La santa Juana, primera parteLa santa Juana, primera parteTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen JUAN Váazquez, Juan MATEO
y la SANTA, llorando
JUAN:
De tu humildad y obediencia
jamás, hija, imaginara
mi gusto tal resistencia,
a no mirar en tu cara
de este engaño la experiencia.
Siempre, aunque en vano, creí
que, como en la cera, en ti
mi voluntad se imprimiera,
y que tu sí o tu "no" fuera
solamente mi "no" o "sí."
Mas mi desengaño llega
a ver hoy cuán poco puede
un padre que a su hija ruega,
lo que callando concede
y con ese llanto niega.
¿Tú llorar, cuando ese susto
convertirle en gozo es justo
porque el mío consideras?
¿Tú la hierba del sol eras
siempre siguiendo mi gusto?
No te espantes si me espanto
en ver esta novedad,
cuando te entristece tanto
opuesta a mi voluntad
con el "no" de un mudo llanto
que es justo mi sentimiento.
MATEO:
Sobrina, este casamiento
que os procuramos, los dos
es de la mano de Dios,
y como mi hermano siento
las muestras de ese pesar.
Francisco Loarte es hombre
con quien nos podéis honrar;
mozo, rico, gentilhombre,
y de su casa y solar
ha ennoblecido el valor
el césar nuestro señor;
y pues con su sangre hidalga
quiere Dios que luzga y valga
vuestro estado labrador,
no me parecen discretos
esos extremos.
JUAN:
Verás
si te casas mil efetos
de gusto, y más si me das
hidalgos y nobles nietos.
Yo he dado ya la palabra
a quien en el alma labra
casa en que la tuya viva;
ella también le reciba
y alegre sus puertas abra,
que si más lágrimas gasta
el sentimiento presente
y mis intentos contrasta,
llamaréte inobediente;
yo lo quiero y esto basta.
Alza el rostro.
SANTA:
¿Cómo puedo
si la carga con que quedo
de la palabra que has dado,
sobre los hombros me ha echado
los peñascos de Toledo?
Darme, padre, la sentencia
de mi muerte, y tus enojos
tienen por inobediencia
que llorando hablen los ojos
cuando calla la paciencia.
Dios la muerte que mandó
darle su padre lloró,
pero no fue inobediente;
pues si Dios la llora y siente,
¿he de ser más fuerte yo?
JUAN:
¿Casarte es matarte?
SANTA:
Sí,
que si es la libertad vida
y ésa la pierdo por ti,
muerta soy, tú el homicida.
¿Quieres ver si esto es así?
Pues del matrimonio advierte
el nombre, substancia y suerte,
hallarás por testimonio
que si es cruz el matrimonio
el casarse será muerte.
Luego mi muerte publicas
con el estado que a luz
sacas, pues cuando le aplicas,
siendo el matrimonio cruz,
me casas y crucificas.
SANTA:
Fuera de que no es igual
nuestro labrador sayal
con su terciopelo noble,
y la palma con el roble
juntaránse tarde y mal.
Es ligero el elemento
del agua en su propia esfera,
como la pluma o el viento,
pero si le sacan fuera
pesa, porque está violento.
En mi centro estoy, no quiera
quien en él me considera
que mi peso le derribe,
que el pece en el agua vive
y muere sacado fuera.
Yugo llaman los que miran
la vida de los casados
y en sus coyundas suspiran
justamente, pues atados
del tálamo el carro tiran.
Mas, porque no sean mortales
las cargas que tantos males
causan al siglo presente,
para tirar dulcemente
han de ser los dos iguales.
Luego no te escandalices
si me vieres resistir
el yugo fiero que dices
cuando pretendes unir
tan desiguales cervices.
SANTA:
Dame otro mejor estado
que te alivie del cuidado
que suele quitar el seso
de un yerno mozo y travieso,
jugador y mal casado;
que todo esto lo aseguras
con más noble cautiverio
que es el que darme procuras.
Méteme en un monasterio,
donde entre vírgenes puras
se alegrará mi esperanza
si a Dios por su esposo alcanza
y adquirirás nombre eterno.
Padre, éste sí que es buen yerno
sin pobreza, sin mudanza.
En Santo Domingo el Real
tengo una tía; la fama
de este monasterio es tal,
que toda España le llama
paraíso terrenal.
Conmigo ha comunicado
mi tía el dichoso estado
de las monjas que allí viven,
sin dote en él me reciben.
Dulce padre, padre amado,
tío prudente, hoy los dos,
me habéis de dar este nombre,
que no queréis, padre, vos
darme por esposo un hombre
cuando lo quiere ser Dios.
MATEO:
Casi enternecido estoy;
mil gracias al cielo doy
que tan notable virtud
en tan tierna juventud
ha puesto.
JUAN:
Tu padre soy;
tu remedio he procurado,
no tengo hijos, como ves,
sino a ti; sola has quedado,
nietos quiero que me des,
ya mi palabra he empeñado.
Nunca acostumbro quebrarlas
las veces que llego a darlas,
ni las hijas han de hacer,
Juana, sino obedecer
en llegando a remediarlas.
Sale LILLO con galas
de desposada en un azafate
LILLO:
Desde Madrid a Toledo
con tal presteza he venido,
que pienso que me ha traído
otro artificio o enredo
como el de Juanelo.
JUAN:
¡Lillo!
LILLO:
Señor.
JUAN:
¿Y Francisco Loarte?
LILLO:
Mañana de Illescas parte
más ligero que un novillo
cuando le sueltan del coso.
MATEO:
Prestarále amor sus alas.
LILLO:
Yo vengo con estas galas
que envía el futuro esposo
a mi sa Juana; un baúl
queda abajo en el patín
donde viene un faldellín
de oro y damasco azul,
que se le puede poner
la mujer de un monseñor;
ropas de todo color,
cuyas colas pueden ser
cola canóniga, o cola
de una cátedra perdida
de primavera florida;
otra entera a la española.
Probómela el sastre a mí,
y aunque con barbas, me estaba
tan pintada, que pensaba
que con la suya nací.
Tanto, que un gato aruñable,
viendo mi tallazo y brío,
dijo enamorado, "mío,"
que fue un requiebro notable.
En fin, tantas galas vienen,
que cual novia se engreía
la mula que las traía.
Parte de ellas se contienen
en este tal canastillo
o azafate; vuesarcé
rompa muchas, porque dé
estrenas al señor Lillo.
JUAN:
Yo, Lillo, os las quiero dar
en nombre de Juana, mi hija;
recebid esta sortija.
