
tantos desatinos juntos.
JUAN:
Pues ¿qué quieres, si no veo
señal de cielo en sus ojos,
señal de azahar en su aliento?
Oh, nunca pasara el mar,
o al través diera mi leño
en la canal de Bahama;
fuérase a pique hasta el centro
el navío en que venimos
sepultara el mar mi cuerpo.
TELLO:
¿Y qué hicieran a Leonor
los demás que estaban dentro,
viniendo a lograr a España
sus trabajos y sus pesos?
¡Por Dios, que había de pedir
prestada para aquel tiempo
su ballena al buen Madrid
para meterme en su pecho!
JUAN:
Quéjate, España, de mí,
que a Colón he sido opuesto;
que él trujo a España las Indias
y yo sin Indias la dejo.
Aquí la plata y el oro,
para siempre se perdieron,
las piedras y los diamantes.
TELLO:
Ea, di que marineros
y maestros y pilotos
aprendan oficios nuevos;
que buenas quedan las Indias,
si quedan, por tus enredos,
sin Cerro de Potosí,
que vale infinitos pesos.
JUAN:
Tello, yo no quiero vida;
yo no quiero vida, Tello.
TELLO:
Pues, ¿quién te ruega con ello?
JUAN:
Ya no me queda remedio.
Pues esto sufrís, cielos,
ya el mundo se acabó, su sol se ha muerto.
LEONOR vuelve en sí
LEONOR:
¿Qué es esto, Inés? ¿Quién da voces?
INÉS:
Albricias, señor, que ha vuelto
del desmayo.
JUAN:
¡Leonor mía!
LEONOR:
¿Quién me llama?
JUAN:
Ya volvieron
el sol, la aurora, y el día,
cielos, a su ser primero.
LEONOR:
Atenta, cruel don Juan,
a tus engaños, que han hecho
sirenas del mar de amor
mis desdichas y tu ingenio;
no te quise interrumpir,
por ver si en tantos enredos
hallaba alguna verdad,
de tu sentimiento ejemplo.
Pero si alguna lo ha sido,
¿qué furia, qué movimiento
de tu condición mudable
te lleva a matarme, haciendo
culpa la firmeza en mí
con que te adoro y respeto?
Que quien los respetos culpa,
no quiere estimar los yerros,
porque temerá que se hagan
quien se ha de obligar con ellos.
No es culpa la que procede
de la fuerza, ni yo tengo
más ley que tu voluntad,
más fe que tu pensamiento.
Dime tú, pues que de mí
te dió el cielo el mero imperio:
"Leonor, en esta desdicha
este remedio tenemos";
que si fuere atropellar
vida, honor, hermanos, deudos,
patria, y aun alma, aquí estoy.
JUAN:
¿Es eso cierto?
LEONOR:
Y tan cierto
que no hay a la ejecución
un átomo solo en medio.
Pues dame esa mano, y vamos
donde firme juramento
para siempre nos obligue,
que ya con su manto negro
nos viene a cubrir la noche,
y sin ser vistos podremos
salir, llegar y jurar;
que depositada luego,
en voluntades conformes,
¿qué importan fuerzas ni pleitos?
LEONOR:
Inés, toma tú mis joyas,
y cuando aquí vuelva Tello
venid entrambos adonde
él te enseñe y yo te espero.
¿Es amor esta locura?
¿Es lealtad este deseo?
¿Es verdad esta fineza?
JUAN:
Tú, como del alma dueño,
te responde. Tello, vamos,
que esta noche por lo menos
sí se alabare del hurto,
no del prestado silencio,
que entre tanta gente y voces
seguros, señora, iremos,
que lo que suele estorbar,
sirve agora de remedio.
Si dejar por su marido
casa y padre es ley del cielo,
¿a quién ofendo en dejarlo,
pues hoy al cielo obedezco?
Vanse los dos
TELLO:
Plegue a Dios que no tengamos
mal San Juan.
INÉS:
¡Ay, Tello, temo
la condición de su hermano;
que ser don Juan caballero
de tanto valor, no importa,
pues con este casamiento
el de Blanca queda en blanco;
fuera de no ser bien hecho
sacarle su hermana ansí.
TELLO:
No quiso hablar mi escarmiento;
que si por lo del cuchillo
me vi entre sus manos muerto,
con esta ocasión ¿qué hiciera?
¡Oh, amantes!: ¿Qué atrevimiento
perdona vuestra locura?
Voy a seguirlos, que pienso
que habrá menester las manos.
INÉS:
Yo, Tello, entretanto, quiero
sacar joyas y vestidos.
TELLO:
Yo vendré por ti y por ellos.
Vase TELLO.
Sale Don LUIS dirigiéndose
a alguien dentro
LUIS:
Di, Fernando, a Marcial que saque el coche
porque es breve la noche,
y la puedan gozar en Soto o Prado.
