La prudencia en la mujer/Acto I

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La prudencia en la mujer
de Tirso de Molina
Acto I

Acto I

Sala en el Alcázar de Toledo.

  

El infante DON ENRIQUE, el infante DON JUAN, DON DIEGO DE HARO.

  

DON ENRIQUE:

Será la viuda Reina esposa mía,
y dárame Castilla su corona
o España volverá a llorar el día
que al conde Don Julián traidor pregona.
¿Con quién puede casar Doña María,
si de valor y hazañas se aficiona,
como conmigo, sin hacerme agravio?
Enrique soy, mi hermano Alfonso el Sabio.

DON JUAN:

La Reina y la corona pertenece
a Don Juan, de Don Sancho el Bravo hermano.
Mientras el niño rey Fernando crece,
yo he de regir el cetro castellano.
Pruebe, si algún traidor se desvanece,
a quitarme la espada de la mano;
que mientras gobernare su cuchilla
sólo Don Juan gobernará a Castilla.

DON DIEGO:

Está vivo Don Diego López de Haro,
que vuestras pretensiones tendrá a raya,
y dando al tierno Rey seguro amparo,
casará con su madre, y cuando vaya
algún traidor contra el derecho claro
que defiendo, señor soy de Vizcaya.
Minas son las entrañas de sus cerros,
que hierro dan con que castigue yerros.

DON ENRIQUE:

¿Qué es esto, Infante? ¿Vos osáis conmigo
oponeros al reino? ¿Y vos, Don Diego,
conmigo competís, y sois mi amigo?

DON JUAN:

Yo de mi parte la justicia alego.

DON DIEGO:

De mi lealtad a España haré testigo.

DON ENRIQUE:

A la Reina pretendo.

DON JUAN:

De su fuego
soy mariposa.

DON DIEGO:

Yo del sol que miro,
yerba amorosa que a sus rayos giro.

DON DIEGO:

Tío, Don Juan, soy vuestro, y de Fernando
el Santo que ganó a Sevilla, hijo.

DON JUAN:

Yo nieto suyo: Alfonso me está dando
sangre y valor con que reinar colijo.

DON DIEGO:

Primo soy del rey muerto; pero cuando
no alegue el árbol real con que prolijo
Ailí el cronista mi ascendencia pinta,
alegaré el acero de la cinta.

DON ENRIQUE:

Vos, caballero pobre, cuyo
Estado cuatro silvestres son, toscos y rudos,
montes de hierro, para el vil arado,
hidalgos por Adán, como él desnudos.
Adonde en vez de Baco sazonado,
manzanos llenos de groseros nudos dan
mosto insulso, siendo silla rica,
en vez de trono, el árbol de Garnica.
¡Intentáis de la Reina ser consorte,
sabiendo que pretende Don Enrique
casar con ella, ennoblecer su corte,
y que por rey España le publique!

DON JUAN:

Cuando su intento loco no reporte
y edificios quiméricos fabrique,
mientras el reino gozo y su hermosura,
se podrá desposar con su locura.

DON DIEGO:

Infantes, de mi Estado la aspereza
conserva limpia la primera gloria
que la dio, en vez del Rey, naturaleza,
sin que sus rayas pase la vitoria.
Cuatro bárbaros tengo por vasallos,
a quien Roma jamás conquistar pudo,
que sin armas, sin muros, sin caballos,
libres conservan su valor desnudo.
El árbol de Garnica ha conservado
la antigüedad que ilustra a sus señores,
sin que tiranos le hayan deshojado,
ni haga sombra a confesos ni a traidores.
En su tronco, no en silla real sentado,
nobles, puesto que pobres electores
tan sólo un señor juran, cuyas leyes
libres conservan de tiranos reyes.
Suyo lo soy agora, y del Rey tío,
leal en defenderle, y pretendiente
de su madre, a quien dar la mano fío,
aunque la deslealtad su ofensa intente.
Infantes, si a la lengua iguala el brío,
intérprete es la espada del valiente;
el hierro es vizcaíno, que os encargo,
corto en palabras, pero en obras largo.


La REINA DOÑA MARÍA, de viuda.
DON ENRIQUE, DON JUAN, DON DIEGO.

