La reliquia
Un confesor gilito
en opinión de santidad estaba,
por lo que despachaba
de penitentes número infinito.
Además, este padre reverendo
llevaba en un remiendo
de su negra pretina
cosida una reliquia peregrina
con muchas indulgencias
que evitaban penosas penitencias
siempre que con dos dedos la tocaba
al tiempo de absolver al confesado,
y así todo pecado
con esta ceremonia perdonaba.
De clases diferentes
el número creció de penitentes,
sabiendo la excelencia
de la nueva indulgencia
que este varón profundo
igualmente aplicaba a todo el mundo.
Una moza morena
llegó a sus plantas, de pecados llena,
con ojos tentadores, talle listo,
y unas tetas que hicieran caer a Cristo,
pues, conforme a la moda,
ya en taparlas ninguna se incomoda.
Empezó a confesarse
y, así que llegó al sexto mandamiento,
de torpes poluciones a acusarse
con tanta contrición, que el movimiento
de su blanca pechera
simpatizó del fraile el instrumento,
como era natural, de tal manera
que le causó cuidado
sentírselo de pronto tan hinchado.
La iglesia estaba oscura,
la gente no era mucha y, temeroso
de más descompostura,
el bendito varón acudió ansioso
al corriente remedio
de empuñar con recato por en medio
el miembro rebelado;
y esto fue tan a tiempo ejecutado,
que hizo un memento homo
pasándole la mano por el lomo.
La moza acabó en tanto
su confesión, y dijo al varón santo:
-Echeme, padre mío,
la sacra absolución en que confío,
y aplíqueme, le ruego, la indulgencia
que su reliquia tiene,
pues la virtud que en ella se contiene
puede excusar más grave penitencia.
Oyendo estas razones,
de su meditación medio aturdido,
el fraile volvió en sí dando un ronquido;
sacó de sus calzones,
para absolver, la mano humedecida;
tocóla en la reliquia consabida
y, en vez de bendición, echó rijoso
a la moza un asperges muy copioso.
-¡ Jesús!, ella exclamó. ¿ Para qué es esto
que me ha echado en la cara?
Sintiera que pegado se quedara,
pues parece de gomas un compuesto.
A que respondió el fraile: -Eso, sin duda,
es, ¡ ay!, que ha cometido un gran pecado,
hermana, y perdonárselo ha costado
tanto, que a mares la reliquia suda.