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La villana de Getafe/Acto I

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Elenco
La villana de Getafe
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

(Sale DOÑA ANA, dama; DON FÉLIX, y LOPE, lacayo.)
DOÑA ANA:

  ¿A Sevilla vas, en fin?

DON FÉLIX:

En fin, a Sevilla voy,
sólo a procurar mi fin.

LOPE:

Mientras con la yegua estoy,
di que me tenga el rocín.

DOÑA ANA:

¿Ya te vendrán a llamar,
y ahora acabas de entrar?
¿Qué hay, Lope?

LOPE:

Dejé a la puerta,
por verte...

DOÑA ANA:

¡Hallárasme muerta!

LOPE:

El caminante ajuar:
  maleta, portamanteo,
rocín, fieltro y guardasol.

DON FÉLIX:

Que nos ha de ofender creo,
si aquí dejamos el sol;
más que el calor, el deseo
  los ojos han de llover:
el fieltro puedes llevar.

DOÑA ANA:

¡Buen modo de encarecer!

LOPE:

Si tanto piensas llorar,
fieltro será menester.

DOÑA ANA:

  Si aquí te partes llorando,
¿qué harás cuando estés ausente?

DON FÉLIX:

Morir, doña Ana, pensando
quien queda en Madrid presente
tu gusto solicitando.
  ¡Ay de quien se va a Sevilla
a negocios de un indiano,
adonde por maravilla
vendrá una carta a mi mano!
Ni tú querrás escribilla,
  y yo, triste, en dolor tanto,
con soledades del gusto
que con matrimonio santo
pensé gozar, como es justo,
cansaré el cielo con llanto.
  Yo aseguro que en partiendo,
de don Pedro los servicios
solicitando, escribiendo
y dando de amor indicios,
le dan lo que yo pretendo;
  que como el que ya murió
no puede volver por sí
contra aquel que le ofendió,
no podré volver por mí,
que ausente y muerto soy yo.

DOÑA ANA:

  Don Félix, si a tu partida
no muestro más sentimiento,
es porque estoy ofendida;
y hace mal tu pensamiento,
si allá me llevas la vida,
  Sin imaginar que en mí
hay potencias, ni sentidos,
todo lo llevas en ti:
ojos, manos, gusto, oídos;
sombra soy, no soy quien fui.
  La voluntad en mi amor,
la memoria en tu deseo,
que ausente será mejor,
que el sol que en partirte veo
crece la sombra al temor;
  pues ya de mi entendimiento
¿qué te puedo yo decir?
Dirás que es falso argumento,
si apenas para sentir
me ha de quedar sentimiento.
  Deja de don Pedro celos,
que en tanto que por tu parte
aseguras mis recelos,
no han hecho para olvidarte
talle ni ingenio los cielos.
  Cúmpleme ausente la fe
que de ser mío me has dado.

DON FÉLIX:

Como parto volveré,
pues ya voy asegurado
de que firme te hallaré.
  Daré priesa, por volver,
doña Ana, a casar contigo,
a lo que llevo que hacer.

DOÑA ANA:

¿Cumpliraslo?

DON FÉLIX:

En lo que digo,
¿qué duda puedes poner,
  sin ofender tu valor?
¡Mil años te guarde el cielo!

DOÑA ANA:

No agravies, Félix, mi amor;
y pues de ausencia el consuelo
y la obligación mayor
es escribir el ausente
al que deja, lo que siente,
no venga a Madrid correo
sin nuevas de tu deseo
y que tu salud me cuente.

DON FÉLIX:

  Tú lo verás.

DOÑA ANA:

Dios te guarde.

DON FÉLIX:

Partamos, Lope, que es tarde.

DOÑA ANA:

Lope.

LOPE:

Señora.

DOÑA ANA:

Oye.

LOPE:

Di.

DOÑA ANA:

Don Félix parte de aquí;
yo quedo, y quedo cobarde.
  Hazme un bien.

LOPE:

Pide segura.

DOÑA ANA:

De acordarle mi deseo;
y si vieres por ventura
que trata de nuevo empleo,
ciego de alguna hermosura,
  ríñele, estorba, desvía
que no se llegue a mi ofensa;
que te prometo aquel día
que llegues...

LOPE:

Detente y piensa,
señora, la lealtad mía.
  Soy hidalgo, aunque lacayo,
y puedo, en lo que es firmeza,
ser peñasco de Moncayo.

DOÑA ANA:

Lope, una limpia belleza
del más firme ausente es rayo.
  Dícenme que hay en Sevilla
hermosuras con tal brío
que exceden las de Castilla;
¡pues la ocasión de aquel río
y de aquella verde orilla!
  ¡Ay, Lope! Si en algún barco
les juntare la ocasión,
detén al Amor el arco.

LOPE:

Tú verás mi obligación,
si camino o si me embarco.
  ¡Vive Dios!, que si le emprende
ojo negro sevillano,
que desde lejos enciende,
sombrerillo o blanca mano,
después moneda de duende
que se convierte en carbón,
que le he de dar un jabón
con que a tus obligaciones
pida humilde mil perdones;
y dame ahora perdón,
  que es tarde, y queremos ir
a Las Ventas a dormir,
y entrar mañana en Toledo,
supuesto que tengo miedo
que no ha de poder salir
  o en Getafe ha de quedarse.

DOÑA ANA:

Lope, bien suelen pagarse
las buenas obras.

LOPE:

Señora,
bástales por premio ahora
tan justamente emplearse.

(Vase.)
DOÑA ANA:

  No hay cosa de temor que no se nombre
con el nombre de ausencia justamente;
la ausencia es noche, porque, el Sol ausente,
hace que el mundo su tiniebla asombre;
la ausencia es muerte, porque muerto un hombre
mortales ojos no le ven presente;
la ausencia es deslealtad, pues que consiente
que se disfamen la opinión y el nombre.
Pues con un enemigo tan extraño,
justamente a la muerte se apercibe
quien, antes de venir, conoce el daño.
¡Oh, mal que en el principio el fin recibe!,
pues antes de llegar el desengaño
es desdichado quien ausente vive.

