La santa ligaLa santa ligaFélix Lope de Vega y CarpioActo III
Acto III
Salen Rosales y Carpio.
CARPIO:
Notable fue vuestra ventura.
ROSALES:
Grande
escapé de las manos de los turcos
y con el bergantín vine hasta Nápoles.
CARPIO:
¡Qué armada tan hermosa se deshizo
a Venecia, Rosales!
ROSALES:
La más bella
que se vio sobre el mar desde que Jerjes
cargó soberbiamente sus espaldas.
CARPIO:
La pérdida fatal de Nicosía
debió de ser la causa.
ROSALES:
El de Oria, cuerdo,
no quiso, con los vasos venecianos
llenos de enfermos, emprender los turcos,
con tan frescas victorias levantados;
por eso se encontró con Marco Antonio,
a quien reconocer se desdeñaba
por general; y al fin, la unión rompida,
a Roma se volvieron, donde el Papa,
perseverando en confirmar la Liga,
en el punto que ves la tiene ahora.
Dicen que el Rey Católico Filipo
dio comisión al cardenal Pacheco,
al de Granvela y a don Juan de Zúñiga.
CARPIO:
Esos y Surïano, por Venecia,
la concluyeron, y quedó jurada.
¿Qué hay de la embarcación?, que ahora llego.
ROSALES:
Llegó, Carpio, el señor don Juan a Nápoles,
acompañado de la flor del mundo;
diole el virrey Granvela el estandarte
y el gran bastón, de general insignia,
benditos y uno y otro de Pío Quinto.
Es de damasco carmesí y, en medio,
tiene la imagen del Cordero santo
que puso por nosotros las espaldas
en una cruz y, luego, en orden puestas,
sus armas, las de España y de Venecia.
Irá a Mecina, donde ya le aguarda
con la embajada monseñor Salviati.
Atabalillos.
CARPIO:
Esta música debe de ser eso,
de gusto y regocijo pierde el seso.
Salen con músicas Agustín Barbarigo ―veneciano―, Andrea Doria, el conde de Pliego, Héctor Espínola, Marco Antonio Colona, el secretario Juan de Soto y, detrás, el señor don Juan; llegue a unas almohadas y, puesto de rodillas, diga con el estandarte en la mano y quitándose todos las gorras
JUAN:
Divino capitán, que en la estacada
de la cruz en que está tu cuerpo tierno,
dejando nuestra vida reparada,
muriendo vences con tu brazo eterno
la muerte, que derribas por el suelo,
quebrantando las puertas del infierno:
Tú, que abriste a los hombres las del cielo
y el camino difícil allanaste,
oye la voz de mi cristiano celo;
Tú, que para bandera nos dejaste
tu santísima cruz, y a Juan, tu primo,
al pie della tu madre encomendaste,
dígnate de que yo, pues que me animo
a empresa celestial y glorïosa,
merezca el cargo que en tu nombre estimo.
La santa Iglesia, que es tu amada esposa,
a mí, que soy también Juan, me encomienda
la mano de Pío Quinto religiosa.
Pues para que mejor el turco entienda
que es tu Cristo en la tierra Quinto Pío,
haz que tu esposa aqueste Juan defienda;
y puesto que es indigno el pecho mío,
bisnieto soy, Señor, de aquel Fernando
que defendió tu ley con tanto brío,
los infames hebreos desterrando,
dio a los indios tu fe y al luterano
rompió la voz, la Inquisición fundando.
JUAN:
Nieto soy de un Filipo soberano
que, a no morir en término sucinto,
temblara de su pecho el otomano.
Hijo soy del gran Carlos, Carlos Quinto,
cuyo brazo le muestra en la campaña
del hereje y el moro en sangre tinto.
Hermano de Felipe, rey de España,
que llaman Salomón tantas naciones
cuantas el sol calienta y el mar baña:
ha puesto hasta la China tus pendones;
con sangre de españoles riega a Flandes,
sólo por ablandar sus corazones.
Pues un hombre, Señor, que de tan grandes
columnas de tu fe santa procede,
bien es que dél te sirvas y que mandes
que el bárbaro a sus pies rendido quede.
Levántense y cúbranse todos.
BARBARIGO:
Enternecido me deja
Vuestra Alteza.
JUAN:
Barbarigo,
esto a Dios suplico y digo,
esto el alma me aconseja.
BARBARIGO:
Tu santo acuerdo bendigo.
ANDREA:
No vencía Josüé
mientras que Moisén no oraba.
JUAN:
Quien esta bandera ve
y el que amor en ella enclava
con los ojos de la fe,
¿qué mucho que merced pida?
Si en ella y en su partida
dio una vez todos los cielos,
yo, por mis padres y abuelos,
por su virtud conocida,
por sus servicios honrados
en defensa de su ley,
pido a estos brazos clavados;
que siempre se pide al rey
por los servicios pasados.
