La perfecta casada: Capitulo 18

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La perfecta casada de Fray Luis de León
Capitulo 18

Levantáronse sus hijos y loáronla, y alabóla también su marido.


Parecerá a algunos que tener una mujer, hijos y marido tales que la alaben, más es buena dicha della, que parte de su virtud. Y dirán que no es ésta alguna de las cosas que ella ha de hacer para ser la que debe, sino de las que, si lo fuere, le sucederán.

Mas aunque es verdad que a las tales les sucede esto; pero no se ha de entender que es suceso que les adviene por caso, sino bien que les viene porque ellas lo hacen y lo obran. Porque al oficio de la buena mujer Pertenece, y esto nos enseña Salomón aquí, hacer buen marido y criar buenos hijos, y tales, que no sólo con debidas y agradecidas palabras le den loor, pero mucho más con sus obras buenas. Que es pedirle tanta bondad y virtud, cuanta es menester, no sólo para sí, sino también para sus hijos y su marido. Por manera que sus buenas obras dellos sean proprios y verdaderos loores della, y sean como voces vivas que en los oídos de todos canten su loor. Y cuanto a lo del marido, cierto es lo primero que el Apóstol dice, que muchas veces la mujer cristiana y fiel, al marido que es infiel le gana y hace su semejante. Y así, no han de pensar que pedirles esta virtud es pedirles lo que no pueden hacer, porque si alguno puede con el marido, es la mujer sola. Y si la caridad cristiana obliga al bien del extraño, ¿cómo puede pensar la mujer que no está obligada a ganar y a mejorar su marido?

Cierto es que son dos cosas las que entre todas tienen para persuadir eficacia: el amistad y la razón. Pues veamos cuál destas dos cosas falta en la mujer que es tal cual decimos aquí, o vemos si hay alguno otro que ni con muchas partes se iguale con ella en esto.

El amor y amistad que hay entre dos, mujer y marido, es el más estrecho, como es notorio, porque lo principia la naturaleza, y la acrecienta la gracia, y le enciende la costumbre, y le enlazan estrechísimamente otras muchas obligaciones. Pues la razón y la palabra de la mujer discreta es más eficaz que otra ninguna en los oídos del hombre, porque su aviso es aviso dulce. Y como las medicinas cordiales, así su voz se lanza luego y se apega más con el corazón.

Muchos hombres habría en Israel, tan prudentes y de tan discreta y más discreta razón que la mujer de Tecua; y para persuadir a David y para inducirle a que tornase a su hijo Absalón a su gracia, Joab, su capitán general, avisadamente se aprovechó del aviso de sola esta mujer, y sola ésta quiso que con su buena razón y dulce palabra, ablandase y torciese a piedad el corazón del rey, justamente indignado, y sucedióle su intento (2 Re, 1), porque, como digo, mejórase y esfuérzase mucho cualquiera buena razón en la boca dulce de la sabia y buena mujer. Que ¿quién no gusta de agradar a quien ama? O ¿quién no se fía de quien es amado? O ¿quién no da crédito al amor y a la razón cuando se juntan? La razón no se engaña, y el amor no quiere engañar; y así, conforme a esto, tiene la buena mujer tomados al marido todos los puertos, porque ni pensará que se engaña la que tan discreta es, ni sospechará que le quiere engañar la que como su mujer le ama. Y si los beneficios en la voluntad de quien los recibe crían deseo de agradecimiento, y le aseguran para que sin recelo se fíe de aquel de quien los ha recibido, y ambas a dos cosas hacen poderosísimo el consejo que el beneficiador da al beneficiado, ¿qué beneficio hay que iguale al que recibe el marido de la mujer que vive como aquí se dice?

De un hombre extraño, si oímos que es virtuoso y sabio, nos fiamos de su parecer, ¿y dudará el marido de obedecer a la virtud y discreción que cada día vee y experimenta? Y porque decimos cada día, tienen aún más las mujeres para alcanzar de sus maridos lo que quisieren esta oportunidad y aparejo, que pueden tratar con ellos cada día y cada hora, y a las horas de mejor coyuntura y sazón. Y muchas veces lo que la razón no puede, la importunidad lo vence, y señaladamente la de la mujer, que, como dicen los experimentados, es sobre todas. Y verdaderamente es caso, no sé si diga vergonzoso o donoso, decir que las buenas no son poderosas para concertar sus maridos, siendo las malas valientes para inducirlos a cosas desatinadas que los destruyen.

La mujer por sí puede mucho, y la virtud y razón también a sus solas es muy valiente, y juntas entrambas cosas, se ayudan entre sí y se fortifican de tal manera, que lo ponen todo debajo de los pies. Y ellas saben que digo verdad, y que es verdad que se puede probar con ejemplo de muchas que con su buen aviso y discreción, han emendado mil malos siniestros en sus maridos, y ganándoles el alma y emendándoles la condición, en unos brava, en otros distraída, en otros por diferentes maneras viciosa. De arte que las que se quejan agora dellos y de su desorden, quéjense de sí primero y de su negligencia, por la cual no los tienen cual deben.