(Vase. Sale INÉS y PASCUALA, labradora.)
PASCUALA:

  No levantéis la cabeza,
por vuestros ojos, Inés;
goce el suelo esa belleza:
contaréis a vuestros pies
y no a mi vuestra tristeza,
  que a fe que es lo que mostráis
de vuestro dolor testigo.
¿Qué temes, en qué pensáis?
Porque, si verdad os digo,
zagala, no me agradáis.
  Si en Getafe no tenéis
quien esa belleza rara
no trate como queréis,
¿para qué os laváis la cara
con lágrimas que vertéis?
Si a cualquiera que os desea
le decís que de otra sea,
yo lo que diga pensando,
que de la corte llorando
vais y venís a la aldea.
  Pero, aunque callar importe,
deciros será mejor,
sin que el temor me reporte,
que con cuidados de amor
vais y venís a la corte.
Si obliga a que no lo crea
conocer quien os desea,
¿qué tengo yo de pensar,
si en el campo y el lugar
andáis triste, y no sois fea?
  Yo conozco quien os ama,
pero no os veo contenta
cuando os mira, cuando os llama;
otra ocasión os alienta
si no me miente la fama.
Vos lloráis, vos suspiráis;
bien puede ser que tengáis
otros dolores secretos;
pero con estos efetos,
doime a Dios si vos no amáis.

INÉS:

  Pascuala querida,
las obligaciones
de haberos criado
amigas conformes
desde la maestra,
puntos y labores,
juntando meriendas
y los corazones
con las voluntades,
en años mayores,
me piden que diga
que las ocasiones
causan mis tristezas,
penas y dolores.
De Getafe, aldea
tan grande que acoge
a dos mil vecinos,
iba yo a la corte.
En estas dos leguas
cantaba canciones,
y los pasajeros
me pagaban porte.

INÉS:

Requiebros oía,
pero sus razones
menos me movían
que si fuera un monte.
Jamás de Madrid
saqué pretensiones
que no las dejase
en su puente o bosque;
mas pasando un día,
ya tú me conoces,
libre como un ave,
dura como un bronce,
una cierta calle,
no lejos de adonde
al santo flechado
hacen una torre,
estaba en su puerta
un hidalgo noble;
sombrerito bajo,
cuya falda entonces
de dosel servía
a los dos bigotes;
el cuello, parejo,
haciendo arreboles;
de blanco y azul
los puños disformes,
que de servilletas
sirven cuando come;
lienzo de narices,
nuevas menciones;

INÉS:

el rostro y las manos
en que se los pone
parecen tres caras
con cuellos conformes;
una cuera desto...,
no sé si lo nombre,
que da mal de madre,
y entre los olores
no tiene vergüenza,
pues porque la doblen
anda siempre en cueros
con agua de olores;
su calza a lo nuevo,
su zapato doble,
romo como macho,
porque tire coces;
la espada a lo bravo,
que los valentones
de las apariencias
quieren que se asombren;
chamelote de aguas
era su capote,
aforrado en felpa
con tres guarniciones;
mas si seda de aguas
quiere que le adorne,
sepa que mis ojos
ya son chamelotes.
Iba descuidada,
y, al pasar, asiome
de aquestos corales,
Dios se lo perdone,
que por no quebrallos
me fui tras el hombre
el zaguán adentro.

PASCUALA:

¿Pues bien?

INÉS:

Pellizcome;
y a lo que me dijo
respondile ¡oxte!,
como acá lo dicen
nuestros labradores.
A la fe Pascuala
que estos bellacones,
cansados de pavos,
ruedas de colores,
con varios perfumes
y puntas de Londres,
gustan de la fruta
que nace en los montes:
cantuesos, tomillos,
mastranzo y tréboles.
¡Oh, qué diestro era
en decir amores
y mirar con alma
y ojos socarrones!
Si verdad te digo,
midiome de golpe
la boca, aunque daba
sospiros y voces.

INÉS:

Bajó en este tiempo
cierto gentilhombre:
«¿Qué es esto, don Félix?»
le dijo, y dejome.
Salí, mas ¿qué digo?,
quedeme, y partiose;
que traje a Getafe
todas sus facciones.
Idas y venidas
he hecho a la corte,
hasta que mis padres
vieron mi desorden;
no quieren que vaya,
y, cual ves, me ponen
a que labre redes
en sus bastidores
y con mis tristezas
cubra corazones,
y es el de don Félix,
que el alma me rompe.
No puedo olvidalle.
Ni quieren que torne
donde pueda velle.
Moriré de amores.
¡Ves aquí, Pascuala,
porque ejemplo tomes,
las tristezas mías
y imaginaciones
en que pasa el alma
los días y noches,
rica de deseos,
de esperanzas pobre!

PASCUALA:

  Hame pesado en el alma,
Inés, de tu loco amor,
y que con ese rigor
tengas el discurso en calma;
  pero no tengas cuidado,
que, pues ya no le has de ver,
presto vendrás a tener
el corazón sosegado,
  y más si pones en medio
amor en otro lugar.

INÉS:

Era el remedio olvidar,
y olvidóseme el remedio.

PASCUALA:

  Ansí dice la canción;
pero yo sé quién te adora,
en quien si pones ahora
tu cuidado y afición,
  no habrá más Félix en ti;
y, en fin, es amor igual;
que esotro te estaba mal.

INÉS:

¿Dices por Hernando?

PASCUALA:

Sí;
  que es mozo, aunque labrador,
que no le dará ventaja
el día que no trabaja
al cortesano mejor.
  Media de punto, zapato
de cordobán, de telilla
jubón, cuello con vainilla
a quien no es el rostro ingrato;
  griguiesco y sayo de raja,
sombrero y cordón de seda;
pues gracias ¿quién hay que pueda
llevar a Hernando ventaja
  en saltar, correr, danzar,
llevar un carro enramado
por Santiago el Verde al prado?

INÉS:

Entra, Pascuala, a sacar
  los bastidores y redes,
y hagamos nuestra labor;
que no he de tener amor,
y desengañarte puedes,
  de que mozo del lugar
no me agrade eternamente.

PASCUALA:

¡Entro, que un amor ausente
no es difícil de olvidar!

(Vase.)