LILLO:
Déjete el cielo gozar
y ver choznos que a la puerta
te saquen, y a los reflejos
del sol dejes nietos viejos.
JUAN:
Hija, porque se divierta
tu pena, las galas mira
que tu esposo te ha feriado;
que no hay tan grande cuidado
en la que llora o suspira,
ni con el gozo se iguala
de ver una gala nueva,
porque no hay tristeza a prueba
del mosquete de una gala.
MATEO:
Mucho a Francisco Loarte
debes, sobrina querida;
el ser desagradecida
es crueldad.
JUAN:
Quiero dejarte
sola, que así mirarás
en la razón, que es tu espejo,
cuán bien te está mi consejo
y alegre le cumplirás.
SANTA:
¡Ay de mí!
JUAN:
¿No vienes, Lillo?
LILLO:
Cuando el sí nos hayan dado,
vendrá ya más recatado
que capa en el baratillo.
Vanse, dejando las galas.
Queda la SANTA sola
SANTA:
Bien acompañados quedan
los males en que me fundo
entre las galas del mundo
..................... [ -edan];
mas no hará, por más que puedan,
mella en el bien que acaudalo,
pues por malas os señalo,
y alas que nos dais veneno,
decid lo que tenéis bueno,
diré lo que tenéis malo. A los chapines
Vengamos al fundamento
sobre que el mundo fabrica
la máquina que edifica
entre sus torres de viento.
¡Miren sobre qué cimiento
labra la hermosura humana
su presunción loca y vana!
¿Esto a la mujer no avisa
que, si sobre corchos pisa,
por fuerza ha de ser liviana?
Con corcho el mundo os engaña,
hermosuras españolas;
ved cuál os traerán sus olas
en corchos si sois de caña.
Loca soberbia de España
que el mundo has vuelto al revés,
¿con plata, que es tu interés,
coronas chapines vanos?
¿Lo que afanaron tus manos
es bien que pisen los pies?
SANTA:
Líbreme el cielo de estado
donde, como el indio necio,
he de dar el oro a precio
de corcho y papel pintado.
Lástima tengo al casado,
que si es su honor la mujer
y en corchos la ha de traer,
peligrosos son sus fines,
porque honor sobre chapines
a pique está de caer. A las cadenas
Cadenas, si causa penas
vuestro aparente tesoro,
hierro sois, que no sois oro,
pues yerra quien no os condena.
Si hay prisión donde hay cadena
y la prisión siempre es mala,
¿quién por buenas os señala?
Vestidos que en el delito
de Adán fuisteis sambenito,
¿del sambenito hacéis gala?
¡Ay Dios, que en tal cautiverio
mi padre afligirme trate!
El mundo es mar que combate
con alas de vituperio.
Nave será un monasterio
si el cielo el paso me allana.
Galas viles, no soy vana
de vuestras galas, mi Dios,
me adornad y vestid vos.
Caen las galas abajo saliendo en su lugar
un hábito de monja de San Francisco.
Habla dentro
VOZ:
Éstas son mis galas, Juana.
SANTA:
¡Ay cielos! ¿Qué es lo que he visto?
Una voz divina oí
y un saco pobre está aquí.
¿Cómo el contento resisto?
Éstas son galas de Cristo
y de Francisco librea,
santo en quien Dios hermosea
las llagas con el carmín,
que el alado serafín
en vuestras carnes emplea.
Con tan soberana gala,
¿qué hermosura no tendrá
el alma que os sigue ya
y por vuestra se señala?
Este cordón será escala
con que desde el alboroto
del mundo el cielo, aunque ignoto
y su gloria meta a saco,
que aunque está roto este saco
no le echaré en saco roto.
El monasterio sagrado
de la Cruz, Francisco mío,
es vuestro y en él confío
escapar del mundo a nado;
ya el cómo y cuándo he pensado,
aseguradme el camino,
Seráfico peregrino,
que dándome vos favor
hoy tiene de hacer Amor
un disfraz a lo divino.
Vase y lleva el hábito.
Salen MARCO ANTONIO
y LUDOVICO
LUDOVICO:
Infórmate tú mejor,
que hoy lo he venido a saber.
MARCO ANTONIO:
¿El hijo del mercader?
¿El estudiante Melchor?
LUDOVICO:
Ése fue el mismo que viste
saltar la noche pasada
de tu casa ya escalada
la pared.
MARCO ANTONIO:
¿A quién lo oíste?
LUDOVICO:
A quien ha visto rondalle,
hechos de tu agravio jueces
los vecinos muchas veces,
estas puertas y esta calle.
Pues no sabe que has venido
nadie a Toledo, tu agravio
puedes vengar como sabio
antes de ser conocido.
Aguárdale hasta que salga
a rondar como acostumbra,
cuando al Indio el sol alumbra,
y entonces, sin que le valga
fuerza ni industria, podrás
dándole muerte vengarte
y luego a Madrid tornarte,
desde donde volverás
dentro de un mes a Toledo,
fingiendo que entonces llegas
de Sevilla.
MARCO ANTONIO:
¡Ay, honras ciegas,
que siempre os combate el miedo!
Dime: ¿no será mejor
darlos muerte juntos?
LUDOVICO:
Eso
será pregonar su exceso.
En cosas de honra, señor,
por menos inconveniente
se tiene el disimularlas
que, por vengarse, sacarlas
al qué dirán de la gente.
MARCO ANTONIO:
Eres, en fin, más discreto
que yo; buena es tu cautela.
Muera el que mi afrenta vela
y esté mi agravio secreto.
Ven, y templarán mi furia
tu presencia y mi esperanza,
que no hay bastante venganza
cuando es pública la injuria.
Vanse.
Salen MELCHOR, JULIO y FABIO
MELCHOR:
¿Hay tormento como un viejo,
Julio, para un hijo mozo?
Si esta noche no la gozo
la mejor ocasión dejo
que el amor me puede dar.
JULIO:
¿Vívese Marcela allí
adonde fue Troya?
MELCHOR:
Sí.
JULIO:
Pues bien, ¿y hemos de tornar
a saltar tapias huyendo
de la justicia?
MELCHOR:
Eso fue
una vez.
JULIO:
De allí quedé
escarmentado. No entiendo
que nos conviene, Melchor.
Busca en Toledo otra dama,
que peligra así la fama
y honra de doña Leonor,
que vive junto a su casa,
y piensa la vecindad
que rondas más su beldad
que a Marcela.
MELCHOR:
Ponme tasa.
JULIO:
Si sucediese saltar
otra vez por sus paredes,
y te vieren, ¿cómo puedes
después, Melchor, restaurar
el nombre y reputación
que en dos años ha adquirido
ausente de aquí el marido?
