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La segunda parte de Lazarillo de Tormes/XVI

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Capítulo XVI

Cómo, despedido Lázaro de la Verdad, yendo con las atunas a desovar, fue tomado en las redes y volvió a ser hombre.


Yéndome a la corte consolado con estas palabras viví alegre algunos días en el mar. En este medio, se llegó el tiempo que las atunas habían de desovar, y el rey me mandó que yo fuesse aquel viaje, porque siempre con ellas enviaba quien las guardasse y defendiesse, y al presente el general Licio estaba enfermo, el cual, si bueno estuviera, sé que hiciera este camino. Y después que yo estaba en el mar, había ido dos o tres veces, porque cada año una vez iban en la dicha desovación. De manera que en el dicho exército llevé comigo dos mil armados, y en mi compañía fueron más de quinientas mil atunas que se hallaron preñadas.

Despedidos del rey, tomamos nuestro camino y, nuestras jornadas contadas, dimos con nosotros en el estrecho de Gibraltar, y aquel passado, venimos a Conil y a Vexer, lugares del duque de Medina Sidonia, do nos tenían armado. Yo fui avisado de aquel peligro y cómo allí se solía hacer daño en los atunes, y aviséles se guardassen. Mas como fuessen ganosas de desovar en aquella playa y ella fuesse para ello aparejada, por bien que se guardaron, en ocho días me faltaron más de cincuenta mil atunas. Y visto el daño cómo se hacía, acordamos los armados de meternos con ellas en la playa y, mientras desovaban, si prenderlas quisiessen, herir en los salteadores y en sus redes, y hacérselas pedaços. Mas saliónos al revés con la fuerça y maña de los hombres, que es otra que la de los atunes; y assí nos apañaron a todos con infinitas dellas en una redada, sin recebir casi daño de nos, antes ganancia, que, como mis compañeros se vieron presos, desmayaron, y por dar gemidos, desampararon las armas, lo cual yo no hice, sino con mi espada me asieron, habiendo con ella hecho harto daño en las redes, juntamente comigo a mi buena y segunda mujer.

Los pescadores, admirados de verme assí armado, me procuraron quitar el espada, la cual yo tenía bien asida, mas tanto por ella tiraron, que me sacaron por la boca un braço y mano, con la cual yo tenía bien asida el espada, y me descubrieron por la cabeça la frente y ojos y narices y la mitad de la boca. Muy espantados de tal acaecimiento, me asieron muy recio del braço, y otros, trabándome de la cola, me comiençan a sacar como a cuero atestado en costal. Miré y vi cabe mí la mi Luna muy afligida y espantada, tanto y más que los pescadores, a los cuales, començando a hablar en lengua de hombre, yo dixe: «Hermanos, encárgoos las conciencias, y no se atreva alguno a visitarme con el braço del maço, ca sabed que soy hombre como vosotros; mas acabad de quitar la piel, y sabréis de mí grandes secretos».

Esto dixe porque aquellos mis compañeros estaban cabe mí muchos dellos muertos, hechos pedaços los testuces con unos maços que, los de la jábega en sus manos, para aquel menester traían. Y assí mismo les rogué por gentileza que a aquella atuna que cabe mí estaba diessen libertad, porque había sido mi compañera y mujer gran tiempo. Ellos, en gran manera alterados en verme y oírme, hicieron lo que les rogué.

Al tiempo que la mi compañera de mí partía llorando y espantada, yo le dixe en lengua atunesa: «Luna mía y mi vida, vete con Dios, y no tornes a ser presa, y da cuenta de lo que vees al rey y a todos mis amigos, y ruégote que mires por mi honra y la tuya». Ella, sin me dar respuesta, saltando en el agua se fue muy espantada.

Sacáronnos de allí a mí y a mis compañeros, que veía a mis ojos matar y hacer pedaços a la lengua del agua, y a mí teníanme echado en el arena medio hombre y medio atún, como he contado, y con harto miedo si habían de hacerme cecina. Acabada la pesca aquel día, habiéndome preguntado, yo díxeles la verdad, y rogándoles me sacassen del todo, lo cual ellos no hicieron. Mas aquella noche me cargan en un acémila y dan comigo en Sevilla, y pónenme ante el ilustríssimo duque de Medina: fue tanta la admiración que con mi vista ellos y los que me veían sentían y sintieron, que en grandes tiempos no vino a España cosa que tanto espanto pusiesse. Tuviéronme en aquella pena ocho días, en los cuales supieron de mí cuanto había passado.

A cabo de este tiempo, sentí a la parte que de pece tenía detrimento y que se estragaba por no estar en el agua, y supliqué a la señora duquesa y a su marido que, por amor de Dios, me hiciessen sacar de aquella prisión, pues a su alto poder había venido; y dándoles cuenta del detrimento que sentía, holgaron de lo hacer. Y fue acordado que diessen pregón en Sevilla para que viniessen a ver mi conversión, y en una plaça que ante su casa está, hecho un cadahalso, porque todos me viessen allí, fue juntada Sevilla; y desque la plaça se hinchió, por calles y tejados y terrados no cabía la gente. Luego mandó el duque que fuessen por mí y me sacassen de una jaula que luego que vine del mar me hicieron, do estuve; y fue bien pensado, porque, según la multitud de las gentes que siempre me acompañaban, si no hubiera verjas en medio de mí y dellos, ahogáranme sin falta. «¡Oh gran Dios! -decía-, ¿qué es lo que en mí se ha renovado? Porque, hombre en jaula, ya lo he visto estar, y mucho a su pesar, y aves; pescado, nunca lo vi».

Assí me sacaron y llevaron en un pavés con cincuenta alabarderos que delante de mí iban apartando la gente, y aún no podían.