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La villana de Getafe/Acto III

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La villana de Getafe
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

(Salen HERNANDO y BARTOLOMÉ.)
BARTOLOMÉ:

  Mucho me huelgo de verte.

HERNANDO:

¿Y el hábito, no te agrada?

BARTOLOMÉ:

En efeto, ¿eres cochero?

HERNANDO:

Faetón soy de aquesta casa,
donde llevo al sol de Inés
aunque ya, por mi desgracia
y el engaño de don Félix,
no estoy en la de doña Ana.

BARTOLOMÉ:

¿Qué, en efeto, fue mentira?

HERNANDO:

Era su nobleza tanta,
que presto honrará los pechos
de la Cruz de Calatrava.
Salió al campo con don Pedro;
hiriole, mas no fue nada
porque llegó la justicia.

BARTOLOMÉ:

Era el don Pedro la causa
del testimonio?

HERNANDO:

Yo creo
que fue del demonio traza,
que presto tendrá la verde
o roja de Calatrava,
por servicios de sus padres,
y con papeles que bastan
para mayores empresas.

BARTOLOMÉ:

Pues ¿de qué son tus desgracias?

HERNANDO:

De que con aquel enojo,
don Félix casarse trata
en otra parte, y sospecho
que más que amor es venganza.
Hay aquí una doña Elena,
rica, de buen talle y gracia,
hija de Fulgencio sola,
con quien don Félix se casa.
Con esto, de ningún modo
tienen licencia mis ansias
de entrar para ver a Inés.

BARTOLOMÉ:

En mil laberintos andas;
pero ya tu cobardía
es muerte de tu esperanza.
Entra, no estés a la puerta
ni mires por las ventanas;
que tú no has tenido culpa
en sus disgustos.

HERNANDO:

Repara
en que está doña Ana.

BARTOLOMÉ:

Llega,
no te acobardes de hablalla,
que si ella ha tenido amor
a don Félix, no se pasa
tan presto que no se alegre
de verte.

HERNANDO:

Afuera me aguarda.

(Sale DOÑA ANA.)
DOÑA ANA:

  Hernando, seas bien venido.
¿Cómo nos olvidas tanto?
De tu ingratitud me espanto.

HERNANDO:

Nunca, señora, lo he sido,
  sino que este desatino
del testimonio pasado,
para verte me ha quitado
atrevimiento y camino.

DOÑA ANA:

  ¿Cómo a don Félix le va?
¿Quiérele mucho? ¿Está buena
la señora doña Elena?

HERNANDO:

Bien le quiere, y buena está.

DOÑA ANA:

  ¿Cómo va de casamiento?

HERNANDO:

Eso está muy adelante.

DOÑA ANA:

¿Cómo la probanza importante?

HERNANDO:

Con mucho enojo le siento
  de los que le han levantado,
aunque ha cobrado su honor.

DOÑA ANA:

¿Y está acaso tu señor
Como primero engañado?

HERNANDO:

  La culpa te pone a ti
por don Pedro.

DOÑA ANA:

Dios lo sabe.
¿Y Lope, está ya muy grave?
¿Qué dicen los dos de mí?

HERNANDO:

  A todos nos ha mandado
que nadie tome en la boca
tu nombre.

DOÑA ANA:

Vuélvome loca.
En fin, ¿está enamorado
  de doña Elena?

HERNANDO:

Él lo dice;
pero yo trayo en los ojos
que no es amor.

DOÑA ANA:

Pues ¿qué?

HERNANDO:

Enojos.

DOÑA ANA:

¿Tan gran ofensa le hice?;
  pero ya es mucha venganza.
¿Va Elena en el coche ya?

HERNANDO:

En él muchas veces va.

DOÑA ANA:

¡Ay De mi loca esperanza!

HERNANDO:

  Hoy me ha mandado llamar,
que a la feria quiere ir.

DOÑA ANA:

Ya no lo puedo sufrir;
muriendo estoy por llorar.
  Vete, Hernando, que no quiero
que te halle mi padre aquí.

HERNANDO:

Perdona si te ofendí.

DOÑA ANA:

Vete con Dios. ¡Rabio y muero!
  Julia.

(Vase HERNANDO, y sale INÉS.)
INÉS:

¿Qué mandas, señora?

DOÑA ANA:

Maldiga Dios tu papel,
pues que vengo a estar por él
en tanta desdicha ahora

INÉS:

  Y yo, ¿qué habré negociado
si se casa con Elena?

DOÑA ANA:

¿Qué dices?

INÉS:

Que de tu pena
tengo el pecho lastimado,
  y que echándome a pensar,
aunque ruda labradora,
en tus desdichas, señora,
un remedio vine a hallar;
  mas es muy dificultoso.

DOÑA ANA:

Di, aunque me cueste la vida.

INÉS:

Pues oye, si eres servida,
un pensamiento ingenioso.
  Cuando, en mi tierra vivía,
donde Elena hacienda tiene,
supe esta historia, que viene
a ser parte de la mía:
  Un hermano de Fulgencio,
padre de Elena, que fue
a las Indias...

DOÑA ANA:

Ya lo sé.

INÉS:

Pues hasme de dar silencio.
  Llevó solo un rapacillo,
primo de Elena, que ya es
grande. O sea el interés,
que nunca me maravillo,
  o la sangre, han concertado
los hermanos que los primos
se casen.

DOÑA ANA:

Mucho ha que oímos
que está entre los dos tratado.

INÉS:

  Esperándole estuvieron.

DOÑA ANA:

Es verdad; pero han sabido
que es muerto o preso, que ha sido
la causa porque le dieron
  a don Félix la palabra
de casarle con Elena.

INÉS:

Oye, pues, que en tela ajena
tal vez el ingenio labra.
  Una vez me disfracé
de hombre en mi tierra, y decían
que mis bríos parecían
de hombre, del cabello al pie.
  Yo quiero, en hombre trocada,
fingir que soy el sobrino
de Fulgencio, y de camino,
bota y espuela calzada,
  dar por la posta en su casa.

DOÑA ANA:

¿Y allí dentro qué has de hacer?

INÉS:

Pedírsela por mujer,
y tú verás que se abrasa
  en dos días de mi amor,
y que a don Félix descaso,
y que vuelve a todo paso
a pretender tu favor.

DOÑA ANA:

  Estoy mirándote atenta;
demonio debes de ser.

INÉS:

No soy; pero soy mujer,
que más que el demonio inventa.

DOÑA ANA:

  Pues ¿dónde hallarás vestidos?

INÉS:

Yo los buscaré, y criados.

DOÑA ANA:

¿Qué has menester?