MELCHOR:
Comiénzame a hacer sermón.
Yo cumpliré el gusto mío;
tema, Julio, el que es cobarde.
Mi padre se acuesta tarde
después que está aquí mi tío,
y a mi prima intenta dar
nuevo estado y nuevo dueño.
Vestiréme al primer sueño,
que aunque me obliga a acostar
dentro su mismo aposento
desde que mi inquietud sabe,
de la puerta tengo llave.
Fabio, por darme contento,
en la sala más afuera
podrá dejarme el vestido
de color.
JULIO:
Tú estás perdido.
MELCHOR:
Podré, en fin, de esta manera,
sin que mi padre lo sienta,
salir en tu compañía,
si gustas.
JULIO:
Yo gustaría
que comieses sin pimienta
esta trucha salmonada.
MELCHOR:
Julio, eso ya es flaqueza.
JULIO:
Quiébrate tú la cabeza,
que debes tener guardada
otra en el arca.
MELCHOR:
Yo iré
con aviso.
JULIO:
Y yo contigo.
MELCHOR:
Fabio, el vestido que digo
esta noche.
FABIO:
Así lo haré.
Vanse.
Salen doña LEONOR
y CELIA, criada
LEONOR:
¿Mi esposo en Toledo?
CELIA:
Así
me lo han dicho.
LEONOR:
Loca quedo.
¿Marco Antonio está en Toledo?
¿Mi esposo, sin verme a mí?
¡Ay, cielos, qué puede ser!
No, Celia; mentira ha sido.
CELIA:
Yo así lo hubiera creído
si no hubieran visto ayer
a Ludovico, señora.
¿No ha un mes que desembarcó
en Sevilla y te escribió
que vendría por ahora?
Pues quien le vio en la ciudad
bien le conoce.
LEONOR:
¡Ay de mí,
Celia, si eso fuese así!
Alguna gran novedad
sin duda debe de haber.
¡Ay sospechas! Vuestro miedo
comienza. ¡Que esté en Toledo
y no vea a su mujer!
¿No era doña Leonor
de su honesto amor la fragua?
Mas ha pasado mucha agua
y habráse anegado Amor.
Celia, ¿qué puede ser esto?
CELIA:
Según lo que ha sospechado
quien el recato ha notado
con que anda, es manifiesto
que alguna mujer le hechiza
en Toledo.
LEONOR:
¡Ay, amor ciego!
Apagó el mar vuestro fuego,
llevóse el viento en ceniza
el rescoldo que su fe
prometió conservar vivo.
¡Pobre de mí, que recibo
celos de lo que aún no sé!
Celia, a mí me importa hablar
aquese hombre.
CELIA:
¿Para qué?
LEONOR:
De él dónde acude sabré
mi esposo, y en qué lugar
vive esta Leucote nueva
de quien soy, Celia, celosa.
CELIA:
No será difícil cosa
hablarle.
LEONOR:
Ven y haré prueba
del fiero mal que me abrasa,
que si vivió con sosiego
mi fe, los celos son fuego
que echan al dueño de casa.
Vanse.
Sale la SANTA vestida de hombre
SANTA:
La esposa que en los Cantares
herida de vuestro amor,
divino esposo y señor,
por tan diversos lugares
os busca, me hace atrever
a que, disfrazada en hombre,
ni el ser de noche me asombre,
ni el temor que en la mujer
es natural, la ley guarde
del miedo que ya he roenpido,
porque amor hace atrevido
el animal más cobarde.
Casarme quieren, mi Dios,
siendo cosa reprobada
el ser dos veces casada
y siendo mi esposo vos.
Ya conozco vuestros celos,
no os los quiero, mi Dios,
dar; mi padre quiero dejar,
que con humanos desvelos
me impide el bien que publico,
y por un mortal esposo
un divino y poderoso
me quita inmortal y rico.
Sólo vuestro amor me cuadre,
que si a mi padre dejé,
en vos, mi Cristo, hallaré
Rey, Señor, Esposo y Padre.
SANTA:
El vestido de mi primo
en hombre me ha disfrazado;
la diligencia y cuidado
importa, ya que camino,
y del sol la clara luz
a la noche ha dado treguas.
No hay más de cinco o seis
leguas desde Toledo a la Cruz,
donde el instituto santo
del Seráfico pastor
tiene de abrazar mi amor.
Vamos, pues; mas, ¡ay, qué espanto!
Grillos me pone a los pies.
¿Qué dirá el mundo de mi?
Si me sigue y halla así
mi padre, ¿creerá después
que servir a Dios ordeno,
o que con tan nuevo traje
voy a afrentar mi linaje
roto a la vergüenza el freno?
¿Qué dirán los que en tal talle
tuvieren de mí noticia?
¿Y qué dirá la justicia
si así me topa en la calle?
Honra, ¿qué dirán de vos?
Mas ¿por qué mi temor fundo
en el qué dirán del mundo
si el mundo dejo por Dios?
No seré yo la primera
que con varonil vestido
busque a Dios; otras ha habido
que abrieron esta carrera.
SANTA:
Una Eugenia en traje de hombre
su casa y padres dejó,
y con los monjes vivió,
mudando en Eugenio el nombre;
de modo, que de su vida
es la mía imitadora.
¿No fué una santa Teodora
por hombre también tenida,
hasta que después de muerta
el mundo la conoció?
¿Por qué he de ser menos yo?
Cerraré al temor la puerta,
que el amor haga esta hazaña.
En Hazaña me dio el ser
Dios. Hazañas he de hacer;
mas--¡ay cielos!--¿si me engaña
mi loca imaginación?
Una mujer que es espejo
de su honor, sin más consejo,
sin más consideración,
¿tiene de dejar así
su fama? ¿No puedo yo
ponerla a riesgo? Sí... no...
pues... volveréme... no... si...
Y si mi padre me casa,
¿heme de ir de noche obscura?
Ésta es gran desenvoltura;
Juana, volvamos a casa.
Poco importa que te ensayes,
amor, pues no te resuelves.
Quiere entrarse y detiénela
el ÁNGEL de la Guarda
ÁNGEL:
Tente, Juana. ¿Dónde vuelves?
Esfuérzate, no desmayes.
Vase
SANTA:
¡Jesús! ¡Qué notable fuerza
sin ver a nadie he sentido
que la vuelta me ha impedido!
La voz sonora me esfuerza;
ánimo cobro ya nuevo.
Eterno esposo, ya os sigo,
que, pues os llevo conmigo,
suficiente guarda llevo.
Vase.