  

REINA:

¿Qué es aquesto, caballeros,
defensa y valor de España,
espejos de lealtad,
gloria y luz de las hazañas?
Cuando muerto el rey Don Sancho,
mi esposo y señor, las galas
truecan León y Castilla
por jergas negras y vastas;
cuando el moro granadino
moriscos pendones saca
contra el reino sin cabeza,
y las fronteras asalta
por la lealtad defendidas,
y abriéndose su Granada,
por las católicas vegas
blasfemos granos derrama;
¡en civiles competencias,
pretensiones mal fundadas,
bandos que la paz destruyen
y ambiciosas arrogancias,
cubrís de temor los reinos,
tiranizáis vuestra patria,
dando en vuestra ofensa lenguas
a las naciones contrarias!
¡Ser mis esposos queréis,
y como mujer ganada
en buena guerra, el derecho
me reducís de las armas!
¡Casarme intentáis por fuerza
y ilustrándoos sangre hidalga,
lalibertad de mi gusto
hacéis pechera y villana?
¿Qué veis en mí, ricoshombres?
¿Qué liviandad en mi mancha
la conyugal continencia que
ha inmortalizado a tantas?
¿Tan poco amor tuve al Rey?
¿Viví con él mal casada?
¿Quise bien a otro, doncella?
¿A quién, viuda, di palabra?
Ayer murió el Rey mi esposo,
aún no está su sangre helada
de suerte que no conserve
reliquias vivas del alma.
Pues cuando en viudez llorosa
la mujer más ordinaria
al más ingrato marido
respeto un año le guarda;
cuando apenas el monjil
adornan las tocas blancas,
y juntan con la tristeza
gloria del vivir casta;
yo, que soy reina, y no menos
al rey don Sancho obligada.
¿Queréis, grandes de Castilla,
que desde el túmulo vaya
al tálamo incontinente?
¿De la virtud a la infamia?
¿Me conocéis, ricoshombres?
¿Sabéis que el mundo me llama
la reina Doña María?
¿Que soy legítima rama
del tronco real de León;
y como tal, si me agravian,
seré leona ofendida,
que muerto su esposo brama?
Si porque el Rey es un niño
y una mujer quien le ampara,
os atrevéis ambiciosos
contra la fe castellana;
tres almas viven en mí:
la de Sancho, que Dios haya,
la de mi hijo, que habita
en mis maternas entrañas,
y la mía, en quien se suman
esotras dos: ved si basta
a la defensa de un reino
una mujer con tres almas.
Intentad guerras civiles,
sacad gentes en campaña.
Vuestra deslealtad pregonen
contra vuestro Rey las cajas;
que aunque mujer, yo sabré,
en vez de las tocas largas
y el negro monjil, vestirme
el arnés y la celada.
Infanta soy de León;
salgan traidores a caza
del hijo de una leona,
que el reino ha puesto en su guarda;
veréis si en vez de la aguja,
sabrá ejercitar la espada,
y abatir lienzos de muros
quien labra lienzos de Holanda.


Descúbrese sobre un trono
el REY DON FERNANDO, niño y coronado.

  

(El REY DON FERNANDO acompañamiento.
La REINA, DON ENRIQUE, DON JUAN, DON DIEGO.)

  

REINA:

Vuestro natural señor
es éste, y la semejanza
de Don Sancho de Castilla;
Fernando cuarto se llama.
Al sello real obedecen,
sólo por tener sus armas,
los que su lealtad estiman,
con ser un poco de plata.
El que veis es sello vivo
en quien su ser mismo graba
vuestro Rey, que es padre suyo;
su sangre las armas labran.
Respetadle aunque es pequeño;
que el sello nunca se iguala
al dueño en la cantidad;
que tenga su forma basta.
Forma es suya el niño rey:
llegue el traidor a borrarla,
rompa el desleal el sello;
conspire la envidia ingrata.
Ea, lobos ambiciosos,
un cordero simple bala;
haced presa en su inocencia,
probad en él vuestra rabia,
despedazad el vellón
con que le ha cubierto España,
y privadle de la vida,
si a esquilmar venía su lana.
Si muere, morirá rey;
y yo con él abrazada,
sin ofender las cenizas
de mi esposo, siempre casta,
daré la vida contenta,
antes que el mundo en mi infamia
diga que otro que Don Sancho
esposa suya me llama.


DON JUAN:

Alto, pues la justicia que me esfuerza
a Castilla conquiste, pues la heredo,
que mi esposa seréis de grado o fuerza,
y lo que amor no hizo, lo hará el miedo.
Yo haré que vuestra voluntad se tuerza,
cuando veáis la vega de Toledo
llena de moros, y en mi ayuda todos,
asentarme en la silla de los godos.

 (Vase.)

