La procuradora y el escribiente

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La procuradora y el escribiente
de Félix María Samaniego

De cierto procurador

se encontraba el escribiente

trasladando el borrador

de un pedimento algo urgente,

por orden de su señor.


Iba con mucha atención,

pero tiene el ama al lado,

y estaba en esta ocasión

tan templada que al citado

lo llenó de confusión.


Ya le daba con el codo,

ya soltaba una risita,

mas con tanta gracia y modo,

que, aunque el pobrete se irrita,

tiene que sufrirlo todo.


De este juego resultó

que echaba muchos borrones,

y por último exclamó:

-No dé usted más empujones.

Y ella en risa prorrumpió.


Conociendo el escribiente

a dónde se dirigía

su intento nada prudente,

la pluma con picardía

coge, y la dice impaciente:


-Si usted de esta raya pasa,

que yo señalo en el suelo

y sus límites traspasa,

aunque luego clame al cielo,

ya verá lo que la pasa.


Ella al punto la pasó,

y el escribiente malvado

lo que ofrecía cumplió,

y tomándola en sus brazos

en la cama la tendió.


Lo que allí los dos harían

ya se deja conocer,

pues quietos no estarían

ni dejarían perder

la ocasión que conseguían.


El procurador tenía

un chico de corta edad

que estuvo con picardía

mirando con seriedad

cuanto el escribiente hacía.


Vino su padre a comer

y fue inadvertidamente

en la raya el pie a poner,

y el muchacho, cuerdamente,

sus pasos fue a detener.


-No pase usted adelante,

le dice, porque a mi mamá

por un paso semejante

el escribiente a la cama

se la llevó muy galante.


El procurador estuvo

suspenso por algún rato,

y, aunque algo remiso anduvo,

por evitar un mal trato,

de pasarla se contuvo.