La perfecta casada: Capitulo 21

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La perfecta casada
de Fray Luis de León
Capitulo 21
Indice

Dalde del fructo de sus manos, y lóenla en las puertas sus obras.

Los fructos de la virtud, quiénes y cuáles sean, Sant Pablo los pone en la Epístola que escribió a los gálatas, diciendo: «Los fructos del Spíritu Sancto son amor y gozo, y paz y sufrimientos, y largueza y bondad, y larga espera y mansedumbre, y fe y modestia, y templanza y limpieza». (Gál, 5.) Y a esta rica compañía de bienes, que ella por sí sola parecía bastante de sí mesma, se añade o sigue otro fructo mejor, que es gozar en vida eterna de Dios. Pues estos fructos son los que aquí el Spíritu Sancto quiere y manda que se den a la buena mujer, y los que llama fructo de sus manos, esto es, de sus obras della. Porque aunque todo es don suyo, y el bien obrar, y el galardón de la buena obra; pero, por su infinita bondad, quiere que, obedeciéndole, seguido su gracia, y por habernos recibido a su movimiento, se llame y sea fructo de nuestras manos e industria, lo que, principalmente, es don de su liberalidad y largueza.

Vean, pues, agora las mujeres cuán buenas manos tienen las buenas, cuán ricas son las labores que hacen y de cuán grande provecho. Y no sólo sacan provecho dellas, sino honra también, aunque suelen decir que no caben en uno. El provecho son bienes y riquezas del cielo, la honra es una singular alabanza en la tierra. Y así añade: «Y léenla en las plazas sus obras». Porque mandar Dios que la loen, es hacer cierto que la alabarán; porque lo que Él dice se hace, y porque la alabanza sigue como sombra a la virtud, y se debe a sola ella. Y dice: «En las plazas» porque no sólo en secreto y en particular, sino también en público y en general sonarán sus loores, como a la letra acontece. Porque, aunque todo aquello en que resplandece algún bien es mirado y preciado, pero ningún bien se viene tanto a los ojos humanos, ni causa en los pechos de los hombres tan grande satisfacción como una mujer perfecta, ni hay otra cosa en que ni con tanta alegría ni con tan encarecidas palabras abran los hombres las bocas, o cuando tratan consigo a solas, o cuando conversan con otros, o dentro de sus casas, o en las plazas en público. Porque unos loan lo casero, otros encarecen la discreción, otros suben al cielo la modestia, la pureza, la piedad, la suavidad dulce y honesta. Dicen del rostro limpio, del vestido aseado, de las labores y de las velas. Cuentan las criadas remediadas, el mejoro de la hacienda, el trato con las vecinas amigable y pacífico; no olvidan sus limosnas, repiten cómo amó y cómo ganó a su marido; encarecen la crianza de los hijos, y el buen tratamiento de los criados; sus hechos, sus dichos, sus semblantes todos alaban. Dicen que fué sancta para con Dios y bienaventurada para con su marido; bendicen por ella su casa, y ensalzan a su parentela, y aun a los que la merecieron ver y hablar llaman dichosos; y como a la Sancta Judit, la nombran gloria de su linaje y corona de todo su pueblo; y por mucho que digan, hallan siempre más que decir. Los vecinos dicen esto a los ajenos, y los padres dan con ella doctrina a sus hijos, y de los hijos pasan a los nietos, y extiéndese la fama por todas partes creciendo, y pasa con clara y eterna voz a su memoria de unas generaciones en otras, y no le hacen injuria los años, ni con el tiempo envejece, antes con los días florece más, porque tiene su raíz junto a las aguas, y así no es posible que descaezca, ni menos puede ser que con la edad caiga el edificio que está fundado en el cielo, ni en manera alguna se compadece que muera su loor de la que, todo cuanto vivió, no fué sino una perpetua y viva alabanza de la bondad y grandeza de Dios, a quien sólo se debe eternamente el ensalzamiento y la gloria. Amén.