DON ENRIQUE:

El rey de Portugal es mi sobrino;
el derecho que tengo al reino ampara.
Pues que juzgáis mi amor a desatino
cuando creí que cuerda os obligara,
enarbolar su enseña determino,
triunfando en ellas mi justicia clara,
aunque fueran sus muros de diamantes,
contra tu Alcázar real y San Cervantes.

(Vase.)


DON DIEGO:

Reina, Aragón mi intento favorece,
Vizcaya es mía, y de Navarra espero
ayuda cierta; si mi amor merece
la mano hermosa que adoré primero,
favor seguro al niño rey ofrece
contra Enrique, Don Juan y el mundo entero.
Despacio consultad vuestro cuidado
mientras por la respuesta vuelvo armado.

(Vase.)


La REINA, el REY, acompañamiento.
  

REINA:

Ea, vasallos, una mujer sola,
y un niño rey que apenas hablar sabe,
hoy prueban la lealtad en que acrisola
el oro del valor con que os alabe.
La traición sus banderas enarbola;
si amor de ley en vuestros pechos cabe,
volved por los peligros que amenazan
a un cordero que lobos despedazan.
Si la memoria de Fernando el Santo
os obliga a amparar a su biznieto,
Fernando como él; si puede tanto
de un Sabio Alfonso el natural respeto;
si un rey Don Sancho os mueve, si mi llanto,
si un ángel tierno a vuestro amor sujeto,
conservadle leales en su silla.


(Gritan dentro.)
  

UNOS:

¡Viva Enrique!

OTROS:

¡Don Juan, rey de Castilla!

REINA:

Por Don Enrique y por Don Juan pregona
la deslealtad, el reino alborotado.

REY:

Madre, infinito pesa esta corona.
Abájame de aquí, que estoy cansado.

(La REINA le baja.)
  

REINA:

¿Pesa, hijo? Decís bien, pues ocasiona
su peso la lealtad, que os ha negado
el interés que a la razón cautiva.

 (Dentro.)

UNOS:

¡Castilla por Don Juan!

OTROS:

¡Enrique viva!

REY:

Diga, madre, ¿qué voces serán éstas?
¿Está mi corte acaso alborotada?

REINA:

Sí, mi Fernando.

REY:

Haránme todos fiestas
porque ven mi cabeza coronada.

REINA:

Traidores contra vos las dan molestas.

REY:

¿Traidores contra mí? Déme una espada.
Por vida de quien soy...

REINA:

¡Ay, hijo mío!
De vuestro padre el Rey es ese brío.

DON MELENDO. Dichos.

DON MELENDO:

¿Qué aguarda, gran señor, ya Vuestra Alteza?
Del Alcázar Don Juan se ha apoderado,
y Don Enrique de la fortaleza
de San Cervantes, y han determinado
prenderos.

REY:

Cortaréles la cabeza,
por vida de mi padre.

REINA:

¡Ay, hijo amado!
Huyamos a León, que es patria mía.

REY:

Pagármelo han, traidores, algún día.
  
(Vanse.)


Vista exterior de Valencia de Alcántara.
Árboles en el fondo.
Una casa de extramuros, a un lado.
Es de noche.
  
(DON JUAN ALONSO y DON PEDRO CARVAJAL, CARRILLO.)
  

DON ALONSO:

Don Pedro, ¡hermosa mujer!

DON PEDRO:

Presto della te despides.

DON ALONSO:

A Don Juan de Benavides
aguarda; que a no temer
su venida, un siglo entero
juzgara por un instante.

DON PEDRO:

¿Ya es tu esposa?

DON ALONSO:

Y más constante
yo en amalla que primero.

CARRILLO:

El primer amante has sido
que dando alcance a la presa,
se levanta de la mesa
con hambre, habiendo comido;
que la costumbre de amar
agora, si tienes cuenta,
es de postillón en venta.
Beber un trago, y picar.

DON ALONSO:

No es manjar Doña Teresa
de Benavides, de modo
que aunque satisfaga en todo,
cause fastidio su mesa.
Cuando con el apetito
la voluntad está unida,
da gusto toda la vida.

CARRILLO:

Siempre amor muere de ahíto;
pues por más que satisfaga
y cause gusto mayor,
siendo él dulce, y niño amor,
fácilmente se empalaga.
Pero comiste de priesa,
y te levantas picado.

DON PEDRO:

En fin, ¿la mano le has dado
de esposo a Doña Teresa?

DON ALONSO:

Ya tuvieron fin mis males.
¿Cómo albricias no me pides?

