La perfecta casada: A Doña María Varela Osorio
Este nuevo estado en que Dios ha puesto a vuestra merced, sujetándola a las leyes del sancto matrimonio, aunque es como camino real, más abierto y menos trabajoso que otros, pero no carece de sus dificultades y malos pasos, y es camino adonde se tropieza también, y se peligra y yerra, y que tiene necesidad de guía como los demás; porque el servir al marido, y el gobernar la familia, y la crianza de los hijos, y la cuenta que juntamente con esto se debe al temor de Dios, y a la guarda y limpieza de la consciencia (todo lo cual pertenece al estado y oficio de la mujer casada), obras son que cada una por si pide mucho cuidado, y que todas ellas juntas no se pueden cumplir sin favor particular del cielo. En lo cual se engañan muchas mujeres, porque piensan que el casarse no es más que, dejando la casa del padre, y pasándose a la del marido, salir de servidumbre y venir a libertad y regalo; y piensan que, con parir un hijo de cuando en cuando, y con arrojarle luego de sí en los brazos de una ama, son tan cabales mujeres que ninguna las hace ventaja: como a la verdad, la condición de su estado y las obligaciones de su oficio sean muy diferentes. Y dado que el buen juicio de vuestra merced, y la inclinación a toda virtud, de que Dios la dotó, me aseguran para no temer que será como alguna destas que digo, todavía el entrañable amor que le tengo, y el deseo de su bien que arde en mí, me despiertan para que la provea de algún aviso y para que le busque y encienda alguna luz que, sin engaño ni error, alumbre y enderece sus pasos por todos los malos pasos deste camino y por todas las vueltas y rodeos dél. Y, como suelen los que han hecho alguna larga navegación, o los que han peregrinado por lugares extraños, que a sus amigos, los que quieren emprender la misma navegación y camino, antes que lo comiencen y antes que partan de sus casas, con diligencia y cuidado les dicen menudamente los lugares por donde han de pasar, y las cosas de que se han de guardar, y los aperciben de todo aquello que entienden les será necesario, así yo, en esta jornada que tiene vuestra merced comenzada, te enseñaré, no lo que me enseñó a mí la experiencia pasada, porque es ajena a mi profesión, sino lo que he aprendido en las Sagradas Letras, que es enseñanza del Espíritu Sancto. En las cuales, como en una tienda común y como en un mercado público y general para el uso y provecho general de todos los hombres, pone la piedad y sabiduría divina copiosamente todo aquello que es necesario y conviene a cada un estado, y señaladamente en este de las casadas se revee y desciende tanto a lo particular dél, que llega hasta, entrándose por su casas, ponerles la aguja en la mano, y ceñirles la rueca, y menearles el huso entre los dedos. Porque, a la verdad, aunque el estado del matrimonio en grado y perfección es menor que el de los continentes o vírgenes, pero, por la necesidad que hay dél en el mundo para que se conserven los hombres, y para que salgan dellos los que nacen para ser hijos de Dios, y para honrar la tierra y alegrar el ciclo con gloria, fué siempre muy honrado y privilegiado por el Espíritu Sancto en las Letras Sagradas; porque de ellas sabemos que este estado es el primero y más antiguo de todos los estados, y sabemos que es vivienda, no inventada después que nuestra naturaleza se corrompió por el pecado y fué condenada a la muerte, sino ordenada luego en el principio, cuando estaban los hombres enteros y bienaventuradamente perfectos en el paraíso. Ellas mismas nos enseñan que Dios por su persona concertó el primer casamiento que hubo, y que les juntó las manos a los dos primeros casados, y los bendijo, y fué juntamente, como si dijéramos, el casamentero y el sacerdote. Allí vemos que la primera verdad que en ellas se escribe haber dicho Dios para nuestro enseñamiento, y la doctrina primera que salió de su boca, fué la aprobación deste ayuntamiento, diciendo: «No es bueno que el hombre esté solo». (Gén, 2.)
Y no sólo en los libros del Viejo Testamento, adonde el ser estéril era maldición, sino también en los del Nuevo, en los cuales se aconseja y como apregona generalmente, y como a son de trompeta, la continencia y virginidad, al matrimonio le son hechos nuevos favores.
Cristo, nuestro bien, con ser la flor de la virginidad y amador sumo de la virginidad y limpieza, es convidado a unas bodas, y se halla presente a ellas, y come en ellas, y las santifica, no solamente con la majestad de su presencia, sino con uno de sus primeros y señalados milagros.
Él mismo, habiéndose enflaquecido la ley conyugal, y como aflojádose en cierta manera el estrecho ñudo del matrimonio, y habiendo dado entrada los hombres a muchas cosas ajenas y extrañas mucho de la limpieza, firmeza, y unidad que hay en él; así que, habiéndose hecho el tomar un hombre mujer poco más que recibir una moza de servicio a soldada por el tiempo que bien le estuviese, el mismo Cristo, entre las principales partes de su doctrina, y entre las cosas para cuyo remedio había sido enviado de su Padre, puso también el reparo de este vínculo sancto, y así le restituyó en el grado antiguo y primero. Y, lo que sobre todo es, hizo del casamiento, que tratan los hombres entre sí, significación y sacramento sanctísimo del lazo de amor con que Él se ayunta a las almas, y quiso que la ley matrimonial del hombre con la mujer fuese como retrato e imagen viva de la unidad dulcísima y estrechísima que hay entre Él y su Iglesia; y así ennobleció el matrimonio con riquísimos dones de su gracia y de otros bienes del cielo.
De arte1 que el estado de los casados es estado noble y sancto, y muy preciado de Dios, y ellos son avisados muy en particular y muy por menudo de lo que les conviene, en las Sagradas Letras por el Espíritu Sancto, el cual, por su infinita bondad, no se desdeña de poner los ojos en nuestras bajezas, ni tiene por vil o menuda ninguna cosa de las que hacen a nuestro provecho. Pues, entre otros muchos lugares de los divinos libros, que tratan desta razón, el lugar más proprio y adonde está como recapitulado o todo o lo más que a este negocio en particular pertenece, es el último capítulo de los Proverbios, adonde Dios, por boca de Salomón, rey y profeta suyo, y como debajo de la persona de una mujer, madre del mismo Salomón, cuyas palabras él pone y refiere, con gran hermosura de razones pinta acabadamente una virtuosa casada, con todas sus colores y partes para que, las que lo pretenden ser (y débenlo pretender todas las que se casan), se miren en ella como en un espejo clarísimo, y se avisen, mirándose allí, de aquello que les conviene para hacer lo que deben.
Y así, conforme a lo que suelen hacer los que saben de pintura y muestran algunas imágenes de excelente labor a los que no entienden tanto del arte, que les señalan los lejos y lo que está pintado como cercano, y les declaran las luces y las sombras, y la fuerza del escorzado, y con la destreza de las palabras hacen que lo que en la tabla parecía estar muerto, viva ya y casi bulla y se menee en los ojos de los que lo miran, ni más ni menos, mi oficio en esto que escribo, será presentar a vuestra merced esta imagen que he dicho labrada por Dios, y ponérsela delante la vista y señalarle con las palabras, como con el dedo, cuanto en mí fuere, sus hermosas figuras, con todas sus perfectiones, y hacerle que vea claro lo que con grandísimo artificio el saber y mano de Dios puso en ella encubierto.
Pero, antes que venga a esto, que es declarar las leyes y condiciones que tiene sobre si la casada por razón de su estado, será bien que entienda vuestra merced la estrecha obligación que tiene a emplearse en el cumplimiento dellas, aplicando a ellas toda su voluntad con ardiente deseo. Porque, como en cualquier otro negocio y oficio que se pretende, para salir bien con él, son necesarias dos cosas: la una, el saber lo que es, y las condiciones que tiene, y aquello en que principalmente consiste; y la otra, el tenerle verdadera afición; así, en esto que vamos agora tratando, primero que hablemos con el entendimiento y le descubramos lo que este oficio es, con todas sus cualidades y partes, convendrá que inclinemos y aficionemos la voluntad a que desee y ame el saberlas, y a que, sabidas, se quiera aplicar a ellas. En lo cual no pienso gastar muchas palabras, ni para con vuestra merced, que es de su natural inclinada a todo lo bueno, serán menester, porque, al que teme a Dios, aficionadamente para que desee y para que procure satisfacer a su estado, bástale saber que Dios se lo manda, y que lo proprio y particular que pide a cada uno es que responda a las obligaciones de su oficio, cumpliendo con el cargo y suerte que le ha cabido, y que, si en esto falta, aunque en otras cosas se adelante y señale, le ofende. Porque, como en la guerra el soldado que desampara su puesto no cumple con su capitán, aunque en otras cosas le sirva, y como en la comedia silban y burlan los miradores al que es malo en la persona que representa, aunque en la suya sea muy bueno, así los hombres que se descuidan de sus oficios, aunque en otras virtudes sean cuidadosos, no contentan a Dios. ¿Tendría vuestra merced por su cocinero y daríale su salario al que no supiese salar una olla, y tocase bien un discante?2. Pues así no quiere Dios en su casa al que no hace el oficio en que lo pone.
Dice Cristo en el Evangelio que cada uno tome su cruz; no dice que tomo la ajena, sino manda que cada uno se cargue con la suya propria. No quiere que la religiosa se olvide de lo que debe al ser religiosa, y se cargue de los cuidados de la casada; ni le place que la casada se olvide del oficio de su casa y se torne monja. El casado agrada a Dios en ser buen casado, y en ser buen religioso el fraile, y el mercader en hacer debidamente su oficio, y aun el soldado sirve a Dios en mostrar en los tiempos debidos su esfuerzo, y en contentarse con su sueldo, como lo dice Sant Iuan (Jn, 3). Y la cruz que cada uno ha de llevar y por donde ha de llegar a juntarse con Cristo, propriamente es la obligación y la carga que cada uno tiene por razón del estado en que vive; y quien cumple con ella, cumple con Dios y sale con su intento, y queda honrado e illustre, y como por el trabajo de la cruz alcanza el descanso merecido. Mas al revés, quien no cumple con esto, aunque trabaje mucho en cumplir con los oficios que él se toma por su voluntad, pierde el trabajo y las gracias.
Mas es la ceguedad de los hombres tan miserable y tan grande, que, con no haber duda en esta verdad, como si fuera al revés, y como si nos fuera vedado el satisfacer a nuestros oficios y el ser aquellos mismos que profesamos ser, así tenemos enemistad con ellos y huimos de ellos, y metemos todas las velas de nuestra industria y cuidado en hacer los ajenos. Porque verá vuestra merced algunas personas de profesión religiosas, que, como si fuesen casadas, todo su cuidado es gobernar las casas de sus deudos, o de otras personas, que ellas por su voluntad han tomado a su cargo, y que si se recibe o despide al criado, ha de ser por su mano dellas, y si se cuelga la casa en invierno, lo mandan primero ellas; y por el contrario, en las casadas hay otras que, como si sus casas fuesen de sus vecinas, así se descuidan dellas, y toda su vida es el oratorio, y el devocionario, y el calentar el suelo de la iglesia tarde y mañana, y piérdese entre tanto la moza, y cobra malos siniestros3 la hija, y la hacienda se hunde, y vuélvese demonio el marido. Y si a los unos y a los otros el seguir lo que no son les costase menos trabajo que el cumplir con aquello que deben ser, tendrían alguna color de disculpa, o si, habiéndose desvelado mucho en aquesto que escogen por su querer, saliesen perfectamente con ello, era consuelo en alguna manera; pero es al revés, que ni el religioso, aunque más se trabaje o gobernará como se debe la vida del hombre casado, ni jamás el casado llegará a aquello que es ser religioso; porque, así como la vida del monasterio y las leyes y observancias y todo el trato y asiento de la vida monástica, favorece y ayuda al vivir religioso, para cuyo fin todo ello se ordena, así al que, siendo fraile, se olvida del fraile y se ocupa en lo que es el casado, todo ello le es estorbo y embarazo muy grave. Y como sus intentos y pensamientos, y el blanco adonde se enderezan, no es monasterio, así estropieza y ofende en todo lo que es monasterio, en la portería, en el claustro, en el coro y silencio, en la aspereza y humildad de la vida; por lo cual le conviene, o desistir de su porfía loca, o romper por medio de un escuadrón de duras dificultades, y subir, como dicen, el agua por una torre.
Por la misma manera, el orden y el estilo de vivir de la mujer casada, como la convida y la alienta a que se ocupe en su casa, así por mil partes le retrae de lo que es ser monja o religiosa; y así los unos y los otros, por no querer hacer lo que propriamente les toca, y por quererse señalar en lo que no les atañe, faltan a lo que deben y no alcanzan lo que pretenden, y trabájanse incomparablemente más de lo que fueran si trabajaran en hacerse perfectos cada uno de su oficio, y queda su trabajo sin fruto y sin luz. Y como en la naturaleza los monstruos que nacen con partes y miembros de animales diferentes no se conservan ni viven, así esta monstruosidad de diferentes estados en un compuesto, el uno en la profesión, y el otro en las obras, los que la siguen no se logran en sus intentos; y como la naturaleza aborrece los monstruos, así Dios huye déstos y los abomina. Y por esto decía en la Ley vieja, que ni en el campo se pusiesen semillas diferentes, ni en la tela fuese la trama de uno y la estambre de otro, ni menos se le ofreciese en sacrificio el animal que hiciese vivienda en agua y en tierra.
Pues asiente vuestra merced en su corazón con entera firmeza, que el ser amiga de Dios es ser bien casada, y que el bien de su alma está en ser perfecta en su estado, y que el trabajo en ello y el desvelarse, es ofrecer a Dios un sacrificio aceptísimo de sí misma. Y no digo yo, ni me pasa por pensamiento, que el casado, ni algún otro género de gentes, han de carecer de oración, sino digo la diferencia que ha de haber entre las buenas religiosa y casada; porque, en aquélla, el orar es todo su oficio; en ésta ha de ser medio el orar para que mejor cumpla su oficio. Aquélla no quiso el marido, y negó el mundo y despidióse de todos, para conversar siempre y desembarazadamente con Cristo; ésta ha de tratar con Cristo para alcanzar de Él gracia y favor con que acierte a criar el hijo, y a gobernar bien la casa, y a servir como es razón al marido. Aquélla ha de vivir para orar continuamente; ésta ha de orar para vivir como debe. Aquélla aplace a Dios regalándose con Él; ésta le ha de servir trabajando en el gobierno de su casa por Él.
Mas considere vuestra merced cómo reluce, así en esto, como en todo lo demás, la grandeza de la divina bondad, que pone a su cuenta y se tiene por servido de nosotros con aquello mismo que es provecho nuestro. Porque a la verdad, cuando no hobiera otra cosa que inclinara a la casada a hacer del deber, si no es la paz y sosiego y el gran bien que en esta vida sacan y interesan las buenas de serlo, esto sólo bastaba; porque sabida cosa es que, cuando la mujer asiste a su oficio, el marido la ama, y la familia anda en concierto, y aprenden virtud los hijos, y la paz reina, y la hacienda crece. Y como la luna llena, en las noches serenas, se goza rodeada y como acompañada de clarísimas lumbres, las cuales todas parece que avivan sus luces en ella, y que la remiran y reverencian, así la buena en su casa reina y resplandece, y convierte así juntamente los ojos y los corazones de todos. El descanso y la seguridad la acompañan a dondequiera que endereza sus pasos, y a cualquiera parte que mira encuentra con el alegría y con el gozo, porque, si pone en el marido los ojos, descansa en su amor; si los vuelva a sus hijos, alégrase con su virtud; halla en los criados bueno y fiel servicio, y en la hacienda provecho y acrecentamiento, y todo le es gustoso y alegre; como al contrario, a la que es mala casera todo se lo convierte en amargura, como se puede ver por infinitos ejemplos. Pero no quiero detenerme en cosa, por nuestros pecados, tan clara, ni quiero sacar a vuestra merced de su mismo lugar. Vuelva los ojos por sus vecinos y naturales, y revuelva en su memoria lo que de otras cosas ha oído. ¿De cuántas mujeres sabe que, por no tener cuenta con su estado y tenerla con sus antojos, están con sus maridos en perpetua lid y desgracia? ¿Cuántas ha visto lastimadas y afeadas con los desconciertos de sus hijos y hijas, con quien no quisieron tener cuenta? ¿Cuántas laceran5 en extrema pobreza porque no atendieron a la guarda de sus haciendas, o por mejor decir, porque fueron la perdición y la polilla dellas? Ello es así, que no hay cosa más rica ni más feliz que la buena mujer, ni peor ni más desastrada que la casada que no lo es; y lo uno y lo otro nos enseña la Sagrada Escritura. De la buena dice así: «El marido de la mujer buena es dichoso, y vivirá doblados días, y la mujer de valor pone en su marido descanso, y cerrará los años de su vida con paz». (Ecl, 26.) «La mujer buena es suerte buena, y como premio de los que temen a Dios, la dará Dios al hombre por sus buenas obras. El bien de la mujer diligente deleitará a su marido y hinchirá de grosura sus huesos. Don grande de Dios es el trato bueno suyo; bien sobre bien y hermosura sobre hermosura es una mujer que es sancta y honesta. Como el sol que nace parece en las alturas del cielo, así el rostro de la buena adorna y hermosea su casa». (Ecl, 36.) Y de la mala dice, por contraria manera: «La celosa es dolor de corazón y llanto continuo, y el tratar con la mala es tratar con los escorpiones. Casa que se llueve es la mujer rencillosa, y lo que turba la vida es casarse con una aborrecible. La tristeza del corazón es la mayor herida, y la maldad de la mujer es todas las maldades. Toda llaga, y no llaga de corazón; todo mal, y no mal de mujer. No hay cabeza peor que la cabeza de la culebra, ni ira que iguale a la de la mujer enojosa. Vivir con leones y con dragones es más pasadero que hacer vida con la mujer que es malvada. Todo mal es pequeño en comparación de la mala; a los pecadores les caiga tal suerte. Cual es la subida arenosa para los pies ancianos, tal es para el modesto la mujer deslenguada. Quebranto de corazón y llaga mortal es la mala mujer. Cortamiento de piernas y descaimiento de manos es la mujer que no da placer a su marido. La mujer dió principio al pecado, y por su causa morimos todos». (Prov, 19.) Y por esta forma otras muchas razones.
Y acontece en esto una cosa maravillosa, que, siendo las mujeres de su cosecha gente de gran pundonor y apetitosas de ser preciadas y honradas, como lo son todos los de ánimo flaco, y gustando de señalarse y vencerse entre sí unas a otras, aun en cosas menudas y de niñería, no se precian, antes se descuidan y olvidan, de lo que es su propria virtud y loa. Gusta una mujer de parecer más hermosa que otra, y aun si su vecina tiene mejor basquiña6, o si por ventura saca mejor invención de tocado, no lo pone a paciencia; y si en el ser mujer de su casa le hace ventaja, no se acuita7 ni se duele, antes hace caso de honra y tiene punto sobre cualquier menudencia, y sólo aquesto no estima: como sea así que el ser vencida en aquello no le daña, y el no vencer en esto la destruye, y con ser así que aquello no es culpa, y aquesto destruye todo el bien suyo y de su casa; y con ser así que el loor que por aquello se alcanza es ligero y vano loor, y loor que antes que nazca perece, y tal, que, si hablamos con verdad, no merece ser llamado loor, y por el contrario, la alabanza que por esto se consigue es alabanza maciza y que tiene verdaderas raíces, y que florece por las bocas de los buenos juicios, y que no se acaba con la edad, ni con el tiempo se gasta, antes con los años crece, y la vejez, la renueva, y el tiempo la esfuerza, y la eternidad se espeja en ella, y la envía más viva siempre y más fresca por mil vueltas de siglos. Porque a la buena mujer su familia la reverencia, y sus hijos la aman, y su marido la adora, y los vecinos la bendicen, y los presentes y los venideros la alaban y ensalzan. Y a la verdad, si hay debajo de la luna cosa que merezca sea estimada y apreciada, es la mujer buena y, en comparación della el sol mismo no luce, y son escuras las estrellas, y no sé yo joya de valor ni de loor que ansí levante y hermosee con claridad y resplandor a los hombres, como es aquel tesoro de inmortales bienes de honestidad, de dulzura, de fe, de verdad, de amor, de piedad y regalo, de gozo y de paz, que encierra y contiene en sí una buena mujer cuando se la da por compañera su buena dicha.
Que si Eurípides, escritor sabio, parece que a bulto dice de todas mal, y dice que si alguno de los pasados dijo mal dellas, y de los presentes lo dice, o si lo dijeren los que vinieren después, todo lo que dijeron y dicen y dirán, él solo lo quiere decir y dice; así que, si esto dice, no lo dice en su persona, y la que lo dice tiene justa desculpa en haber sido Medea la ocasión que lo dijese.
Mas, ya que habemos llegado aquí, razón es que callen mis palabras, y que comiencen a sonar las del Espíritu Sancto, el cual, en la doctrina de las buenas mujeres que pone en los Proverbios, y yo ofrezco agora aquí a vuestra merced; comienza de estos mismos loores en que ya agora acabo, y dice en pocas razones lo que ninguna lengua pudiera decir en muchas: y dice desta manera: