La vitoria de la honra/Acto I

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​La vitoria de la honra​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I
Acto II

Acto I

Salen DON ANTONIO, vestido de juego de cañas y LOPE, lacayo de librea.
DON ANTONIO:

¡Buenas suertes!

LOPE:

Tuyas son.

DON ANTONIO:

Ser primeras maravilla.

LOPE:

Hoy has dejado a Sevilla
en eterna admiración,
conozca el Rey los vasallos
que tiene en Andalucía.

DON ANTONIO:

¡Brava fiesta!

LOPE:

Bizarría.

DON ANTONIO:

¿Quién pasea los caballos?

LOPE:

Hernandillo y Antoñuelo.

DON ANTONIO:

Haz por tu vida llamar
quien me venga a desnudar.

LOPE:

Mil años te guarde el cielo,
que hoy quisiera que llevaras
toda una negra por higa,
mas diérate gran fatiga,
si al cuello te la colgaras;
aunque una dama sospecho,
y morena de color,
(pues los que tienen amor,
llevan tu dama en el pecho)
era la mejor de todas
aquí para entre los dos.

DON ANTONIO:

Buen azabache por Dios,
a mis galas acomodas,
toma esa caña en barato
del donaire de la higa.

LOPE:

Pues, ¿qué quieres que te diga,
si eres a ti mismo ingrato,
pues hoy no pagas al cielo
la belleza que te dio?

DON ANTONIO:

¿Estoy muy galán?

LOPE:

¿Pues no?

DON ANTONIO:

Calla Lope, que recelo
que me pides la librea.

LOPE:

No te debes de engañar,
pedir y lisonjear
de cualquier suerte que sea;
una misma cosa son.

DON ANTONIO:

¿Qué dirán de nuestras fiestas,
si es que se ha llegado en estas
a la mayor perfección,
los señores castellanos
que con el Rey han venido?

LOPE:

Que las libreas han sido
de príncipes sevillanos.

DON ANTONIO:

Bestia, ¿qué tienen que ver
las manos y las libreas?

LOPE:

Tú divertirme deseas
de lo que yo he menester,
y yo traigo a la memoria
lo que quiero que me des.

DON ANTONIO:

De eso tratemos después,
que es como el fin de la historia,
que aun agora estoy vestido,
y no has andado también,
que es justo que te la den.

LOPE:

Pues, ¿qué lacayo ha tenido
tan espantoso tesón
en el lado de su amo?
Ves aquí porque desamo
tu enfadosa condición,
¿entraste al toro jamás,
que no le diese a tu lado
dos cuchilladas?

DON ANTONIO:

Ni osado
mirarle.

LOPE:

Gracioso estás.
Cuando te hirieron el bayo
no di al toro tantas coces
quel mismo Rey dijo a voces,
¿de quién es aquel lacayo?
Y el Duque de Alba le dijo
del hijo de un caballero,
¡mi huésped! Pues verle quiero,
dijo el Rey, porque es buen hijo,
y me agrada el verle dar
pantuflazos a los toros;
y el Duque dijo, entre moros
le he visto yo pelear
y es el mozo como un rayo.

DON ANTONIO:

¿Tú has bebido?

LOPE:

Y tú conviene,
cuando hace lo que debe
un valeroso lacayo,
tanta alabanza merece
como el amo.

[MOZO]:

(Dentro.)
Guarda el toro.

DON ANTONIO:

Avisa Lope a ese mozo
que el rüido me parece
de toro que se soltó,
no le mate algún caballo.

LOPE:

¿Cómo tengo de avisallo?

DON ANTONIO:

¿Ves como te digo yo
que eres un gallina?

LOPE:

Advierte
que entra en el patio de casa.

DON ANTONIO:

Bestia por la calle pasa.

[MOZO]:

 (Dentro.)
Guarda el toro.

LOPE:

Haré una suerte.

(Vase.)
(Entre DOÑA LEONOR con manto huyendo.)
LEONOR:

Favorecedme señores.

DON ANTONIO:

Señora mía, ¿qué es esto?

LEONOR:

Abrid esa cuadra presto.

DON ANTONIO:

No marchitéis tantas flores
como el cielo puso en vos
que si el toro entrare aquí
no os hará mal junto a mí.

LEONOR:

Poneos delante, por Dios.

DON ANTONIO:

Ya le espero con la espada
mas con tal ángel detrás,
vos a mí me guardáis más
que de mí seréis guardada.
No viene, mas ya recelo
por lo que debe de ser,
si le es posible saber
que me hace espaldas el cielo,
por verle diera un tesoro.
Aunque no acierto a guardaros
pues por volver a miraros
no veo si viene el toro.

(Estando así entra el CAPITÁN BALDIVIA, la espada desnuda.)
BALDIVIA:

¿Entró una mujer aquí?

DON ANTONIO:

¿Por qué lo queréis saber?

BALDIVIA:

Porque es mi propia mujer.

