La producción de Blasco

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Obras Completas de Eusebio Blasco
Tomo I.
La producción de Blasco
de Mariano de Cavia


Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.

LA PRODUCCIÓN DE BLASCO

Sólo con la producción
que Blasco dejó en cartera
podía hacerse cualquiera
Una gran reputación.
Por mí, cambiaba en seguida,
si el cambio pudiera ser,
lo que él deja por hacer
por cuanto haga yo en mi vida.

El Sastre DEL CAMPILLO.


LA DIFÍCIL FACILIDAD

¿Cuánto no se habla de ella entre literatos y artistas? Yo, desde que empecé a interesarme por tales asuntos, solo he acertado a definir aquel don délos dioses, tan mal estimado dé los hombres, diciendo sencillamente: Véase Eusebio Blasco.

Blasco ha muerto en la brecha... Esa frase, tan de cajón en la hora presente, siempre tiene algo de trágica expresión. Tratándose del amigo cuya pérdida lloramos, la consabida frase hecha es naturalísima; porque la tal brecha no era sino la propia naturaleza de Eusebio Blasco. La lucha por la existencia le habrá ofrecido, fuera de las jornadas brillantes y victoriosas, momentos de amargura y de cruel afán. Pero la lucha por el pensamiento y la palabra era para él lo que para el ave remontar el vuelo y para el delfín juguetear sobre la onda.—Oh hermanos en oficio y compañeros de fatigas, una brecha así que no nos falte hasta el último día; porque el definitivo y positivo descanso todos lo tenemos bien seguro. ¿A qué hacer castillos en el'ai-3, si todo ha de parar en cuatro palmos de tierra?

Mientras tanto trabajemos. El que no pueda con la difícil facilidad del productor admirable que acaba de morir, con aquella firme voluntad que acierta a encontrar el oro en las entrañas del pedrusco.

Preguntaban a Auber en cierta ocasión:

—Maestro, ¿quién le parece a usted mejor, Meyerbeer o Rossini?

Y el maestro respondió:

— Rossini es la fuente; Meyerbeer, la mina.

«Ingeniosa clasificación (escribía yo en un prólogo puesto a un libro de Eusebio Blasco) que podría aplicarse igualmente a los artistas y literatos todos; porque mientras hay unos—como decía el autor de La Mutta del autor de Los Hugonotes—que poseyendo dentro de sí ricostesoros, han menester de constante y tenaz labor para sa car a la luz del día, pulidos y abrillantados, los productosdel oculto venero, hay otros hombres—como el música inmortal de El Barbero de Sevilla—que al juguetear de los dedos sobre las teclas del piano, ó al vagar del lápiz en caprichosos trazos, ó al correr de la pluma, hacen surgir el concepto melódico, la escena de la realidad ó las visiones del espíritu, sólo con dejar fluir la natural corriente de su ingenio, sin que baste hi pereza a esterilizar el manantial, ni la voluntad y el trabajo excesivo a mejorar lo que de suyo es bueno, ni hacer más copioso lo que de suyo es abundante. A esta casta de artistas, a los del lado de la fuente, pertenece Eusebio Blasco.»

Sólo con la muerte ha podido dejar de correr la fuente siempre fresca, siempre clara, siempre igual...

Perdona, amigo inolvidable, si al dedicarte estas cuatro palabras, me repito, y voy a buscar flores para el homenaje de hoy entre las páginas del libro de ayer. Pero ¿cómo hallar frases nuevas y variadas para expresar un sentimiento viejo é invariable?. . Esas flores no son flores secas; porque el Blasco que ha dejado la pluma con la vida era el mismo de siempre, y mis opiniones de ahora respecto de él son las mismas de hace diez y siete años. Coni una mejora. Si en la calidad no ha variado, en la cantidad ha tenido que acrecentarse mi admiración, a medida de la difícil facilidad con que este ingenio inagotable ha seguido produciendo, sin descanso ni tregua, sin fatiga ni desmayo... Sorprendido hace cinco meses por la dolencia aguda en donde había ido a prevenirse contra ella, tenía en marcha y en el telar tanto trabajo como en sus fecundas mocedades, y tanta soltura y presteza para despacharlo como entonces. Bien pudo, habrá un año, pronosticarle Madame de Thébes que cumpliría los ochenta y dos. La ladina émula de Madame de la Pilongue sabía que Blasco no pasaba «por dentro» de los treinta, y un alma siempre joven conserva mucho un cuerpo algo gastado.— Pero no hay regla sin excepción, y el fin de Eusebio Blasco, en pleno anhelo de vivir y de trabajar para sí, y para los suyos, y para su público querido, constituye una excepción bien cruel y dolorosa de la regla que sin duda tuvo en cuenta la sibila parisiense.

¡Ah! Para sortear las asechanzas de la muerte, no hay difícil facilidad que valga.—Blasco, a pesar 'de una suma de trabajo que asustaría al mismísimo Tostado si se vieran juntas todas las cuartillas que llenó con aquella su escritura caprichosa, clara y elegante en su extraña incorrección, apenas si se sirvió de su difícil facilidad para ir saliendo adelante en la vida.

