La revolución en Austria es una realidad porque es una necesidad histórica
ES UNA NECESIDAD HISTÓRICA
USTRIA, más que país de revoluciones,
ha sido país de insurrecciones. Las
revoluciones verdaderas, intensas, las hacen
en sí los pueblos que constituyen un
todo orgánico; que histórica, geográfica
y étnicamente forman un conjunto homogéneo,
si es que ya hoy se pueden reconocer
agrupaciones humanas homogéneas.
Austria no es eso. En un libro reciente
de Sedu Trotski («The bolsheviki
and world peace)», se da una sobria y
precisa definición de lo que es el Estado
austríaco. Dice Trotski: «Como organización
de Estado está identificado con la
monarquía de los Hapsburgo. Se sostiene
o cae con los Hapsburgo.» Y más adelante:
«Conglomerado de fragmentos raciales,
centrífugos en tendencia, forzados
aún por una dinastía a convivir, Austria-Hungría
presenta el cuadro más reaccionario
en el verdadero corazón de Europa.»
Austria-Hungría, como Estado eu-
ropeo, ha dejado de tener existencia pro-
pia desde antes de Sadowa. Fué el corazón
de toda la raza germánica. Uno de
sus hijos, uno de los infinitos hijos suyos
que ha dado al mundo como soberanos,
clavó su espada en ese corazón. Desde
entonces dejó de latir. Fué cuando Federico
el Grande, robó para Prusia, a
una pobre mujer desamparada, la Silesia
austríaca. Ya entró, pues, en el siglo
XIX, el Austria con la espada prusiana
clavada en el corazón. Ya era un
cuerpo sin vida. Prusia ocupó la hegemonía
de los pueblos germánicos. Austria
tuvo que sostenerse y engrandecerse a
costa de pueblos que ya no eran de su
raza, desmembrando y avasallando a los
checos, a los eslavos, a los yugoslavjos,
a los madgiares. Mientras, Prusia seguía
absorbiendo todo lo germánico. Cuando
vio la ocasión propicia, subyugó al
Austria. Sadovira fué la realización de
este ideal; si Austria quedó en pie como
nación, si Viena no pasó ya a ser un Estado
más de la Confederación, es porque
Bismarck estaba convencido de la realidad
contenida en la frase famosa de Palacky,
pronunciada por éste con los ojos
puestos en Alemania. ¿A qué tomarse el
trabajo de inventar un Austria, teniéndola
ya, y teniéndola avasallada, mediatizada?
Austria era el centinela avanzado de
Alemania, el adelantado de frontera, que
prevenía —y ha sido esa su misión durante
todo el pasado siglo— el engrandecimiento,
la cohesión, de los pueblos ribereños
del Danubio y de los balkánicos,
engrandecimiento y cohesión que para
Alemania hubieran podido ser fatales. Se
procuró cuidadosamente, que la debilidad
sufrida por la desgermanización de
Austria, fuera compensada en alguna manera.
La perfidia magiar subvino a esta
necesidad política. Los vasallos pasaron
a ser iguales al señor. Un simple cambio
de nombres, llamar monarquía dual al
imperio, con lo que se satisfacía el orgullo
prusiano y se desnatulizaba y estrangulaba
el espíritu de independencia húngaro,
convirtió al enemigo tradicional en
aliado fervoroso, el que más obstinada y
más duramente ha venido estrangulando
los anhelos de reivindicación de las
demás razas sometidas a la casa de los
Hapsburgos.
El equilibrio de la Europa central era
un equilibrio en beneficio exclusivamente
de Alemania. Pero estaba en contra de
todas las leyes de la estática histórica.
Paul Lonys, en su libro «L'Europe nouvelle»,
ha señalado científicamente, con
admirable precisión, la constitución de
los nuevos Estados que se desprendan de
la necesaria desmembración de Austria.
Con Paul Lonys coinciden los elementos
antigermánicos de Austria, que están a
la cabeza del movimiento separatista.