Llevo grande confianza
en la sangre, que defiendo,
deste costado, que abriendo
más está amor que la lanza,
por quien la vemos vertiendo.
No piense el turco esta vez,
con temor que a Italia causa,
poner a mis hechos pausa;
que Dios, que es sumo jüez,
por mí defiende su causa.
¡Ea, Señor, tiempo es ya
que os levantéis y juzguéis!
Aquí vuestra espada está,
mandadla vos y veréis
qué golpe en los turcos da;
que aunque humana mi flaqueza,
si vuestra virtud concede
a mi brazo fortaleza,
¡vivís Vos, que apenas quede
en toda el Asia cabeza!
HÉCTOR:
¿Quién no se anima escuchando
tu lengua, aunque muerto esté?
JUAN:
Héctor Espínola, cuando
al arma toca la fe,
ya se está el deseo armando.
Todos estos perros viles
pondremos presto a los pies.
HÉCTOR:
Basta que aliento me des.
JUAN:
Yo seré español Aquiles;
sed vos Héctor genovés.
HÉCTOR:
Seré rayo de tu sol,
nuevo David español.
JUAN:
¿Partirémonos, Andrea?
ANDREA:
Ya monseñor lo desea
a Vuestra Alteza en Puzol.
SOTO:
Esta carta llega ahora
del Rey nuestro señor.
JUAN:
Dora
y esmalta mi buen deseo.
Leed, Juan de Soto.
SOTO:
Creo
que de esperanzas os mejora. «Hermano, desde Mecina enviad a besar el pie a Su Santidad con monseñor Salviati, por el bien que a todos nos resulta de la conclusión desta felicísima Liga; y en ninguna cosa excedáis de su orden, porque creo que añadirá la Iglesia, a los milagros de su vida santísima, el que espero deste vencimiento. España os encomienda a Dios con el cuidado que yo le pido. Él os aguarde y vuelva victorioso».
JUAN:
Con este salvoconducto,
pasaré el mar a pie enjuto.
Responderéis, Juan de Soto.
CONDE:
Partid, señor, de mi voto;
goce esta esperanza el fruto.
JUAN:
Conde de Pliego, partamos,
pues tan buena la llevamos.
CONDE:
La armada aguarda en Mecina,
y a vuestra frente divina,
de palma y laurel mil ramos.
Váyanse. Y salga Selín con Rosa y Fátima.
SELÍN:
¿Parécete cosa nueva
que me dé Marte cuidado?
ROSA:
Tanto Cupido te eleva,
que no sé cómo has llegado
a hacer de sus armas prueba.
SELÍN:
Tengo, Solimana mía,
puesta mi honra en un día
que una desgracia suceda;
y como fortuna es rueda,
nadie en su estado se fía.
Andan Alí y Uchalí
y Mustafá tan contentos
de notables vencimientos,
que ni al mar temen, por mí,
ni las fuerzas de los vientos.
Con esto se van llegando
a Italia y en ella entrando.
Temo que los contradiga
esa armada de la Liga
que se va confederando.
FÁTIMA:
No temas, si consideras
esa Liga de cristianos,
pues sabiendo que uno eras,
juntan tres armas y manos,
que atar con la tuya esperas.
Si son tres, tres capitanes
fuertes, diestros y galanes
victoria dellos tendrán.
SELÍN:
Temo este mozo don Juan.
FÁTIMA:
Aunque fuera mil don Juanes,
al Papa vencerá Alí;
al rey Filipo, Uchalí;
y Mustafá, al veneciano.
SELÍN:
¿Tiene el bien Alá en su mano
para el Papa o para mí?
ROSA:
A estar, Selín, en la mía,
tuya fuera la victoria.
SELÍN:
Y yo, Rosa, el mismo día
te diera la misma gloria.
ROSA:
En Alá, Selín, confía.
Mamí, turco, salga.
MAMÍ:
Con la prisa que he venido,
hasta verte no he parado.
SELÍN:
Seas, Mamí, bien llegado.
MAMÍ:
De tus brazos recibido,
las albricias me has pagado.
SELÍN:
¿De qué son?
MAMÍ:
De mil victorias
en todo ese mar ganadas
para aumento de tus glorias,
que a las historias pasadas
añaden nuevas historias:
a Candia y Zefalonía,
Cherigo, Sopoto y Zante
rindió nuestra valentía.
Dulchino, fuerza importante,
rindiole Uchalí en un día.
SELÍN:
¿Tomó Aulato?
MAMÍ:
Dese huyeron
los hombres; pero quedaron
las mujeres, que nos dieron
también qué hacer, que mataron
cuantos a entrarle vinieron.
SELÍN:
¿Qué más la nación hiciera
fuerte y valiente española?
MAMÍ:
Tomó a Budoar y Cursola.
SELÍN:
¿Saltó en Corfú?