INÉS:
Don Luis es éste; toda me ha turbado.) (-Aparte-)
LUIS:
Inés, ¿adónde está Leonor, mi hermana?
Que querría que fuese por mi esposa
para que juntas esta noche hermosa
(pues hace competencia al mejor día)
comenzasen tan dulce compañía
en músicas, en álamos y en fuentes.
INÉS:
No habéis estado en eso diferentes,
que ya, señor, tu pensamiento hurtado
por ella fué para llevarla al Prado.
LUIS:
¡Oh qué placer me ha hecho, al fin discreta!
¿Qué paz puedo esperar que no prometa
anticiparse a visitar a Blanca?
Hoy le pienso añadir, con mano franca,
dos mil escudos más.
INÉS:
Eres gallardo.
LUIS:
Dile, si aquí viniere don Bernardo,
que ella y Leonor al Prado juntas fueron,
pues tengo por sin duda que se vieron.
Vanse,
y salen don JUAN, TELLO y LEONOR, ella con capotillo, sombrero y enaguas
JUAN:
No fue Paris más contento
a embarcarse para Troya
con aquella griega joya
que yo contigo me siento,
ni de aquel robo violento
de Briseida y Hesión,
Aquiles y Telamón,
ni Saturno con Filira,
ni Neso con Deyanira,
ni con Medea Jasón.
Que aunque la gloria de verte
en mi poder es tan alta,
que solamente le falta,
bella Leonor, merecerte,
pudiera, a no ser tan fuerte
de tu afición el valor,
que se atreviera al honor;
mas llegar una mujer
a no tener que temer,
pasa a cuanto puede amor.
Sólo me ha causado pena
la confusión de la gente
atrevida e insolente,
que por todas partes suena.
La plaza de luces llena,
¿cómo estará sin testigo
donde lo es el más amigo?
No sé qué calle seguir;
que mal me puedo encubrir
llevando mi sol conmigo.
LEONOR:
Aunque pretende el temor
vencer la dulce osadía
de mi amor, con más porfía
vuelve a la batalla amor.
Ya no temo su rigor,
porque llegar a temer
era dejar de querer,
y no quiero yo dejar
de quererte por hallar
disculpa de ser mujer.
Toda nuestra cobardía
hasta los peligros es,
teme el ser; pero después
se convierte en valentía
en la primer osadía
de una mujer que hoy lloramos,
culpadas todas estamos
mas cuantas después nacimos,
aquel daño que os hicimos
con estos yerros pagamos.
El que yo contigo espero
como castigo me alcanza,
que nos queréis por venganza
de aquel engaño primero;
pero yo, don Juan, te quiero
(con ánimo de perder
la vida) tanto, que el ser
en hombre viene a mudarse,
porque hasta determinarse
es una mujer mujer.
TELLO:
En vano el tiempo gastáis
donde el peligro os avisa
que en el espacio a la prisa
vuestro remedio libráis;
ya que en la estacada estáis,
vencer importa el morir.
JUAN:
Cuanto me puedes decir,
Leonor, de tus obras creo.
TELLO:
Por esta calle es rodeo,
por ésta podemos ir.
JUAN:
Yo pienso que favorece
la confusión nuestro engaño.
LEONOR:
Sólo el conocerme es daño,
que en tanto bien me entristece.
JUAN:
Tanto el alboroto crece,
que ya parece locura.
TELLO:
Por eso mismo procura
tanta dama, tanto coche,
hacer que tenga esta noche
por variedad hermosura. Tres mozos con capas de color, broqueles y espadas: OCTAVIO, MENDOZA, y CELIO
OCTAVIO:
¡Bravo altar!
MENDOZA:
Es muy Bautista
aquella dama, aunque pasa
no por desierto su casa,
según cierto coronista.
CELIO:
La oración, desa manera,
no será para casarse.
OCTAVIO:
¿No es linda?
MENDOZA:
Con enmoñarse,
siendo otoño es primavera.
CELIO:
El vestido mucho ayuda.
MENDOZA:
¿Nunca se ha de desnudar?
¿Ha la de andar a buscar
el galán si se desnuda?
OCTAVIO:
Notable pontifical
en esta edad viene a ser
un vestido de mujer.
CELIO:
No hay en el mundo caudal
para chapines y randas,
pero todo lo merecen.
MENDOZA:
Brava guerra nos ofrecen
con las celadas y bandas.
OCTAVIO:
Allí va cierto gazmonio
con su servicio.
CELIO:
¿De quién?
OCTAVIO:
Del diablo.
CELIO:
Tratalde bien,
que puede ser matrimonio.
MENDOZA:
¿Ah, señor, el de la ninfa?
¿es de Esgueva o Manzanares?
JUAN:
Calla, Tello, y no respondas.
TELLO:
No tendrá paciencia un ángel.