DON PEDRO:

Hermano, ella es Benavides,
y nosotros Carvajales.
Ni ganastes con su amor
ni perdida.

DON ALONSO:

Su belleza,
aunque no aumente nobleza,
Don Pedro, a nuestro valor,
basta para enriquecer
la voluntad que la adora.

DON PEDRO:

Como cesasen agora,
por medio de esta mujer,
los bandos y enemistades
de su linaje y el nuestro,
contento por tu amor muestro.

DON ALONSO:

Noblezas y calidades
en el reino de León
los Benavides abonan,
y nuestro valor pregonan
los que honran nuestro blasón.
De la descendencia real
que ilustra a los Benavides,
viene, si la nuestra mides,
la casa de Carvajal.

CARRILLO :

Si te casas con su hermana,
mal o bien, ya estáis los dos
bajo de un yugo, por Dios.
Ya bosteza la mañana
crepúsculos clarioscuros.
¿Qué es lo que hacemos aquí?

DON ALONSO:

Lo que intentaba adquirí.
Temores, vivid seguros,
pues Doña Teresa es mía.

DON PEDRO:

Guarda he sido de tu amor.

DON ALONSO:

Eres mi hermano menor,
y el alma que se fía
de ti, mi Don Pedro, el dueño.

CARRILLO:

Vámonos de aquí a acostar;
que tengo que repasar
ciertas cuentas con el sueño.
  
(Vanse.)

DON JUAN DE BENAVIDES, CHACÓN.
  

BENAVIDES:

Tarde salí de León;
pero ya estamos en casa.

CHACÓN:

Terrible es tu condición,
pues me da el sueño por tasa.

BENAVIDES:

Hoy descansarás, Chacón.

CHACÓN:

¿Qué importara que estuvieras
esta noche en la ciudad,
y en saliendo el sol vinieras?

BENAVIDES:

Sospechas de calidad
me asombran con mil quimeras.
Las dos leguas que hasta aquí
hay de León, he venido
tan fuera, Chacón, de mí,
que ni el camino he sentido,
ni dónde estoy.

CHACÓN:

¿Cómo así?

BENAVIDES:

Siempre de ti me he fiado.
Ya sabes que aquí, en Valencia
de Alcántara, está fundado
el solar de mi ascendencia.

BENAVIDES:

sabes que aquí también,
asientan los Carvajales.
Su casa...

CHACÓN :

Sí, sé. Pues, ¿bien?...

BENAVIDES:

Y que con bandos parciales,
en dos cuadrillas se ven
cuantos en Valencia habitan
divididos.

CHACÓN:

Heredastes
los enojos que os incitan,
con la leche que mamastes.

BENAVIDES:

Ellos el gusto me quitan.
En León supe, Chacón,
que Don Juan de Carvajal
tiene a mi hermana afición,
y contra el odio mortal
que sustenta mi opinión,
casarse en secreto intenta
con ella.

CHACÓN:

Por ese medio
vuestra enemistad sangrienta
hallará en la paz remedio.

BENAVIDES:

No puede venirme afrenta,
en esta ocasión, igual.

CHACÓN:

Pasiones os bien que olvides.

BENAVIDES:

Antes que la sangre real
que ilustra a los Benavides,
con sangre de Carvajal
se mezcle, de un vil pastor
será mi hermana mujer
de un oficial sin valor,
de un alarbe mercader,
de un confeso, que es peor.

CHACÓN:

¡Dios me libre de enojarte!
Extraña es tu condición.

BENAVIDES:

Esta sospecha fue parte
para salir de León
a tal hora. ¿Por qué parte
podremos entrar en casa
sin avisar mi venida,
para saber lo que pasa
y quitarla con la vida
el torpe amor que la abrasa?

DON ALONSO, DON PEDRO, CARRILLO, BENAVIDES, CHACÓN.
  

DON ALONSO:

(Hablando con su hermano, sin ver a BENAVIDES y CHACÓN.)
Si el hermano de mi esposa,
como dicen, ha sabido
nuestra intención amorosa,
y de León ha venido,
no es amante el que reposa
y deja en tan manifiesto
peligro a quien sirve y ama.
A saberlo estoy dispuesto
de su casa. Hermano, llama.


BENAVIDES:

(Aparte, a su criado.)
Chacón, ¿no adviertes en esto?
Ciertas mis sospechas son.