MAMÍ:
En su ribera
quemó la campaña sola;
quince mil cautivos tiene,
sin los despojos; que tanto
de mano de Alá te viene.
SELÍN:
¿Adónde queda?
MAMÍ:
En Lepanto,
que un hecho heroico previene.
SELÍN:
¿Cómo?
MAMÍ:
Quiere destruir
desta vez la Cristiandad,
mas no quiere combatir
sin saber tu voluntad.
SELÍN:
Consejo os quiero pedir.
MAMÍ:
(¡Por mi fe, lindos consejos!
¡Qué buen senado de viejos!
¡A dos mujeres ofrece
todo su honor; bien parece
que lo mira desde lejos!)
FÁTIMA:
Una gente belicosa
y puesta sobre la luna,
rica, honrada y gloriosa,
que a la contraria fortuna
ha ganado la dichosa,
¿qué no podrá acometer?
Fátima dice lo cierto,
y no se puede temer
que haga falta o desconcierto
gente enseñada a vencer.
MAMÍ:
¡Oh, qué gracioso decreto!
SELÍN:
¡Mamí!
MAMÍ:
¡Señor!
SELÍN:
En efecto,
en llegando, embestirán.
MAMÍ:
Sí, señor.
SELÍN:
Este don Juan
dicen que es fuerte y discreto.
MAMÍ:
Un retrato tuvo Alí,
de mil que en Italia han hecho.
SELÍN:
¿Y es muy robusto, Mamí?
MAMÍ:
El rostro no juzga el pecho.
SELÍN:
En muchas personas, sí.
MAMÍ:
Es hermoso y gentilhombre,
blanco como un alemán;
yo te juro que es un hombre
que, con esto y ser don Juan,
más enamore que asombre;
pero un hombre tan querido
de hombres, niños y mujeres
ni se ha visto, ni se ha oído.
SELÍN:
¿Mas qué? ¿Darme celos quieres?
MAMÍ:
No, he dicho lo que he sentido.
SELÍN:
Aguarda y escribiré
a los generales.
Vase.
ROSA:
Di,
¿todo eso en don Juan se ve?
MAMÍ:
Esto en el retrato vi
y esto de la fama sé.
ROSA:
Cuando vuelvas, ¿no traerás
de don Juan algún retrato?
MAMÍ:
¡Pues no! Si ferias me das...
ROSA:
No hallarás mi pecho ingrato.
MAMÍ:
¿Qué has de hacer?
ROSA:
Verle no más.
FÁTIMA:
Notables son tus antojos.
ROSA:
Fátima, cáusame enojos
lo que alaban no lo ver.
FÁTIMA:
¿Dónde le piensas poner?
ROSA:
En las niñas de mis ojos.
Vanse. Uchalí, Alí y Mustafá a un estrado y, sentados, digan.
UCHALÍ:
Bien os podéis sentar, que no hay persona
que nos vea, nos hable y contradiga.
ALÍ:
Digo, Uchalí, que nuestro esfuerzo abona
que la honrosa jornada se prosiga.
UCHALÍ:
Yo digo que no importa a la corona
de Selín que la armada de la Liga
discurra el mar, después que por sus costas
pasastes cual por trigo las langostas.
Todo queda abrasado, no se mira
lugar en pie, la mar de sangre es lago,
Neptuno a sus arenas se retira,
los peces tiemblan del fatal estrago.
¿A qué gloria mayor Selín aspira,
ni los dos de serville mayor pago?
Traéis quince mil vidas prisioneras,
sin los cuerpos que cubren sus riberas.
Volvamos a la gran Constantinopla
a recibir el triunfo merecido.
El viento os llama y favorable sopla
por popa, el lienzo del velame herido.
Si don Juan, con la bélica manopla,
aprieta el estandarte concedido
de aquel su santo pescador de Roma,
tráguele la mar, castíguele Mahoma.
No son tan temerarios los cristianos,
ni aquí sólo se embarcan españoles;
el gobierno de cuerdos venecianos
a sus galeras sirve de faroles.
Franceses, genoveses y romanos,
con los de Malta, en la milicia soles,
vienen juntos aquí. Mirad qué os digo,
que el sabio no desprecia al enemigo.
ALÍ:
Si en los consejos el enojo fuera
entre los capitanes concedido,
no sé cómo, Uchalí, te respondiera,
viéndote tan cobarde y encogido.
¿La Liga desos tres tu pecho altera?
¡Ni el mundo todo que viniera unido!
¿No somos más en número y en leños
y casi deste mar los propios dueños?
¿Volveremos, por dicha, las espaldas
al cristiano don Juan, mozo orgulloso,
como mujeres de cobardes faldas,
antes de ver su esfuerzo fabuloso?
¿Qué importan los laureles y guirnaldas
que nos ofrece el triunfo victorioso
de tanto pueblo que por fuerza entramos,
si al enemigo esta venganza damos?