Salen MARCO Antonio
y LUOOVICO de noche
MARCO ANTONIO:
Si saliese de noche, Ludovico,
el adúltero infame que me afrenta,
verás de mis agravios la venganza
satisfecha en mi honra mi esperanza.
LUDOVICO:
No creyera jamás lo que la noche
que vimos dar asalto a tu honra y casa
sucedió.
MARCO ANTONIO:
Amigo, allí mi honor se abrasa.
LUDOVICO:
Tóledo al menos a tu esposa llame
Penélope española en esta ausencia.
MARCO ANTONIO:
No han hecho como yo ellos la experiencia.
LUDOVICO:
Bien puede ser que mi señora ignore
sus injurias, y dé alguna crïada
al que te agravia así en tu casa entrada,
que a ser doña Leonor mujer liviana,
saliera tu enemigo por la puerta,
pues sin saltar pared la hallara abierta.
MARCO ANTONIO:
¿Cómo puede eso ser, si al saltar dijo,
"Por Dios, que es bella moza, y que el marido
dejó a riesgo un buen talle?" Estoy perdido.
Aquí, amigo, cualquier discurso cesa.
No hay disculpa bastante. Melchor muera,
que sola esta disculpa mi honra espera.
Salen doña LEONOR, de hombre,
y DECIO como de noche
LEONOR:
Desde el mesón donde encubierto posa
le sigo recelosa de mis daños,
que amor todo es engaños. Decio amigo,
a la paga me obligo del cuidado
y aviso que me has dado.
DECIO:
En esta casa
vive por quien se abrasa, que esta tarde
hizo su amor alarde, preguntando
quién la honraba habitando estas paredes. Señala a MARCO ANTONIO
Tu Marco Antonio es, puedes por tus ojos
ver claros tus enojos y recelos.
LEONOR:
¿Que este es mi esposo? !Cielos! ¿De esta suerte
mi amor se paga? ¿Es muerte al fin la ausencia?
Ya miro la experiencia de mis daños.
Firmeza de dos años combatida
de la ocasión, ¿se olvida de este modo?
Decio, piérdase todo.
Da voces
DECIO:
No des voces.
LEONOR:
Si mi rabia conoces, ¿qué te asombras?
Noche, que en viles sombras favoreces
traidores, bien pareces que te abscondes
del sol, pues correspondes a quien busca
la obscuridad que ofusca obligaciones.
Estrellas, que a ladrones dais amparo;
cielo con el sol claro que está ausente;
luna, un tiempo creciente, ya menguante,
a su amor semejante en la mudanza;
paredes, que en venganza de la fama,
con que el mundo me llama roca firme,
¿queréis por afligirme que os adore,
mi esposo, porque os llore quien os mira?
¿Calles en quien ya tira mi locura
piedras, que piedra dura no enternece
el mal que me enloquece? Gran Toledo,
en cuyos libros quedo eternizada
por noble, por honrada, por coluna
del honor; cielos, luna, sol, estrellas,
paredes, rejas bellas, calles, puertas,
mis sospechas son ciertas, mis recelos,
mis tormentos, mis celos no hay sanarlos.
¡Cosa es el aumentarlos ya forzosa!
DECIO:
¡Señora!
LEONOR:
Ved si es cosa que se calle,
cuando ronda la calle donde habita
quien mi tormento incita. Ved si el hombre
es bien que tenga de mudable el nombre.
MARCO ANTONIO:
¿Qué voces serán éstas? ¿No es Leonora
la que se queja, llora y grita, cielos?
¿Si llora infames celos del que ha sido
mi deshonra? Perdido estoy, ya es cierta
mi sospecha. ¿A su puerta y a tal hora
dando voces Leonora? Amigo, muera
quien me ha ofendido.
LUDOVICO:
Espera.
MARCO ANTONIO:
El cadahalso
será esta calle.
LEONOR:
¡Ah falso! ¿Esto has traído
de las Indias que han sido tu Leteo?
Con sus bárbaros veo que recibes
sus ritos. ¿Qué caribes han trocado
aquel amor pasado, que envidiaban
cuantos la paz miraban, en que unidos,
ejemplo de maridos Marco Antonio
eras y testimonio? Pero miente
quien tal afirma, y siento que aquél era
acero. Tú eres cera y frágil caña.
¿Tú en España, en España? ¿Tú en Toledo
sin ver tu casa, y puedo persuadirme
que eres amante firme?
MARCO ANTONIO:
¡Ah, vil mudable!
Nombre de variable me das, cuando
por verte, atropellando inconvenientes
tantas provincias, gentes, tantos mares
pasaron mis pesares; cuando, ingrata,
al Potosí su plata, al mar sus perlas
hurté, para ofrecerlas a tu gasto,
viniendo al tiempo justo de dos años,
que son de estos engaños larga tasa,
y llegando a mi casa vi...
LEONOR:
¿Qué viste?
MARCO ANTONIO:
Que con tu fama diste y casto nombre
en tierra. Vi que un hombre con un salto
de una pared, dio asalto a mi sosiego;
vi que se alabó luego haber triunfado
de ti y de mi cuidado. A tus paredes
preguntar quién es puedes, quien procura
entrar de noche obscura; mas si agora
a sus puertas, traidora, te he cogido,
¿por qué a mi enojo impido la venganza?
LEONOR:
¿Disculpas tu mudanza de esa suerte?
Esposo ingrato, advierte que en defensa
de mi fama no piensa mi respeto
mostrársete sujeto, aunque te llame
mi marido. El infame que dijere,
séase quien se fuere, que mi casa
los límites traspasa que el honesto
amor en ella ha puesto, y que por obra
o pensamiento cobra detrimento
mi fama, miente.
MARCO ANTONIO:
¿Miento yo que he visto
tu liviandad?
LEONOR:
Si asisto en este traje
no es por hacer ultraje a lo que debo.
Decio diga si es nuevo en mí este exceso,
que por tal le confieso. Yo he sabido
que a Toledo has venido, aunque encubierto,
por los amores muerto de una Circe,
que así puede decirse quien te abrasa,
y viendo que tu casa así olvidabas
y a mí me despreciabas, te he seguido
con Decio, que ha sabido tus quimeras.
Si disculparme esperas con culparme,
armas tengo; vengarme en ti confío,
que por el honor mío, al propio esposo
mataré.
MARCO ANTONIO:
¡Ay, engañoso cocodrilo!
Las riberas del Tajo has vuelto en Nilo.
Salen JULIO y FABIO,
hablan aparte
FABIO:
Dejéle como digo en el retrete
de la sala de afuera aderezado
el vestido que saca cada noche;
levantóse, y buscándole, no pudo
hallarle, ni yo sé quién le ha tomado;
en fin, que se volvió a la cama haciendo
extremos y locuras de un furioso.