DON PEDRO:

Don Juan Benavides tiene
tan mala la condición,
que si acaso a saber viene
que gozas la posesión
de tu amor, y lo que pasa,
le ha de dar muerte cruel;
y así el sacarla de casa
para asegurarla dél,
es cordura.

BENAVIDES:

(Aparte.)
¡Ay suerte escasa!
Mi deshonra averigüé.
¿Cómo mi enojo resisto?


DON ALONSO:

Que viene a vengarse sé
de quien informarle ha visto
que esta noche la gocé.
Y así quiero diligente,
pues es mi esposa, librarla
de su cólera impaciente;
que bien podremos guardarla
de todo el mundo, aunque intente
sacarla de mi poder.

DON PEDRO:

Cuando por bien no lo lleve,
si nos quisiere ofender,
junto deudos, y armas pruebe;
que en volviéndose a encender
los bandos que sustentamos,
tantos parientes tenemos
como él.

DON ALONSO:

Llama, no perdamos
la ocasión que pretendemos,
pues a sus puertas estamos.

BENAVIDES:

(Aparte.)
Ya no basta el sufrimiento.
 (Habla con los Carvajales.)
Los que caballeros son,
nunca intentan casamiento
a oscuras, como el ladrón
de infame merecimiento.
Su sangre y nobleza ofende
quien honras hurtar porfía
a oscuras, si no es que entiende
que no merece de día
lo que de noche pretendo.
Y no en balde conjeturo
de aquí vuestro menosprecio,
y valor poco seguro;
que no tiene mucho precio
lo que se vende a lo oscuro.
Como mi puerta ennoblece
el barreado león,
que en campo de plata ofrece
a mi sangre el real blasón
que vuestra envidia apetece,
temisteis verte de día;
y como ausente me hallasteis,
y que él la puerta os tenía;
por las paredes entrasteis
de noche, en fe que dormía.
Mas como me vio ofendido,
bramando en esta ocasión,
me sacó con su bramido
un león de otro León,
donde estaba divertido.
A satisfacer la fama
que me habéis hurtado vengo:
mi agravio es león que brama;
un león por armas tengo,
y Benavides se llama.
De vuestros torpes amores
daré venganza a mi enojo,
mostrando a mis sucesores
la nobleza de un león rojo
en sangre de dos traidores.

DON ALONSO:

Como ya sois mi cuñado,
ni de palabras me afrento,
ni de mi enojo heredado
tomar la venganza intento,
aunque ocasión me habéis dado.
Si, como se usa, llegara
a afrentar vuestra opinión,
y a Doña Teresa hurtara
la honra, fuera ladrón
que vuestra casa escalara;
pero siendo esposa mía,
ni deshonraros procuro,
ni es mi amor mercaduría
que quien la compra a lo oscuro,
la desestima de día.
Si un león es el blasón
que a vuestras puertas ponéis
en guarda de su opinión,
porque de un rey descendéis,
el mismo rey de León
me da nobleza estimada,
por su nieto y descendiente;
y como el de esa portada
me conoció por pariente,
me dejó libre la entrada.
Si dio bramidos, sería,
no del furor que os abrasa,
sino en señal de alegría;
por verme honrar vuestra casa,
festejándoos, bramaría.
Cuanto y más que en tal demanda,
no temo vuestro león,
porque en mi defensa anda,
dando a mis armas blasón,
un tigre sobre una banda;
porque para no temerle,
cuando mi amor amenace,
tengo, si llega a ofenderle,
tigre que le despedace,
y banda con que prenderle.


DON PEDRO:

Don Juan, esposo es mi hermano
de Doña Teresa ya,
y sin dar quejas en vano,
la paz y la guerra está
desde agora en vuestra mano.
Si venís en lo primero,
parentesco y amistad
eterna ofreceros quiero;
si en lo segundo, dejad
palabras, y hable el acero;
que en campo y batalla igual,
probando fuerzas y ardides,
daréis a España señal
vos del valor, Benavides,
y nos dél de Carvajal.


BENAVIDES:

Mil veces digo que aceto
el propuesto desafío.

DON ALONSO:

Póngase, pues, en efeto,
que del valor en que fío
ya victoria me prometo.

BENAVIDES:

Pues aguardad.

DON ALONSO:

Eso no;
que el enojo que os abrasa,
vuestra hermana receló;
y si entráis en vuestra casa,
juzgando que os agravió,
procuraréis ofendella.
O dejádmela sacar,
o no habéis de entrar en ella.

BENAVIDES:

Todo eso es acumular
agravios a mi querella.

DON ALONSO:

Vive en ella mi esperanza.

