La significación de una tendencia
Es indudable que el problema catalanista reviste gravedad, porque supone un estado de perturbación y desasosiego, que se manifiesta en las calles de Barcelona con inusitada y dolorosa frecuencia.
Esa tendencia que quiere hacer revivir el pasado, falsifica la historia, se sirve de ella á su capricho y desnaturaliza el sentimiento nacional.
Los catalanistas, sobre todo los elementos exagerados del partido, creen hallar la raíz de lo que ellos llaman «la esclavitud de su patria» en aquel hecho histórico gloriosísimo, en el compromiso de Caspe, por el cual un infante de Castilla fué á ocupar la corona de Aragón. En esto ven el principio de la nacionalidad española, país como dice un célebre historiador «Ia ida de un Fernando de Castilla á Aragon es el preludio de la unidad de Ios dos reinos, la venida de un Fernando de Aragón á Castilla será su complemento». Tuvo sí el compromiso de Caspe el alcance que los catalanistas exagerados le atribuyen; pero debe añadirse que el acuerdo en él adoptado no lo fué por modo capcioso ó subrepticio, sino á la faz de todo el reino con el asentimiento del pueblo catalán y de su Parlamento.
Suspiran muchos de los catalanistas á que me refiero, por las antiguas instituciones del Principado, y los hay tan enamorados de la organización municipal barcelonesa de la Edad Media, que piden el establecimiento de entidades análogas á las que existían en aquella época, y es preciso que se sepa, que esa organización era feudal y vejatoria; que Barcelona aseguraba su libertad á costa de los pueblos limítrofes, como resulta de la confirmacion de sus antiguos privilegios en 21 de enero de 1319, por D. Jaime II, declarándose la facultad de sus concelleres para legislar é imponer penas, incluso la de muerte, hasta doce lueguas tierra adentro, y siendo dichos concelleres, señores de diversas villas, castillos y lugares. Y no era este el único privilegio de la ciudad, sino que además, reunidas las Cortes, aunque los tres brazos legislativos conviniesen en un punto, no prosperaba si Barcelona disentía. ¿Cómo iba á poder subsistir en el siglo XX un mecanismo político de tal naturaleza?
¡Ah! verdaderamente la historia enseña grandes cosas. Ved cuál era el estado de Cataluña en el siglo XV, según dice, no un escritor castellano, sino el sabio catalán D. José Coroleu, en una conferencia pronunciada el año 1892 en el Ateneo de Barcelona:
«El desvalido, encomendándose al poderoso por obra del simbólico homenaje, habíase transformado en hombre de su señor, y si no tenía bajo su dependencia á otros vasallos, si no ocupaba un puesto en la gerarquía feudal, ó en otros términos, si no era noble, resultaba que había renunciado á su personalidad. El individuo desaparecía, absorbido por el territorio que se legaba, heredaba y vendía con todos cus hombres, mujeres, derechos, potestades. Continuaba la tradición romana. Hombre no era como hoy sinónimo de ciudadano, sino de vasallo... Por de contado que un día ú otro habían de tocarse las fatales consecuencias de aquella organización, que á primera vista parece democrática.»
Y las funestas consecuencias se tocaron en forma de una sangrienta revolución que se conoce con el nombre de la guerra social de los pagesos de la remensa, cuyo jefe, Francisco Verntallat, decía que jamás pactaría con los concelleres de Barcelona, siempre facciosos para con su soberano, crueles y altivos para con los oprimidos. Aquella revolución, análoga á las luchas sociales de Alemania, á la Jaquerie de Francia y á la rebelión de los labriegos de Inglaterra, terminó por la mediación del Rey D. Fernando de Aragón, que, unido ya con doña Isabel de Castilla, había consolidado la unidad nacional.
Vino después Carlos I; las libertades castellanas sucumbieron en Villalar, y Aragón y Cataluña ayudaron al Monarca. Más tarde, Felipe II abolió los fueros aragoneses, y Cataluña para nada ayudó á la región hermana, y si Felipe V suprimió las instituciones políticas catalanas, hay que consignar en primer término que estas habían caído en lamentable desuso, y en segundo lugar, que se imponía unificar políticamente la nación. Aunque sea someramente, he de encaminar el movimiento que dio origen á la guerra de Cataluña en tiempo de Felipe IV, para que se vea de qué modo se falsean por algunos los hechos históricos para satisfacer sus egoísmos y sus pasiones.
No negaré qué el desgobierno del conde duque de Olivares causaba malestar en Cataluña y que algunas medidas adoptadas eran injustas; pero la insurrección de Cataluña fué hecha por las autoridades populares de Barcelona, explotando el sentimiento fanático de la población rural, estimulando á esos elementos díscolos que hay en el seno de todas las sociedades, prontos siempre al tumulto y al pillaje.
Esta afirmación y las que luego expondré son de un distinguido académico de la Historia, ya muerto, catalán de nacimiento, D. Celestino Pujol, á quien cupo la honra, en su discurso de recepción, de refutar los errores pródigamente amontonados sobre los sucesos de que hago referencia.
Aquellos mismos concelleres que se habían negado á pactar con Verntallat, alentaron los prejuicios de las masas para concitar sus odios contra las tropas castellanas.
El día 2 de mayo de 1642, el tercio que pernoctaba en Riudarenas fué acometido por el paisanaje armado. Los soldados rechazaron la agresión, quemando varios edificios, entre ellos la iglesia. Y en esto estuvo la piedra de toque del movimiento insurreccional. Los poderes populares de Barcelona esgrimieron como poderosa arma contra los soldados de la patria el calificarlos de herejes; el lema de su bandera fué «¡Viva la religión!», en los estandartes llevaban pinturas representando custodias envueltas en llamas; se titularon vengadores de Jesús Sacramentado, y la defensa de los actos de los mal aconsejados concelleres se hizo en un folleto titulado La Proclamación Católica, el cual, para herir el sentimientio del pueblo, estaba encabezado con una viñeta en que un cáliz y una hostia consagrada aparecían rodeados de sacrilego fuego.
El funesto día del llamado Corvus de Sangre, al lado del virrey, el desgraciado marqués de Santa Coloma, estuvieron pundonosos caballeros catalanes, y los concelleres que no habían sabido evitar la tumultuaria invasion de los rebeldes, tampoco lograron contener la anarquía que durante algún tiempo hizo de Barcelona el asiento de todo desafuero, transformando á la ciudad que llamaba Cervantes «albergue de extranjeros, archivo de cortesía, hospital de pobres, patria de valientes y venganza de los ofendidos», en un asilo de la maldad y de la abyeccion.
El gran error del conde-duque de Olivares fué entonces como decía el Sr. Pujol, cerrar contra toda Cataluña, haciéndola solidaria de la conducta de los concelleres, sin sospechar que la autonomía de que gozaban las más importante municipalidades Ies hacía vivir en mutuos recelos, encerradas dentro de los estrechos límites de sus egoísmos locales, y le hubiera sido fácil al conde duque atraerse á muchas villas y ciudades, pues eran muy afectas las localidades catalanas á mirar exclusivamente para sí, con hidrópico afán, aún á costa de sus convecinas.
He tratado ligeramente de estos hechos históricos, porque ellos constituyen un vasto arsenal para los catalanistas, de recriminaciones y de odios hacia España, y para que se vea que no fué sublevacion de Cataluña, como se pretende por esa secta, una reivindicacion de libertades atropelladas; y que esos textos no responden á las violencias de su interpretacion.
No existe honda diferencia entre las razas que constituyen la nación española, como también pretende el catalanismo.
Un historiador portugués, Oliveíra Martins, decía razonadamente en una de sus obras que Ios diferentes pueblos de la Península constituyen un cuerpo etnológico dotado de caracteres genérales comunes, añadiendo además que la independencia de Portugal en 1641 fué obra del equilibrio europeo y que desde entonces Portugal vive bajo el protectorado de Inglaterra convertido positivamente en una colonia británica.
El catalanismo que durante un tiempo fué una tendencia literaria, ha subvertido su carácter, al contrario del renacimiento literario provenzal que conserva sus caracteres propios de tal modo que el poeta francés, que reuniera en el Romancero Provenzal la expresión del sentimiento poético de aquel país encabezaba el libro con estos versos que eran fiel expresión de un patriotismo sincero:
J'aime ma Provence plus que ta province
El catalanismo ha subvertido su carácter y pide un derecho propio, una organización judicial propia, un gobierno propio.
En esto de las concesiones jurídicas van más lejos que el federalismo. Porque Pi y Margall, viendo el ejemplo de Alemania, de Suiza, de Austria y de los Estados Unidos, reconocía que el derecho penal y las leyes de enjuiciar, deben ser unas para todos los Estados federales.
El catalanismo se aferra al criterio histórico de la escuela de Savigny, opuesto al filosófico deo Thibaut, más racional y lógico, porque refiriéndosé al derecho civil, hay que decir que éste varía acomodándose a las circunstancias sociales. Es imposible pretender que la familia siga constituida como en la época feudal, en condiciones que vulneran la igualdad; y es también imposible que la propiedad se encuentre vinculada sin la nota de comercialldad necesaria y suficiente, al modo de Roma, en que el dominio del individuo sobre la cosa era perpetuo é indisoluble. Reconocía el Sr. Pi y Margall que las legislaciones forales se han estancado, y el Sr. Silvela, al que con injusticia se tacha de regionalista, manifestaba en uno de sus discursos, que debía irse quebrantando en lo posible el fuero y las instituciones históricas que lo constituian, preparando así una evolucion en el porvenir.
La escuela histórica á que pertenecen los catalanistas lleva á la exageración el principio de la espontaneidad en la producción del derecho, que no es solo el resultado de la costumbre, sino algo más grande y transcendental.
La obra de los Cimbali, los Giantureo, los Hender, los D'Aguanno no ha sido estéril, y querer conservar instituciones anacrónicas y arcáicas valdría tanto como si los actuales habitantes de las islas Canarias, en lugar de su civilizacion actual, pretendiesen restablecer el estado social de los trogloditas de la piedra pulimentada, que se prolongó en aquellas islas hasta cerca de la edad moderna.
Sólo una vez asegurada la unidad del Estado y la uniformidad del derecho, decía Bluntschli, se puede tomar en cuenta las necesidades particulares, locales, siempre que no vayan contra los principios fundamentales del derecho mismo, como ocurre en el hecho de que haya diferencias entre los hijos, y en el de que se conserven acciones jurídicas como la de los fideicomisos, y muchas instituciones forales que obedecen al imperio fatal de la rutina, creándose, además, como resultado de tal orden de cosas, verdaderas aduanas jurídicas, como las calificaba el insigne jurisconsulto Sr. Comas, las cuales rompen la unidad legislativa, atributo esencial de la soberanía.
En 1880, como resultado del real decreto del 2 de febrero sobre codificación del derecho civil, se celebró una asamblea de jurisconsultos catalanes, en la que triunfó el elemento intransigente, opuesto á esa codificacion; pero no faltó una minoría sensata que estimara como progreso científico y mejora nacional la formacion de un Código civil, no castellano, ni gallego, ni catalán, sino español.
El catalanismo representa por sus soluciones el régimen exclusivista de la region, el particularismo histórico, lo pasado. Y es forzoso al llegar á este punto recordar unas frases del Sr. Duran y Bas:
«Las obras humanas viven sujetas á la ley del progreso mientras no esté señalada la hora de su decadencia para morir.»