JULIO:
No vi en mi vida cuento más donoso.
MARCO ANTONIO:
Leonor, aquí no bastan las disculpas;
Ludovico lo vio, no hay engañarse
tantos ojos. Melchor, el estudiante
hijo del mercader, por tus paredes
entra de noche y sale; esto es sin duda.
JULIO:
¿Quién nombra aquí a Melchor? Escucha, Fabio.
MARCO ANTONIO:
Hoy moriréis los dos.
JULIO:
En el engaño
he caído. Melchor fue venturoso
en que le hurtasen el vestido, y éste
es de doña Leonor esposo caro,
que ya ha venido de Indias, y la noche
que en casa de Marcela la justicia
le obligó a que saltara sus paredes,
nos vio sin duda; miren si saliera
Melchor, ¡cuán venturoso hubiera sido!
FABIO:
Dióle la vida quien le hurtó el vestido.
JULIO:
Desengañarle, Fabio, es lo que importa. A ellos
¡Ah caballero! ¿Hay pasó seguro?
MARCO ANTONIO:
Si dice antes el nombre.
JULIO:
Que me place.
Julio me llamo y es un grande amigo
del señor Marco Antonio.
MARCO ANTONIO:
No hay ninguno
aquí con ese nombre.
JULIO:
Yo lo creo,
pues por sí o por no, desengañaros
quiero de una sospecha que os aflige.
Melchor, de quien tenéis esos recelos,
no os ha ofendido, ni hay en toda España
quien se atreva a rendir la fortaleza
que vuestra esposa bella ha conservado
el tiempo que en Toledo os lloró ausente.
Lo que ha pasado es esto: Melchor trata
con una dama que pared en medio
de vuestra casa vive, cuyo nombre
es Marcela. Una noche tuvo aviso
la justicia que estaban los dos juntos;
entró a buscarlos y Melchor subióse
á una azotea, desde donde viendo
que le seguía un alguacil, fue fuerza
saltar un tejadillo vuestro, y luego
de él a la calle. Examinad si es cierto
del alguacil Ayuso, y dad mil gracias
a Dios y a vuestra esposa que merece
otro nombre mejor del que os parece.
MARCO ANTONIO:
Amigo Julio ¿es cierto lo que dices?
JULIO:
Yo acompañé a Melchor aquella noche.
MARCO ANTONIO:
Quitó a mi amor tu aviso las tinieblas
de celos que eclipsaban mi sosiego.
Como el que duerme y tiene pesadilla,
desde que entré en Toledo, Julio, he estado;
despertásteme; en fin, ya he sosegado.
Dame esos brazos, cara y dulce esposa,
y echemos a los celos esta culpa,
que no en balde los pintan con un ojo,
y el otro ciego, porque vean a medias
y engañan como a mi me han engañado.
LEONOR:
Ya todo lo daré por bien empleado.
Sale un CRIADO
CRIADO:
¡Gran desgracia!
MARCO ANTONIO:
¿Qué es esto?
CRIADO:
Fabio.
FABIO:
Amigo.
CRIADO:
Juana, sobrina del señor, la hija
de Juan Vázquez, aquella que en Hazaña
tantas señales dio de virtüosa...
ésa falta de casa.
FABIO:
¿Cómo?
CRIADO:
Viendo
que la forzaba el padre a que tan niña
se casase, esta noche se ha ausentado,
y a lo que dicen disfrazada de hombre;
porque el vestido que Melchor tenía
de color, no parece.
JULIO:
Eso es sin duda,
y hale valido el dar al primo vida,
que a dejarle, ya estuviera muerto.
CRIADO:
Su padre está sin seso, su tío loco,
y todos imaginan que se ha ido
al monasterio de la Cruz, dos leguas
de Illescas, a ser monja, que así dijo
lo había prometido.
FABIO:
Pues ¿qué intentan?
CRIADO:
Todos van en su busca.
FABIO:
Y yo ¿qué aguardo?
JULIO:
Extraordinarias cosas hemos visto
en breves horas.
MARCO ANTONIO:
Vamos, Julio, amigo,
a mi casa, que quiero regalaros
y que sepáis por experiencia el gusto
que causa amor después de largos celos.
JULIO:
Como el sol tras las nubes en los cielos.
Vanse.
Salen FRANCISCO Loarte
y LILLO de camino
LILLO:
La alegre conversación
facilita la molestia
del camino; hablemos, pues,
que aunque no hay más de seis leguas
de aquí a Toledo, me cansa
el verte que en todas ellas
por contemplar a tu esposa
no has despegado la lengua.
FRANCISCO:
¡Ay! Que estas seis leguas, Lillo,
me han parecido seiscientas,
según el Amor da prisa
al alma que nunca llega.
Mas ya que en conversación
quieres que las entretenga,
vuelve otra vez a contarme
de mi esposa la belleza,
cuando las joyas la diste
y la sabrosa respuesta
que te dio su viejo padre,
ya que la casta vergüenza
de mi Juana enmudeció.
LILLO:
De todo te he dado cuenta
dos veces.
FRANCISCO:
No seas pesado.
LILLO:
Contarételo quinientas.
Llegó la señora mula
con su badulaque a cuestas
y el señor Lillo a las ancas
hasta la espaciosa vega.
Apeóse allí mi merced,
y cuando llegué a la puerta
de Visagra, alcé los ojos
y vi el aguilucho en ella
con sus dos cabezas pardas,
y haciendo una reverencia
dije, "Salve, pajarote,
de toda rapiña reina."
Entré por la calle arriba
y a poca distancia, cerca
de un barbero, vi una casa
que, aunque algo baja y pequeña,
el olor que despedía
me confortó de manera
que me obligó a preguntar
si algún santo estaba en ella.
Respondióme uno, "Aquí vive
San Martín." Hinqué en la tierra
las rodillas y creí
sin duda que era su iglesia.
LILLO:
Todo un Domingo de Ramos
vi encima de una carpeta
a la entrada, y dije, "Aquí
fiestas hay, pues ramos cuelgan."
Entré muy devoto dentro,
vi mil danzantes en ella
de capa parda bailando,
ya de pies, ya de cabeza.
Estaba sobre un tablero
una gran vasija llena
de agua con muchas tazas;
lleguéme allá, pensé que era
pila del agua bendita,
metí la mano derecha
mojando el dedo meñique
y salpiquéme las cejas.