Mas si con el marido no pueden, con los hijos, que son parte suya y los traen en las manos desde su nacimiento y les son en la niñez como cera, ¿qué pueden decir, sino confesar que los vicios dellos y los desastres en que caen por sus vicios, por la mayor parte son culpas de sus padres? Y porque agora hablamos de las madres, entiendan las mujeres que, si no tienen buenos hijos, gran parte dello es porque no les son ellas enteramente sus madres. Porque no ha de pensar la casada que el ser madre es engendrar y parir un hijo; que en lo primero siguió su deleite, y a lo segundo les forzó la necesidad natural. Y si no hiciesen por ellos más, no sé en cuánta obligación les pondrían.

Lo que se sigue después del parto es el puro oficio de la madre, y lo que puede hacer bueno al hijo y lo que de veras le obliga. Por lo cual, téngase por dicho esta perfecta casada que no lo será si no cría a sus hijos, y que la obligación que tiene por su oficio a hacerlos buenos, esa misma le pone necesidad a que los críe a sus pechos; porque con la leche, no digo que se aprenda, que eso fuera mejor, porque contra lo mal aprendido es remedio el olvido; sino digo que se bebe y convierte en substancia, y como en naturaleza, todo lo bueno y lo malo que hay en aquella de quien se recibe; porque el cuerpo ternecico de un niño, y que salió como comenzado del vientre, la teta le acaba de hacer y formar. Y según quedare bien formado el cuerpo, así le avendrá el alma después, cuyas costumbres ordinariamente nacen de sus inclinaciones dél; y si los hijos salen a los padres de quien nacen, ¿cómo no saldrán a las amas con quien pacen, si es verdadero el refrán español? ¿Por ventura no vemos que cuando el niño está enfermo purgamos al ama que le cría, y que con purificar y sanar el mal humor della, le damos salud a él? Pues entendamos que, como es una la salud, así es uno el cuerpo; y si los humores son unos, ¿cómo no lo serán las inclinaciones, las cuales, por andar siempre hermanadas con ellos, en castellano con razón las llamamos humores? De arte que si el ama es borracha, habemos de entender que el desdichadito beberá, en la leche, el amor del vino; si colérica, si tonta, si deshonesta, si de viles pensamientos y ánimo, como de ordinario lo son, será el niño lo mismo. Pues si el no criar los hijos es ponerlos a tan claro y manifiesto peligro, ¿cómo es posible que cumpla con lo que debe la casada que no los cría? Esto es decir la que en la mejor parte de su casa, y para cuyo fin se casó principalmente, pone tan mal recaudo. ¿Qué le vale ser en todo lo demás diligente, si en lo que es más es así descuidada? Si el hijo sale perdido, ¿qué vale la hacienda ganada? O ¿qué bien puede haber en la casa donde los hijos para quien es no son buenos? Y si es parte desta virtud conyugal, como habemos ya visto, la piedad generalmente con todos, los que son tan sin piedad, que entregan a un extraño el fructo de sus entrañas, y la imagen de virtud y de bien que en él había comenzado la naturaleza a obrar, consienten que otra la borre, y permiten que imprima vicios en lo que del vientre salía con principio de buenas inclinaciones, cierto es que no son buenas casadas, ni aun casadas, si habemos de hablar con verdad; porque de la casada es engendrar hijos, y hacer esto es perderlos; y de la casada es engendrar hijos legítimos, y los que se crían así, mirándolo bien, son llanamente bastardos.

Y porque vuestra merced vea que hablo con verdad, y no encarecimiento, ha de entender que la madre en el hijo que engendra no pone sino una parte de su sangre, de la cual la virtud del varón, figurándola, hace carne y huesos. Pues el ama que cría pone lo mismo, porque la leche es sangre, y en aquella sangre la misma virtud del padre que vive en el hijo hace la misma obra; sino que la diferencia es ésta, que la madre puso este su caudal por nueve meses, y la ama por veinticuatro; y la madre, cuando el parto era un tronco sin sentido ninguno, y la ama, cuando comienza ya a sentir y reconocer el bien que recibe; la madre influye en el cuerpo, la ama en el cuerpo y en el alma. Por manera que, echando la cuenta bien, la ama es la madre, y la que parió es peor que madrastra, pues ajena de sí a su hijo, y hace borde lo que había nacido legítimo, y es causa que sea mal nacido el que pudiera ser noble, y comete en cierta manera un género de adulterio poco menos feo y no menos dañoso que el ordinario, porque en aquél vende al marido por hijo el que no es dél, y aquí el que no lo es della, y hace sucesor de su casa al hijo del amo y de la moza, que las más veces es una villana, o esclava.