DON ANTONIO:

Pues defendelda por mí,
que yo con esto he cumplido.

BALDIVIA:

Y ella lo pudo escusar
que bien se pudiera estar
al lado de su marido.

LEONOR:

Si veo un toro furioso
por una calle venir
¿he de esperar o he de huir?

(Sale LOPE.)
LOPE:

Vive dios que era famoso
y que le pegue al pasar
una gentil cuchillada,
mira cual traigo la espada.

DON ANTONIO:

Bien la puedes envainar.

LOPE:

Porque no se entrara el toro
que por ti pena me dio.

DON ANTONIO:

Antes el toro se entró
de una mujer como un oro,
sube a mi hermana y dirás
que me envíe colación.

LOPE:

Voy.

(Vase.)
LEONOR:

¿De vuestra condición
qué se puede decir más?
Que obligación me ha de dar
fuerzas para resistir
siendo en la mujer hüir
como en el hombre esperar
con la espada, es un villano
el hombre que viene huyendo,
mas no la mujer corriendo
los chapines en la mano.

BALDIVIA:

Cuando me matara a mí
pudiérades vos temer
no de mi lado correr
y para entraros aquí.

LEONOR:

¿Por qué me hicistes bajar
tan presto de la ventana?

(Salen LOPE y dos pajes, LEÓN y JULIO, con una salvilla de agua, paños de manos y colación.)
LOPE:

A esta dama, que tu hermana
vio, descolorida entrar,
envía un búcaro de agua,
y unos confites de azahar.

BALDIVIA:

¡Qué bien que sabes trazar!
¡Qué bien que tu ingenio fragua
un embuste una quimera!

LEONOR:

Dirás que el toro fingí
para que me entrase aquí.

LOPE:

También dijo que os dijera
que subáis señora allá
y en su estrado descanséis.

DON ANTONIO:

Muy bien señora podéis,
que sola mi hermana está.

LEONOR:

Yo la besara las manos
a no ser tarde.

DON ANTONIO:

No importa,
coche hay en casa.

BALDIVIA:

Reporta.
(Aparte.)
Estos cumplimientos vanos,
que aunque es gente principal,
no quiero sus amistades.

LEONOR:

Siempre tú me persuades
a cosas que me están mal,
¿hame de comer a mí
un caballero vestido
de juego de cañas?

BALDIVIA:

¿Pido
cosa injusta, Leonor?

LEONOR:

Sí.

BALDIVIA:

Pues haz lo que tú quisieres.

DON ANTONIO:

¿No tomáis la colación?

LEONOR:

El agua sí, que es razón
ser medrosas las mujeres
y quería sosegar
la sangre.

DON ANTONIO:

Decir podría
que no lo queda la mía.

BALDIVIA:

Mas, ¿que te quieres quedar
en esta casa esta noche?

LEONOR:

Ya me voy que estoy helada.

DON ANTONIO:

Si el esperar no os enfada
ya vendrá señora el coche
que está mi padre en la fiesta.

BALDIVIA:

Yo os lo agradezco señor,
basta el pasado favor.

DON ANTONIO:

Mi casa, señor, es esta
si aquí me queréis mandar.

BALDIVIA:

En ella os debo servir,
de aquí no habéis de salir.

DON ANTONIO:

Yo os tengo de acompañar,
hola una capa.

BALDIVIA:

¿Eso no?

DON ANTONIO:

Mucha merced recibiera.

BALDIVIA:

Haraos mal desa manera.

(Vanse marido y mujer.)
LOPE:

¿Fuese?

DON ANTONIO:

Y el alma me lleva.

LOPE:

Amargo estaba de ver
que habías de enamorarte.

DON ANTONIO:

Pasome de parte a parte.

LOPE:

Tal suele el principio ser
de las comedias, señor,
luego verás que el galán
se enamora, y que le dan
en hora y media favor.

DON ANTONIO:

No me espanto yo, que allá
en breve tiempo suceda,
para que escribir se pueda,
pues aquí viendo se está,
no la fábula y mentira;
¿que más breves pueden ser
que lo que acabas de ver?

LOPE:

Muévesme a risa y a ira,
a risa de ver cuan presto
te enamoras cada día,
a ira de la osadía
con que a decirlo te has puesto.

DON ANTONIO:

Dame ese barro, León,
beberé para este fuego.
Tú, Lope, síguela luego
que me lleva el corazón.

LOPE:

¿Que la siga?

DON ANTONIO:

Y te prometo
la librea.

LOPE:

Voy volando.

DON ANTONIO:

Ay, que me quedo abrasando.

LOPE:

Dile entretanto un soneto.

(Vase.)
DON ANTONIO:

¿Sabes Julio tú por dónde
puso aquel ángel la boca?

[JULIO:

Todo el barro en torno toca,
pues ya la señal se esconde,
que con eso acertaras.

DON ANTONIO:

Aquí pienso que sería,
ay boca dichosa mía
en qué puro cielo estás.