La verdadera guerra, la victoria,
es esta en que hay poder, hay enemigo,
hay rey de España, hay Papa, hay tanta gloria
de San Marcos, Venecia y Barbarigo,
hay un don Juan, que de Cipión la historia
deja en su tierna edad atrás. Y digo
que, si esta vez esta ocasión perdemos,
en infamia perpetua quedaremos.
MUSTAFÁ:
Alí, como Uchalí cristiano ha sido,
aún debe de tener cristiana el alma;
vuelve por el cristiano, que vencido,
él mismo ofrece la victoria y palma.
Yo quiero que Mahoma esté ofendido
de su profeta, propicio el mar en calma,
y con estos y más inconvenientes,
digo que deshacer la Liga intentes.
Retirose una vez allá en Viena
Selín, del Gran Señor padre esforzado,
y hoy por España y por Italia suena
que fue de miedo, y le dejó infamado.
Si no acometes, de una vil entena
cuelgas a la vergüenza lo ganado,
porque dirán que huyendo nos volvimos;
y bien dirán, que de temor lo hicimos.
UCHALÍ:
No el haber sido, cual decís, cristiano
a lo que veis mi pensamiento obliga,
sino el ver que Filipo soberano
con la Iglesia y Venecia junte Liga.
El Papa es cazador, y con su mano
nos pone como a pájaros la liga;
los árboles y jarcias son las varas;
caeremos, no dudéis.
ALÍ:
¿En qué reparas?
Dale su escuadra y váyase.
MUSTAFÁ:
Camina.
Levántense.
UCHALÍ:
Llegando a eso, una común fortuna
al bien o mal del Gran Señor me inclina.
ALÍ:
Vamos, que será buena, si hay alguna.
¿Cuándo don Juan se embarcará en Mecina?
MUSTAFÁ:
A la mitad desta primera luna.
ALÍ:
Quiera Alá que, antes de salir septiembre,
el mar de cuerpos de cristianos siembre.
Sale[n] el marqués de Santa Cruz y Juan de Soto.
CRUZ:
Perdiose Famagusta.
SOTO:
¿De qué suerte,
señor marqués [de] Santa Cruz?
CRUZ:
De modo
que, siendo la vencida, fue más fuerte.
Ciertos esclavos lo refieren todo,
y cierto que lastima.
SOTO:
Los oídos,
a la tragedia atentos, acomodo.
CRUZ:
Los turcos, al combate conducidos
por el soberbio Alí, la acometieron,
siendo del Bragadino resistidos.
Es este un veneciano que temieron
otras veces, por ser tan valeroso.
Finalmente, ni entraron ni pudieron;
faltole la comida y fue forzoso
comer cosas jamás imaginadas.
SOTO:
Caso, señor marqués, triste y lloroso.
CRUZ:
Hizo el turco de tierra levantadas
torres fuertes, iguales a la cerca,
y minas por lo bajo solapadas;
estuvo la canalla vil tan terca,
que la batió sesenta y cinco días.
SOTO:
Con tanta sangre las victorias merca.
Los asaltos que dio, las baterías,
dicen que apenas número tuvieron.
SOTO:
¡Tesón cruel y bárbaras porfías!
CRUZ:
Ciento y cincuenta mil dicen que fueron
los cañonazos que sufrió su muro,
y siempre los de adentro resistieron.
Traían agua por lo más seguro
viejos, niños, mujeres, y refresco
del poco vino y del bizcocho duro.
La hambre, que ha tenido parentesco
tan grande con la muerte, al fin forzoles,
debajo del seguro barbaresco,
que se rindiesen al tirano; y dioles
Mustafá su palabra, si dejasen
a Famagusta dentro de dos soles.
¿Qué mucho que los tristes aceptasen
honrosas condiciones sin consejo?
Matolos, sin que cuatro se escapasen.
Al Bragadino, de la guerra espejo,
como un Bartolomé desolló vivo,
y colgó de una entena su pellejo.
SOTO:
¡Oh, bárbaro, cruel ejecutivo!
¿Mas cómo tarda en castigarte tanto
del español el brazo vengativo?
CRUZ:
Ya viene el gran don Juan, terror y espanto
del África y el Asia, deseoso
de irle a buscar a Chipre o a Lepanto,
a resolverse en caso tan dudoso.
Sale[n] Andrea Doria, Marco Antonio, Héctor Espínola, Agustín Barbarigo y el señor don Juan, y siéntense con el de Santa Cruz y con el de Pliego, y esté Juan de Soto detrás de una mesa, con tinta y pluma.
JUAN:
Ya, señores, sabéis cuánto me importa
en ocasión tan fuerte resolveros;
grande es la empresa y la partida es corta.