INÉS:

  Sube tal vez alguna débil parra
por el tronco del álamo frondoso
hasta su extremo, sin hallar reposo,
y está loca en sus brazos de bizarra.
Tal vez del gavilán la veloz garra
vence la cuerva, y sube el caudaloso
arroyo al monte, y en su extremo hermoso
desestima la margen de pizarra.
Llega a ser mar el más humilde río
cuando por sus riberas le concede
que tome de sus aguas señorío;
luego podré, si el de mi llanto excede,
igualar esos brazos, Félix mío;
pues cuanto quiere Amor, todo lo puede.

(Saca PASCUALA dos bastidores de red.)
PASCUALA:

  Aquí las redes están.

INÉS:

A la puerta de la calle
labraremos.

PASCUALA:

De buen talle
vienen de la corte y van
  pasajeros por aquí.

INÉS:

De Getafe es uso hacer
labor a la puerta, y ver
los que pasan.

PASCUALA:

Es ansí.
  Gente en el mesón se apea.

(Salen DON FÉLIX y LOPE.)
DON FÉLIX:

Pues ¿de Madrid le sacabas
desherrado? ¿En qué pensabas?

LOPE:

¿Qué quieres? Disculpa sea
  que en Madrid muy pocos son
los que no andan siempre herrados.

DON FÉLIX:

¿Quién fía de sus criados?

LOPE:

Aguardame en el mesón
  viendo ese coche que encierra
gente de toldo y valor,
que allí he visto un pecador.

DON FÉLIX:

¿Qué es pecador?

LOPE:

El que hierra.

DON FÉLIX:

  ¿Hay banco allí?

LOPE:

¿No le ves?

DON FÉLIX:

Parte, que allí enfrente veo,
para engañar el deseo,
dos labradoras o tres.
  Suelen en este lugar
mozas, como un oro, hacer
redes a la puerta y ver
a veces más que labrar,
  y si estas son como aquella
que en la corte me agradó,
en herrar Lope no erró
si me entretengo con ella.
  Dios guarde a vuesas mercedes.

INÉS:

¡Ay, Pascuala!

PASCUALA:

¿Qué te ha dado?

INÉS:

Este es aquel mi cuidado.

DON FÉLIX:

Si en el paso labráis redes,
  de la gente que camina
almas cogeréis en ellas.

INÉS:

A las cortesanas bellas,
si tales nos imagina,
  puede su mercé decir
razones tan cortesanas,
que esto de almas, las villanas
no lo podemos sufrir.

DON FÉLIX:

  ¡Vive el cielo que es Inés,
la labradora aseada,
bien vestida y bien tocada
que me dio cuidado un mes!
  ¿Hay tal dicha, hay tal ventura?
Bella Inés, alza la cara
con esa belleza clara
como fuente limpia y pura.
  Don Félix soy, que ahora llego
por la posta en mi cuidado.

INÉS:

¡Ay!

PASCUALA:

¿Qué es eso?

INÉS:

Heme picado.

PASCUALA:

¿Turbada estás?

INÉS:

No lo niego.

DON FÉLIX:

  Levanta el rostro a mirarme,
no pagues tan mal mi amor.

INÉS:

Ya me ha costado, señor,
querer miraros picarme.

DON FÉLIX:

  ¿Sangre os cuesto? Pues ¡por Dios!
que vengo yo tan picado
que por la que os he costado
me pienso sangrar por vos.
  Pero suplícoos que honréis
aqueste lienzo con ella.

INÉS:

No quiero manchalle della,
que es villana, como veis,
  y vos noble caballero.

(Sale HERNANDO, labrador, con espada debajo el brazo, capa y sombrero.)
HERNANDO:

Labrando están, y aun parlando,
si no es red que están labrando
en que caiga el forastero.
  ¡Que tuviese Inés su casa
enfrente deste mesón!
¡Bravo talle! ¡Celos son!
¡Todo me yela y abrasa!

DON FÉLIX:

  No estéis, mis ojos, cobarde
adonde es honesto el fin.

(Sale LOPE.)
LOPE:

Ya queda herrado el rocín,
aunque me parece tarde.
  Hoy a Las Ventas has de ir;
pero con estas villanas,
a la de «Las Dos Hermanas»
que llegas puedes decir.
  ¡No está mal entretenido!

DON FÉLIX:

¡Quedo bárbaro, que es esta
Inés!

LOPE:

¿Aquella compuesta
del botinillo pulido?
  ¿La que dio en la devoción
de pasar por nuestra puerta?

DON FÉLIX:

La cama y cena concierta.

LOPE:

Cama y cena, ¿a qué intención?

DON FÉLIX:

  A que no saldré de aquí
sin ver lo que me quería
cuando no pasaba día
que le pasase sin mí.

LOPE:

  ¿Ves aquí por lo que yo
truje el rocín desherrado?
Dos leguas no has caminado
y apenas se te perdió
  Madrid de vista, ¿y ya olvidas
a doña Ana?

DON FÉLIX:

Es pensamiento
dirigido a casamiento.
Pero, necio, no me pidas
  cuenta de mi gusto a mí.

LOPE:

¿Luego aquí quieres parar?

DON FÉLIX:

No he de salir del lugar.

INÉS:

Quita esas redes de aquí.

PASCUALA:

  Razón es, que ya anochece,
y he visto a Hernando acechando.

INÉS:

Pues desengáñese Hernando
de que otro amor me enloquece.
  ¿Don Félix?

DON FÉLIX:

¡Mi labradora!

INÉS:

¿A qué venís?

DON FÉLIX:

Sólo a ver
los ojos de una mujer
con que la corte enamora.

INÉS:

  ¿Mentís?

DON FÉLIX:

Yo digo verdad.

INÉS:

Pues mañana lo veré.

DON FÉLIX:

Aquí, señora, estaré.
más años que en la ciudad
  de Troya el príncipe griego.

INÉS:

Allí enfrente un labrador
murmura de nuestro amor.
Que os vais al mesón os ruego,
  que yo os enviaré a decir
por donde hallarme podéis.

DON FÉLIX:

Como palabra me deis
de que os dejaréis servir,
  conoceréis mi firmeza.