DON ANTONIO:

A las reliquias que en distancia poca
dejó la boca de mayor dulzura,
pondré abrasada la que ya procura
saber si en esta tierra el cielo toca.
Alma de amores de aquel ángel loca,
ya lo mortal del cuerpo os asegura
el barro que tiñó su grana pura,
presa en las perlas de su dulce boca.
Amor, ya que te doy laurel y palma,
¡oh si mi boca aqueste barro fuera,
y el agua el alma que me deja en calma!
Porque mis labios en los suyos viera,
y ella en el agua me bebiera el alma,
que si fuego me dio, fuego le diera.

LEONOR:

¿De cuántos años de amor
dijeras más?

DON ANTONIO:

Yo he bebido
gustoso, mas no he sentido
templanza.

[JULIO:

Advierte, señor,
que viene tu padre ya.

DON ANTONIO:

Julio, este barro me guarda
como a los ojos, ya tarda
Lope.

[LEONELO:

Ya, señor, vendrá,
no te fatigues tan presto
por una mujer casada.

DON ANTONIO:

Conozco el alma turbada,
en tanto temor me ha puesto,
que aquí no valdrá decoro.

[LEONELO:

El oro es lindo alcahuete.

DON ANTONIO:

Pero buen fin me promete
amor que comienza en toro.

(Vanse.)
(Salgan caballeros con acompañamiento, DON PEDRO, viejo padre de DON ANTONIO, y el DUQUE DE ALBA.)
[DON PEDRO:

Parecerán a Vuecelencia fiestas
de caballeros mozos.

[DUQUE:

Por mi vida
que nunca yo las vi mejores que estas,
ni escuadra en Alemania más lucida.
Las damas por estremo bien compuestas,
y dama toda la ciudad vestida
de arcos triunfales, de lucidos versos,
y de mil jeroglíficos diversos,
esa puerta Real, y el lienzo todo,
que hasta la de Triana corre el muro,
está adornado por gallardo modo.

DON PEDRO:

El Sol que entró lo deja todo escuro.

DUQUE:

Antes la luz del César le acomodo,
para bañarla en resplandor tan puro;
¡qué bien llena de dones cualquier villa,
se mira del contorno de Sevilla!
Gandul, Cazalla y Alanís le ofrecen
pan regalado y vino generoso,
con las demás aldeas que enriquecen
de sustento a Sevilla.

DON PEDRO:

Era famoso
el pintor que las hizo.

DUQUE:

Bien merecen
ser ninfas deste río caudaloso,
pues su belleza en forma están pintadas
de frutas y de olivas coronadas.
De espacio miro al Rey, y todos vimos
este vistoso lienzo, y la elegancia
de los versos.

DON PEDRO:

De espigas y racimos
fertiliza su copia la abundancia,
hoy a su Majestad la fiesta hicimos,
que nos ha parecido de importancia.

DUQUE:

El presente le diera maravilla
a no ser de las manos de Sevilla.

DON PEDRO:

Desde que la ganó Fernando el Santo,
no ha tenido, señor, más alegría.

DUQUE:

El juego de hoy nos ha causado espanto,
don Antonio ha mostrado valentía.

DON PEDRO:

No merece, señor, que le honréis tanto,
mas ya esta casa es vuestra, que no es mía,
que pues un Duque de Alba posa en ella,
ya no es mucho que salgan rayos della.

DUQUE:

Mañana quiero que beséis las manos
los dos al Rey, que ya le tengo hablado
para el hábito.

DON PEDRO:

Cielos soberanos,
aumentad la salud, vida y estado
deste Alejandro, que húngaros, germanos
y flamencos en mar en tierra armado,
llaman Marte Español.

DUQUE:

El cielo os guarde,
y perdonad, que volveremos tarde.

(Vase.)
DON PEDRO:

Cuando no hubiera tenido
mi casa más honra que esta,
queda en la más alta puesta,
y en el más noble apellido.
Toledo la honra, y puedo
decir para maravilla,
que no es casa de Sevilla,
sino casa de Toledo.
Y a mis armas quito della,
estas tenga en cualquier parte,
mas ya es la esfera de Marte,
si está el Duque de Alba en ella,
que es tan valiente español,
que no de Dafne imprudente,
mas del laurel de su frente
está enamorado el Sol.

(Sale DON ANTONIO ya desnudo, y JULIO con él.)
DON ANTONIO:

¿El Duque ha venido ya?

JULIO:

Tu padre vino con él,
mas dice don Manuel
que a Palacio volverá.

DON PEDRO:

¿Es Antonio?

DON ANTONIO:

Sí señor.

DON PEDRO:

Ven acá, dame esos brazos
con los más tiernos abrazos
que puede darte mi amor.
Hoy has honrado mi casa,
hoy has andado muy hombre.

DON ANTONIO:

Quien lo estaba de tu nombre
a ningún estremo pasa,
mas basta tu aprobación
para que yo esté contento.

