La segunda parte de Lazarillo de Tormes/XII

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Capítulo XII

Cómo la señora capitana volvió otra vez al rey, y de la buena respuesta que traxo.


Assí tuvimos aquel día y la noche en el monte no muy descansados; y otro día la señora capitana con su compañía tornó a palacio. Y por evitar prolixidad, el señor nuestro rey estaba ya harto más desenojado, y la recibió muy bien, diciéndole: «Buena dueña, si todos mis vasallos tuviessen tan cuerdas y sabias hembras, por ventura, en sus bienes y honra aumentarían, y yo me ternía por bienandante. Digo esto porque, en verdad, viendo vuestra cordura y sabias razones, habéis aplacado mi enojo y librado a vuestro marido y sus secaces de mi ira y desgracia. Y porque de ayer acá yo estoy informado mejor que estaba, decidle que sobre mi palabra venga a esta corte seguro él y toda su compañía y amigos; y por evitar escándalos, por el presente, le mando tenga su posada por cárcel hasta que yo mande otra cosa. Y vos visitadnos a menudo, porque huelgo mucho en ver y oír vuestro buen concierto y razonamiento».

La señora capitana le besó la cola, dándole gracias de tan crecidas mercedes como muy bien supo, y assí se volvió a nos con muy alegre respuesta, aunque a algunos les pareció no lo debíamos hacer, diciendo ser mañosamente hecho para cogernos. A la fin, como leales, acordamos de cumplir el mandado de nuestro rey, y ahincando sobre una prenda, que eran nuestras bocas, en las cuales confiábamos cuando nuestra lealtad no nos valiesse, luego movimos para la ciudad y entramos en ella acompañados de muchos amigos, que entonces se nos mostraban con ver nuestro hecho bien hilado y antes desto no se osaban declarar por tales, conforme al dicho del sabio antiguo que dice assí:

«Cuando Fortuna vuelve enviando algunas adversidades espanta a los amigos que son fugitivos, mas la adversidad declara quién ama o quién no».

Fuimos a posar a un cabo de la ciudad lo más despoblado y sin embarazos que hallamos, donde estaban hartas casas sin moradores de los que nosotros sin vida hecimos. Allí aposentamos lo más congregado que pudimos, y mandamos que no saliesse a la ciudad ninguno de nuestra capitanía, por parecer se hacía cumplidamente lo que su alteza mandó. En este medio, la señora capitana visitaba cada día al rey, con la cual él trabó mucha amistad, más de la que yo quisiera, aunque todo, según pareció, fue agua limpia, pagando la hermosa Luna con su inocente sangre, gentil y no tocado cuerpo. Porque como ella iba con su hermana a aquellas estaciones, y como suelen decir: «De tales romerías, tales veneras», el rey se pagó della tanto, que procuró con su voluntad haber su amor, y bien creo yo, la hermosa Luna no lo hizo con consejo y parecer de su hermana, y assí fue dello sabidor el buen Licio, porque casi me lo declaró pidiéndome mi parecer. Yo le dixe me parecía no ser mucho yerro, mayormente que sería gran parte y el todo de nuestra deliberación. Y assí fue, que la señora Luna privó tanto con su alteza, y él fue della tan pagado, que a los ocho días de su real ayuntamiento pidió lo que pidió, y fuimos todos perdonados.

El rey alçó el carcelaje a su cuñado. Mandó que todos fuéssemos a palacio. Licio besó la cola del rey, y él se la dio de buena gana, y yo hice lo mismo, aunque de mala gana en cuanto hombre por ser el beso en tal lugar. Y el rey nos dixo: «Capitán, yo he sido informado de vuestra lealtad y de la poca de vuestro contrario, por tanto, desde hoy sois perdonado vos y todos los de vuestra compañía, amigos y valedores que en el caso passado os dieron favor y ayuda. Y para que de aquí adelante assistáis en nuestra corte, os hago merced de las casas y de lo que en ellas está del que permitió Dios las perdiesse, y la vida con ellas; y os hago merced del mismo oficio que él tenía de nuestro capitán general, y de hoy más lo exerced y usad como sé que bien sabéis hacer. Todos nos humillamos ante él y Licio le tornó a besar la cola, rindiéndole grandes loores por tantas mercedes, diciendo que confiaba en Dios le haría con el cargo tales y tan leales servicios, que su alteza tuviesse por bien habérselas hecho.

Aquel día fue informado el rey nuestro señor del pobre Lázaro atún, aunque a esta sazón estaba tan rico y alegre de verlos ser amigos, que me parece jamás haber habido tal alegría. El rey me preguntó muchas cosas, y en lo de las armas cómo había hallado la invención dellas; y a todo le respondí lo mejor que supe. Finalmente, se holgó, y preguntó con qué número de peces pensaría pelear con los armados que traíamos. Yo le respondí: «Señor, sacada la ballena, a todo el mar junto osaré esperar y pensaré ofender». Espantóse desto, y díxome que holgaría si hiciéssemos una muestra ante él por ver el modo que teníamos de pelear. Acordóse que el día siguiente se hiciesse y que él saldría al campo a verlos. Y assí fue que Licio, nuestro general, y yo y los demás salimos con todos los armados de nuestra compañía; y ordené aquel día una buena invención, y aunque acá ya los soldados la usan, hícelos poner en ordenança, y assí passamos ante su alteza y hecimos nuestro caracol; y aunque el coronel Villalba y sus contemporáneos lo debían hacer mejor y con mejor concierto, a lo menos para el mar, y como no habían visto estar ordenados escuadrones, parecióles a los que los veían maravillosa cosa.

Después hice un escuadrón de toda la gente, poniendo los mejores y más armados en las primeras hileras, y hice a Melo que con todos los desarmados y con otros treinta mil atunes saliessen a escaramuçar con nosotros, los cuales nos cercaron de todas partes, y nosotros muy en orden, nuestro escuadrón bien cerrado, començamos a defendernos y herir y ofenderlos de manera que no bastara todo el mar a entrarnos.

El rey vio que yo había dicho verdad y que de aquel modo no podíamos ser ofendidos, y llamó a Licio y le dixo: «Maravillosa manera se da este vuestro amigo en las armas; paréceme es esta manera de pelear para señorear todo el mar»; «Sepa vuestra alteza que es assí verdad -le dixo el capitán general-; y cuanto a la buena industria del estraño atún, mi buen amigo, no puedo creer sino que de Dios viene, y que lo ha acarreado en estas partes para gran pro a honra de vuestra alteza y aumento de sus reinos y tierras. Crea vuestra grandeza que lo menos que en él hay es esto, porque son tantas y tan excelentes las partes que tiene, que nadie basta a las decir: el más cuerdo y sabio atún que hay en el mar, virtuoso y honrado, y el atún de más verdad y fidelidad, el más gracioso y de buenas maneras es que yo jamás he oído decir.

Finalmente, no tiene cosa de echar a mal, y vuestra alteza piense no me hace decir esto la voluntad que le tengo, sino la mucha verdad que en decillo digo». «Por cierto, mucho debe a Dios -dixo el rey- un atún que assí con él partió sus dones; y pues me decís ser tal, justo es le hagamos honra, pues a nuestra corte ha venido. Sabed dél si querrá quedar con nos, y rogádselo mucho de vuestra parte y de la mía, que podrá ser no se arrepienta de nuestra compañía».