INÉS:

Adiós.

DON FÉLIX:

Lope, a la posada,

LOPE:

¿Qué tenemos de jornada?

DON FÉLIX:

La cena y cama adereza,
  que está muy lejos Sevilla.

LOPE:

Harto más Madrid está.

DON FÉLIX:

Lope, el alma se me va
por aquella chinelilla.
  Duerma doña Ana, pues es
negocio de casamiento,
mientras vela el pensamiento
en los donaires de Inés.

LOPE:

  Por mí, duerma norabuena;
tu gusto debo seguir,
y, ansí, voy a prevenir,
como mandas, cama y cena;
  pero si Inés lleva el fin
a no más de entretenerte,
¡vive Dios que he de ponerte
los zapatos del rocín!

(Vase DON FÉLIX y LOPE.)
HERNANDO:

  ¿Podrá un quejoso hablarte, desdén mío?

INÉS:

¿Y qué puede quererme a mi un quejoso?

HERNANDO:

Decirte que mi amor es desvarío.

INÉS:

  Hernando, un desvarío es peligroso,
y quien a los peligros se aventura,
más tiene que de cuerdo de animoso.

HERNANDO:

  ¿Parécete peligro tu hermosura?

INÉS:

Paréceme peligro aventurarte
donde el perderte es cosa tan segura,
  porque primero que yo pueda amarte
volarán por el aire los delfines,
y en vez de estrellas en la etérea parte
  verá paredes altas de jazmines
y el Sol todo de yedra revestido,
tanto que sus faciones determines.

HERNANDO:

  Pues primero en las aguas harán nido
los ruiseñores que en las selvas suelen,
y el fénix nunca visto y siempre oído,
  y antes verá que tras los sacres vuelen
contra razón las temerosas garzas
que al aire la región segunda impelen,
  y antes verás las intricadas zarzas,
en vez de espinas, fértiles de fruta
cuando la vista a tu cercado esparzas,
  y antes verás, cuando de sombra enluta
la noche el rostro, el Sol como en Oriente,
la tierra estéril y la mar enjuta,
  que yo te olvide ni olvidarte intente
por mayores agravios que me hagas.

INÉS:

La noche baja, y viene ya mi gente;
  o quiere, o aborrece, si te pagas
de entretenerte ansí.

HERNANDO:

¡Detente! Advierte,
porque de mi verdad te satisfagas.
  Deténla tú, Pascuala.

PASCUALA:

¿De qué suerte?
Paciencia, Hernando; en el lugar hay mozas.

(Vanse las dos.)


HERNANDO:

¿Ansí te vas? Pues tú verás mi muerte,
y tú también, que de mi mal te gozas.
  Halla el herido ciervo de la hierba
de la flecha veloz, en cristal puro
de clara fuente, alivio, y por lo escuro
del monte llama a su amorosa cierva.
El unicornio cándido preserva
todo animal del áspid fiero y duro;
en verdes brazos de álamo seguro
el ruiseñor su pájaro reserva.
La medicina, a enfermedades graves
con que este ser mortal nos pone asedios,
halla reparos dulces y suaves.
A todos dio Naturaleza medios,
¡y yo solo entre fieras, hombres y aves,
para afrenta nací de sus remedios!

(Sale BARTOLOMÉ, labrador.)
BARTOLOMÉ:

  ¡Qué cierto que es hallarte en esta puerta!

HERNANDO:

No vienes tú, Bartolomé, sin causa;
aquí la hallarás no ha un momento abierta.

BARTOLOMÉ:

  Aunque Pascuala mis cuidados causa,
me trujo el suyo, con deseo de verte.
Música fue mi amor; paró en la pausa.

HERNANDO:

  Inés, que de mi vida y de mi muerte
tiene el imperio, aquí me habló tan fiera
que no dármela debo agradecerte;
  si no te hubiera visto, me la diera.

BARTOLOMÉ:

Inés, Hernando, porque en esto acorte
lo que, si no la amaras, te dijera,
  llena de pensamientos de la corte,
los principios humildes tiene en tanto,
sin que nacer tan cerca la reporte,
  que ya se arroja el cortesano manto
y se atreven sus pies a los chapines.
Pero si quieres remediar tu llanto,
  como a pedir a Inés te determines
por mujer a su padre, no hayas miedo
que te la niegue, por tan justos fines.

(Ruido dentro.)
HERNANDO:

  ¿Qué es aquesto?

BARTOLOMÉ:

Los carros de Toledo,
que, preñados de gente, aquí la paren.

HERNANDO:

Ni el mesón ni la gente sufrir puedo.

(Salen SALGADO y PEDRO, de estudiantes.)
SALGADO:

  No he venido en mi vida más cansado.

PEDRO:

¡La gente que ha embarcado el carretero!

SALGADO:

Esos benditos padres me han molido.

PEDRO:

A mí, una vieja, que en mis tristes lomos
cargó cien años.

SALGADO:

No lo piensa ella,
que a la fe que se enrubia y arrebola.

PEDRO:

Disfrácese, ¡pardiez!, cuanto quisiere,
que como una cadena, que es de alquimia
en que huele a la herrumbre se conoce,
ansí también en el olor las viejas.

SALGADO:

Pues ¿a qué huelen?

PEDRO:

A corral de ovejas.

SALGADO:

El estudiante a la mozuela mira.

PEDRO:

Dad al diablo esa gente de sotana,
que con tener de asiento el sustantivo
responden a cualquiera vocativo.

HERNANDO:

Tu consejo me agrada, y determino
pedírsela a su padre; pero quiero
darle otro tiento aquesta noche.

BARTOLOMÉ:

Vuelve.
Quizá saldrá a la puerta a ver los carros,
y más si alguno dellos tañe y canta;
que yo quiero también acompañarte.

HERNANDO:

Si hará, como Pascuala salga a hablarte.

(Vanse los dos.)


PEDRO:

Parece que la moza y aquel dómine
se conciertan.

SALGADO:

Si harán.

PEDRO:

Digo cantando.
Ya salen a la puerta. Hagamos hora
mientras el bellacón del carretero
da cebada al ganado y se hace un cuero.