Su Santidad del Papa, por poneros
ánimo a todos, que es lo que procura,
como sois de la Iglesia caballeros,
de la mano del cielo me asegura
esta victoria y triunfo, y interpone
su autoridad con Dios, su fe tan pura.
Y dos revelaciones me propone,
que de San Isidoro escritas halla,
y en aquel capitán mi nombre pone.
Cuenta allí, según dice, esta batalla;
dame, si gano al turco algún estado,
la corona, si quiero yo aceptalla;
díceme que de mí tendrá cuidado
y que en lugar de hijo me recibe,
y grandes indulgencias me ha enviado.
Con estas santas esperanzas vive
el ejército, a quien el nuncio ahora
lascivia, juego y blasfemar prohíbe.
De las grandes riquezas que atesora,
les ha dado reliquias y agnusdeyes.
Todo soldado, en fin, sus culpas llora;
danles mil religiosos santas leyes
y el sacramento de la eucaristía,
igual a los humildes y a los reyes.
Esto, señores, este alegre día
en este punto está. Salir deseo,
porque el Rey mi señor aquí me envía.
Decid qué haremos, que ya el turco veo
y su canalla bárbara enemiga
a los pies de la Iglesia por trofeo,
y vencedora la triunfante Liga.
ANDREA:
Bien sé que las diferencias
antiguamente pasadas
entre Génova y Venecia
sospechosa harán mi habla.
Bastante ocasión había
para que otros me llevaran
tras su voto y parecer,
por esta y por otras causas;
mas pues la honra de Dios,
de mi Rey y de mi patria
debo mirar, de la mía
no quiero deciros nada.
Fundamento grande ha sido
de grandes hombres en armas,
de que ya todos sabéis
que experiencia no me falta,
que de poder a poder
nunca se ha de dar batalla,
si no es por necesidad
o conociendo ventaja.
ANDREA:
Temeridad me parece
dar a la fortuna varia,
más poderosa en la guerra
que en cuanto humilla y levanta,
el dado, que en una vuelta
que de azar acaso caiga,
las vidas y honras nos quita,
que es su desdicha ordinaria.
Los turcos son superiores,
porque en número nos ganan
y en fuerzas, porque Venecia
trae gente enfermiza y flaca.
En experiencia también,
porque la suya es cursada;
la nuestra, en la mar bisoña,
aunque vieja en la campaña.
En gallardía nos vencen,
con las almas levantadas
de las recientes victorias
en Chipre, Sopoto y Candia.
De diferentes naciones
se compone nuestra armada;
que está, como Babilonia,
sujeta a discordias varias.
ANDREA:
Un cuerpo lleno de humores
presto se corrompe y gasta;
allí es sola una nación
y sólo un señor la manda.
Necesidad de pelea
no la tenemos, y basta,
si es un hombre acometido,
que se defienda en su casa.
Combatir con dilaciones
es mejor, porque quebranta
más presto las grandes fuerzas
el tiempo, que no la espada.
Si aquí fuésemos vencidos,
queda desarmada Italia;
si vencemos, el invierno
ya veis que nos amenaza.
Harto será que después
para invernar tiempo haya,
y entretanto el enemigo
volverá a tomar las armas.
Es mi voto socorrer
a Chipre sin ver la cara
al enemigo, y después
divertirle es buena traza.
Las costas de la Morea
molestad, para que vaya
allá con su poder todo,
sabiendo que las maltratan.
Descansarán los cercados
que ha tanto tiempo que cansa,
y cogiéndole el invierno,
no hará cosa de importancia.
JUAN:
Nuevo acuerdo es mi intención.
¿Qué decís, señor marqués
de Santa Cruz? Que ya es
llegada nuestra ocasión.
Decid vuestro parecer,
que de tan noble Bazán
y cristiano capitán
quiero el acuerdo saber.
CRUZ:
Si miráis, claros señores,
la mar vuelta monte o selva,
con los árboles y jarcias
que desde sus gavias cuelgan,
gentes que aquí se han juntado,
ciudades que pobres quedan
de tributos, que aun alcanzan
a ministros de la Iglesia,
la solicitud que han puesto
los reyes que nos gobiernan
en confederar la Liga
para tan divina empresa,
no es posible que no os cause
despecho, enojo y vergüenza
de que tantos aparatos
de ningún efecto sean.
CRUZ:
Si habíamos de huir,
no traellos mejor fuera,
porque los que van cargados
mal pueden correr aprisa.
Si necesidad obliga,
¿cuál es mayor que la nuestra?
Si el turco viene orgulloso
porque cuatro pueblos quema,
¿quién le domará después,
si ve que juntas las fuerzas
de la Cristiandad le huyen
cuando batalla presenta?
Cuando el sustentar la honra
necesidad no os parezca,
perder la reputación
es necesidad extrema.
¿A qué habemos de aguardar,
si esto junto no aprovecha,
burlando a tantos que dimos
esperanzas y promesas?