DON PEDRO:

De mí es tenerla del viento
por mi forzosa aflicción,
más bien lo puedes estar,
del Duque de Alba la tienes,
galán fuiste y galán vienes.
Dios te me deje gozar,
no estuviera más contento,
cuando hoy te viera casado.
A Sevilla has admirado.

DON ANTONIO:

Amor te obliga.

DON PEDRO:

Esto siento,
¡qué lindas suertes hiciste,
y qué gentil cuchillada,
que al toro de la lanzada
por el cerviguillo diste!
Ahora bien, esto es de padre.
Dios te guarde.

DON ANTONIO:

Y de mi vida
ponga en la tuya.

DON PEDRO:

¡Qué herida!
Ha si hoy te viera tu madre,
oye que con el contento
de lo mejor me olvidé,
el Duque de Alba, a quien dé
el cielo inmortal aumento,
me dice que al Rey habló,
y que el hábito tendrás.

DON ANTONIO:

Para que le sirva más.

DON PEDRO:

¿Qué tengo que esperar yo,
sino morirme ese día?
Antonio.

DON ANTONIO:

Señor.

DON PEDRO:

Desde hoy,
más que bien contigo estoy.

DON ANTONIO:

Tu vida es, señor, la mía.
(Vase DON PEDRO.)
Tarde Lope, y camina mi deseo,
que es como el tiempo que callando pasa,
mucho tarda en saber sola una cosa,
sino es que de ir al cielo fue rodeo.

DON ANTONIO:

En la ribera de la mar me veo,
puesto que playa tan desierta y rasa,
el agua temo, y el amor me abrasa,
¿que haré sin norte que pasar deseo.
en que tardan, peón, tus pasos viles
para saber la casa de una dama?
Mas guárdanla caballos, ayarfiles.
Que mal se entabla el juego de quien ama,
que en no siendo las tretas muy sutiles,
la vida cuesta el mate de la fama.

(Sale LOPE.)
LOPE:

Válgate Dios por mujer,
y por celoso del diablo.

DON ANTONIO:

¿Perdiose?

LOPE:

En este vocablo
lo puedes echar de ver.

DON ANTONIO:

Maldígate Dios borracho,
¿qué habías de hacer sino eso?

LOPE:

¿Parécete mucho exceso?

DON ANTONIO:

Yo tengo gentil despacho,
muerto soy.

LOPE:

¿Quién te mató?

DON ANTONIO:

Tu descuido.

LOPE:

No lo ha sido,
porque la casa he sabido.

DON ANTONIO:

Buen Lope, ¿es muy lejos?

LOPE:

No,
¿pero topa tu remedio
en ser cerca?

DON ANTONIO:

Sí, también,
porque si se acerca el bien
también se acerca el remedio,
¿es casa grande?

LOPE:

Bien cabe
en ella tu pensamiento,
aunque es encerrar el viento.

DON ANTONIO:

Basta, que este necio sabe
al paraíso en el suelo.

LOPE:

La vía láctea fui
siguiendo, hasta que la vi
entrar.

DON ANTONIO:

Di presto en el cielo.

LOPE:

¿Soy amante yo que tengo
licencia para locuras?

DON ANTONIO:

¿Hay escaleras?

LOPE:

Y escuras.

DON ANTONIO:

¿Patio grande?

LOPE:

Luego vengo.

DON ANTONIO:

¿Búrlaste?

LOPE:

En efeto viene
a llamarse.

DON ANTONIO:

¿Qué?

LOPE:

Leonor.

DON ANTONIO:

Los ecos tiene de amor,
León por principio tiene:
pero el dulce fin alivia
el principio riguroso.

LOPE:

Ese habrá de ser su esposo.

DON ANTONIO:

¿Quién?

LOPE:

El Capitán Baldivia.

DON ANTONIO:

¿Qué soldado es su marido?

LOPE:

Pienso que el hombre es indiano.

DON ANTONIO:

Mi remedio está en tu mano.

LOPE:

Nunca yo hubiera nacido.

DON ANTONIO:

¿Puede dejar de tener
criadas?

LOPE:

¿Que enamorarme?

DON ANTONIO:

Eso puede remediarme,
y el irla esta noche a ver,
guíame Lope que adoro
este ángel.

LOPE:

Negociarás,
si en plato de plata das
ciertos corazones de oro.

DON ANTONIO:

Ya topase en eso Lope,
que a venderme estoy dispuesto.

LOPE:

A lo menos topa en esto,
que más de un marido topes.

(Vanse.)
(Sale DOÑA LEONOR y DOROTEA, esclavilla.)
DOROTEA:

En efeto, ¿no te holgaste?