Bástale al día
su propio afán

decía con el Evangelio; y como lo decía, lo practicaba.— Don José Zorrilla nos contó que su madre fué una alondra, su padre un ruiseñor. De igual suerte hubiera podido Eusebio Blasco saludar en su abolengo a la cigarra y a la hormiga. ¡Singular antinomia, paradoja viviente, que echa abajo la moraleja de la fábula famosa!

Merced a ese humor de cigarra y labor de hormiga, abandonando la pluma al impulso del momento, a aquellas ganas de reir ó de llorar, que hacían decir a otro poeta

allá van versos donde va mi gusto,

escribió Blasco comedias y proverbios; zarzuelas bufas y poesías llenas de sentimiento; romances que un día parecen de Góngora y otro de Serra; notas del alma y de la fe que no parecen ciertamente hermanas de los cáusticos y excépticos donaires del Gil Blas y El Garbanzo; novelitas cortas en que la observación de lo real conmueve é impresiona; cuentos y narraciones en que la fantasía se va por los cerros de Úbeda, y el lector la sigue cautivado y seducido; artículos políticos para todos los gustos, según soplan los vientos en esta desmantelada meseta de Castilla; himnos un día a las rancias reliquias del pasado, y cánticos después en honor de las fecundas promesas del porvenir; cuando el estudio castizo y puro de las cosas de la tierra; cuando, la movida y frivola croniquilla parisiense... Y sobre todo el inmenso montón de sus originales pudiera ponerse la frase aquella de las cédulas y los pasaportes: Va sin enmienda.

La tachadura, la corrección y el retoque eran para Blasco delitos de lesa majestad artística. Y la difícil facilidad que le caracterizó, era tan conocida de toda casta de gentes, que al enviar un día recado a su zapatero, a ver si se daba prisa en terminar un par de botas, el maestro de obra prima, replicó al criado del escritor:

—¡Dígale usted a Don Eusebio, que si se figura que hacer un par de botas es lo mismo que hacer una comedia!

Por aquel tiempo dieron los envidiosos de su fecundidad en acusarle de «fusilro». Y yo entonces escribí: «Sus facultades de asimilación han contribuido en gran modo a la renovación de nuestros gustos. Es de los que más han modernizado nuestros periódicos y nuestros teatros, sin despojarles—en este punto es intransigente—del carácter nacional. Cuando las operetas bufas de Offenbach daban la vuelta al mundo, dijo que lo que hacían en París Meilhac y Halevy, bien podían hacerlo otros en Madrid, y entonces compuso a vuela pluma El joven Telémaco y media docena de farsas igualmente jocosas. Trajo al teatro español los proverbios franceses, dándoles tal aire de Madrid, que parecían tan hijos de la tierra como el sainete y el pasillo. De entre las seis ó siete deliciosas escenas de Un caprice, de Alfredo de Musset, hizo surgir una comedia en tres actos, tan llena de interés como de carácter castizo. ¡Oh, qué brigadiera aquella de El pañuelo blanco!—Los que acusan a Blasco de plagiario, debieran comunicarnos esa receta tan sencilla que hay para convertir una marquesa de Musset en una militara española, y para sacar de no sé qué obscuros rincones de París una andaluza como la de Los dulces de la boda, ó un catalán como el de Jugar al escondite. Pudieran también decirnos de paso cómo se puede, sin perder el gusto de la clásica sopa de ajo y el puchero nacional, paladear de pronto aquella refinadísima esencia de la cultura parisiense, que bautizó Néstor Roqueplan con el nombre de parisina, y cuyo aroma sutil y penetrante no aciertan a percibir muchísimos hijos de la gran ciudad, con ser ellos—¿y cómo no?—los mayores devotos de esa sustancia impalpable e inasequible.»

En esos, que yo estimaba como méritos, veían otros los pecadillos literarios del aragonés a machamartillo, del español a carta cabal, que encarnó como nadie entre sus compatriotas y contemporáneos, la difícil facilidad en la producción literaria y periodística.

Y al llegar aquí, y enviar el último saludo al amigo ilustre, se me ocurre que estas líneas deberían llevar otro título más expresivo. Póngaselo el lector leyendo: Un nieto de Lope.

Eusebio—según quienes lo saben—viene a significar en griego el piadoso.

El piadoso, en la acepción humana, no en la acepción mística del vocablo.

¿Conocía ese significativo el que tan desenfadadamente puso en solfa la lengua griega, al trazar la caricatura de El joven Telémaco?

A sabiendas ó no, Eusebio obedeció admirable y constantemente, en los últimos años de su carrera literaria, á aquel precepto de: «El hombre obliga».

El despiadado satírico de antaño se había convertido en el más misericordioso de los escritores.

Lo mejor de su cerebro y de su corazón poníalo al servicio del pobre, del humilde, del desamparado.

Honremos el nombre del que supo dar a su pluma tan honrada y generosa aplicación.

Mariano de CAVIA.