Que al turco sois superiores
es cierto, como se advierta
lo que han hecho Malta y Rodas
con tan poca soldadesca.
Casi igual gente llevamos,
y la del turco más nueva,
que el cerco de Nicosía
acabó toda la vieja.
CRUZ:
Y algo es razón que se deje
a la fortuna en la guerra;
algo se ha de confiar
a la causa que se lleva;
algo se ha de atribuir
al valor, gloria y nobleza,
ánimo, ingenio e industria
de España, Italia y Venecia.
Cuando fuésemos vencidos,
no tiene Selín deshecha
la virtud de nuestra Liga;
soldados en Flandes quedan.
Más poder tiene Filipo,
más ejércitos sustenta,
más sangre la noble España
que a Dios y a su Iglesia ofrezca;
y vencerlos no es posible
que sin mucha suya sea.
Si vencemos, solo el nombre
basta para entrar por Grecia.
¿Y de qué sirve que vamos
a molestar la Morea?
Dondequiera, tras nosotros,
irá la armada turquesca.
Mi voto es que peleemos;
que se embarque Vuestra Alteza,
que se busque al enemigo
y que, hallado, se acometa.
Esto, señor, un Bazán
con el alma os aconseja
y, por la cruz desta espada,
que como cristiano besa,
que sin pasión ni respeto
de otra razón que le mueva,
lo que siente sólo os dice
en cargo de su conciencia.
JUAN:
Don Fernando Carrillo de Mendoza,
¿qué os parece de aquesto?
CONDE:
Bien pudiera
con razones, señor, mostrar la mía,
pero con esta sola os persuado:
tan alta admiración traje de Roma
de ver la santidad, vida y milagros
de Pío, que pues él dice que luego
al bárbaro soberbio acometamos,
es mi voto que luego se acometa.
JUAN:
¿Qué decís, Barbarigo?
BARBARIGO:
Yo, indeciso,
me dejaré llevar de los más votos.
JUAN:
¿Vos, Héctor?
HÉCTOR:
Que pelee Vuestra Alteza.
JUAN:
¿Y Marco Antonio?
MARCO:
Que esto que se tarda
de gloria quita al cierto vencimiento.
JUAN:
Don Luis de Requesens, ¿qué os parece?
LUIS:
Que vamos a buscar al enemigo
hasta Constantinopla.
JUAN:
¿Y vos, don Lope
de Figueroa?
LOPE:
Que yo solo basto
para ir con Vuestra Alteza, y que se queden
los demás, que los dos solos bastamos.
JUAN:
Pues alto, al buen marqués seguimos todos.
HÉCTOR:
Acuerdo de animoso pecho ha sido.
JUAN:
Escribid, Juan de Soto, esta orden:
llevará la vanguardia Juan Andrea,
con orden de que tome el diestro cuerno
si a las manos llegamos con el turco.
SOTO:
¿Con qué galeras va?
ANDREA:
Cincuenta y cuatro.
JUAN:
A mí luego me toca la batalla,
y llevaré sesenta; el cuerno izquierdo
llevará Barbarigo veneciano.
SOTO:
¿Con cuántas?
BARBARIGO:
También son cincuenta y cuatro.
JUAN:
Luego el marqués de Santa Cruz, con treinta,
irá en la retaguardia, y repartidas,
para socorro irán después diez velas;
vaya el adelantado con su escuadra,
vaya delante a descubrir al turco
don Juan, mi amigo.
SOTO:
¿Quién?
JUAN:
El de Cardona;
y con esto, señores caballeros,
en el nombre de Dios y de su Madre,
nos vamos a embarcar.
CRUZ:
Ellos te ayuden.
JUAN:
¡Dadme vuestro favor, Virgen María!
CRUZ:
¡Ánimo, gran señor, que hoy es el día!
Salen Venecia, España y Roma.
VENECIA:
Mucho el Papa al cielo obliga.
ROMA:
¡Qué muestras más declaradas
de su cristiana fatiga,
pues en esa santa Liga
venimos las tres atadas!
ESPAÑA:
¡Qué presto verá el efecto
de sus deseos Pío Quinto!
VENECIA:
Eso, España, te prometo,
porque presto el mar sujeto
se verá de sangre tinto.
ROMA:
Esta vez, Venecia amiga,
te vengarás de Selín.
VENECIA:
¡Todo el cielo le maldiga!
ESPAÑA:
Será su trágico fin
esta armada de la Liga.
Di, Roma, ¿cómo diremos
al Papa lo que miramos
y desde este sitio vemos?
ROMA:
Si esta cortina quitamos,
contarle el caso podremos.
VENECIA:
Córrela.
ROMA:
Ya la he quitado. (Véase al Papa de rodillas ante un crucifijo.)
Ante un Cristo en oración,
cual veis, está arrodillado.