INÉS:

Mil ducados,
porque los recién venidos
  de Indias tienen aquí
opinión de miserables,
y es menester que me entables,
porque el dar vence.

DOÑA ANA:

Es ansí.
  Un sátiro vi muy feo
en una tabla pintado,
del estudio de un letrado,
y en medio de un güerto hibleo
  una dama muy hermosa,
a quien unas joyas daba,
por quien ella le abrazaba,
blanda, tierna y amorosa.
  Conquista tú, gasta, luego
los mil te pondré en la mano.

INÉS:

Ve por ellos.

DOÑA ANA:

Hoy, tirano,
te ha de confundir mi fuego.

(Vase DOÑA ANA.)
INÉS:

  Esta, con su desvarío,
piensa que en mi fingimiento
su vano remedio intento,
y voy procurando el mío.
  En que no se case fundo
mi invidia; de celos muero;
yo desconcerté el primero,
lo mismo haré del segundo.
  Con la industria es cosa llana
que Félix queda excluido,
porque no ha de ser marido
de Elena, ni de doña Ana.

(Vase, y sale DON FÉLIX y LOPE.)
DON FÉLIX:

  Todo me sucede bien;
Madrid se ha desengañado.

LOPE:

Ahora está más honrado
y más vengado también.

DON FÉLIX:

  ¿Que haya lenguas en el mundo
que un testimonio levanten?

LOPE:

De que estas cosas te espantan
me espanto.

DON FÉLIX:

En mi honor lo fundo.

LOPE:

  Pues ¿úsase cosa tanto
como testimonios ya?

DON FÉLIX:

Lleno este lugar está.

LOPE:

De lo que sufren me espanto.

DON FÉLIX:

  ¿No se puede remediar?

LOPE:

Es oficio, de demonios.

DON FÉLIX:

Mas levantar testimonios
es a veces levantar;
  que aunque padecen con ellos
mientras no son conocidos,
muchos que estaban caídos
se han levantado por ellos.

LOPE:

  No escucharás en corrillos
de hombres, que mirar podrían
sus cosas, que al vulgo fían
vinagres, quitapelillos,
  sino Fulano es un tal,
y una tal por cual Fulana,
pues en casa de Zutana
no se bate el cobre mal,
  y mil nuevas mentirosas
contra el honor de mil gentes.

INÉS:

Son lenguas impertinentes,
y son vidas siempre ociosas.
  No hay ley más santa en la tierra
que castigar los ociosos.
Yo muero.

LOPE:

Tus generosos
padres, ya en paz, y ya en guerra,
  bastantemente has probado;
pero yo, ¡triste de mí!,
que me he de quedar aquí
por pobre y por desdichado,
  conque Muley Arambel
fue mi abuelo melcochero,
¿qué humano remedio espero
si me pasasen a Argel?

DON FÉLIX:

  Pues, necio, si levantaron
el testimonio a los dos,
lo que yo, gracias a Dios,
pruebo, por los dos probaron.
  No tienes ya qué temer.

LOPE:

Ya si este moro de España
Azarque fuera, el de Ocaña;
Zayde, el de Zocodover;
  Tarfe, el de Vivataubín;
Albayaldos, el de Olías,
tuvieran las dichas mías
menos de bajeza, en fin;
  ¡pero Muley Arambel!

DON FÉLIX:

¡Quedo, que Fulgencio es éste!

LOPE:

Hijo soy de un arcipreste
muy católico y fiel.

(Sale FULGENCIO, viejo.)
FULGENCIO:

  Perdonad si tan presto no he salido,
en cartas y en papeles ocupado,
don Félix, mi señor, si sois servido.

DON FÉLIX:

El señor seréis vos, y yo el criado.
Vengo con la respuesta de Leonido,
que me ha dicho que estáis determinado
a honrarme en vuestra casa tan contento,
que me ha de enloquecer mi pensamiento.
  Dadme esas manos como a hijo vuestro.

FULGENCIO:

Señor don Félix, yo he ganado tanto,
que si ahora en palabras no lo muestro,
es porque no podré deciros cuánto
Hoy se confirma el parentesco nuestro,
y aun hoy puedo decir que me levanto
al más alto lugar que la Fortuna
pudiera darme en ocasión ninguna.
  No he dado parte desto a doña Elena,
si bien ha conocido que lo trato;
con que ya de su primo está sin pena;
que Amor es con los muertos siempre ingrato.
Y pues del vuestro ya no vive ajena,
vencer fácilmente su recato
con pintar vuestro méritos, si puedo.

DON FÉLIX:

Para tantas mercedes, corto quedo.
  En fin, señor, haremos escrituras
luego que le digáis vuestro deseo.

FULGENCIO:

Puesto que las palabras son seguras
siempre en las firmas, la firmeza creo.

INÉS:

Hoy pueden invidiarse mis venturas,
pues en la posesión cierta que veo
del bien que gozaré seguro y firme,
yo voy, si lo mandáis, a prevenirme.

FULGENCIO:

  El cielo os guarde y haga tan dichoso
como deseo.

DON FÉLIX:

Vuestro mismo aumento
le pedís en mi bien.

LOPE:

Ya que es forzoso,
te doy el parabién del casamiento.

DON FÉLIX:

Lope, yo sé que ha sido un hecho honroso
y digno de mi noble pensamiento.

LOPE:

Como no te arrepientas...

DON FÉLIX:

No lo creas.

LOPE:

Líbrete el cielo que a doña Ana veas.

(Vanse. Salga DOÑA ELENA y FULGENCIO.)
DOÑA ELENA:

  Aguardando a que se fuese
don Félix, no entraba a hablarte.

FULGENCIO:

Yo, Elena, quería buscarte.
Pero más cuidado es ése.
  ¿Quién duda que habrás oído
esto que habernos tratado?

DOÑA ELENA:

Sospecho que me has casado.

FULGENCIO:

¿Sabes quién es tu marido?

DOÑA ELENA:

  Si me culpas de que fui
cuidadosa en escuchar,
¿cómo lo puedo ignorar?

FULGENCIO:

¿Y podré decille sí?

DOÑA ELENA:

  Yo no sé qué me convenga
para mi remedio más
de aquello que tú me das.

FULGENCIO:

¿Quién hay que las partes tenga
  deste ilustre caballero
de los de su calidad?

DOÑA ELENA:

¿Y tiene ya libertad
del casamiento primero?

FULGENCIO:

  Justamente aborreció
don Félix esa mujer.

DOÑA ELENA:

Celos debieron de ser.

FULGENCIO:

Elena, lo que sé yo
  es que él probó su nobleza
de hecho y notorio solar.

(Sale MENDOZA, criado.)
MENDOZA:

A los dos vengo a buscar,
haciendo mi ligereza
  de otro Mercurio los pies.

FULGENCIO:

Sosiega un poco el aliento.
¿Son de tristeza, o contento?

MENDOZA:

¡Dame albricias!

DOÑA ELENA:

Di lo que es.

MENDOZA:

  De dos postas ya se apean
en la puerta del zaguán
un caballero galán,
en cuyo rostro se emplean
  las galas famosamente,
y otros en forma de pajes,
en menos bizarros trajes,
y todos lucida gente;
  mucha pluma, brava espuela,
dorada cadena y banda,
bota y calceta con randa,
lindos forros, todo es tela;
  y, si no lo entendí mal,
viene diciendo, señor,
que es tu sobrino.

FULGENCIO:

En rigor,
la nueva mudanza es tal;
  mas de ver a mi sobrino,
que era muerto en mi opinión,
a tal tiempo y ocasión,
y cuando don Félix vino
  a que palabra le diese
de darle a Elena, y la he dado,
puesto que estoy desculpado,
no te espantes que me pese;
  pero ¿qué se puede hacer?

(Salga INÉS, de camino, botas y espuelas, y dos criados : CABRERA y RIBAS.)
MENDOZA:

Ya llega.

INÉS:

Esos pies te pido.

FULGENCIO:

¡Seas, don Juan, bien venido!

INÉS:

Pues os he llegado a ver,
  tras tanta fortuna y mar,
bien os merezco ese nombre.

FULGENCIO:

¡Qué gallardo y gentilhombre!
Elena, llégale a hablar.

INÉS:

  ¿Es mi prima?

DOÑA ELENA:

¡Primo mío!
¿Jesús, qué grande venís!

INÉS:

Llego al cielo, bien decís.
¡Lindo talle!

MENDOZA:

¡Hermoso brío!

FULGENCIO:

  La pena de su venida
su presencia me ha quitado;
ya sea muy bien llegado,
aunque me cueste la vida.
  Yo, hijo, como te vi
niño, no te conociera,
si en otro lugar te viera.

INÉS:

Pues yo a vos, mi señor, sí;
  aunque bien sé que os dejé
con menos canas.

FULGENCIO:

La edad
vuela.

INÉS:

Si digo verdad,
cuando mi padre se fue
  no puse con tantas veras
en mi prima la memoria,
que saben poco de historia
nuestras edades primeras;
  y así, por todo el camino
mil ideas fabriqué,
pero con ninguna hallé
donaire tan peregrino.
  ¡Está hermosa! Dios la guarde.
Muchos años la gocéis.

FULGENCIO:

¿Cómo venís?

INÉS:

Ya lo veis.

FULGENCIO:

(Aparte.)
¡Que te viniese esta tarde
  don Félix a persuadir!
¿Y mi hermano?

INÉS:

Bueno queda.

FULGENCIO:

¿Cartas?

INÉS:

¿Quién habrá que pueda
criados viejos sufrir?
  Con las ropas las dejaron
en un baúl, en Sevilla.

FULGENCIO:

Descuidos, no es maravilla

INÉS:

Mucho, señor, me enojaron,
  porque quedaron allí
los regalos de mi prima;
cosas de valor y estima.

RIBAS:

Esa culpa estuvo en ti,
  porque quiriendo tomar
la posta fuera imposible
traerlas.

CABRERA:

Será posible
esta semana llegar,
  porque al hombre prometí
buenas albricias.

INÉS:

¡Por Dios,
que hagáis, Gonzalo, los dos
diligencia!

CABRERA:

Harase ansí.

FULGENCIO:

  ¡Qué malas nuevas me dieron,
sobrino, de vos!

INÉS:

Señor,
en las alas de mi amor
mis deseos me trujeron;
  en gran peligro me vi.

DOÑA ELENA:

De unas naves extranjeras
nos contaron mil quimeras

INÉS:

Entre pichelingues di;
  llegaron diciendo: «Amaina,
amaina, español»; mas luego
ni en los tiros quedó fuego,
ni espada quedó en la vaina;
  hago de un cabo trinchea
en un punto, y desde allí
tiro, y vuelven sobre mí
balas que no habrá quien crea
  que me pudiese librar
sin milagro de otra suerte;
mas librome de la muerte
una alteración del mar,
  que nos dividió de modo
que, siendo en mitad del día,
agua y cielo parecía
que lo barajaba todo.
  Bien saben esos criados
si cumplí la obligación
de tu sobrino.

FULGENCIO:

Ellos son
de ti justamente honrados.
  Quiero volver a abrazarte.

DOÑA ELENA:

Pues que mi primo ha venido,
que con don Félix ha sido
la razón de disculparte,
  ve luego a buscalle, y di
que no se trate el concierto.

FULGENCIO:

Que lo ha de sentir te advierto,
y se ha de quejar de mí.
  Don Juan.

INÉS:

Señor.

FULGENCIO:

¿Es sin duda
que te vienes a casar?

INÉS:

Si enemigos en el mar,
si vientos en la Bermuda,
  si deseos de tu aumento,
si ser tu sangre merece
mi prima, y lo que engrandece
tu hacienda mi casamiento,
  y que es de mi padre el gusto,
¿cómo lo puedes dudar?

FULGENCIO:

Ahora bien, yo voy a hablar
a don Félix.

DOÑA ELENA:

Eso es justo.

FULGENCIO:

  Apercibe, en tanto, Elena,
adonde tu primo esté.
Hijo, luego volveré.

(Vase.)
INÉS:

Id, señor, en hora buena.
  ¡Prima de mi corazón,
volvedme a abrazar! No creo
que en tanta gloria me veo.

DOÑA ELENA:

Pagáis mi justa afición,
  que añadió después que os vi,
primo, ese talle y valor
a la sangre nuevo amor.

INÉS:

¿Soy vuestro marido?

DOÑA ELENA:

Sí.

INÉS:

  Pues ¿por qué me llamáis primo?

DOÑA ELENA:

Usase entre los señores,
y caen muy bien los amores
sobre un primo.

INÉS:

Yo lo estimo;
  mas, como no sé de corte,
y a ella vengo cual veis,
bien será que me enseñéis
lo que a serviros me importe.
  Soy ignorante, en razón
de que aún las espuelas llevo;
esto acá se llama nuevo,
y en las Indias chapetón,
  y así, os ruega mi rudeza
perdonéis.

DOÑA ELENA:

Confieso, Amor,
la fuerza de tu rigor.
¿Hay tal bien, hay tal belleza?
  Amé a don Félix, y ahora
ya le aborrezco y desamo.

INÉS:

 (Aparte)
Cayendo viene al reclamo
esta moscatel señora:
  ya don Félix se tripula.
¡Jaque deste casamiento!

CABRERA:

¿Vamos bien?

INÉS:

A mi contento.

CABRERA:

Pues negocia y disimula.

(Sale HERNANDO.)
HERNANDO:

  El coche te aguarda ya,
si a la feria quieres ir.

DOÑA ELENA:

Más te quisiera decir
que le volvieras allá;
  mas, por no ser descortés
con don Félix, vamos luego.

INÉS:

Que me deis licencia os ruego,
si día de feria es,
  que os las quiero dar.

DOÑA ELENA:

Por veros
ir en el coche conmigo,
las acepto.

HERNANDO:

¡Ce!, ¿a quién digo?

INÉS:

Si se suele a los cocheros
  dar ferias también, buen hombre.
al volver os las daré.

HERNANDO:

No es eso, ¡por Dios!

INÉS:

Pues ¿qué?

HERNANDO:

Tocar, a ver si sois hombre.

INÉS:

  ¿Habéis bebido?

HERNANDO:

Bebí;
pero por los ojos fue,
que no ha una hora que os hablé,
y como mujer os vi.

INÉS:

  Callad, que si aquí se entiende
vuestra falta, no querrán
ir con vos.

DOÑA ELENA:

¿Venís, don Juan?

INÉS:

Voy, prima.
(Aparte.)
Todo me ofende.
  ¡Que viniese Hernando aquí
a traer el coche! ¡Ay, cielo!
Pero ¿de qué me recelo?
ingenio ha de haber en mí
  para salir bien de todo.

HERNANDO:

Sospecho que dice bien,
que lo que mis ojos ven
debe de ser de otro modo;
  que no puede ser posible
que sea Inés, pues me habló
ahora en casa, y beber yo
no me parece imposible.
  ¿Pues mis ojos dónde están?
Pero más quiero entender
que he bebido que creer
que esta es Inés y es don Juan.

(Vanse, y sale FULGENCIO y DON FÉLIX.)
FULGENCIO:

  Bástame por castigo mi vergüenza.

DON FÉLIX:

De que vos la tengáis estoy corrido.

FULGENCIO:

Mi sobrino dijeron que era muerto;
mortales somos, túvelo por cierto:
los peligros del mar y los cosarios
me hicieron fácil la fingida nueva;
él llega como veis, y a Elena pide;
desde las Indias por Elena viene,
pasando mil trabajos y fortunas,
que no repara en que a su padre deja;
que sus cien mil ducados no estimara
en lo que vuestro honor y entendimiento.

DON FÉLIX:

Yo os confieso, Fulgencio, que lo siento;
mas ¿qué se puede hacer, siendo tan justo?
Sólo os pido una cosa, por mi gusto:
que os sirváis de aquel coche, que no quiero
que ande de boda en boda, ya que ha sido
tan desdichado como fue el romano
por el caballo que llamó Seyano:
quizá que topa en él.

FULGENCIO:

¿Qué pareciera
que, siendo conocido, se sirviera
Elena del, creedme que lo estimo;
pero también le pesará a su primo.
Quedemos muy amigos, que os prometo
que os quiero como a hijo.
El nombre aceto,
y decid que me tenga esa señora
en lugar de su primo desde ahora,
pues su primo me quita el de marido.

FULGENCIO:

El trueco es justo, y vos tan cortesano
cuanto fue menester para el suceso,
que me ha llegado hasta perder el seso.
Quedad con Dios.

(Vase.)
DON FÉLIX:

El cielo os guarde. Creo
que estos han conocido mi deseo;
que, ya que la venganza se resfría,
me pesara de ver a Elena mía,
que ya vuelve el amor de aquella ingrata,
y estoy más abrasado con su agravio;
pues replicar no quise al desconcierto,
que la dejé de su remedio falto,
como quien vuelve atrás para dar salto.

(Salga LOPE.)
LOPE:

Si alguna vez me has dicho injustamente
que he tomado más vino de lo justo,
cosa que amigos y saludes pueden,
y alguno dio al beber esta disculpa,
agora justamente, señor mío,
me lo puedes decir, con esas nuevas.

DON FÉLIX:

Si son de que se casa doña Elena
con su primo, que de Indias ha venido,
ni lo son para mí, ni te has bebido.

LOPE:

Aunque serlo pudieran, son más graves.

DON FÉLIX:

¿De qué manera?

LOPE:

Andando por la feria
con otros seis de aquestos, ya me entiendes,
de quien murmuran siempre los caballos,
que, en fin, a sus espaldas van tosiendo...

DON FÉLIX:

¿Lacayos?

LOPE:

Sí, señor; vi que en tu coche
iba la bella Elena con su primo.
Reparé en él porque me dijo Hernando:
«Ese mozo es sobrino de Fulgencio»,
y veo que es..., ¿direlo?

DON FÉLIX:

¿Qué lo dudas?

LOPE:

Gila, la sayaguesa de doña Ana.

DON FÉLIX:

¡Qué bien se habrá bebido esta mañana!

LOPE:

¿No se lo dije yo? Pues, ¡vive el cielo,
que es Gila, o que es el diablo aquel mozuelo!

DON FÉLIX:

Anda, bárbaro, vete. Y cuando fuera
posible, que tal cosa ser pudiera,
había más de verla en cas de Urbano?

LOPE:

Pues ¿quién ha de ir allá?

DON FÉLIX:

Tú, Lope hermano.

LOPE:

Yo, señor, ¿a qué efeto?

DON FÉLIX:

A que me muero.
Verdad te digo, que es mi amor primero,
y todas estas locas valentías
han sido sólo entretener los días,
porque las noches todas a esa puerta
me ha visto el alba, cuando el Sol despierta.

LOPE:

Que te adora doña Ana, y que ese día
que le dijese yo que tú la quieres
me daría la ropa y la basquiña,
la toca, y aun los mismos alfileres;
eso es muy cierto, pero no querría
que dijeses después que culpa tengo
y que fui bachiller en ir a prisa;
que se han de ejecutar con mucho espacio
los pareceres de quien ama.

DON FÉLIX:

Lope,
si te dijere tal, ¡Dios me destruya!

LOPE:

Pues mira que ha de ser la culpa tuya.

DON FÉLIX:

Digo que es mía.

LOPE:

Voy.

DON FÉLIX:

Pues yo te espero.

LOPE:

¡Ya no hay Elena!

DON FÉLIX:

¡Por doña Ana muero!

(Vanse, y salen DOÑA ANA y INÉS, en su hábito de villana.)
DOÑA ANA:

  ¡Sin seso estoy, de escucharte!

INÉS:

Pues todo ha pasado ansí.

DOÑA ANA:

Ya crédito quiero darte.

INÉS:

Quinientos escudos di.

DOÑA ANA:

¿De ferias?

INÉS:

Para empeñarte
estos en la platería,
y aun le dije que esto hacía
con vergüenza, hasta llegar
mis joyas, que por la mar
todas las Indias traía.

DOÑA ANA:

  ¿Qué les diste a los criados?

INÉS:

Docientos, y di al cochero
ciento.

DOÑA ANA:

Gasta, bien me agradas,
que con oro comprar quiero
fortunas tan desdichadas.

INÉS:

  ¡Pues cuál queda la bobilla!

DOÑA ANA:

¿Enamorada?

INÉS:

¡Hasta el alma!

DOÑA ANA:

Por única maravilla,
Gila, te han de dar la palma
las montañas de Castilla.

INÉS:

  Pues en el coche pasaron
lindas cosas.

DOÑA ANA:

¿De qué modo?

INÉS:

Los pies, sin lenguas, hablaron:
allá lo imagina todo.

DOÑA ANA:

¡Que esto los montes criaron!
¡No fueras hombre!

INÉS:

¿Yo?

DOÑA ANA:

Sí,
que me perdiera por ti.

INÉS:

Ya no me faltaba más,
sino que tú, como estás,
te enamoraras de mí.
  Paso por mil que me ven
persecución desigual;
pero es milagro también,
que otros por quererlas mal,
y yo por quererme bien.

DOÑA ANA:

  En fin, ¿ya don Félix queda
despedido, y tú casado?

(Salga LOPE.)
LOPE:

¿Habrá por donde entrar pueda
un caballo descartado
que vio gualdrapa de seda?

INÉS:

  ¿Es Lope?

LOPE:

¿Es Gila? Ahora digo
que es peligroso beber
salud de ningún amigo.
¡Qué notable parecer!
De lo dicho me desdigo.

DOÑA ANA:

  Lope, ¿es hora que nos veas?

LOPE:

El no saber castellano
fue causa, si lo deseas,
por no te hablar africano,
para que vuelvas o creas
  que de Muley Arambel
a esta parte no he podido
venir tan presto de Argel.

DOÑA ANA:

¿Tu dueño andará perdido?

LOPE:

¡Sí, por Dios! Y yo con él.

DOÑA ANA:

  ¿Cuándo fue la boda?

LOPE:

Anoche.

DOÑA ANA:

Gila, ¿qué es esto?

INÉS:

Tú mientes
que hoy iba Elena en un coche
con su primo.

LOPE:

¿Qué esto sientes?
Pues sabe que todo es noche.
  Y ¿de qué sirve engañarte?
Félix me manda que venga,
como que no es de su parte,
a que en vuestras bodas tenga
otra vez industria el arte;
  yo soy hombre sin rodeos:
hame mandado un vestido
si te digo sus deseos
sin que entiendas que ha tenido
tu amor tan altos trofeos.
  ¡No lo entiendas, por tu vida!,
y hágase este casamiento.

DOÑA ANA:

Lope, estoy muy ofendida.

LOPE:

Pues sabe que es fingimiento.

DOÑA ANA:

Pues, Lope, estoy muy perdida.

LOPE:

  Entra, y escribe un papel;
di que venga ese cuitado,
que entre esa puerta cruel
diez noches se le han pasado
durmiendo sobre el broquel.
  ¡Ea! ¿Qué dudas?

DOÑA ANA:

Ahora
conozco lo que te debo,
Gila amiga.

LOPE:

Ven, señora.

DOÑA ANA:

¡Qué nueva a mi padre llevo!
Vamos.

LOPE:

Don Félix te adora.

(Vanse.)


INÉS:

  Yo he negociado desdichas,
con mi ingenio mis pesares;
de donde estaba el remedio,
mayores peligros salen;
o, como dijo muy bien,
en ocasión semejante,
aquel ilustre poeta
en el ingenio y la sangre:
Aquí verán mis males
que en vano corre el que sin dicha nace.
Nace de pequeña fuente
el humilde Manzanares,
llega el verano sediento,
las secas arenas lame;
tal yo, de humildes principios
quise al cielo levantarme
de un caballero que tiene
los suyos tan desiguales,
porque vean mis males
que en vano corre el que sin dicha nace.

(Salga HERNANDO.)
HERNANDO:

No he podido antes de ahora,
para poder informarme,
dejar el coche. ¡Ay!, ¿qué veo?
¿No estaba Inés con dos pajes
en la forma de su primo
de Elena? Puedo engañarme:
mas ¡cómo será que pueda
la Naturaleza errarse?
Mis enamorados ojos
estos tornasoles hacen,
que con frenesí de amor
sueña el alma disparates.
Inés, pues me trajo el cielo
a ocasión que pueda hablarte,
vuelve esos esquivos ojos.

INÉS:

¡Déjame, bestia, elefante,
rinoceronte, león, tigre!

HERNANDO:

Oye...

INÉS:

¿Quieres que te mate?

HERNANDO:

¡Ojalá!

INÉS:

¡Déjame aquí!

HERNANDO:

¡Inés!

INÉS:

Daré voces tales
que la casa se alborote.
Diré que fuerza me haces.

HERNANDO:

No más, Inés; yo me voy;
mas mira que has de acordarte
cuando el cielo te castigue.

(Vase HERNANDO.)
INÉS:

Ya me castiga, pues hace
que mi don Félix se case;
que en vano corre el que sin dicha nace.

(Salga DON FÉLIX.)
DON FÉLIX:

Gila, mi amor atropella
los agravios que tú sabes,
y porque estos testimonios
antes fueron para honrarme,
rendido como ves,
a vuestra casa me traen
para que tú y cuantos sirven
a doña Ana bella, a este ángel,
le pidan que me perdone.

INÉS:

¡Perro!, ¿qué dices? Ya es tarde
para escuchar tus injurias,
para sufrir tus maldades.
No soy Gila, que Inés soy,
la villana de Getafe.
¡Tus bodas voy a impedir!

DON FÉLIX:

¿Hay desdicha semejante?
¡Inés, Inés!

INÉS:

¿Qué me quieres?

DON FÉLIX:

Pues yo no puedo casarme
contigo, yo te prometo
de hacer que luego te cases.

INÉS:

¿Con quién?

DON FÉLIX:

Hernando, el cochero,
es hombre de bien, y darte
quiero con él mil escudos.