(Salga MARTÍNEZ, estudiante, de camino, con sotanilla; DOÑA BEATRIZ ; y él venga templando una guitarra.)
MARTÍNEZ:

¡Por mi vida, que canta como un ángel!

DOÑA BEATRIZ:

¿Búrlase de la voz?

MARTÍNEZ:

Fuera yo necio.
Díganos, por su vida, un tonecillo.

DOÑA BEATRIZ:

¿Sabe, por dicha, «En esta larga ausencia»?

MARTÍNEZ:

¿Quién no sabe ese tono en todo el mundo?
(Canta.)
En esta larga ausencia...

(Salgan RUIZ y ZAMORA, caminantes.)
RUIZ:

¡Ah, mis señores!,
cese el cantar, que no ha de haber responso,
sino cosas alegres.

DOÑA BEATRIZ:

¿Querrá un baile?

RUIZ:

Yo sé bailar, si hubiese quién.

MARTÍNEZ:

Ya entiendo.
Allí viene una bella labradora
convidada del son.

(Sale INÉS.)
DOÑA BEATRIZ:

¡Ah, reina mía!
Aquí hay quien cante, si a bailar ayuda.

INÉS:

Mis bailes son a uso del aldea.

RUIZ:

Pues eso pido, y a su gusto sea.

INÉS:

¡Oh, si saliese aquel mi amor dormido!

(Salen DON FÉLIX y LOPE.)
DON FÉLIX:

¡Baile y fiesta, por Dios!

LOPE:

Dichoso has sido,
que a Inés, tu labradora, aquí la veo.

DON FÉLIX:

¡Oh, bella Inés! ¡Oh, fin de mi deseo!

INÉS:

Ya pensé que estuvieras acostado.

DON FÉLIX:

¡Mal sabes lo que vela un desdichado!

INÉS:

Por verte vine con aqueste achaque,
querido Félix mío, que has querido
perseguir mi inocencia hasta buscarme
en el sagrado de mi pobre aldea;
mas porque aquesta gente ver desea
cómo bailan las mozas de Getafe,
retirate a mirarme tan turbada
como quien se confiesa enamorada.

DON FÉLIX:

¡Ay, bella Inés! Si de tu hermosa boca
merezco yo favores tan notables,
para matarme basta que me hables,
y basta para hacer que aquí me quede
a servirte, a quererte, a acompañarte,
que me des esa luz para mirarte.
Ponte las castañuelas, y el donaire
desos hermosos pies dé invidia al aire;
que mientras bailas tú sin divirtirme,
en tus mudanzas estaré yo firme.

INÉS:

  ¿Qué es lo que queréis bailar?

MARTÍNEZ:

Lo que vos sepáis, señora.

DOÑA BEATRIZ:

¿Vacas?

INÉS:

Aunque labradora,
dama, no las sé bailar.

DOÑA BEATRIZ:

  ¿Folías?

INÉS:

Comunes son.

DOÑA BEATRIZ:

¿Canario?

INÉS:

Soy toledana.

DOÑA BEATRIZ:

¿Villano?

INÉS:

No soy villana.
en ingenio y condición.

DOÑA BEATRIZ:

  ¿Conde Claros?

INÉS:

Puede dar
gusto a quien tuviere amores,
si es verdad que con amores
no podía reposar.

DOÑA BEATRIZ:

  ¿Zarabanda?

INÉS:

Está muy vieja.

DOÑA BEATRIZ:

¿Chacona?

INÉS:

Sátira es.

DOÑA BEATRIZ:

¿Rey don Alonso?

INÉS:

¿No ves
que es juntar corona y reja?
  Aquello del ¡ay, ay, ay!
tiene un no sé qué, a mi modo,
pues se queja el mundo todo
de las cosas que en él hay;
  no me ha parecido a mí
como esa dulce canción,
más a propósito son
de los que en la corte oí;
  quéjanse los pretensores
y quéjanse los soldados,
quéjanse los agraviados
y quéjanse los señores,
  los criados también dellos
forman mil quejas secretas,
los pobres y los poetas
las barbas y los cabellos;
  todo se queja, y ansí
viene bien el ¡ay, ay, ay!

DOÑA BEATRIZ:

¡Pues vaya con su cambray!

INÉS:

¿Bailáis vos?

RUIZ:

Señora, sí.
(Cantan y bailan.)
  Una dama me mandó
que sirviese y no cansase,
que sirviendo alcanzaría
todo lo que desease.
¡Ay, ay, ay!
Una señora me pide
sobre su amor cien ducados;
¿qué haré yo, ¡triste de mí!,
que los busco y no los hallo?
¡Ay, ay, ay!
Celoso estoy de una dama,
y no puedo sosegar
de dolores de una pierna:
¿de cuál me debo quejar?
¡Ay, ay, ay!
Para San Juan debo a un hombre
dineros en cantidad;
¿qué haré yo, que cada día
me parece el de San Juan?
¡Ay, ay, ay!
Quise entrar en cierta casa,
donde era su dueño honrado;
cogiéronme entre las puertas
y hanme dado muchos palos.
¡Ay, ay, ay!

(Sale el CARRETERO.)
CARRETERO:

  ¿Qué borrachería es ésta,
uncidos los carros ya?

DOÑA BEATRIZ:

¿Está uncido?

CARRETERO:

Uncido está.

DOÑA BEATRIZ:

¡Desbaratose la fiesta!

CARRETERO:

  ¡Ea! ¡Suban con el diablo,
que hay dos mil atolladeros!

SALGADO:

Vamos.

INÉS:

¡Adiós, caballeros!

MARTÍNEZ:

¡Lo que usáis este vocablo!

CARRETERO:

  Mucha priesa y mucho «vos»,
y en habiendo guitarruncia
todo cristiano echa juncia;
pues ¡voto al agua de Dios
  que si desunzo las mulas!...

PEDRO:

¡Acabad, que sois de hueso!

CARRETERO:

¡Ceja, mozo! ¿No ves eso?
¡Ver adónde va a reculas!
  ¡Ea, pues, háganse atrás!
¡Tente, mula de un bellaco!

LOPE:

¿Es vuestra?

CARRETERO:

¡Si el cordel saco!...