BENAVIDES:

Haced mi enojo mayor;
que el castigo y su tardanza
dé filos a mi valor,
y aceros a mi venganza.

La REINA, dichos, después, el REY.
  

REINA: Oíd, ilustres Carvajales,

Benavides excelentes,
mis deudos sois y parientes.
Blasones os honran reales:
mostrad hoy que sois leales.
Un árbol sirve de silla
a la inocencia sencilla
de vuestro Rey incapaz.

 (Descubre al REY niño,
encerrado en el tronco de un árbol.)
 
No permitáis que en agraz
os le malogre Castilla.


BENAVIDES:

¡Oh retrato del amor,
niño rey, humilde Alteza!
Con tu angélica belleza
enternece mi rigor.
No tuviera yo valor,
si el socorro que me pides,
a las perlas que despides
negaran mis fieles labios.
Por los tuyos, sus agravios
olvidan los Benavides.
¡Oh!, famosos Carvajales,
treguas al enojo demos,
y para después dejemos
guerras y bandos parciales.
No salgan los desleales
con su bárbaro consejo.
A estos pies mi agravio dejo,
para volverte a tomar;
que mal se podrá olvidar
el odio heredado y viejo.
Juntemos nuestros amigos,
y de dos un campo hagamos;
que mientras al Rey sirvamos,
no hemos de ser enemigos.
Serán los cielos testigos,
para ilustrarnos después,
de que hoy el valor leonés
con lealtad y con amor,
el bien del Rey su señor
antepone a su interés.


DON ALONSO:

Fénix de España, nacido
para que su gloria aumente,
pájaro sois inocente,
en ese árbol como en nido.
¿Quién, mi perla, os ha escondido
desa suerte?

REY:

Me han quitado
mi reino, y no me han dejado
aún la cuna en que nací;
y como a Herodes temí,
vengo huyendo al despoblado.

DON PEDRO:

No temáis del gavilán,
pájaro tierno y hermoso,
por más que intente ambicioso
hacer presa en vos Don Juan.

BENAVIDES:

Todos por ti morirán,
sol de España, hasta que quedes
libre de las viles redes
de ambiciosos cazadores.

REY:

Vengadme destos traidores;
que yo os juro hacer mercedes.

DON ALONSO:

Dadnos a besar la mano,
cifra de la discreción.

BENAVIDES:

Alto, hidalgos, a León;
muera el Infante tirano.
 (A la REINA.)
Y vos, ejemplo cristiano,
regidnos desde este día,
y será, pues de vos fía
el cielo una ilustre hazaña,
la Semíramis de España
la reina Doña María.
  
(Vanse.)

Sala en el palacio de León.
  
(DON ENRIQUE, DON JUAN, caballeros, músicos.)
  

DON ENRIQUE:

Goce Vuestra Majestad
deste reino de León
mil años la posesión.

DON JUAN:

Con larga felicidad
Vuestra Majestad posea
el de Murcia y de Sevilla,
y dilatando su silla,
sujeto a su nombre vea
el de Granada y Arjona;
que yo, mientras que viviere
Don Fernando, y pretendiere
su madre vuestra corona,
tenerme por rey no puedo.

DON ENRIQUE:

Ya no hay de quien recelar.
No le ha quedado lugar
desde Tarija a Toledo.
Ni desde él hasta Galicia,
que rey a Fernando nombre,
ni caballero o ricohombre,
que en fe de nuestra justicia,
a Don Juan y a Don Enrique
no ofrezca el blasón real.
Aragón y Portugal,
por más que se justifique,
en nuestro favor tenemos:
aliado, el navarro es;
ampáranos el francés;
con gentes y armas nos vemos.
¿Dónde irá Doña María,
que nuestro amigo no sea?


DON JUAN:

No es bien que el reino posea
el bastardo hijo que cría.
Casóse en grado prohibido
con ella mi hermano el Rey;
no legitima la ley
al que de incesto ha nacido.
El derecho que me toca,
defenderé hasta morir.


DON ENRIQUE:

Reina pudiera vivir,
a no ser la infanta loca,
si no nos menospreciara,
y con uno de los dos
se casara.


DON JUAN:

Vuelve Dios
por nuestra justicia clara,
pero mientras en prisión
el hijo y madre no estén,
aunque obediencia me den
Toledo, Castilla, León,
no puedo vivir seguro,
y así a buscarlos me parto.

(Suenan dentro voces y música.)
  

