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La postema

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La postema
de Félix María Samaniego

Erase en una aldea

un médico ramplón, y a más casado

con una mujer joven y no fea,

la que había estudiado

entre los aforismos de su esposo

uno u otro remedio prodigioso

que, si él ausente estaba,

a los enfermos pobres recetaba.

Su caridad ejercitando un día

la señora Quiteria, este es su nombre,

vio que a su puerta había

un zagalón, ya hombre,

que a su esposo buscaba

porque alguna dolencia le aquejaba.

Parecía pastor en el vestido,

y a Febo en la belleza y la blancura,

mostrando en su estatura

la proporción de un Hércules fornido,

tanto, que la esculapia, alborotada,

cayó en la tentación. ¡ No somos nada!

Hizo entrar al pobrete,

ya con mal pensamiento, en su retrete,

en donde le rogó que la explicase

la grave enfermedad que padecía,

porque sin su marido ella podía

un remedio aplicar que le curase.

-¡ Ay, señora Quiteria!, el zagal dijo,

yo por lo que me aflijo

es por no hallar medio suficiente

para el mal que padezco impertinente.

Sepa usté, pues, que así que me empezaron

las barbas a salir y me afeitaron,

también me salió vello

alrededor de aquéllo,

y cátate que, a poco, tan hinchado

se me puso que... ¡ vaya!

no podía jamás tenerlo a raya.

Yo, hallándome apurado

y de ver su tiesura temeroso,

pensé y vine a enseñárselo a su esposo,

el cual me lo bañó con agua fría,

con que se me aflojó por aquel día;

pero después a cada instante ha vuelto

el humor a estar suelto

y es la hinchazón tremenda.

Dijo, y sacó un... ¡ San Cosme nos defienda!,

tan feroz, que la médica al mirarlo

tuvo su cierto miedo de aflojarlo;

pero venció el deseo

de gozar el rarísimo recreo

que un virgo masculino la promete

cuando la vez primera empuja y mete.

A este fin, cariñosa,

dijo al simple zagal: -i Ay, pobrecito,

una postema tienes! Ven, hijito,

ven conmigo a la cama; haré una cosa

con que, a fe de Quiteria,

se te reviente y salga la materia.

El pastor inocente

a la cura se apresta

y ella, regocijada de la fiesta,

le dio un baño caliente,

metiendo aquello hinchado

en el..., ya usted me entiende, acostumbrado,

con una habilidad tan extremada

y tales contorsiones,

que dejó la postema reventada

con dos o tres o más supuraciones.

Fuese el zagal, y, a poco, volvió un día

a la casa del médico, que estaba

sentado en su portal cuando llegaba;

y, viéndole venir, con ironía

díjole: -¡ Hola! Parece, por tu gesto,

que se te ha vuelto a hinchar... Pues entra presto,

te daré el baño de aguas minerales

que suaviza las partes naturales.

A que el pastor responde: -¡Guarda, Pablo!

Para postemas, que reciba el diablo

ese baño que aplasta y que no estruja.

Toma! Cuando arrempuja

la señora Quiteria,

me la revienta y saca la materia.