INÉS:

¡Fuego del cielo te abrase!
¿Yo cochero? ¡Qué bien cumples
tus palabras desiguales!
¡Qué bien las obligaciones
en que te he puesto, tan grandes!
El coche me prometiste;
¿quién dirá que es engañarme
que, prometiéndome coche,
con el cochero me pagues?
¡Pues justicia habrá, don Félix!

DON FÉLIX:

Oye, Inés, que es disparate
tratar de justicia aquí;
no me estorbes que me case,
pues no es posible contigo.

INÉS:

¿Topa en el ser desiguales?

DON FÉLIX:

En eso y en tu pobreza.

INÉS:

¿No sabes tú que es mi padre
hidalgo, aunque labrador?

DON FÉLIX:

Es verdad.

INÉS:

Pues, cuando trates
de dote, ¿quién te ha de dar
el dote que puedo darte?

DON FÉLIX:

¿Tú?

INÉS:

Yo.

DON FÉLIX:

¿Cómo?

INÉS:

¿De cuarenta
mil ducados es bastante?

DON FÉLIX:

¿De cuarenta mil ducados?
¡Loca estás!

INÉS:

Llega a informarte
del sobrino de Fulgencio,
que viene de Indias, que trae
para mi dote.

DON FÉLIX:

¿De quién?

INÉS:

De dos tíos, capitanes,
que tengo en Lima.

DON FÉLIX:

¿Quién son?

INÉS:

Son hermanos de mi madre,
y don Juan trae el dinero.
Si yo quisiera engañarte,
no había de ser con cosas
que tienen prueba tan fácil.
Ves, allí viene Fulgencio;
haz que vaya a preguntalle
a su sobrino si son
los cuarenta mil cabales.

DON FÉLIX:

Con cuarenta mil escudos
muy bien puede perdonarse,
pues eres limpia, el jirón
que te ha dado el villanaje.
Si es verdad, soy tu marido.

INÉS:

Pues con él quiero dejarte,
que yo sé que verdad digo.

(Vase.)


DON FÉLIX:

No es posible que me engañe.
¡Vive Dios!, que si es ansí
que tan grande dote trae,
que el hombre más bien nacido
puede con ella casarse.

(Salga FULGENCIO.)
FULGENCIO:

  A darle cuenta de mis cosas vengo
a Urbano, que es mi amigo, y es muy justo.
¿Don Félix está aquí?
Que hablaros tengo.

FULGENCIO:

  Huélgome que volváis con tanto gusto
al amistad de Urbano.

DON FÉLIX:

No estoy sano,
señor Fulgencio, bien de aquel disgusto.
  No vengo, cual pensáis, a ver a Urbano,
ni menos a su hija; a vos os quiero.

FULGENCIO:

¿En qué os sirvo?

DON FÉLIX:

Sabed que al nuevo indiano,
  a ese recién venido caballero,
le habéis de preguntar si trae de Lima
de cierto capitán algún dinero.

FULGENCIO:

  ¿Hay otra cosa?

DON FÉLIX:

No.

FULGENCIO:

Pues con su prima
debe de estar; si importa, iremos luego.

DON FÉLIX:

Importa cuanto la verdad se estima.

FULGENCIO:

  Yo voy a hablalle.

(Vase.)
DON FÉLIX:

Aquesto sólo os ruego.
Si esto no es burla, es la mayor ventura
que ha sucedido por amante ciego.

(Vase, y salen DOÑA ANA y URBANO, su padre.)
URBANO:

  Digo que se haga luego la escritura.

LOPE:

Aquí está mi señor.

DOÑA ANA:

Hablarle puedes.

URBANO:

Sí haré, pues de su amor está segura.

DOÑA ANA:

  Era razón, porque también lo quedes.

URBANO:

Don Félix, cuanto ayer me vi corrido,
que no osaba salir destas paredes,
  hoy me siento animoso, agradecido
a la merced que a nuestra casa has hecho.

DON FÉLIX:

A besaros las manos he venido.

URBANO:

  Ya estoy de vuestra sangre satisfecho;
y así, os doy a mi hija nuevamente.

DON FÉLIX:

Digna es, ¡por Dios!, de otro más noble pecho;
  y así, en otro mejor, más justamente
la podéis emplear; yo estoy casado.

URBANO:

Hija, ¿qué es esto?

DOÑA ANA:

¿Luego Lope miente?

LOPE:

  ¿Que le hablase, señor, no me has rogado,
y un vestido me dabas porque hiciese
mudar el casamiento concertado?

DON FÉLIX:

  No era razón que un ángel se le diese
a un nieto de Zulema. El cielo os guarde.

DOÑA ANA:

¡Qué esta venganza entre los dos se hiciese!
  ¡Yo haré, alcahuete vil; yo haré, cobarde,
que te corten las piernas!

LOPE:

¡Vive el cielo,
que me engañó don Félix esta tarde,
  y que no he de servirle!

URBANO:

¡Es buen consuelo
de mi vejez estas deshonras!

DOÑA ANA:

Mira
que yo te hablé con limpio y puro celo,
  y que los dos trazaron la mentira
para tomar venganza de su afrenta.

URBANO:

En paces quiero resolver la ira;
  la virtud de don Pedro me contenta.
Yo no he de andar al paso de tu gusto,
¡Loca, desvergonzada, vil, exenta!
  ¡Con él te has de casar!

DOÑA ANA:

Digo que es justo,
y que a don Pedro no merezco.

URBANO:

Acabo
con que no me has de dar otro disgusto,
  que aun no mereces un infame esclavo.

DOÑA ANA:

Tienes razón, no puedo responderte:
don Félix se vengó.

URBANO:

La industria alabo.

DOÑA ANA:

La invidia ha sido causa de mi muerte.

(Salen FULGENCIO y ELENA.)
FULGENCIO:

  Fui para contar a Urbano
mi buena suerte, y hallé
en su casa a Félix.

DOÑA ELENA:

Fue
quererse vengar en vano
  de los agravios de Amor;
él quiere casarse aquí.

FULGENCIO:

Pesole de verme allí.

DOÑA ELENA:

Tengo por cierto, señor,
  que con doña Ana se casa.

FULGENCIO:

Yo me huelgo.

DOÑA ELENA:

Ello es sin duda,
que Amor los agravios muda
en más amor.

FULGENCIO:

¿Está en casa
  mi sobrino y tu marido?

DOÑA ELENA:

Ahora de fuera viene.
¡Mira qué talle que tiene!

(Salga INÉS, de hombre.)
INÉS:

(Aparte)
¡Fortuna, favor te pido
  para este engaño segundo!

FULGENCIO:

¡Sobrino!