(Vanse todos los de los carros.)
DON FÉLIX:

Espera, Inés. ¿Dónde vas?

INÉS:

  No me puedo detener,
que ya preguntan por mí.

DON FÉLIX:

Luego ¿no he de hablarte?

INÉS:

Sí.

DON FÉLIX:

Pues, mi bien, ¿cómo ha de ser?

INÉS:

  A las espaldas, señor,
de mi casa hay una vieja
tapia, por quien me aconseja
que os hable esta noche Amor.
  Detrás, en unos reparos
pondré los pies.

DON FÉLIX:

¡Oye, aguarda!

INÉS:

Yo sacaré por la barda
la cabeza para hablaros.

(Vase.)


LOPE:

  ¿Eso te agrada?

DON FÉLIX:

¿Pues no?
Lo que es melindres y amores
de cortesanos favores,
¿a cuál discreto agradó?
  Pero el amor de una aldea,
¿no es cosa del cielo, Lope?

LOPE:

Como en algo no se tope
que de hierro o tranca sea...

DON FÉLIX:

  ¿Cuál será la tapia vieja
por donde me quiere hablar?

LOPE:

¡Qué en esto gustes de andar!
¿Cuál diablo te lo aconseja?

DON FÉLIX:

  ¿Tú no me darás el pie?

LOPE:

¿Eres tú representante?

DON FÉLIX:

¡Ay, Dios, quién fuera gigante!
Ponte a gatas.

LOPE:

¿Para qué?

DON FÉLIX:

  Para que subido en ti
pueda alcanzar a tocalla.

LOPE:

Basta hablalla.

DON FÉLIX:

¿Cómo hablalla?

LOPE:

Dos hombres vienen aquí.

(Salgan HERNANDO y BARTOLOMÉ, con tapadores de tinajas y espadas desnudas.)
HERNANDO:

  Con mirar, Bartolomé,
las paredes desta casa,
toda el alma se me abrasa.

DON FÉLIX:

Villanos son; dame el pie.

LOPE:

  ¡Gracia tienes!

DON FÉLIX:

¿De qué modo?

LOPE:

Hay labrador getafeño
que con lo grueso de un leño
nos medirá el cuerpo todo;
  ¡pues qué, si de una pedrada
rompe un rayo a una carreta!

BARTOLOMÉ:

Aquí hay gente.

LOPE:

No te meta
el diablo en esta celada;
  mira que esta labradora
te ha dado aqueste lugar,
por dicha, para vengar
su pasado agravio agora.

DON FÉLIX:

  ¿Qué le hice?

LOPE:

Pellizcalla,
y la fruta del zaguán.

DON FÉLIX:

Pues aquestos no se van,
Lope, yo tengo de hablalla.

LOPE:

  Industria lo puede hacer.

DON FÉLIX:

Pues ¿cómo?

LOPE:

Espérate aquí.
¿Son del lugar?

HERNANDO:

Señor, sí.

LOPE:

Hacedme, ¡por Dios!, placer,
  de que vamos a buscar
una bolsa que ha perdido
mi dueño, que me ha querido,
de puro enojo, matar;
  tiene docientos ducados,
con que vamos a Sevilla,
que no será maravilla
entre seis ojos honrados;
  arrójenlos por ahí,
daré a los dos un doblón.

HERNANDO:

Aunque por otra ocasión
andábamos por aquí,
  de lástima ayudaremos
a buscarla.

LOPE:

Pues partamos
adonde nos apeamos;
desde allí comenzaremos.

BARTOLOMÉ:

  Vamos, vamos.

LOPE:

¡Oh, quién fuera
en esta ocasión zahorí!

(Vase LOPE y los dos labradores.)
DON FÉLIX:

Él se los lleva de aquí.

(INÉS, en lo alto.)
INÉS:

¿Es Félix?

DON FÉLIX:

Yo soy.

INÉS:

Espera.

DON FÉLIX:

  No me mandes esperar,
que estoy ya desesperado.

INÉS:

Agradezco tu cuidado.

DON FÉLIX:

Agradecer es pagar,

INÉS:

  ¿Con qué puedo yo pagarte?

DON FÉLIX:

Con abrirme.

INÉS:

Bien te abriera,
Félix, si tu igual naciera;
pero no puedo igualarte.

DON FÉLIX:

  Pues ¿seré el primero yo
que se haya casado ansí?

INÉS:

Mi fe me dice que sí.
y mi ventura, que no.

DON FÉLIX:

  Mis ojos, si me igualaras,
¿en casarme yo qué hiciera?
Esta es prueba verdadera
de amor; abre, ¿en qué reparas?
  Seré tu marido, Inés;
treinta palabras te doy.

INÉS:

¿Como quién?

DON FÉLIX:

Como quien soy.

INÉS:

¿Y negaraslas después?

DON FÉLIX:

  Si las quebrare...

INÉS:

No jures,
que yo te quisiera abrir;
pero es decir que a morir
esta noche te aventures.

DON FÉLIX:

  ¿Cómo?

INÉS:

Hay un mastín aquí
que te podrá hacer pedazos.

DON FÉLIX:

Esta espada y estos brazos
¿para qué son?

INÉS:

Es ansí;
  mas mi honor, si le hallan muerto,
¿con qué podré remediallo?
Demás que ya canta el gallo,
y está el de casa despierto;
  y cuando acá se madruga,
el alba llorando está
sus perlas, no como allá,
después que el sol las enjuga.
  Ten hoy paciencia, mi bien,
que también es triste caso
que sus glorias tan de paso
Amor y el tiempo te den;
  aguarda en esta posada,
yo te enviaré de comer.

DON FÉLIX:

¿Paciencia quieres poner
en un alma enamorada?

INÉS:

  ¿Pídote yo que sean siete
los años que has de servirme,
o que un día esperes firme
lo que mi amor te promete?
Vete, mis ojos, vete;
mira que amanece.

DON FÉLIX:

  ¡Ay, hermosa labradora!
déjame mirar mejor
ese rostro al resplandor
de la ya vecina aurora;
no me despidáis, señora,
que yo me iré cuando sea hora.

