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La pobre gente: 08

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ESCENA VII

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ISIDORA, MANUELA y TERESA, apareciendo, dan los buenos días. MÓNICA contesta y se lleva las tazas.

ISIDORA. -¿Cómo está Máximo... Qué milagro por acá...

MANUELA. -¡Lo echábamos de menos!

TERESA. -Sobre todo una persona...

CUATERNO. -¿Usted, acaso?

TERESA. -¡Jesús!... Mire que alguna se puede poner celosa... ¡Si lo oye Zulma!

ISIDORA. -(Que revisa las costuras en la mesa.) Misia Mónica, ¿qué dijo que habría que hacer con esos chalecos?

MÓNICA. -(Desde adentro.) Cambiarle las precillas más afuera.

ISIDORA. -¡Si serán tipos!... Fijate, Manuela. Esto es devolver por devolver...

MANUELA. -¡A ver! ¡A ver! (Revisando los chalecos.)

ISIDORA. -Los muy sinvergüenzas...

MÓNICA. -(Desde adentro.) ¡Ah!... Y quieren también que peguen mejor esos botones...

ISIDORA. -¡En la cara de ellos se los pegaría de buena gana!...

CUATERNO. -Lo que deben hacer es mandarlos no más corno están...

ISIDORA. -Claro está... (Cuaterno se pasea nerviosamente.)

MÓNICA. -(Saliendo.) Hay que hacerle el gusto, hijas... Como andamos tan mal en la casa, son capaces de agarrarse de cualquier cosa, para quitarnos la tarea... ¡Vamos! A trabajar, muchachas... ¿Y la tana no ha venido?...

(Isidora y Manuela se reparten los chalecos y ocupan las máquinas, limpiándolas y disponiéndose al trabajo.)

ISIDORA. -¿La tana, decía?... Acabo de encontrarla con la madre, que iba para el mercado, y me dijo que luego vendrían las dos a cobrar la semana. ¡Gente más habladora!... Figúrese que anoche se fueron a casa a decirle a mamá que no nos mandara más, porque no era ya un taller de costuras, sino un taller de fundición...

MÓNICA. -Lenguas largas...

MANUELA. -Señora. ¡No tengo hilo negro!

MÓNICA. -Fijate si le queda un poco en el carretel del bote. Zulma debe traer ahora todo... (Las tres muchachas se ponen a la tarea, una haciendo funcionar la máquina, las otras cosiendo a mano y tarareando algo a media voz.)

CUATERNO. -¿Sabe mi tía, que demora mucho?... ¿Quiere que vaya a su encuentro?...

MÓNICA. -¡Ya ha de llegar!... No te incomodes, hijo... Como no tenía para el trangüay, se ha venido a pie... Mirá, lo mejor que podías hacer, sería quedarte un rato de dueño de casa, mientras yo me voy al puesto, ¿eh? (Tomando una canasta y disponiéndose a salir. A las operarias.) Lo nombro capataz, eh? Mucho ojo con él... (Vase)