INÉS:

¡Señor!

DOÑA ELENA:

¡Esposo!

INÉS:

¡Prima!

DOÑA ELENA:

¿Cómo estás?

INÉS:

Celoso
de aquesta cifra del mundo.

DOÑA ELENA:

  ¿Qué te parece Madrid,
ya que en velle te inquietas?

INÉS:

Que lo que a las alcahuetas
le ha sucedido advertid:
  que no ganan de comer
hasta haberlas azotado,
que habiéndolas afrentando
las han dado a conocer;
  no menos Madrid ha sido,
pues el haberse aumentado
nace de haberse dejado,
porque sea más conocido.
  ¡Lindas calles!

FULGENCIO:

Que te admires
es justo; casas de fama
se labran.

INÉS:

Si el vulgo llama
ángeles los albañires,
  de los que tiene, y muy bien,
Madrid se puede alabar,
pues que por todo el lugar
tantos ángeles se ven.

DOÑA ELENA:

  ¡Por las damas lo dirás!

INÉS:

¿Celos?

FULGENCIO:

Así que dinero
traes de cierto caballero.

INÉS:

Una encomienda no más,
  mas es bizarra, a la fe:
son cuarenta mil ducados,
¡oh, son pesos ensayados!

FULGENCIO:

¿Para quién y para qué?

INÉS:

  Para un hidalgo bien pobre
de Getafe.

FULGENCIO:

¿Y quién, don Juan,
los envía?

INÉS:

Un capitán:
aunque para dote sobre
  con aquella calidad,
a esto vienen dirigidos.

FULGENCIO:

Muchos hombres bien nacidos
cegará la cantidad.

(Salga un CRIADO.)
CRIADO:

  Don Félix te busca.

FULGENCIO:

A ti,
sobrino, sospecho yo.
Háblale.

INÉS:

Tío, eso no;
que no es bien que me halle aquí.
  ¿A quién casarse intentó
con mi prima he de mirar?
Ni aun él con ella ha de hablar.
Dile que aseguro yo
  los cuarenta mil ducados
para la Contratación,
y que le daré razón,
y cuando fueran doblados
  si es él quien los ha de haber.

FULGENCIO:

Ello fue verdad, en fin.

INÉS:

Vamos, prima, a ese jardín.

DOÑA ELENA:

Soy tu prima y tu mujer.

(Vanse, y sale DON FÉLIX.)
DON FÉLIX:

  El cuidado me ha traído,
a saber si fue verdad.

FULGENCIO:

Toda aquella cantidad
confiesa haber recebido.
  Queda en la Contratación,
y hame espantado saber
que es dote de una mujer
y de humilde condición,
  cuyo padre es labrador
de Getafe.

DON FÉLIX:

Así es verdad;
mas con limpia calidad
y muy hidalgo señor.
  Hacedme placer que vea
a don Juan.

FULGENCIO:

Fuera salió.

DON FÉLIX:

Mas, pues ya estoy cierto yo
de que el dinero lo sea,
  agravio os hago en negaros
que esta hacienda es para mí
y este dote.

FULGENCIO:

¿Cierto?

DON FÉLIX:

Sí.

FULGENCIO:

El parabién quiero daros
  del dote y el casamiento.

DON FÉLIX:

Y, pues ya lo habéis sabido,
por hoy vuestra casa os pido,
donde con mucho contento
  me tengo de desposar,
porque seáis vos y Elena
mis padrinos.

FULGENCIO:

Norabuena,
que es también asegurar
  los celos de mi sobrino.
A hablarlos voy.

DON FÉLIX:

¿Quién casó
más altamente que yo?
¡De contento desatino!
  Inés es limpia, ¡oh Fortuna!,
que la diferencia es
el llamalla doña Inés,
que no cuesta cosa alguna.
  ¿Quién pensara que por ella
me viniera tanto bien?

(Salgan LOPE y HERNANDO.)
LOPE:

Yo te abonaré también,
y estarás muy bien con ella.

HERNANDO:

  Llega, y dile que me dé
licencia.

LOPE:

Hablarte querría
Hernando.

DON FÉLIX:

Y hállame en día
que hasta el alma le daré.

HERNANDO:

  Pues si tan contento estás
pide a doña Ana, señor,
a Gila, a quien tengo amor.
Y si esta mujer me das,
  como Lope me ha contado
que lo has tratado con ella,
yo te serviré por ella
mil años de esclavo herrado.

DON FÉLIX:

  Pícaro, Gila no es
Gila; doña Inés se llama,
muy hidalga y noble dama.

HERNANDO:

Ya sé que se llama Inés.

DON FÉLIX:

  Esa señora lo es mía,
y así se ha de obedecer
como mi propia mujer.

HERNANDO:

Señor, yo no lo sabía.
  Perdona.

DON FÉLIX:

Págale luego
y despídele.

LOPE:

Señor,
yo fui causa de su error.
Que le perdones te ruego;
  que la tuvo en la opinión
que todos hemos estado.

DON FÉLIX:

Pues con ella estoy casado.

HERNANDO:

¿Esto es verdad, o invención?

DON FÉLIX:

  Lope, en casa de doña Ana
lleva el coche sin hacer
ruido que dé a entender
lo que yo diré mañana,
  y tráeme en casa de Elena
a doña Inés.

LOPE:

Voy volando.
¿Irá Hernando?

DON FÉLIX:

Vaya Hernando.

LOPE:

Hernando, no tengas pena,
  que éste es enredo.

HERNANDO:

Yo sé
quién es Inés.

LOPE:

Y yo, y todo.

DON FÉLIX:

Yo voy para hacer de modo
que Inés prevenida esté.
  Quedemos hoy desposados,
que es mejor mientras más presto,
pues se aseguran con esto
los cuarenta mil ducados.

(Vanse, y salga DOÑA ELENA y FULGENCIO.)
DOÑA ELENA:

  Mucho me huelgo que traiga,
que estaba dello ignorante,
mi primo el dote a don Félix.

FULGENCIO:

Él goza el dote más grande
que hombre de su calidad.

DOÑA ELENA:

Debe de ser importante
para suplir en la novia
la humildad de su linaje,
y heme holgado con extremo
que en nuestra casa se case,
porque asegure mi primo
estos celillos que trae.

FULGENCIO:

¿Dónde está don Juan?

DOÑA ELENA:

Ahora
ha salido a pasearse,
que lo trae loco Madrid,
tan lleno de novedades.

(Sale un CRIADO.)
CRIADO:

Aquí está doña Ana.

DOÑA ELENA:

¿Quién?

CRIADO:

La hija de Urbano.