Bien conforma con esto lo que se cuenta haber dicho un cierto mozo romano, de la familia de los Gracos, que volviendo de la guerra vencedor, y rico de muchos despojos, y veniéndole al encuentro para recebirle alegres y regocijadas su madre y su ama juntamente, él, vuelto a ellas y repartiendo con ellas de lo que traía, como a la madre diese un anillo de plata y al ama un collar de oro, y como la madre, indignada desto, se doliese dél, le respondió que no tenía razón, «porque, dijo, vos no me tuvistes en el vientre más de por espacio de nueve meses, y ésta me ha sustentado a sus pechos por dos años enteros. Lo que yo tengo de vos es sólo el cuerpo, y aun ése me distes por manera no muy honesta; mas la dádiva que désta tengo, diómela ella con pura y sencilla voluntad; vos, en naciendo yo, me apartastes de vos y me alejastes de vuestros ojos, mas ésta, ofreciéndose, me recibió, desechado, en sus brazos amorosamente, y me trató así, que por ella he llegado y venido al punto y estado en que agora estoy».

Manda Sant Pablo, en la doctrina que da a las casadas, «que amen a sus hijos». Natural es a las madres amarlos, y no había para qué Sant Pablo encargase con particular precepto una cosa tan natural; de donde se entiende que el decir «que los amen» es decir que los críen, y que el dar leche la madre a sus hijos, a eso Sant Pablo llama amarlos, y con gran propriedad porque el no criarlos es venderlos y hacerlos no hijos suyos, y como desheredados de su natural, que todas ellas son obras de fiero aborrecimiento, y tan fiero, que vencen en ello aun a las fieras, porque, ¿qué animal tan crudo hay, que no críe lo que produce, que fíe de otro la crianza de lo que pare?

La braveza del león sufre con mansedumbre a sus cachorrillos que importunamente le desjuguen las tetas. Y el tigre, sediento de sangre, da alegremente la suya a los suyos. Y si miramos a lo delicado, el flaco pajarillo, por no dejar sus huevos, olvida el comer y enflaquece, y cuando los ha sacado, rodea todo el aire volando, y trae alegre en el pico lo que él desea comer, y no lo come porque ellos lo coman.

Mas ¿qué es menester salirnos de casa? La naturaleza dentro della misma declara casi a voces su voluntad, enviando, luego después del parto, leche a los pechos. ¿Qué más clara señal esperamos de lo que Dios quiere, que ver lo que hace? Cuando les levanta a las mujeres los pechos, les manda que críen; engrosándoles los pezones, les avisa que han de ser madres; los rayos de la leche que viene, son como aguijones con que las despierta a que alleguen a sí lo que parieron. Pero a todo esto se hacen sordas algunas, y excúsanse con decir que es trabajo y que es hacerse temprano viejas, parir y criar. Es trabajo, yo lo confieso; mas, si esto vale, ¿quién hará su oficio? No esgrima la espada el soldado, ni se oponga al enemigo, porque es caso de peligro y sudor; y porque se lacera mucho en el campo, desamparo el pastor sus ovejas.

Es trabajo parir y criar; pero entiendan que es un trabajo hermanado, y que no tienen licencia para dividirlo. Si les duele criar, no paran, y si les agrada el parir, críen también. Si en esto hay trabajo, el del parto es sin comparación el mayor. Pues, ¿por qué las que son tan valientes en lo que es más, se acobardan en aquello que es menos? Bien se dejan entender las que lo hacen así, y cuando no por sus hijos, por lo que deben a su vergüenza, habían de traer más cubiertas y disimuladas sus inclinaciones. El parir, aunque duele agramente, al fin se lo pasan. Al criar no arrostran, porque no hay deleite que lo alcahuete. Aunque, si se mira bien, ni aun esto les falta a las madres que crían; antes en este trabajo la naturaleza sabia y prudente, repartió gran parte de gusto y de contento; el cual, aunque no le sentimos los hombres, pero la razón nos dice que le hay, y en los extremos que hacen las madres con sus niños lo vemos. Porque, ¿qué trabajo no paga el niño a la madre, cuando ella le tiene en el regazo desnudo, cuando él juega con la teta, cuando le hiere con la manecilla, cuando la mira con risa, cuando gorjea? Pues cuando se le añuda al cuello y la besa, paréceme que aun la deja obligada.

Críe, pues, la casada perfecta a su hijo, y acabe en él el bien que formó, y no dé la obra de sus entrañas a quien se la dañe, y no quiera que torne a nacer mal lo que había nacido bien, ni que le sea maestra de vicios la leche, ni haga bastardo a su sucesor, ni consienta que conozca a otra antes que a ella por madre, ni quiera que en comenzando a vivir se comience a engañar. Lo primero en que abra los ojos su niño sea en ella, y de su rostro della se figure el rostro dél. La piedad, la dulzura, el aviso, la modestia, el buen saber, con todos los demás bienes que le habemos dado, no sólo los traspase con la leche en el cuerpo del niño, sino también los comience a imprimir en el alma tierna dél con los ojos y con los semblantes; y ame y desee que sus hijos le sean suyos del todo, y no ponga su hecho en parir muchos hijos, sino en criar pocos buenos; porque los tales con las obras la ensalzarán siempre, y muchas veces con las palabras, diciendo lo que sigue: