La noche y la inspiración
A mi amigo el artista D. Julián Romea.[1]
- I -
La noche, sobre el mundo desplomada,
Tendió en él de su sombra el ancho velo,
Porque su sueño no turbase osada
La lumbre de las lámparas del cielo.
Pero temiendo acaso que le ahogara
Con tan espesa red sombra importuna,
Antes que con pavor se desvelara
Trepó al cenit la transparente luna.
A la amarilla luz con que ilumina,
Cobíjase la sombra en los rincones;
Y reflejan su llama peregrina
Ríos, fuentes, pizarras y balcones.
Como en delirio de amoroso ensueño
De la virgen sonríe el labio amante,
La tierra desplegó su adusto ceño
Al fugitivo resplandor errante.
Duerme allá en su palacio el poderoso,
Duerme el pastor cansado en su cabaña,
Éste tranquilo, el otro receloso
Soñando avaro la fortuna extraña
Duerme al pie de sus armas el soldado,
Duerme el mendigo tras de larga vela,
Mientras por éste vela su cuidado
Y por aquél el tardo centinela.
Duerme el ave en las ramas guarecida,
Duerme la fiera en su morada impura,
Aquélla por las ráfagas mecida,
Ésta al rumor del agua que murmura.
Deslízase la brisa temerosa,
Guardan las nubes la tormenta inerme.
Todo entre sombras a la par reposa,
El viento calla, la tormenta duerme.
Tú, dulce amigo, que en la noche umbría
Al grato son del arpa melodiosa
Ensayabas cantares algún día
Bajo el balcón de tu adorada hermosa,
Déjame que hoy en soledad delire,
Y a delirar contigo me aventure,
Que en tus brazos un hora en paz respire
Y del dormido mundo en paz murmure.
Yo soy el que cantó fiestas y amores
En insensatos himnos juveniles,
Y el arpa tosca coroné de flores
Al ensayar mis cánticos pueriles.
Yo soy el que soñó gloria y laureles,
Y con la vida en mi ilusión luchando
Orlé el mundo de falsos oropeles
Allá en mi loca juventud soñando.
Ya desperté: mis fábulas soñadas,
Mis delirios de amor, perdí en el viento,
Y el viento, como ramas desgajadas,
Las apartó del tronco macilento.
Hoy no conservo de la edad primera
Más que la voz un poco enronquecida,
Y el velo de la negra cabellera
Sobre la frente sin color tendida.
Quédame de mí mismo la esperanza
Y el afán de cantar mientras aliente,
Mientras gravite en la vital balanza
La vanidad del corazón demente.
Quédame aún altivo y vigoroso
De noble inspiración el fuego santo,
Quédasme tú, poeta generoso,
Para escuchar mi desmayado canto.
Tú, que vas a las tumbas de los hombres
A buscar un disfraz y una careta
Para escudar con los difuntos nombres
Tus amargas creencias de poeta.
Tú, que al abrigo de ignoradas leyes,
Con la antifaz de un muerto, en gesto bravo
Parodias los esclavos y los reyes
Riéndote del rey y del esclavo.
Tú, que en la farsa del ocioso mundo
Preparando otra farsa al mando mismo,
Lo das a devorar su cieno inmundo
En formas de virtud y de heroísmo.
Quédasme tú, y la noche silenciosa
Con su turbio fanal, tocas azules;
La soledad del bosque religiosa
Con su manto de pinos y abedules.
Quédame el templo con su acorde coro,
Sus capillas, sus lámparas o altares,
Su santa cruz, sus incensarios de oro
Y sus gigantes góticos pilares.
Quédame el mundo sin la imbécil farsa
Que en su tablado inmenso se coloca,
Todo el teatro, en fin, sin la comparsa
Que bulle en él desenfrenada y loca.
No más la cantaré sus devaneos;
Ya se acabó mi cántico mundano,
Que me cansan sus falsos galanteos
Y el necio aplauso de su torpe mano.
Ronca la voz y seca la garganta,
Expiró mi cantar, rompí mi lira,
Sólo mi lengua mis caprichos canta,
Sólo esa farsa compasión me inspira.
Puesto que un mundo me fingí tan bello
Cuanto le encuentro descompuesto y loco,
Hoy por la turba impávido atropello
Porque le creo a mis delirios poco.
Y hoy, a la lumbre de la blanca luna
Escúchame la inspiración sublime,
Que me bulle en el ánima importuna
Y el perezoso corazón me oprime.
Porque ese cielo azul y esa ancha sombra
Que mitiga la luz que el sol enciende,
Con que la noche su palacio alfombra,
Y esa brisa fugaz que el aura hiende,
Y ese mudo y silencio pavoroso
Que regala el cansancio del oído,
Y en pabellón convierte de reposo
El mundo que a sus pies yace dormido,
Son una inspiración dulce, tranquila,
Vaga, armoniosa, en que se aduerme el alma,
En que el dudoso corazón vacila....
La que habló Calderón y agitó a Talma.
Ésa no la conocen los profanos
Ni revelarla osó ningún profeta:
¡Oh! Ven; que mientras duermen los mundanos
Yo siento en mí la inspiración inquieta.
Óyela tú, que brota solitaria
Para ti, en tu pacífico retiro,
Como amorosa y lánguida plegaria,
Como amistoso y postrimer suspiro.
- II -
Pende del cenit la luna,
Reverberan las estrellas,
La vida se vierte de ellas
Porque pensar es vivir.
Vacila inquieta la mente,
El pensamiento medita,
Ociosa el alma se agita
Y deliramos sentir.
Cual mana en oculta peña
Cristalina y mansa fuente,
Crea imágenes la mente
Que se ofuscan al brotar.
Nos presta honda, solitaria,
Una idea el pensamiento,
Y sin gozo y sin tormento
La sentimos resbalar.
Una idea libre, vaga,
Turbulenta, revoltosa,
Un fantasma de una cosa
Que no hemos visto jamás;
Una fosfórica llama
Que nos sigue y la seguimos,
Adelante si la huimos,
Si la buscamos, detrás.
Idea que brota informe
En la languidez del alma,
Que nace y muere en la calma
Del placer o del pesar;
Una idea que no estorba
Para ver lo que se mira,
Que nada en el alma inspira
Y en nada deja pensar
No es mujer, demonio, ni ángel,
No es esperanza ni gloria,
Pero existe en la memoria
Sin fuerza y sin voluntad;
Si el alma padece es triste,
Y si goza es lisonjera,
Y si el alma desespera,
La idea es la eternidad.
Esa idea nos agobia,
Se revuelve y se acrecienta
De la noche amarillenta
Al silencioso rumor;
Y el susurro de una brisa,
El murmullo de una fuente,
La mantienen en la mente
Sin hacérnosla mejor.
Entonces es cuando el hombre
Piensa sin saber qué piensa,
Y aborta una idea inmensa
Sin concebirla tal vez;
Entonces es cuando mira
En la tierra un hondo foso,
Y un pabellón de reposo
Del cielo en la brillantez.
La soledad y el silencio
Exhalan vaga armonía
Que en el oído no oiría,
Y atenta el alma escuchó.
Una música con formas
Que al resbalar en la mente
Nos deja lánguidamente
La idea de que pasó.
Entonces nuestros sentidos
En blandos sueños deliran,
Y en torno al ánima giran
Ilusiones mil a mil.
El oído oye murmullo,
El olfato aspira olores,
Los ojos crean colores
En delirio tan pueril.
Vemos entonces paisajes
Con ruinas, templos y fiestas,
Y oímos coros y orquestas
Y suspirar y reír;
Sentimos ríos que corren,
Vistosas aves que vuelan,
Manantiales que rïelan
Por entre juncos salir.
Vemos en vasta llanura
Sotos y villas lejanas,
Y oímos de sus campanas
El apagado doblar;
Vemos formas misteriosas
Que sonríen pasajeras,
Y lumbre de mil hogueras
Que reflejan en la mar.
Vemos árboles, cascadas,
Insectos, monstruos y flores
Que nos dan ricos colores,
Y movimiento que ver;
Vemos un mundo cerrado
En transparentes encajes,
Entre flotantes celajes
Cercano a desparecer.
Y oímos dentro del pecho
El uniforme latido
Del corazón abatido
Que dentro volando está,
Como un reloj cuya péndola,
Sorda, monótona y lenta,
Los pasos del tiempo cuenta
Que a hundirse en la nada va.
En este estado sin nombre
Ni dormimos, ni velamos,
Vemos lo que no miramos,
Sentimos lo que no es.
Y a un movimiento, a un suspiro
Que olvidados exhalemos,
Todos nuestros sueños vemos
Pavesas a nuestros pies.
No es dormir y se despierta,
No es muerte y se vuelve a vida,
Y allá en la mente escondida
Se levanta una creación.
Entonces el pintor pinta,
El músico escucha y toca,
Y el poeta halla en su boca
Palabras de inspiración.
Entonces siente arrobado
De fuego su pensamiento,
De fuego el osado aliento,
De fuego el habla mortal;
Hay un volcán en su lengua,
Y un volcán en su mirada,
Y cruza el mar de la nada
Con su mirada inmortal.
Entonces escribe Byron,
Entonces pinta Murillo,
Y el sol vierte escaso brillo
Para su aborto alumbrar;
Entonces Hoffman delira,
Y en torno de su ponchera
Como en torno de una hoguera
Ve sus fantasmas flotar.
Entonces Calderón llama,
Y a su vigoroso acento,
Cielo, infierno, en un momento
Parecen delante de él.
Y paseando allí sus ojos,
Seres buscando inmortales,
Sus Autos sacramentales
Arroja al mundo en tropel.
Entonces el cuerpo duerme,
Este alcázar de ceniza
Que el ánima diviniza
Por ser cárcel de los dos,
Mientras ella, libre, ufana,
Hija de celeste prole,
De su estirpe soberana
Demanda cuenta a su Dios.
El mundo ansiosa registra
Sin respetos ni barreras,
En pos de lindas quimeras
Con que hacer mando mejor;
Y ni templos, ni palacios,
Ni presentes, ni futuros,
En la nada están seguros
De su ímpetu creador.
A su voz dejan los muertos
Sus encierros funerarios,
Envolviendo en los sudarios
Lo que queda de su ser;
Santos, criminales, niños,
Esclavos, soldados, reyes,
Sus caprichos como leyes
Se aprestan a obedecer.
Entonces la tierra es fango
Ante su origen divino,
El universo mezquino
A su noble inmensidad;
Dios es el fin de su raza,
Es la atmósfera su aliento,
Su alcázar el firmamento,
Su tiempo la eternidad.
Entonces brota en sonidos
El fuego febril del alma;
Lope, Schiller, Máiquez, Talma,
Atan el mundo a sus pies.
Y entonces ¡oh actor poeta!
En tu espíritu altanero,
Ni el poeta está primero,
Ni el actor está después.
Es el teatro tu imperio,
Es el pueblo esclavo tuyo,
Tus derechos el misterio
De tu osada inspiración;
Y nosotros, los profanos,
Asombrados te rendimos
Sonoro aplauso en las manos,
Respeto en el corazón.
Y en la altivez de tu orgullo
Llegan a ti nuestras voces
Como el imbécil murmullo
Que alza un insecto al volar;
Y a tu vista somos sólo
Nosotros, un pueblo entero,
Un revoltoso hormiguero
Que va tu planta a cegar.
Entonces, magnates, reyes,
Caudillos, conquistadores,
Privados, emperadores,
Son allí menos que tú;
Y ante tus falsos disfraces
Es tierra, harapos y talco
Cuanto ostenta altivo palco
De oro, perlas y tisú.
Referencias
[editar]- ↑ Julián Romea Yanguas (Aldea de San Juan, Murcia, 16 de febrero de 1813 - Loeches, 10 de agosto de 1868) fue un actor español de teatro romántico.