Eduardo Benés ha hecho un mapa, comprensivo
de las aspiraciones de las nacionalidades
sometidas, que da una idea de
lo que sería una Europa nueva racionalmente
formada. He aquí lo que dice Benés:
«Sobre sus ruinas —las de AustriaHungría—
se debe constituir el Estado
checoeslavo, comprendiendo Bohemia,
Moraviá, Silesia y Eslavoquisa, la Polonia
autónoma —las tres Polonias formando
una sola, preferiríamos decir nosotros—
con la que limitaría al Norte; la
Rusia, que sería su vecina, al Este, en
los Cárpatos, formarían, con el Estado
checb independiente, una barrera infranqueable
contra Alemania. Al Sur, la gran
Servia, compuesta por los territorios servios,
croatas y eslovenos —toda la aglomeración
yugoslava, incluyendo a los dálmatas,
podría decirse—, y acercada al territorio
checo por un corredor entre el
Feithe y el Raab, en Hungría, completaría
el cerco de Alemania. Italia ayudaría
a los eslavos a separar definitivamente
del Adriático a Austria y Alemania. Transilvania
sería incorporada a Rumania, y
Hungría, independiente, no conservaría
otros territorios que los exclusivamente
habitados por magiares.
Se ha necesitado la guerra europea para poder contemplar como una realidad asequible esta constitución europea, cuya condición previa es la destrucción de Austria-Hungría. La guerra —y no aceptamos, ni en hipótesis, el triunfo del imperialismo alemán en-ella— respondiendo al viejo dicho castellano de que no hay mal que por bien ni venga, ha hecho posibles aspiraciones que eran tenidas como sueños realizables sólo a muy larga fecha. En medio de la guerra, se están experimentando transformaciones inesperadas, en las naciones beligerantes. Esas transformaciones ejercen su influencia en todos los pueblos. Imponen su pensamiento y señalan a todos un destino ineludible. Ese destino, es el de las que más han avanzado. Pongamos a Rusia como horizonte visible adonde tenemos que llegar. Austria, sin cohesión íntima y sólida, únicamente hubiera podido haberse salvado, por un triunfo rápido. Si los trastornos económicos producidos por la guerra determinan levantamientos en masas en nacionalidades de hecho y de derecho, ¿qué no ha de esperarse en una nacionalidad que ni de hecho ya ni de derecho lo es? La prolongación de la guerra tenía obligadamente que dar por fruto una revolución —o una insurrección revolucionaria, si se lo quiere llamar así— en el dominio de los Hapsburgo. Y se ha repetido un fenómeno que, reconozcámoslo con pena, no ha sido ni será único. Los elementos directores de la masa revolucionaria, llenos de ese espíritu conservador que influye en los jefes de partido la contemplación temerosa de responsabilidades que, desde el puesto a que han subido, se aparecen a sus ojos senectos como gigantescas; los elementos directores del partido socialista austríaco, han obrado como elementos contrarrevolucionarios, y la masa, esa masa que va—es siempre «lo que va»— más allá de adonde se la lleva, ha dejado atrás, o a dejado debajo, todo es cuestión de posición, a los hombres que estaban al frente de ella: Porque la revolución se ha hecho en Austria, aunque, se desmientan hoy las noticias de ayer, y aunque los que las desmientan digan verdad, nosotros seguimos creyendo que la revolución en Austria se ha producido, y perdonen el contrasentido los que así le aprecien. La revolución la inició Federico Adler al saltar por encima de una disciplina que era una cadena, y de un criterio de mayorías que parecía una traición, y disparar su revólver contra Stürmer. ¡Ah, si Liebknecht hubiera hecho lo mismo con Holwek o con Tirpitz! Federico Adler ha lanzado la más enardecida y la más eficaz de las proclamas revolucionarias, en su discurso de defensa ante el Consejo de Guerra. Y no olvidemos, entre lo que dijo, aquella división que hacía del partido socialista en Austria: un cuerpo de funcionarios, que dirige, y una muchedumbre que, descansando en el pensamiento de aquellos funcionarios, se deja dirigir. Federico Adler sustituyó a todos los funcionarios pasivos, e hizo moverse a la muchedumbre. Eso, ha sido la revolución. Y eso es. Se ha derrumbado el edificio que estaba levantado sobre arena. Creemos, pues, en la revolución de Austria. Creemos en ella porque es un hecho inminente, que, si no se ha producido, ha debido producirse, y, por lo tanto, se. producirá. Y creemos también que la revolución de Austria no se limitará a un simple cambio de forma de gobierno. En eso se podía pensar antes de 1914. Desde Agosto de 1914, ya no. Los trabajadores austríacos irán más allá que lo que alcanza la vista de las cabezas visibles del socialismo austríaco. Lo mismo harán, esperémoslo, los trabajadores alemanes. Que son quienes han de decidir en definitiva, compenetrados con todos los trabajadores del mundo, y poniendo como desenlace a la horrible tragedia la revolución de los pueblos apagando el tronar de los cañones.