CELIO:
¿Es alquilada o es propia?
OCTAVIO:
¿Dónde la lleva el bergante?
MENDOZA:
¿Cómo no lleva tendidos
los cabellos virginales?
Que crecen mucho esta noche,
según los viejos romances.
OCTAVIO:
No es de mal monte la leña,
pues entre dos se reparte.
CELIO:
¡Cómo calla el socarrón!
MENDOZA:
¿Qué os espantáis de que calle,
si está enseñado a callar?
TELLO:
¿Esto quieres tú que pase?
JUAN:
Calla, Tello.
TELLO:
Ya no puedo.
Pícaros, si ya vinagres
salís de alguna despensa,
cueros vivos, hombres zaques,
oliendo a tabaco el alma
y las narices a parches,
¡por vida del rey de espadas,
que si saco la de Juanes
que ese quedará con vida,
que huya y que no le alcance!
OCTAVIO:
¡Oh, qué gracioso mandicho
es el que la lleva y trae!
JUAN:
Tello, ¿estás loco?
TELLO:
¿Esto sufres?
¡Afuera!
JUAN:
Voy a ayudarle.
LEONOR:
Detente, don Juan, detente.
JUAN:
Déjame, por Dios. ¡Cobardes,
haced como habláis!
OCTAVIO:
Justicia
viene.
JUAN:
¿Ya buscáis achaques?
LEONOR:
Triste de mí, qué he de hacer?
¿Hay desdicha más notable?
Si me conocen, soy muerta;
quiero en esta casa entrarme. Salen ALGUACILES y gente
ALGUACIL:
¡Téngase al rey!
JUAN:
Los que huyen
se tengan, que es gente infame;
que yo soy un caballero
que estoy a negocios graves
en la corte, y me quisieron,
con palabras arrogantes,
afrentar sin darles causa.
ALGUACIL:
Y él, ¿quién es?
TELLO:
Soy platicante
de caballero, que ha poco
que navega en estos mares,
¿Salté manda en qué le sirva?
ALGUACIL:
Vengan los dos a la cárcel.
TELLO:
¿Cómo a la cárcel?
JUAN:
(No veo (-Aparte-)
a Leonor.)
TELLO:
¿Salté no sabe
que es aquesta noche libre?
ALGUACIL:
Allí va el señor Alcalde;
vengan y hablarán con él.
JUAN:
Vamos, que yo quiero hablarle,
y sabrán vuesas mercedes
la mucha que a mí me hace.
ALGUACIL:
Vengan por aquí.
JUAN:
(¡Ay, Leonor! (-Aparte-)
Luego volveré a buscarte,
si no es tanta mi desdicha
que me detenga o me mate.) Cuando los van llevando sale Don PEDRO y dice a uno dellos
PEDRO:
¡Ah, caballero, qué es esto?
ESCRIBANO:
Cuchilladas, disparates
de esta noche.<poem>
PEDRO:
Que Dios os guarde.
Cansado de esperarte,
hermosa Blanca, de tu calle vengo,
y no pudiendo hallarte,
apenas alma ni esperanza tengo.
¡Ay Dios! si te ha forzado
tu hermano al casamiento concertado?
Es este pensamiento,
forzado soy a despedir la vida,
que si del casamiento
cumpliste la escritura prometida
y a la mía faltaste,
al umbral de la muerte me dejaste.
Música y grita suena;
todos se alegran, todos son dichosos;
yo, sólo, en tanta pena,
no puedo alzar los ojos envidiosos;
que no hay mayor desdicha
que no tener entre dichosos dicha.
Salen con guitarras y
sonajas y canten así:
MUSICA:
"Salen de Sanlúcar,
rompiendo el agua,
a la Torre del Oro
barcos de plata.
Verdes tienes los ojos,
niña, los jueves,
que si fueran azules,
no fueran verdes.
Salen de Valencia,
noche de San Juan,
dos pescadas saladas
al fresco del mar."
Éntrense en grito y regocijo,
y diga Don PEDRO
PEDRO:
Envidio el contento y gusto
con que estos cantando van.
¿Que en la noche de San Juan
sólo yo tenga disgusto?
Yo sólo, amor, siempre injusto,
por tus mudanzas indigno
de tener nombre divino,
dudoso entre el bien y el mal,
del contento general
soy en Madrid peregrino.
Ya no tengo qué esperar,
que en esta nueva mudanza
aun no quiere la esperanza
acompañar mi pesar.
Ya quiere el alba llorar,
pues ¿qué quieren mis desvelos?
Ya sus cristalinos hielos
ensartan perlas en flores,
o los fingen mis temores,
que vuelven los cielos celos.
Quiero en mi posada entrar,
aunque sé que no a dormir;
que no haré poco en vivir
si Blanca se ha de casar.
Aquí siento suspirar;
parece en la voz mujer.
