La querencia olvidada
El caballo estaba muy viejo. No servía más y el hombre lo lanzó al camino. Entonces comenzó su marcha lenta. En un pastoreo de portera abierta, entró. Comprendía que era libre. Pero la libertad sin destino, no tiene valor. En el atardecer levantó la cabeza hacia los astros. Aspiró los vientos.
Buscaba en las luces lejanas y en los vientos viajeros la querencia olvidada. Al amanecer comenzó a marchar hacia su infancia. La libertad tenía un destino.
Después de muchas jornadas comprendió que su querencia estaba muy lejana.
Caminaba lentamente. A veces una dulce pereza le tendía en los bordes de las aguadas llenas de árboles. Otras, se detenía en el camino, mirando sus hermanos prisioneros, tras los alambrados.
Una mañana le costó andar.
En la tarde un cuervo negro apareció junto a la estrella de los troperos, la que ordena recomenzar la marcha.
Desde ese día viajó en la noche.
Pero en el amanecer, cuando se apagaba la última estrella surgía desde la distancia celeste el cuervo viajero.
Un día comenzó a volar hacia la tarde que estaba a espaldas de la querencia del caballo.
Pero surgió otro cuervo. Y cuando éste se cansó y voló hacia atrás llegó otro. En cada jornada había un cuervo que quería ir hacia la infancia del caballo.
Ahora ya volaban casi sobre el viajero lento y lo angustiaban los descansos largos, pues él, les veía las garras y el pico con sangre.
Esta vez se quedó estirado y feliz en el campo, cerca del agua.
Antes de dormirse recordó que en su querencia, hacia donde iba ahora, no había cuervos sino pequeños pájaros de color.