Estaba allí una mujer
más gorda que una abadesa,
cura de aquella parroquia
una sobrepelliz puesta
o devantal remangado,
y recogiendo la ofrenda
dada al San Martín divino
que estaba sobre una mesa,
y debía de haber dado
a otro pobre la otra media
capa, porque estaba en cueros,
dijo la mujer, "¿No llega,
hermano?" "Ya voy," la dije.
Saqué de la faldriquera
medio real--que no doy menos
en limosnas como aquéllas--
y tomando una medida
me dio de sus propias venas
San Martín la blanca sangre
que hace hablar en tantas lenguas.
Proseguí con mi camino.
FRANCISCO:
Saldrías de la taberna
como sueles.
LILLO:
¿Cómo suelo?
Calzadas con cinco suelas
las tripas, en fin, llegué
en cas de tu suegro.
FRANCISCO:
Espera.
LILLO:
¿Qué hay de nuevo?
FRANCISCO:
A pie y corriendo
me parece que se acerca
un muchacho hacia nosotros.
LILLO:
Pues bien, ¿será cosa nueva
ver correr a un caminante?
FRANCISCO:
No, mas la sangre me altera
su vista.
LILLO:
Pues ¿qué imaginas?
FRANCISCO:
Nada; sepamos qué priesa
le obliga a que así camine.
LILLO:
Sepamos en hora buena.
Sale LA SANTA vestida de hombre
SANTA:
Mi Dios: alas me habéis dado
con que como el alma vuela,
el cuerpo que de los lazos
del mundo se desenreda.
No siento cansancio alguno;
pero quien el yugo lleva
de vuestra ley, Cristo mío,
no se cansa, que no pesa.
FRANCISCO:
¡Válgame el cielo! ¿Qué veo?
Lillo, ¿mi Juana no es ésta?
Sí, que el retrato del alma
su imagen me representa.
LILLO:
Yo ser tu esposa jurara,
a no tener por quimera
que mujer tan recogida
a tal locura se atreva.
FRANCISCO:
Mi querida esposa es, Lillo,
prenda de mis ojos bella. A ella
¿Adónde vais de ese modo?
SANTA:
(¡Ay Dios! ¿Qué desdicha es ésta?) (-Aparte-)
Perdida estoy, dulce esposo.
Si corre por vuestra cuenta
el volver por vuestro honor
y yo soy esposa vuestra,
libradme de este peligro,
que ha visto el lobo la oveja,
y si no me guardáis vos
os ha de quitar la presa.
FRANCISCO:
Dadme, mi esposa, esos brazos,
seré venturosa hiedra
de tu cuello.
Va a abrazarla,
hace que no la ve,
ni LILLO tampoco
LILLO:
¿Hay tal suceso?
FRANCISCO:
¡Juana mía! Mas ¿qué es de ella?
Lillo, ¿qué se hizo mi bien?
LILLO:
No sé pardiós. O lo sueñas,
o estoy cual suelo borracho,
o hay brujas en esta tierra.
Ella se ha vuelto invisible.
FRANCISCO:
Cara esposa, ¿así me dejas?
SANTA:
(Mi Dios, bien sabéis burlaros (-Aparte-)
de quien ofenderos piensa.
Aquí estoy y no me ven;
voyme, pues los ojos ciega
mi esposo de estos perdidos.
A fe, divina clemencia,
que hacéis muy buen guardadamas.
Vase la SANTA
FRANCISCO:
Mi bien, mi querida prenda,
¿qué es esto? ¿adónde te has do?
Dame esos brazos, no seas
crüel conmigo.
Va a abrazar a LILLO
LILLO:
¡Arre allá!
¿Adónde diablos te pegas?
¿A mí los brazos? ¿No ves
que soy hembro y no soy hembra?
FRANCISCO:
¡Válgame el cielo! ¿Qué es sto?
LILLO:
Señor, ¿si acaso las setas
que comimos nos han vuelto
boca abajo las molleras?
¿Qué Urganda nos ha encantado
para enseñarnos quimeras
semejantes? Si has leído
a Urganda, ¿no se te acuerda
del anillo de Brunelo
con que Angélica la bella
se hacia invisible? Par Dios
que si tú Orlando ser piensas
que tela ha dado a mamar.
Salen JUAN Vázquez y Juan MATEO
JUAN:
Primero que monja sea
bañaré estas canas blancas
en la sangre de sus venas.
MATEO:
Todo esto merece, hermano,
quien quiere casar por fuerza
sus hijas.
JUAN:
O ha de hacer
lo que yo la mando, o muera,
pues no obedece a su padre.
MATEO:
Si por Dios los hombres deja,
quién la podrá persuadir
casarse?
JUAN:
La obediencia.
FRANCISCO:
¿No es éste Juan Vázquez, Lillo?
LILLO:
Juan Vázquez parece; llega
y agárrale, no se vaya,
que el diablo se regodea
con nosotros y se burla.
JUAN:
¡Hijo!
FRANCISCO:
Señor.
JUAN:
Si deseas
cobrar tu esposa, mis pasos
sigue.
FRANCISCO:
¡Ay Dios! Pues ¿quién la lleva?
JUAN:
El deseo de ser monja
le dio atrevimiento y fuerzas
para disfrazarse de hombre.
En la Cruz tomar intenta
el sayal de San Francisco;
mas no hará lo que desea
mientras mis miembros cansados
tengan vida. Ven, ¿qué esperas?
FRANCISCO:
No ha un instante que la vimos
Lillo y yo de esa manera.
JUAN:
¿Cómo no la detuvistes?
LILLO:
Jugó a la gallina ciega
con nosotros, y acogióse
invisible.
MATEO:
En su defensa
lleva a Dios, ¿qué mucho?
JUAN:
Vamos.
FRANCISCO:
¡Ay, Lillo, mi muerte es cierta!
Vanse.
Sale la SANTA de hombre
SANTA:
Ésta es la casa divina
de la Cruz, en testimonio
que la cruz del matrimonio
que darme el mundo imagina
menosprecio por la luz
que la cruz de Dios me da,
y así mi nombre será
de hoy más Juana de la Cruz.
Vuestras paredes sagradas
beso, casa santa y rica,
pues dentro de vos fabrica
las piedras vivas labradas
Dios, a poder de las llamas
que el mundo en mi pecho ha visto,
porque aquí tiene mi Cristo
el cuarto real de sus damas.
Quiero entrar, Francisco santo,
donde con vuestra librea
compuesta el alma se vea,
y aunque no merezco tanto
hacéis vos mi dicha cierta,
pues os tengo por patrón;
quiero ir a hacer oración,
pues está la iglesia abierta.
Al tiempo que quiere entrar cantan dentro
MÚSICOS:
"Norabuena venga
Juana a mi casa,
que la tierra se alegra
y el cielo canta."