ESPAÑA:
Sin duda, en revelación
ve el mar de velas cuajado.
VENECIA:
Pues que Dios se lo revela,
cierra la cortina y mira
cómo ya la primer vela
de las otras se retira
y a dar el aviso vuela.
ESPAÑA:
Atiende, España famosa.
ROMA:
Escucha, gloriosa Italia.
VENECIA:
Advierte, ilustre Venecia,
oye la naval batalla:
las islas Escorzolares
va dejando nuestra armada
y por la boca del golfo
de Lepanto alegre pasa;
ya descubrió la enemiga;
ya dos fuertes galeazas
llenas de tiros se ponen
delante de cada banda;
ya don Juan, puesto en la popa,
un crucifijo levanta,
diciendo: «Famosa gente,
honor de España y de Italia,
este es el famoso día
en que va el honor de entrambas.
Por la fe deste Señor,
habéis tomado las armas;
ya está cerrado el camino
de la vida y de la fama;
poderle hallar no es posible
si no le abrís con la espada».
Ya se acerca el enemigo;
las galeazas disparan.
Disparen dentro.
ROMA:
Abriéndose van los turcos.
ESPAÑA:
La novedad los espanta.
VENECIA:
¡Qué gran daño recibieron!
ROMA:
¡Qué bien parece la armada!
Don Juan la batalla guía,
y de Lomelín y Malta
cierran los dos lados fuertes
las galeras artilladas.
¡Qué bien van por los costados
las de Venecia y el Papa,
cargando con igual son
del remo las anchas palas!
La mar nuestra armada ilustre
a sobreviento le gana;
pero ya paran las olas,
calla el mar y el viento calma.
VENECIA:
¿Quién es aquel que se opone
a la real veneciana?
ROMA:
Memebey de Negroponte
y Siroco de Alejandria.
ESPAÑA:
Uchalí va al lado izquierdo.
ROMA:
Y Caribey le acompaña.
ESPAÑA:
¿Es su hijo?
VENECIA:
Sí, y Alí
cierra en medio la batalla.
ESPAÑA:
Ya Uchalí, puesto en la popa,
a los jenízaros habla:
«Ea, soldados ―les dice―,
honor y gloria del Asia,
hoy es el dichoso día
en que habéis de ganar fama
que no la acaben los tiempos,
que tantas cosas acaban.
Todas aquestas naciones
el cielo junta y enlaza
en una cabeza sola
para que podáis cortarla.
No os espanten las galeras,
de tiros y hombres preñadas,
ni su capitán, mancebo
de poca experiencia y barba;
haced cuenta que es pastor,
que como a ovejuelas mansas
trae al campo de la muerte
toda esta gente engañada».
ROMA:
Ya las armadas se encuentran,
ya se embisten, ya se traban;
de don Juan y el turco Alí
las galeras capitanas
furiosos tiros escupen,
fieros cañones disparan,
humo que los aires ciega,
fuego que los hombres mata.
¡Qué de mástiles y proas
desmenuzan y quebrantan,
los herrados espolones
deshacen y desencajan!
«¡Santiago ―dice don Juan―,
cierra España, cierra España!»
VENECIA:
«¡Mahoma!» ―responde Alí.
ESPAÑA:
¡Qué gentil ángel de guarda!
VENECIA:
Espera, Roma, que llegan
seis galeras africanas
a socorrer la de Alí.
ROMA:
¿Qué importa, si las atajan
las del Papa y de Venecia?
ESPAÑA:
Y la patrona de España.
¡Oh, qué furioso a embestirlas
viene el príncipe de Parma!
ROMA:
Bizarro Mons de Lení,
la furia turca amenaza.
VENECIA:
El gran príncipe de Urbino
viene granizando balas.
ESPAÑA:
Ya las galeras se abordan,
se juntan, cierran y encajan;
ya dejan los arcabuces;
ya desnudan las espadas;
ya paran el son horrendo
culebrinas y bombardas,
a cuya música fiera
cuerpos por el aire danzan.
ROMA:
Ya por faltar en los bordes
de las galeras contrarias
caen en la mar soldados
y con las espadas nadan.
Quién el pedazo del remo
tira o de entena quebrada;
quién para tirar el grillo
los forzados desenclava;
batayolas, escotillas,
barriles, bancos y jarcias,
postizas y portanelas
rotas sirven de arrojarlas;
alquitrán, pez y resina
envuelta en fuego se clava
entre la seca madera,
y del agua brotan llamas.
ESPAÑA:
Junto al estandarte asiste
el divino don Juan de Austria,
y don Luis de Requesens,
peleando en la otra banda;
el noble conde de Pliego
muestra el valor de su casa,
y el marqués de Santa Cruz
su mismo apellido ensalza;
de través, a la real
socorre a boga arrancada;
después, el mar discurriendo,
hace famosas hazañas.