INÉS:

  Puesto que tu ruego acepte
y dilate mi partida,
¿para qué quieres, mi vida,
que el perderte me inquiete?
Vete, mis ojos, vete;
mira que amanece.

DON FÉLIX:

  ¡Ay!, que esa voz me enamora
y tiene el sentido en calma;
tened compasión de un alma
que a vuestros umbrales llora;
no me despidáis, señora,
que yo me iré cuando sea hora.

INÉS:

  Gente es aquélla. ¡Adiós!

DON FÉLIX:

¡Ay,
que el seso me hacéis perder!

(Salgan LOPE y los dos labradores.)
LOPE:

Perdiose por ir a ver
el baile del ¡ay, ay, ay!;
  que nos fuera harto mejor
estarnos en la posada.

HERNANDO:

Ya debe de estar guardada.

BARTOLOMÉ:

Allí está vuestro señor.

LOPE:

  Debe de estar ahorcado.
Id con Dios, que sale el día
por Madrid, y no querría
que me viese acompañado.
  ¡Oh, qué palos me ha de dar!

HERNANDO:

El cielo, amigo, os consuele,
que en el corazón me duele
que no se pudiese hallar;
  pero con la luz del día
la podrás buscar mejor.
¿Qué hará Inés?

BARTOLOMÉ:

Dormir.

HERNANDO:

¡Qué amor!
Mas duerma, que ha de ser mía.

LOPE:

  No dirás que no has tenido
de entrar y salir lugar.

DON FÉLIX:

Si yo no he podido entrar,
¿cómo puedo haber salido?

LOPE:

  ¡Chufetas, por no decillo!
Ahora bien, quiérote oler
más de cerca, por saber
si es verdad lo del tomillo.

DON FÉLIX:

  ¡Hazte allá, bestia!

LOPE:

Harto bien
me pagas la industria sola
con que he dado esta mamola
a dos hombres tan de bien!

DON FÉLIX:

  Parte luego en el rocín
a Madrid. ¿Cómo no sales?

LOPE:

¿A qué?

DON FÉLIX:

Compra unos corales,
una sarta, un faldellín,
  chinelas y zapatillas,
como a mis hermanas sueles,
ellos oro en los caireles
y ellas plata en las virillas,
  y vuelve a comer aquí.

LOPE:

¿Y en Getafe vivirás?

DON FÉLIX:

Con no preguntarme más
sabrás lo demás de mí.

(Vanse. Sale DON PEDRO, de camino ; FABRICIO y LEONELO, criados.)
FABRICIO:

  ¿Quieres desayunarte, o pasaremos?

PEDRO:

¿Dirase misa aquí tan de mañana?

LEONELO:

¡Hartos clérigos hay! Misa hallaremos.

FABRICIO:

  Yo pensé que la oyeras con doña Ana.

LEONELO:

Veniste de Sevilla haciendo extremos,
enamorado desta cortesana;
  vesla en Madrid, es bella, y te resuelves
a no casarte, y por la posta vuelves.

PEDRO:

  Leonelo, si hallo luego desta dama
fama en Madrid que quiere a un caballero,
que don Félix sospecho que se llama,
  ¿no sabes tú que buena fama quiero?

LEONELO:

Pues mira tú cómo mintió la fama,
porque a Sevilla llegará primero.

PEDRO:

  ¿Fuese a Sevilla?

LEONELO:

Sí.

PEDRO:

Pues ¡bueno fuera
que eso a Madrid, sin causa, me volviera!

FABRICIO:

  Quédate aquí en Getafe algunos días,
hasta que con disculpas volver puedas.

PEDRO:

Mejor es acudir a cosas mías;
  que ausente el dueño, quiébranse las ruedas;
en Sevilla a don Félix pondrá espías,
y sabré si las manos están quedas.

LEONELO:

  Ya han traído las postas.

PEDRO:

Sube y pica,
que la virtud es la mujer más rica.

(Vanse, y salen DOÑA ANA y RAMÍREZ, escudero.)
RAMÍREZ:

  Pues yo digo que le vi.
¿De qué sirve porfiar?

DOÑA ANA:

¿Tú a Lope en este lugar?

RAMÍREZ:

En el mismo.

DOÑA ANA:

¿A Lope?

RAMÍREZ:

Sí.

DOÑA ANA:

  ¡Loco estás!

RAMÍREZ:

Y, por más señas,
compraba unas chinelillas,
con calzas y zapatillas
harto angostas y pequeñas.

DOÑA ANA:

  ¿Chinelas de mujer?

RAMÍREZ:

Sí.

DOÑA ANA:

Pues ¿ayer no se partió
don Félix?

RAMÍREZ:

Esto vi yo.

DOÑA ANA:

¿Si se quedó Lope aquí?

RAMÍREZ:

  Claro está; mas no te dé
celos dama cortesana,
que eran las calzas de lana,
y de media vara el pie.

DOÑA ANA:

  Será de Lope el presente,
si por dicha fregoniza.

RAMÍREZ:

La lana desautoriza
el ser de tu amado ausente.
(Salga LOPE.)
  Pero vesle aquí.

LOPE:

En una hora
vine, en otra volveré.

DOÑA ANA:

¡Tente, perro!

LOPE:

¿A mí, por qué?

DOÑA ANA:

¿No me conoces?

LOPE:

Señora...

DOÑA ANA:

  ¿Cómo en Madrid?

LOPE:

Por la posta
he venido en un rocín,
¡oh espíritu de Merlín,
oh jinete de la costa!,
  desde Getafe a comprar
bizcochos, calabazate,
almíbar y piñonate,
alcorzas y agua de azahar,
  que dio del caballo ayer
mi señor tan gran caída,
que no costarle la vida
milagro debe de ser;
  apenas sentí el rumor,
cuando dije, aunque sin seso:
«La Virgen del Buen Suceso
vaya contigo, señor!»
  Ella quiso que viniese,
puesto que está en el lugar,
sin poderse rodear
más que si de bronce fuese;
  Allí, una buena mujer
que concierta quebraduras
le ha hecho ciertas unturas,
y también le puso ayer
  una estopada famosa
con incienso y agua ardiente,
de que aliviado se siente,
y ya, en efeto, reposa.
  No estéis, señora, afligida,
que, según esta mujer,
que lo debe de entender,
debe de ser carne huida,
  no hay hueso alguno quebrado,
que este maldito accidente
sólo en la carne lo siente.