SANTA:
Músicos divinos,
si mercedes tantas
hace vuestro dueño
a sus desposadas,
dichosa mil veces
y rica otras tantas
la que sus deseos
le ofrece y consagra.
MÚSICOS:
"Entra a desposarte
con Dios, que te aguardan
de Francisco santo
las humildes galas."
SANTA:
Temo justamente
conforme a la traza
y traje en que vengo
que mis esperanzas
no sean admitidas.
Virgen soberana,
pues por madre os tengo,
allanad la entrada.
MÚSICOS:
"Paloma escogida,
tu esposo te llama
para aposentarte
dentro de su alma."
Salen la ABADESA y la
MAESTRA de novicias
ABADESA:
¿Qué música celestial
con maravilla tan nueva
nuestros sentidos se lleva
tras sí?
SANTA:
(¡Dichoso sayal, (-Aparte-)
cuyas entretelas son
la seda y brocados finos
de favores tan divinos!
Ensánchese el corazón
con tan venturoso estado.)
MAESTRA:
¡Oh música soberana!
¿Quién puede ser esta Juana
a quien el cielo ha cantado
motetes de su venida?
SANTA:
(Ésta la prelada es (-Aparte-)
de este convento.) Esos pies
en quien consiste mi vida
bese mi boca.
ABADESA:
Señor,
alzad. ¿Eso habéis de hacer?
SANTA:
Una mísera mujer
os pide gracia y favor.
MAESTRA:
¿Vos mujer?
SANTA:
Este disfraz
de mi casa me destierra,
donde el mundo me hizo guerra,
y vengo a buscar la paz.
A Dios, vuestro esposo, madre,
di de mi dueño el renombre;
quiso después, con un hombre,
que me casase, mi padre;
y por último remedio,
con el vestido que veis,
vengo a que ayuda me deis.
Atrevido ha sido el medio;
mas Dios, que todo lo allana,
los estorbos allanó
que el demonio me ofreció.
ABADESA:
¿Cómo es vuestro nombre?
SANTA:
Juana.
MAESTRA:
(Éste es el mismo que el cielo (-Aparte-)
con regocijos festeja.)
ABADESA:
Aunque confusa me deja
y con notable recelo
el veros, hija, llegar
de ese modo, la intención
puesta ya en ejecución,
es digna de ponderar.
El alma me pronostica
las virtudes que encubrís
con que a enriquecer venís
esta casa, que estáis rica
de los bienes celestiales
que en ella son menester.
Hoy os hemos de poner
las estimadas señales
que Francisco nos dejó
a las esposas de Cristo.
SANTA:
¿Cómo el contento resisto?
¿Cómo el gozo no salió
a agradecer tanto bien
por la boca y por los ojos?
Ya cesaron mis enojos;
cesó mi temor también.
Salen JUAN Vázquez, Juan MATEO
y FRANCISCO Loarte
JUAN:
Aquí sin duda ha de estar;
porque en este monasterio
intentó desde la cuna
ser monja. Permita el cielo
que mi presencia la obligue
a que, mudando deseos,
no me dé triste vejez.
FRANCISCO:
Contadme los dos por muerto
si no quiere ser mi esposa.
MATEO:
Aquí está en el traje mesmo
que sospechamos en casa
cuando salió de Toledo.
JUAN:
¿Qué es esto, hija de mis ojos?
FRANCISCO:
Dulce esposa, ¿cómo es esto?
MATEO:
Sobrina, ¿así nos dejáis?
JUAN:
¿Las canas de un triste viejo
que te dio el ser y la vida
desprecias? El corto tiempo
que he de vivir, hija Juana,
¿es bien que viva muriendo?
No me dio más hijos Dios;
contigo vivía contento;
en ti a tu madre miraba
por ser tu rostro su espejo.
Tú eras, si estaba triste,
mi regalo, mi deseo,
mocedad de mi vejez,
de mi enfermedad remedio.
¿A quién dejaré mi hacienda
si me dejas y te dejo?
Mi muerte es cierta sin ti,
pues vivo porque te veo.
Hija, compañera, madre,
que esto y más contigo tengo,
¿tu padre quieres matar?
¿Este pago será bueno?
MATEO:
Sobrina: mirad que Dios
quiere se haga el mandamiento
de los padres, y que os manda
que le obedezcáis al vuestro.
Casada podéis servirle,
que en el dulce casamiento
del matrimonio mil santos
os pueden servir de ejemplo.
FRANCISCO:
Esposa del alma mía,
reina de mis pensamientos,
mira que yo te di el alma;
por el alma o por ti vengo.
Si mis quejas no te obligan,
si no te ablandan mis ruegos,
en tu presencia he de darme
la muerte, que estoy sin seso.
Mi hacienda, mis padres nobles
están, los brazos abiertos,
aguardándote en Illescas;
¿por qué con tal menosprecio
quieres que mi muerte lloren?
SANTA:
Padre, a Dios por padre tengo.
Tío, Dios solo es mi tío;
Dios es mi esposo y mi dueño.
Francisco Loarte, aquí
determino morir; esto
os tengo de responder.
Dios lo quiere y yo lo quiero.
JUAN:
Eso no; no quiere Dios
que a tu mismo padre viejo
mates, siendo tú el verdugo.
Madres, perdonad si os llevo
lo que es mi hacienda por fuerza.
Quiere llevarla por fuerza y la
SANTA se abraza a las monjas
ABADESA:
Señor: resistir al cielo
es pecado.
JUAN:
Has de venir,
o haré locuras y excesos.
SANTA:
Madres: ¿así me dejáis?
Mi Dios, mi esposo, si es cierto
que son de los malhechores
sagrado asilo los templos,
¿por qué a mí no han de valerme?
En sagrado estoy, ¿qué es esto?
Mi Dios, Iglesia me llamo.
¡Aquí del rey y del cielo,
que de la Iglesia me sacan!
Francisco, el hábito vuestro
ha de librarme esta vez.
Cordón, sed vos mi remedio.
¿No sois vos embajador,
Francisco, de Cristo mesmo,
y el rey de armas de su casa,
pues en vos las suyas vemos?
De casa de embajadores
no sacan a ningún preso;
pues defendedme, Francisco,
que os quiebran los privilegios.
MAESTRA:
¿Hay más virtud en el mundo?
ABADESA:
No quiera el piadoso cielo
que de nuestra casa salga
el tesoro que tenemos.
MATEO:
Hermano: volved en vos,
dejad injustos extremos.
Dios por suya a Juana escoge;
Dios quiere ser vuestro yerno.