ROMA:
Ya la cristiana galera
aportilla la contraria,
ya llega al árbol mayor,
¿qué hicieran más en campaña?
¡Qué hidalgamente pelean
los de las cruces de Malta!
Pero el fiero rey de Argel
su capitana maltrata,
mas ya las otras la cobran.
VENECIA:
¡Oh, tragedia desdichada!
¡Murió el gran don Bernardino;
pasole el pecho una bala!
ROMA:
Bien Marco Antonio le venga.
ESPAÑA:
Bien Barbarigo batalla.
VENECIA:
¡Qué bien don Juan de Cardona,
con la nación catalana!
ROMA:
¡Y qué bien Héctor Espínola
los genoveses alaba!
ESPAÑA:
¡Y cuán diestro Juan de Andrea
rompe, embiste y desbarata!
VENECIA:
Huyendo sale Uchalí.
ROMA:
Ya toma puerto en la playa.
ESPAÑA:
Ya el gran don Juan va diciendo:
«Ayudadme, Virgen santa».
ROMA:
Ya abaten el estandarte
del turco y la cruz levantan.
ESPAÑA:
Vamos a hacer fiesta, amiga,
que ya la victoria cantan.
Disparen muchos tiros y canten: «¡Victoria, victoria, victoria! ¡España, Roma, San Marcos!», y salga Uchalí huyendo con turcos.
UCHALÍ:
No me sigáis, dejadme, porque a solas
mejor podré llorar mi desventura,
aunque fuera mejor entre las olas
haber tenido incierta sepultura.
Bien os temí, banderas españolas,
que sé vuestro valor, fuerza y ventura.
Alí no me creyó; por eso aplica
su cabeza don Juan en una pica.
A pesar de Mahoma, ¿con qué cara
en la del Gran Señor pareceremos?
Diremos que a Filipo el cielo ampara
o que Pío Quinto es santo le diremos.
Hasta la tierra aquí se vende cara;
largad las velas y moved los remos,
llevadme a Argel, reniego de Mahoma,
o a Meca, porque allí sus huesos coma.
Salgan todos los cristianos con música y traigan en una pica la cabeza de Alí y las banderas turcas arrastrando, y el señor don Juan detrás armado con una media lanza.
JUAN:
Besando la amada tierra
que victoriosos pisamos
de tan milagrosa guerra,
en que el poder que llevamos
al turco del mar destierra,
demos al cielo la gloria,
pues es de Dios la victoria,
y a su Madre sacrosanta.
CRUZ:
Ya, señor, la fama canta
y escribe esta dulce historia.
Mil estatuas os promete
la Iglesia, Italia y España.
ANDREA:
Selín, que el demonio engaña,
no hayáis miedo que inquïete
estas costas que el mar baña;
esta cabeza de Alí
lo asegura en toda parte.
Vos sois un cristiano Marte.
JUAN:
Todo se atribuya aquí
al valor de este estandarte.
Hoy escribo, aunque sucinto,
al Papa y al Rey mi hermano.
BARBARIGO:
Yo, al Senado veneciano.
MARCO:
¡Qué alegre estará Pío Quinto!
CRUZ:
Triunfad, capitán cristiano.
JUAN:
Vos, Colona, a Roma iréis
y al Papa le llevaréis
los despojos desta empresa.
MARCO:
Satisfacción justa es esa;
las primicias le debéis.
JUAN:
Estos hijos del bajá
también llevaréis a Roma.
ANDREA:
Mecina te aguarda ya.
Salgan dos senadores de Mecina.
SENADOR:
El laurel, príncipe, toma,
que apercibiéndote está
la ciudad con grande fiesta,
luces, triunfo y regocijo
que para tu entrada apresta.
Salgan dos truhanes: Alosillo y Chuzón.
ALOSILLO:
¿Dónde está el famoso hijo
de Carlos?
ANDREA:
¿Qué gente es esta?
ALOSILLO:
Oficiales de placer
que te venimos a ver;
ascolta un poco, patrón,
una bulleta en canzón
e pillarete placer. (Canten.)
¡Muera el perro Solimán!
¡Vivan Felipe y don Juan!
¡Viva Felipe famoso
y el gran don Juan glorïoso,
que por venir victorioso,
la palma y laurel le dan!
¡Muera el perro Solimán!
CHUZÓN:
¡Viva don Juan dos mil años!
Y al Gran Turco lleve el diablo;
hágale Judas el plato
con pólvora y alquitrán.
¡Muera el perro Solimán!
¡Vivan Felipe y don Juan!
JUAN:
Con tal fiesta justo es
que a Mecina juntos vamos.
SENADOR:
Porque tal honra le des,
laureles, flores y ramos
tiende, señor, a tus pies.
CRUZ:
Ese estandarte real
levantad, gran general,
y arrastrad el de Selín,
que con esto damos fin
a La batalla naval.