DOÑA ELENA:

¿Sabe
que se casa ya don Félix?

CRIADO:

Triste viene.

(Sale DOÑA ANA, con manto, y ESCUDERO.)
DOÑA ANA:

No te espantes
que venga en esta ocasión,
doña Elena, a visitarte.

DOÑA ELENA:

En cualquiera honras, señora,
esta casa, y sin que hables,
conozco a lo que has venido.

DOÑA ANA:

Sólo a ver un disparate;
que la novia de don Félix,
oye, por tu vida, aparte,
es mi criada.

DOÑA ELENA:

¿Qué dices?
Invención será notable.

DOÑA ANA:

Tú verás en lo que para,
que me ha rogado que calle,
porque todo aqueste enredo
dice que es para vengarme,
y en extremo lo deseo.

(Salgan RAMÓN, URBANO y DON PEDRO.)
RAMÓN:

Don Pedro viene, y tu padre.

URBANO:

Todos somos conocidos.

FULGENCIO:

No os agradezco el honrarme,
señores, pues es don Félix
quien a aquesta casa os trae.

PEDRO:

Señor Fulgencio, el ser vuestra
ha sido la mayor parte.

URBANO:

Y el desear que esta noche
se hagan las amistades
de don Pedro y de don Félix,
para que también se trate
otra boda que sabéis.

FULGENCIO:

Téngolo a dicha notable.

(Salga LOPE.)
LOPE:

Los novios piden licencia.

FULGENCIO:

Ellos la tienen.

DOÑA ANA:

¡Que engañe
una ruda sayaguesa
hombre que suele alabarse
que en la corte no hay ingenio
que con el suyo se iguale!
Pues hoy le daré a don Pedro
la mano para burlalle,
por venganza de su agravio.

DOÑA ELENA:

¡Que en aquestas cosas falte
mi primo!...

FULGENCIO:

Búsquenle luego.

DOÑA ELENA:

¡Hola! Vayan a llamarle.

(Sale DON FÉLIX y INÉS, de dama ; HERNANDO y CRIADOS.)
INÉS:

Muy agradecido estoy
de que hayas venido a honrarme.

FULGENCIO:

Vos lo merecéis, don Félix.

DOÑA ANA:

Buena viene.

DOÑA ELENA:

Hermosa y grave.
Pero dime, ¿aquesto es burla?

DOÑA ANA:

¡Y cómo!

URBANO:

Adelante pase
mi señora doña Inés.

DOÑA ELENA:

Antes que pase adelante,
otra boda se ha de hacer
que por la mano le gane.

FULGENCIO:

¿De quién?

DOÑA ELENA:

Del señor don Pedro,
con licencia de mi padre.

URBANO:

Así concertado viene.
Dense las manos.

DON FÉLIX:

Vengarse
debe de querer doña Ana,
pero ya se venga tarde.
Cumplió el cielo mi deseo.

URBANO:

Y el mío, como se abracen
don Pedro y don Félix.

PEDRO:

Yo
lo deseo.

DON FÉLIX:

El cielo os guarde.
Y, pues ya será razón
que de mis bodas se trate,
sabed que aquesta señora
no es Gila, que son disfraces
con que su paciencia supo
obligarme y conquistarme.
Es hija de un hombre hidalgo
de Getafe, a quien le trae
don Juan cuarenta mil pesos
de dote con que se case;
dos años ha que con ella
estoy casado; esto baste
para saber que la debo
obligaciones tan grandes.
Así la mano le doy.

INÉS:

Mi paciencia fue bastante
a conquistar tanto bien.

HERNANDO:

Y de fortunas iguales
te da el parabién Hernando.

INÉS:

Hernando, quiero casarte
con Julia, si mi señora
doña Ana quiere.

HERNANDO:

Es honrarme.

DOÑA ANA:

Yo gusto mucho y le doy
mil escudos. Mas no tardes
tanto, Inés, en esta boda,
que ya es bien que te declares.

(Sale un CRIADO.)
CRIADO:

Dos acémilas, señor,
con reposteros, plumajes,
un papagayo, una mona
y otras cosas semejantes
llegan de Sevilla ahora.

DON FÉLIX:

Yo apostaré que me traen
los cuarenta mil ducados.

CRIADO:

Esta carta me dio un paje.

FULGENCIO:

Muestra a ver. Don Juan se firma.

DOÑA ELENA:

¿Don Juan?

INÉS:

Aquí se deshace
todo mi enredo.

FULGENCIO:

Así dice.

INÉS:

Bien puedo ya declararme.
(Lee FULGENCIO.)
«Por haber llegado de la mar indispuesto, no partí con la brevedad que deseo y fuera justo. Quedo en Sevilla y a fin deste seré en Madrid. Esa es mi ropa, y algunos regalos para mi prima. - Don Juan.»

FULGENCIO:

¿Qué es esto? ¿Cómo, en Sevilla
don Juan?

DOÑA ANA:

Porque no te canses
quiero yo decir lo que es.

FULGENCIO:

¡Por Dios, que me desengañes!

DOÑA ANA:

Es que en forma de sobrino
tuyo, ha venido a engañarte
la señora doña Inés,
que don Félix, arrogante,
por codicia del dinero,
con demostraciones tales
se ha desposado con ella;
que ha sido engaño notable.

FULGENCIO:

Descúbrete.

DOÑA ELENA:

Estoy corrida.
¡Qué pudiese enamorarme
una mujer desta suerte!

DON FÉLIX:

¡Inés!

INÉS:

Don Félix.

FULGENCIO:

Ya es tarde.
para enojaros, don Félix.

DON FÉLIX:

¿Desta suerte me engañaste,
traidora Inés? ¡Vive el cielo,
corrido estoy!

INÉS:

Que repares
no en el dote, en la virtud
con que he sabido ganarte
es discreción, pues ya es hecho.

DON FÉLIX:

¡Buen consejo!

DOÑA ANA:

Ya el tomarle
es el último remedio.

LOPE:

Señor.

DON FÉLIX:

¿Qué hay, Lope?

LOPE:

Ya sabes
que te he servido diez años,
y que es razón que me pagues.
Líbrame algún dinerillo
en Sevilla, de mis gajes,
para la Contratación,
por no aguardar a que saques
los cuarenta mil ducados.

DON FÉLIX:

Dejemos burlas aparte,
que yo he sido muy dichoso
en que mi fortuna hallase
mujer de tan raro ingenio,
de tal hermosura y talle.

LOPE:

Pues háganse las tres bodas.

HERNANDO:

Y cuatro conmigo.

INÉS:

Acabe
con ellas, senado ilustre,
La villana de Getafe.