UNOS:

¡Viva Don Fernando el Cuarto,
Rey legítimo!

DON JUAN:

En el muro
suenan voces.

OTROS:

¡Viva el rey
Don Fernando de León!
Y los infames que son,
en ofensa de su ley,
desleales, ¡mueran!

VOZ GENERAL:

¡Mueran!

DON ENRIQUE:

Ingratos cielos, ¿qué es esto?

DON NUÑO, dichos.
  

DON NUÑO:

Socorred la ciudad presto;
que sus vecinos se alteran.
Ya al Rey niño han admitido
en el Alcázar, cercado
de mil hombres, que han juntado
por todo aqueste partido
Juan Alfonso Benavides
junto a los dos Carvajales.

DON ENRIQUE:

Si al encuentro no los sales,
y aqueste alboroto impides,
Infante Don Juan, no creas
que en León logres tu silla.

DON JUAN:

Ni que en Murcia y en Sevilla,
Don Enrique, rey te veas.
Enrique, alto, a la defensa;
que dos pobres escuderos,
que ayer no eran caballeros,
no nos han de hacer ofensa.

DON ENRIQUE:

Ni una mujer desarmada
es bien que temor nos dé
con un niño.

DON JUAN:

Moriré
diciendo: «O César, o nada».

BENAVIDES, DON ALONSO, DON PEDRO,
vecinos armados. Dichos.
  

DON ALONSO:

Volvió Dios por la justicia
del hermoso y tierno Infante;
castigó desobedientes,
dio victoria a los leales.
Dense los dos a prisión.

DON JUAN:

¿Cómo dar a prisión? Antes
las vidas, y morir reyes.

BENAVIDES:

Ya será imposible, Infantes.
Vuestras gentes están rotas,
y los fieles estandartes,
por Fernando de León
tremolan los homenajes.

(Quítanles las armas.)
  

DON ALONSO:

Vuestras Altezas, señores,
puesto que puedan llamarse
más fuertes que venturosos
en este infelice trance,
culpen la poca justicia
con que han querido quitarle
a un rey legítimo el reino,
noble herencia de sus padres;
y de la reina María,
cuyos presos son, alaben
la vitoriosa entereza,
y condición agradable;
que de su piadoso pecho,
como lleguen a humillarse
por vasallos del Rey niño,
cuando la cerviz abajen
y sus sacras manos besen,
les dará las suyas reales,
libertad que los obligue,
y perdón que los espante.


DON JUAN:

Si el deseo de reinar,
que tantos insultos hace
como cuentan las historias,
fuera disculpa bastante,
yo quedara satisfecho;
pero no hay razón que baste
contra la poca que tuve
en venir a coronarme.
Su indignación justa temo;
que es mujer, y en ellas arde
la ira, y con el poder
del límite justo salen;
que a no recelar su enojo,
hoy viera León echarme
a sus victoriosos pies.

BENAVIDES:

La clemencia siempre nace
del valor y la vitoria,
porque es la venganza infame.

DON ENRIQUE:

La reina Doña María
no es mujer, pues vencer sabe
los rebeldes de su reino,
sin que peligros la espanten.
Echémonos a sus pies;
que siendo los dos su sangre,
y ella tan cuerda y piadosa,
sentirá que se derrame;
y soldando nuestras quiebras,
fieles desde aquí adelante
procuraremos servirla,
porque nuestro honor restaure.
Dios ampara al rey Fernando,
y pelea por su madre.

DON PEDRO:

¡Noble determinación!,
aunque por hoy se dilate;
que no permita la Reina
que Vuestras Altezas la hablen.
Mientras que se desenoja,
será esta torre su cárcel.

DON JUAN:

Y no estrecha, si vos sois
della, Don Pedro, el alcaide.

DON PEDRO:

Con ese título me honra.

DON LUIS, con una fuente de plata,
y en ella un papel, dichos.
  

DON LUIS

La Reina ha mandado, Infantes,
que entréis en esa capilla,
donde os esperan los padres
que vuestras almas dispongan,
porque quiere en esta tarde
mostrar a España del modo
que allanar rebeldes sabe.


DON ENRIQUE:

La Reina, nuestra señora,
¿es posible que eso mande?
¡La piadosa! ¡La clemente!
¡A dos primos! ¡A dos grandes!
¡Ah, mujeres! ¡Qué bien hizo
Naturaleza admirable
en no entregaros las armas!