DOÑA ANA:

¡No lloréis!

LOPE:

Harto he llorado.

DOÑA ANA:

  ¿Para quién son las chinelas?

LOPE:

Para mi daifa, señora,
que también yo tengo ahora
mi cierto dolor de muelas.
  ¿Caso que hayas sospechado
en don Félix, mi señor,
alguna infamia en su honor?

DOÑA ANA:

Las calzas me la han quitado.
  Ven conmigo, y llevarás
conservas y agua de olor,
y una carta a tu señor.

LOPE:

¡Para que no caiga más!

DOÑA ANA:

  Cayó, Lope, mi esperanza.

LOPE:

(Aparte.)
Tragola su señoría.
Dulce llevo. ¡Lindo día!
¡Oh, cuál me pongo la panza!

(Vanse. Salgan DON FÉLIX y INÉS.)
INÉS:

  Engáñasme, cortesano.

DON FÉLIX:

¿Cómo engañarte, mi bien?

INÉS:

Pues, dime, ¿de qué manera
podré ser yo tu mujer?

DON FÉLIX:

Yo voy ahora a Sevilla;
cuando vuelva te traeré
galas de corte.

INÉS:

¿Qué dices?

DON FÉLIX:

La verdad te digo, Inés;
traeré un coche de camino.

INÉS:

¿Coche?

DON FÉLIX:

Para ti también.

INÉS:

¿Para mí? ¡Válgame Dios!
Y que en la corte andaré
coche acá, coche acullá.

DON FÉLIX:

Luego que pongas los pies
en él, te has de llamar...

INÉS:

¿Cómo?

DON FÉLIX:

Aguarda, lo pensaré:
doña Beatriz.

INÉS:

No me agrada
doña Beatriz.

DON FÉLIX:

¿No? ¿Por qué?

INÉS:

Porque tiene el «triz» un eco
de vidrio, y me quebraré.

DON FÉLIX:

¿Doña Anastasia?

INÉS:

Es de Papa.

DON FÉLIX:

¿Doña Costanza?

INÉS:

No sé
si nombre que entra con costa
es bueno para mujer.

DON FÉLIX:

¿Doña Jimena?

INÉS:

Si fuera
el Cid, me estuviera bien.

DON FÉLIX:

¿Doña Manuela?

INÉS:

Es largo;
parece que estoy en pie.

DON FÉLIX:

¿Doña Teresa?

INÉS:

Es antiguo.

DON FÉLIX:

¿Doña Casilda?

INÉS:

Con él.
se llama bien una esclava.

DON FÉLIX:

¿Doña Tecla?

INÉS:

¿Para qué?
Que no has de ser tú organista,
ni tan libre que tú des
en poner en mi los dedos.

DON FÉLIX:

¿Doña Esperanza?

INÉS:

Es hacer
de posesión esperanza,
si tu mujer he de ser.

DON FÉLIX:

¿Doña Escolástica es bueno?

INÉS:

¿Tengo yo de pretender
alguna cátedra, Félix?

DON FÉLIX:

¿Doña Brianda?

INÉS:

Andar bien
y con brío pide el nombre.

DON FÉLIX:

Dile tú; nómbrate, pues.

INÉS:

¡Ah, cómo te guardas de uno
adonde más de una vez
te vi pasear la calle,
y aun entrar dentro!

DON FÉLIX:

¿Yo, quién?

INÉS:

¿No hay doña Anas en el mundo?

DON FÉLIX:

Pues esa señora es
mi prima.

INÉS:

Por partes de Eva.

DON FÉLIX:

¡Maliciosa está!

INÉS:

Sí haré.

DON FÉLIX:

Ahora bien, con cualquier nombre
llevada a Madrid, diré
que eres hija de un indiano,
y que en Cádiz me casé.

INÉS:

¿Qué he de creerte? ¡Estoy loca!

(Salga LOPE.)
LOPE:

¡A qué buen tiempo llegué!
No sé si alabe la espuela,
o el rocín.

INÉS:

¿Es Lope?

DON FÉLIX:

Él es.

INÉS:

Pues a la noche te espero.

DON FÉLIX:

¿Huyes dél?

INÉS:

No huyo dél.
pero vienen forasteros.

(Vase.)
DON FÉLIX:

En fin, ¡que no te han de ver
mis ojos hasta la noche!

LOPE:

Dame tus benditos pies,
ermitaño de Getafe.

DON FÉLIX:

¿Compraste, Lope?

LOPE:

Gasté
treinta escudos de oro enteros.

DON FÉLIX:

¡Gastaras cuarenta y seis!
¿Dónde queda?

LOPE:

En la posada.
Pero a doña Ana encontré,
y aquesta carta me dio.

DON FÉLIX:

¿Tus cosas?

LOPE:

No pudo ser
de otra manera, señor.

DON FÉLIX:

La carta quiero leer.
(Lee :)
«Dios sabe lo que he llorado vuestra caída, y que fuese tan peligrosa. En la Virgen del Buen Suceso he mandado decir cien misas, y Lope os lleva cuatro cajas de perada, dos de alcorzas, dos de azahar y una redoma extremada; si el mal pasare adelante fingiré una novena a Illescas, e iré a veros. Dios os me guarde y levante desa cama con bien.»
¿Esta carta es para mí?

LOPE:

Sí, señor; ¿ya no lo ves?

DON FÉLIX:

Pues yo he caído y estoy
en la cama?

LOPE:

Todo fue
por encubrir mi venida.

DON FÉLIX:

¿Y si me viniese a ver?

LOPE:

Remedio habrá para todo.

DON FÉLIX:

¿Dónde está el regalo?

LOPE:

Ven,
y verás tanta dulzura,
entre cortado papel,
hecha un árbol que te eleve.

DON FÉLIX:

Todo lo presento a Inés.

LOPE:

Menos lo que yo he comido,
que de azúcar, dulce y miel
vengo hecho un monasterio;
y aún habrá torno después.