¿Si ella vino? Puede ser
que me aguarde con temor.
La honra te vuelvo, amor,
y conozco tu poder.
¿Eres tú, mi bien? Pues calla,
no debe de ser. ¿Quién va?
LEONOR:
Una mujer.
PEDRO:
Ella es.
¿Ha mucho, mi bien, que estás
esperándome? Perdona,
que con amor pude errar
en ir a buscarte. Dame
los brazos, y entre, que ya
mi casa te espera, dueño.
LEONOR:
Y yo estaba, de esperar,
sin vida, Teneos, ¡ay, Dios!,
que ni soy la que esperáis
ni vos sois lo que yo espero.
PEDRO:
Decís muy bien: perdonad.
¿Pero cómo estáis aquí?
Que he venido a recelar
que alguna traición me han hecho.
LEONOR:
Advertid que os engañáis.
Bien podéis estar seguro
que una airada tempestad
de desdichas me ha traído.
No puedo deciros más.
PEDRO:
¿Quién está con vos?
LEONOR:
Si digo,
señor, quién conmigo está,
no es mucho que imaginéis
el peligro que ignoráis;
porque son tantos mis males,
que por ventura podrán
invisibles basiliscos,
sólo mirando matar.
Huid de verme y de hablarme,
que son veneno mortal
los males que fueron bienes.
PEDRO:
Dejad los ojos, y hablad.
LEONOR:
Quieren divertir mi pena
con hablar y con llorar,
cual a gusano de seda
en truenos de tempestad,
hacen al alma ruido
porque no sienta mi mal.
Con un caballero, a quien
debo honesta voluntad,
iba de la mano. ¡Ay, triste,
cómo es imposible hallar
a contradicción divina
humana seguridad!
¡Qué fiesta habrá sin desdicha!
¡Qué contento sin azar!
¡Qué gusto sin su enemigo!
¡Qué bien sin dificultad!
Criado y señor parecen,
juntos siempre, el bien y el mal.
Nunca el bien delante viene
sin venir el mal detrás.
Acuchilláronle aquí,
pienso que muerto le habrán
unos hombres que tenían
por alma su necedad.
Es privilegio del vulgo,
en estando junto, hablar
con libertad, e imposible
castigar su libertad.
Aquí me entré de temor,
y cansada de esperar
lloré perderle y perderme,
porque todo ha sido igual.
Pues en el talle y el traje
ser caballero mostráis,
amparad una mujer,
ya por ser este lugar
donde la halláis vuestra casa,
ya porque obligado estáis
a vuestro respeto mismo,
que no le podéis negar,
a título de ser noble,
la obligación natural.
PEDRO:
Extraña desdicha ha sido
la vuestra; mas puede os dar
consuelo que no es la mía
a la vuestra desigual.
A nuestros perdidos dueños
podemos los dos llorar,
el mío, porque no viene,
y el vuestro, porque se va.
Yo vi llevar unos hombres
presos; pienso que serán
los que decís; buenos iban,
bien os podéis sosegar.
Sólo de vos saber quiero
el consejo que tomáis
para que pueda serviros,
que vuestro término da,
traje y discreción, indicios
de ser mujer principal.
Mirad si os está mejor
que a vuestra casa volváis,
o queréis que venga el día
si tenéis peligro allá;
pues no es posible que tarde,
que ya parece que dan
de la risa del aurora
aquellas nubes señal.
PEDRO:
Y parece que los montes
lo verde argentando están
por la espalda de la noche
líneas de plata oriental.
Aquí tendréis aposento,
criadas honradas hay;
mozo soy, no soy casado,
no habrá celos, no temáis;
aun no he vendido lo libre,
si bien lo quise emplear
en este bien que me falta.
Dios sabe si volverá.
Yo iré a la cárcel mañana
a saber de ese galán,
tan dichoso como yo,
si perdió lo que lloráis;
que por la misma fortuna
bien nos podemos juntar,
pues caminos y desdichas
siempre hicieron amistad.
LEONOR:
Aquí será bien quedarme,
si vos licencia me dais,
hasta que sepáis mañana
si fué mi temor verdad.
Que cuando sepáis quién soy,
mi nombre y mi calidad
(que agora es fuerza encubriros),
yo sé que no os pesará
de haberme dado favor.
PEDRO:
Bastantes indicios dais.
Caballero soy, segura
vuestro honor podéis fiar
de mi nobleza y mi celo.
LEONOR:
Conozco la voluntad
con que ayudáis mi fortuna
y mi temor animáis.
PEDRO:
Extrañas cosas suceden
una noche de San Juan.
LEONOR:
(¡Ay, don Juan!) (-Aparte-)
PEDRO:
(¡Ay, Blanca! ¡Ay, cielos! (-Aparte-)
¿Cómo es posible esperar
que amanezca con más bien
quien anochece tan mal?)