¿Queréis vos ir contra Dios?
JUAN:
No sé quién me ablanda el pecho
y su dureza derrite;
pero el Amor todo es fuego.
No quiero a Dios ofender;
suyo es todo cuanto tengo;
sírvase con todo Dios,
pues ya lo mejor le entrego.
Mi bendición y la suya,
hija, os alcance.
SANTA:
Ya beso
esos pies, agradecida.
FRANCISCO:
¡Ay, Dios, cuán vanas salieron
mis marchitas esperanzas!
MAESTRA:
Sosegad, señor.
FRANCISCO:
No puedo
ni podré mientras que viva.
ABADESA:
Vamos, hija, y os daremos
el hábito venturoso
de Francisco.
SANTA:
Mi contento
se cumplió de todo punto.
ABADESA:
Para que se cumpla el vuestro
esperad todos un rato,
y veréis a Juana presto
adornada con las galas
de su desposado eterno.
Vanse las tres
JUAN:
Señor Francisco Loarte,
aquí el más sano consejo
es ver que, si Juana os deja,
no es por otro hombre del suelo,
sino por Dios; ya lo veis
las ventajas que os ha hecho
Dios, vuestro competidor.
FRANCISCO:
Dejadme, que no hay consuelo
que mis tormentos aplaque.
MATEO:
¿Cómo un hombre tan discreto
así se deja llevar
del tropel de sus deseos?
FRANCISCO:
No puedo más, que estoy loco.
Pues mi esposa hermosa pierdo,
piérdase con ella todo:
fuera vida, fuera seso:
huyan los hombres de mí.
JUAN:
Sosegaos.
FRANCISCO:
Soy el infierno,
¿cómo queréis que sosiegue?
Huid de mí. ¡Fuego, fuego!
Vase FRANCISCO de Loarte
MATEO:
¡Qué lástima!
JUAN:
Sabe Dios
lo que su desdicha siento;
mas Él lo remediará,
pues por su causa se ha hecho.
Salen la ABADESA,
la MAESTRA de novicias
y la SANTA, de monja
SANTA:
¡Qué alegre y compuesta salgo!
Pedid, padre, a mi contento
albricias. Éste es brocado,
no es, padre, sayal grosero.
Cristo es ya mi Esposo, tío,
dentro del alma le tengo.
Reina soy, porque Él es rey;
vos, padre, veréis sus reinos.
JUAN:
Las lágrimas a los ojos
salen, mi Juana, al encuentro
para darte el parabién
del nuevo estado.
SANTA:
¡Y qué nuevo!
El alma me ha renovado.
MATEO:
De manera me enternezco
que no puedo hablar de gozo;
mas darte los brazos puedo.
SANTA:
Padre y señor, esto baste,
que estamos perdiendo
el tiempo y reñiráme mi Esposo,
porque es celoso en extremo.
Ya no soy mía. Adiós, padre.
ABADESA:
La grande virtud contemplo
que encierra este serafín.
MAESTRA:
Grandes cosas de ella espero.
SANTA:
Dadme los brazos y adiós.
JUAN:
¡Hija mía: que te dejo!
Vanse los dos
SANTA:
Bien guardada me dejáis,
en el cielo nos veremos.
Madre Abadesa, si gusta
vuestra caridad, pretendo
dar sólo gracias a Dios
por la merced que me ha hecho.
ABADESA:
Su maestra de novicias
se la dará.
MAESTRA:
Vuelva luego
al noviciado.
SANTA:
Sí haré.
MAESTRA:
¿Hay tal ángel?
ABADESA:
Es un cielo.
Vanse las dos
SANTA:
Mi Dios, de casa soy ya;
ya los huéspedes se fueron,
aquí siempre ha de durar
el pan de la boda eterno.
¡Qué de ello os he de servir!
¡Qué palabras, qué requiebros
os piensa decir el alma!
Mas--¡válgame Dios!--¿qué es esto?
MÚSICA arriba y
aparécense entre unas nubes
S. DOMINGO y S. FRANCISCO con sus llagas
S. FRANCISCO:
¿Conócesme, hija mía?
SANTA:
¿Si estoy en mí? ¿Si no duermo?
Vos sois mi Francisco santo,
a quien por padre obedezco.
S. DOMINGO:
¿Y yo?
SANTA:
Sois Santo Domingo,
cuyos pies sagrados beso,
por honra de nuestra España
que dio tal Guzmán al suelo.
S. DOMINGO:
El gran padre San Francisco,
a quien por hermano tengo,
y yo, Juana, competimos
con amorosos extremos
sobre cúya hija has de ser;
yo, en mi favor alego
que ser mía pretendiste
en mi amado Monasterio
El Real, que ilustra mi nombre
y tanto estima Toledo,
y a quien tan devota fuiste.
¿Esto, mi Juana, no es cierto?
SANTA:
Sí, mi padre.
S. DOMINGO:
Pues ¿qué esperas?
Ven.
S. FRANCISCO:
Eso no, padre nuestro;
ella se vino a mi casa,
la posesión suya tengo.
Ya se vistió mi pobreza,
mía es; mas con todo eso
escoja. En su voluntad
su elección al gusto dejo.
S. DOMINGO:
Niña, mi hábito recibe.
Ya ves los santos que dieron
hoy al mundo de mi orden.
Ya sabes lo que te quiero.
Este escapulario blanco
es de la pureza ejemplo
que a Dios su virginidad
consagra. El hábito negro
es el luto por el mundo,
pues que para ti ya es muerto.
La devoción del rosario
que ves adornar mi cuello,
de mi Orden es. ¿Qué aguardas?
Paga el amor que te muestro
con tomar mi hábito santo.
S. FRANCISCO:
Juana: aunque el mío es grosero,
tú escogiste su humildad;
mira cuál te agrada de éstos,
que yo gusto de tu gusto,
porque conozco tu pecho.
SANTA:
Divino Predicador,
perdonad si veis que dejo
vuestra sagrada blancura
por estos pobres remiendos;
que, como las cinco llagas,
aunque pobre, guarnecieron
con sus rubíes el sayal
de Francisco, es ya sin precio.
Dios es mi esposo, Domingo;
si a Dios en Francisco veo,
para estar siempre con Dios
estar con Francisco tengo. A S. FRANCISCO
Vos sois mi santo, mi padre,
mi refugio, mi remedio,
mi regalo, mi descanso,
y así vuestro sayal quiero.
S. FRANCISCO:
Mía ha sido la victoria.
S. DOMINGO:
Yo estos brazos os ofrezco,
mi carísimo Francisco,
en señal del vencimiento.