LEONOR:

Holgueme, holgué Dorotea
pero no hay gusto que sea
sin tragedia y sin contraste.
Traíame el Capitán
de la mano al tiempo cuando
viene el vulgo voces dando
«guarda el toro», y tantas dan
que en soltándome la mía
para moverla a la espada,
me entré perdida y turbada
en una casa que había
en la calle principal,
donde estaba un caballero
mozo, acaso cuadrillero
del juego.

DOROTEA:

Ay, ¿fue eso igual?

LEONOR:

Sus caballos paseaban
y él desnudarse quería;
como que el toro venía
gritos en la calle daban;
púsome detrás de sí
y esperole con la espada,
mas fue diversa la entrada
que entró el Capitán allí.
Pesole de verme puesta
al reparo de un mancebo.

DOROTEA:

No es para sus celos nuevo,
mas, ¿qué le diste en respuesta?

LEONOR:

Quel miedo la culpa tuvo,
mas el con gran desatino
me riñó todo el camino
y muy enojado estuvo
diciéndome que había muerto,
indios, cocodrilos, fieras
en las playas y riberas,
del nuevo mar descubierto,
y que supiera mejor
de un torillo defenderme.

DOROTEA:

Hablan celos y amor duerme,
pero nunca duerme amor.

LEONOR:

Lo que del mozo sentí
es que de verme admirado
más que yo, estaba turbado
yo del toro, y él de mí.

DOROTEA:

¿Tenía buen talle?

LEONOR:

Estaba
en traje que parecía
bien contenta bizarría;
y esto pienso que le daba
al Capitán más enojos
porque en la plaza esta tarde
lo bueno, así Dios me guarde,
puso en su talle los ojos.

DOROTEA:

No sé que sienta de ti
pero quieres bien tu esposo.

LEONOR:

Quiérole, y aun es forzoso
por lo que me importa a mí;
es Baldivia principal,
es honrado caballero
con justa razón le quiero
y le debo ser leal,
sin otras causas contrarias
a mi honor.

(Sale BALDIVIA, DON JUAN y FINARDO, amigos.)
BALDIVIA:

No me canséis.

FINARDO:

Pues, ¿es bien que os acostéis
en noche de luminarias?

BALDIVIA:

Por hoy me basta la fiesta,
los dos os podéis holgar.

DON JUAN:

Si no vais, no hay que tratar.

BALDIVIA:

Quedito; Leonor es esta.

LEONOR:

No hay quedito, que ya oí
que las fiestas vais a ver.

BALDIVIA:

Con tu licencia ha de ser,
porque no saldré de aquí,
menos que con gusto tuyo.

LEONOR:

Con amigos tan leales,
seguros y principales,
el mío Baldivia es tuyo,
vete a holgar y vuelve presto.

BALDIVIA:

Tus manos beso, mi bien,
por besártelas también
de veras, más que por esto;
ponte en aquese balcón,
verás algo de la fiesta.

LEONOR:

Sin verte no, sola esta
es fiesta de mi afición.

BALDIVIA:

Dios te guarde.

LEONOR:

Para ti.

BALDIVIA:

Veis aquí donde ya voy.

DON JUAN:

Huélgome a fe de quien soy.

BALDIVIA:

Mas por los dos que por mí,
¿dónde iremos?

FINARDO:

A la calle
de las armas lo primero.

(Vanse los tres, y quedan DOROTEA y LEONOR.)
DOROTEA:

En efeto el caballero
tenía estremado talle.

LEONOR:

¿Agora te acuerdas de eso?

DOROTEA:

Quiéresme hacer un placer,
aunque te ha de parecer
para tu recato exceso.

LEONOR:

¿Cómo?

DOROTEA:

Que sin que lo sientan,
ni criados ni criadas,
vamos a ver disfrazadas
lo que de las fiestas cuentan,
que el Capitán no vendrá
más de dos horas después.

LEONOR:

¿Estás loca?

DOROTEA:

¿Y esto es
locura?

LEONOR:

Déjame ya,
que me sacas de juicio.

DOROTEA:

¿No te has de holgar como todas?,
¿fueron prisión estas bodas?

LEONOR:

Con el vino hablas de vicio,
vete en buen hora mulata,
no despiertes a quien duerme.

DOROTEA:

Esta merced has de hacerme.

LEONOR:

Si algún cuidado te mata,
toma el rebociño tú,
y vete a ver esas luces.

DOROTEA:

Señora.

LEONOR:

Hareme mil cruces,
yo disfrazada, Jesús.

DOROTEA:

Pues hante de conocer,
calla, que estás embobada.

LEONOR:

Déjame perra.

DOROTEA:

Que en nada
sepas jamás ser mujer.

LEONOR:

¿Pues podría yo salir,
y volver sin conocerme?

DOROTEA:

¿Pues no?

LEONOR:

No sabré atreverme.

DOROTEA:

Solamente puedes ir
hasta el cabo de la calle,
y luego te volverás.

LEONOR:

Hasta la calle no más,
y aun plegue a Dios que lo calle.

DOROTEA:

Si hará, que eres tú su espejo.

LEONOR:

Dame otra ropa peor,
y ven, que no hubiera error,
si no hubiera mal consejo.
(Vanse.)

(Salen DOÑA ANA, hermana de DON ANTONIO, y un escudero.)
ANA:

Aunque atrevimiento ha sido
a una mujer de mi estado,
la noche ocasión me ha dado.

ESCUDERO:

Justa disculpa has tenido,
que no ha quedado en Sevilla
dama, que por calles varias
no vaya a sus luminarias.

ANA:

¡Qué hermosa ha estado la orilla
del Betis, con las que han puesto
tantas naves estranjeras!

ESCUDERO:

No le han visto sus riberas
tan adornado y compuesto.

ANA:

Parece que las estrellas,
cuales hondas retrataban,
como en competencia andaban,
deseando ser más bellas,
otro cielo parecía
el agua, y otra ciudad
las naves.

ESCUDERO:

Su claridad
a la del cielo excedía,
y el hallarse las galeras
en esta ocasión también
lo fue, para que más bien
pareciesen sus riberas.

ANA:

Notable es la confusión
de la gente.

ESCUDERO:

Es tan notable,
que no hay lengua que no se hable,
todas diferentes son,
hoy sí que ha sido Sevilla
Babilonia.

ANA:

Gente viene.

(Salen BALDIVIA, DON JUAN y FINARDO.)
BALDIVIA:

El río lo mejor tiene.

DON JUAN:

Ganola al muro la orilla.

FINARDO:

¡Brava dama!

BALDIVIA:

Si licencia
puede aquesta noche dar
de hablar honesto, y hablar
como en la misma presencia
de padre, hermano o marido,
vuesa merced no se enoje
de que un requiebro le arroje.

ANA:

Venga, y venga comedido,
aunque si digo verdad,
¿cómo ya lo puede ser,
si es necedad?

BALDIVIA:

Con mujer
todo ha de ser necedad,
pero ya la he dicho yo,
cuando dicen que es forzosa.

ANA:

Cuando un hombre se desposa.

BALDIVIA:

Estoy por decir que no,
o pesia la libertad
que se pierde, y no se gana.

ANA:

Paréceme que mañana
me diréis la necedad.

BALDIVIA:

No estoy tan mal enseñado,
a requiebros que os la diga.

ESCUDERO:

¿Qué es lo que a escucharte obliga?

ANA:

No más de haber comenzado,
reniega tú de mujer,
que una palabra escuchó.

BALDIVIA:

Vive Dios, que me obligó
su estremado parecer,
y que a no tener temor
de ofender mi Leonor bella,
hablara un rato con ella,
desto que llaman amor,
pesia tal, pues sois mancebos,
¿por qué no la requebráis?

DON JUAN:

Porque donde vos estáis
somos estudiantes nuevos.

BALDIVIA:

Señora, si un Capitán
entre bárbaros criado
de verter su sangre honrado
por los Reyes que aquí están,
os puede servir con oro,
que ayer estaba en la mina,
o con la plata más fina
del antártico tesoro,
mandadme, sin que penséis
que perderéis vuestro honor.

ANA:

Yo os lo agradezco, señor,
que lo que sois parecéis,
pero mi necesidad
no se estiende a vuestra plata,
porque pienso yo que trata
cosas de más calidad.
La noche, las luces della,
las fiestas, la encamisada
me sacó de mi posada,
mas no a quedarme sin ella,
voyme con licencia.

BALDIVIA:

¿De quién?

ANA:

Del reloj.

BALDIVIA:

Luego, ¿soy yo?

ANA:

No, por cierto, que vos no,
que habláis cortesano y bien,
y con vos me detuviera
si fuérades castellano,
que probar mi ingenio humano
con los divinos quisiera.
Quizá por esto salí,
y he sido tan desdichada
que me vuelvo a mi posada,
sin que se acuerden de mí.

BALDIVIA:

Caballeros han venido
con el Rey, harto gallardos,
mas no son sayales pardos
los que habréis visto y oído,
en verdad que hablan también
en esta lengua que hablamos.

ANA:

Siempre novedad buscamos.

BALDIVIA:

Tenéis buen gusto, hacéis bien.

ANA:

Ya me voy.

BALDIVIA:

Y yo con vos,
que sola a peligro vais.

ANA:

Con el término obligáis.

BALDIVIA:

¿Irán más?

ANA:

Vengan los dos.

DON JUAN:

Bien podéis creer, señora,
que con los tres vais segura.

BALDIVIA:

No he visto tanta hermosura.

FINARDO:

¿Y Leonor?

BALDIVIA:

Perdone agora.

(Vanse.)
(Salen con grande grita negros y negras con adufes, guitarras y sonajas, cantando los dos.)
[LOS DOS]:

 (Cantan.)
      Aquisa que no saperiro,
      aquisa,
      aquisa señol Cupilo,
      aquisa, aquisa.

TIZNADO:

Voto andioso verrarero
que sa Sinviya la Reina
de cuantas civilidades
turo lo mundo rodea.
Mal años para Madrillos,
para Cúrdoba e Tuledas,
Valadulid en Castillas,
y en Capalonas, Valencias.
No mira tú, ¿cuánta nave,
cuánto del barco y galera,
cubrimo Guadalquivir
de mil luminarias yena?
¿No mera como Triana
satura yena de hoguera,
que parece que a Sinviya,
queremo mear pajuela?
No mira Antón Tatayo,
donde lo siñolo quema,
a beyacos luteranos.

ANTÓN:

Vivan Dioso que manlegra
agoran putan judío,
que está en la Castiya tiembra
de vel el fogo que hacemo,
que para sun culo piensa,
beyaco nunca han quemado
a cabeza de bayeta,
que creemo a pie juntiya,
cuanto mandamo la Iglesa,
toca, toca guitarrita
Francisquiyo de Tejera,
que ha venido el Rey Filipo,
alegramo nenglo y nengla.

(Salen DOÑA LEONOR, y DON ANTONIO tras ella.)
DON ANTONIO:

Pues vais sola mi señora,
en qué os ofende quien llega
a defenderos no más.

LEONOR:

No quiero vuestra defensa,
perdióseme cierta esclava;
pero bien sabré sin ella
ir a mi casa, que ha días
que falto de la maesa.

DON ANTONIO:

¡Ay luz de mis ciegos ojos!
y, ¡ah mariposas que vuelan
a abrasarse en esas luces,
vos sois, vos mi bien aquella
que hoy entró huyendo del toro
en mi casa, ay Dios! Si fuera
tan solamente en mi casa.

LEONOR:

Pues, ¿dónde?

DON ANTONIO:

En mi alma.

LEONOR:

Tenga,
téngase vuesa merced,
que a quien tanto honor profesa
como yo, no es cosa justa
decille palabras tiernas,
ya no vio la calidad
de mi marido.

FRANCISCO:

Hola nengla
¿a qué aguarda, que non baila?

(Tocan y bailan.)
NEGRA:

A que toca la pandera.
(Canta.)
      Aquisa que no saperiro,
      aquisa,
      aquisa señol Cupilo,
      aquisa, aquisa,
      aquisa como entre flore.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Aquisa dormido amore.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Aquisa dentro en Siviya.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Aquisa quien mata y mira.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      En la porta de Triana.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Aquisa quien mata y sana.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      La nengla como unan flore.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Que non si pone colore.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      La cara tiene di plata.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Aunque calza paragata.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Dama pone solimane.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      No la quiere lo galane.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Negla tiene fresicura.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      No así male que aunque cura.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Aquiso que no saperiro.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Aquisa senol cupililo.
      Aquisa, aquisa.

DON ANTONIO:

Parece que más atenta
estáis a un baile, en efeto,
de bárbaros que a mis quejas,
tiernos y dulces requiebros.
Mirad, señora, que haber
permitido el alto cielo
que a mi casa y a mis brazos
os entrárades huyendo;
es para que no dudéis
de que ha sido su concierto
el que me obliga a adoraros,
el que me fuerza a quereros.

LEONOR:

No digáis eso señor,
que no es posible que el cielo
concierte las voluntades
para tan malos deseos.
Casada soy, ¿qué queréis?
Voluntad ya no la tengo,
de mi marido soy toda,
a estar por casar yo creo
que me obligara ese talle,
mas digo de lo que quiero,
por lo que me importunáis.

DON ANTONIO:

Señora mía, bien veo
que os canso y que os importuno,
mas, ¿qué he de hacer si me muero?

LEONOR:

¿En dos horas? Brava cosa.

DON ANTONIO:

En dos horas, ¿y aun en menos?
¿En un instante no mata
un rayo a un hombre, pues vemos
que le tiene hecho ceniza
antes de acabarse el trueno?
Pues, ¿por qué si del amor
es más que el rayo el incendio,
no me ha podido abrasar?

FRANCISCO:

Canta negla.

NEGRA:

Toca neglo,
aquisa lo Rey Filipo.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Demosle cazone flito.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Y su camarón con lima.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Guisemos casolan prima.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Y su cervina con haba.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Lo Duque de Almadrava.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Le fresco atune embialla.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Y para por la mañana.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Hacemo unan poleada.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Y pinone cada día.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      De la culunfuturia.

TODOS:

      Aquisa.

NEGRA:

      Aquisa que no saperiro.

TODOS:

      Aquisa, aquisa.

(Salen BALDIVIA, DON JUAN y FINARDO.)
BALDIVIA:

¡Bizarra mujer por Dios!

DON JUAN:

Es de lo bueno de España.

FINARDO:

¿Que esta es hija de don Pedro?

DON JUAN:

Y de don Antonio hermana,
darala su padre en dote
treinta mil escudos.

BALDIVIA:

Basta
para llevar esa cruz
que del matrimonio llaman.