DON JUAN:

Cuando darnos muerte mande,
y por medio del rigor
a Fernando el reino allane;
Portugal y Aragón tienen
reyes de nuestro linaje,
que nuestra muerte la pidan
y castiguen sus crueldades.

DON ENRIQUE:

Ya no es tiempo de querellas.
Ofender las majestades
en daño de su corona
es crimen mortal y grave.
Pues que como caballeros
hemos peleado, Infante,
el morir como cristianos
es hoy hazaña importante.

DON LUIS

Aquí está vuestra sentencia.

(Presenta a los infantes el papel que viene en la fuente.)

DON JUAN:

¿Con ella el plato nos hace?
¿En una fuente la envía?
Pues tiempo vendrá en que pague
la costa deste banquete.
Cuando lleguen a apreciarte
con lanzas en vez de plumas
los que nuestro valor saben.

DON ENRIQUE:

Dejádmela ver primero.
¡Oh muerte fiera!, ¡que bastes
a asombrar pechos de bronce,
sólo con un papel frágil!

(Lee.)

«Doña María Alfonso, reina y gobernadora de Castilla, León, etc.:
por el Rey Don Fernando IV deste nombre, su hijo, etc.
Para confusión de sediciosos y premio de leales,
manda que los Infantes de Castilla sus primos salgan libres de la
fortaleza en que están presos, se los restituyan sus Estados, y
demás desto hace merced al infante DON ENRIQUE de las villas de
Feria, Mora, Morón y Santisteban de Gormaz; y al infante Don Juan,
de las de Aillón, Astudillo, Curiel y Cáceres, con esperanza, si se
redujeren, de mayores acrecentamientos, y certidumbre, si la
ofendieren, de que lo queda valor para defenderse, y ánimo para pagar
nuevos servicios con nuevos galardones».
- La Reina Gobernadora.

(Descórrese una cortina en el fondo,

y aparece la REINA en pie sobre un trono,

coronada, con peto y espaldar,

echados los cabellos atrás,

y una espada desnuda en la mano.)

  
La REINA, dichos.

  

REINA:

La reina Doña María
castiga de aquesta suerte
delitos dignos de muerte.
Contra vuestra alevosía,
en armas y en cortesía
os ha venido a vencer,
siendo hombres, una mujer.
a daros vida resucita,
como quien la caza suelta
para volverla a coger.
Si pensáis que por temor
que a los que os amparan tengo,
a daros libertad vengo,
ofenderéis mi valor.
Para confusión mayor
vuestra, he querido premiaros;
porque si acaso a inquietaros
vuestra ambición os volviere,
cuando agora más os diere,
tendré después que quitaros.
poco estima a su enemigo
quien le vence y vuelve a armar;
que en el noble es premio el dar,
como el recebir castigos
si dándoos vida os obligo,
por vuestra opinión volved,
y si no, guerra me haced.
Veremos quién es más firme,
vosotros en deservirme,
o yo en haceros merced.


DON JUAN:

No olvide jamás España
tu magnánimo valor,
pues juntas con el temor
la piedad que te acompaña.
Que yo desde aquí adelante,
desta merced pregonero,
seré en servirte el primero.

DON ENRIQUE:

Y yo leal y constante,
con satisfacción bastante...

REINA:

Venid, y al Rey besaréis
las manos.

DON JUAN:

Desde hoy podéis
regir nuestros corazones;
que obligan más galardones,
que las armas que traéis.

REINA:

(A él.)
Benavides os llamáis;
a Benavides os doy.

BENAVIDES:

Tu vasallo y siervo soy.

REINA:

Si servirme deseáis,
quiero que por bien tengáis
que vuestra hermana sea esposa
de Don Juan, y en amorosa
paz vuestros bandos troquéis.

BENAVIDES:

¿Qué imposible intentaréis
que no acabéis, Reina hermosa?

REINA:

Dadle, pues, Don Juan, la mano;
que en dote os doy la encomienda
de Martos.

DON ALONSO:

Jamás ofenda
tu vida el tiempo tirano.

REINA:

A Don Pedro, vuestro hermano,
mi merino hago mayor
de León.

DON PEDRO:

Por tal favor
los pies mil veces te beso.

REINA:

No me contento con eso;
yo honraré vuestro valor
Don Diego López de Haro
cercado tiene a Almazán,
porque de Aragón le dan
las reales barras amparo:
partamos a su reparo,
y mostrad, Infantes, hoy
que es la libertad que os doy
por los dos agradecida.

DON JUAN:

La pagaré con la vida.

DON ENRIQUE:

Dispuesto a servirte estoy.