DON JUAN:

Vos os podéis ya quedar,
pues llegáis a vuestra casa.

LEONOR:

¡Ay señor!, que el Capitán
es este.

DON ANTONIO:

¡Estraña desgracia!

BALDIVIA:

Quedo, ¿no es Leonor aquella
con un rebociño? Para,
para, ¿qué es esto Leonor?

LEONOR:

Desde la ventana estaba
mirando este negro baile,
cayóseme una arracada,
llamé, no me respondieron,
bajé a la puerta a buscalla,
hanla cogido estos negros,
y es canalla tan bellaca,
que no me la quieren dar.

BALDIVIA:

Ah negros, los de la danza,
¿qué es del diamante que aquí
se le cayó a aquella dama
en una arracada de oro?

FRANCISCO:

¿Qué diamante o qué diamanta?

BALDIVIA:

El arracada les digo.

NEGRA:

Arracala sinora horala,
¿he esamos puyas?

DON JUAN:

Ah negros,
venga luego el arracada,
o la danza de panderos
se les volverá de espadas.

DON ANTONIO:

¿Qué hago que no me voy?

BALDIVIA:

Éntrate Leonor en casa,
que bien escusar pudieras
bajar de noche a buscarla.

LEONOR:

Por no te dar pesadumbre.

BALDIVIA:

Mas en esto me la dabas,
¿qué hacía aquel hombre aquí?

LEONOR:

Cuando yo bajé pasaba.

BALDIVIA:

Éntrate ya.

LEONOR:

No te enojes.

BALDIVIA:

Ea negros, ¿en qué tardan?

FRANCISCO:

Si a lo neglo o a la negla,
algún viyaco o viyaca
dice que samos ladrones,
ni habemos visto arrancalas,
voto al hijo de mi abuelo;
que mente como tacaña.

FINARDO:

Sacude.

DON JUAN:

Córtale un brazo.

TIZNADO:

Para esam puta branca,
que no hablara desansorte,
si trujéramo, sipalas.

BALDIVIA:

Dejaldos por vida mía,
que otra cosa más pesada
me da pesadumbre aquí.

DON JUAN:

Si es el de la pluma y capa,
¿yo le echaré de la calle?

BALDIVIA:

Esta noche es reservada
por confusa, no es razón;
que acaso otra cosa aguarda,
yo me entro a acostar.

DON JUAN:

Adiós.

BALDIVIA:

Él mismo con los dos vaya.

DON JUAN:

¿Queréis que le conozcamos?

FINARDO:

Si a quien le tocaba calla,
¿quién os mete en eso a vos?
Venid, que hoy la feria es franca.

(Vanse.)
DON ANTONIO:

¡Ha cielos en qué me vi!
¡Qué tristes principios daba
a la historia de mi amor,
si aquella industria no halla
un ingenio de mujer!

(Sale LOPE.)
LOPE:

¿Quién va?

DON ANTONIO:

¿Quién es?

LOPE:

Quien no acaba
de conocer que eres loco;
¿qué haces en esta casa?,
¿qué quieres en esta puerta?,
¿qué pides a esta ventana,
hoy no viste esta mujer?

DON ANTONIO:

Sí, Lope.

LOPE:

Pues, ¿que te matas?
¿Quieres que esta noche sea
tuya, viendo que la guarda
el propio honor que a las luces
vence diamantes, montañas,
mares, alcabuces, picas,
pertrechos, fuegos y espadas?

DON ANTONIO:

Ido me hubiera por Dios;
mas ¡ay! que sola sin guardas,
sin peligros y sin montes
en la calle de las armas
la hallé luego que te fuiste,
y me oyó tiernas palabras,
vine a su casa con ella,
y cuando a su puerta estaba,
vino el marido y me vio.

LOPE:

¿Hubo industria?

DON ANTONIO:

¡Y qué gallarda!
dijo que bajado había
a buscar una arracada,
que estando viendo unos negros
con panderos y sonajas
se le cayó de la oreja.

LOPE:

¿Que mucho si te escuchaba?
Las arracadas, señor,
se hicieron para ser guardas
de los oídos, que es puerta
que llaman torno del alma,
que no pienses que se hicieron
de diamantes por más gala,
mas porque fuesen más duras.
Mira buen Lope si hablan.

DON ANTONIO:

Mira si el hombre la riñe.

LOPE:

Quien ama mujer casada,
nunca la escuche de noche,
vamos de aquí.

DON ANTONIO:

¿Por qué causa?

LOPE:

Porque pensara que riñen,
y oirá tan dulces palabras,
que le pese como a todos
los que escuchan y se engañan.

DON ANTONIO:

Aun eso quisiera oír.

LOPE:

Un discreto confesaba
tres cosas.

DON ANTONIO:

¿Y cuáles son?

LOPE:

No burlarse con espadas,
no ver comer a señor,
ni escuchar dos que se aman.