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La vitoria de la honra/Acto III

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La vitoria de la honra
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen DON PEDRO y DOÑA ANA, su hija.
DON PEDRO:

En día de tanto gusto,
y que ya el hábito puesto,
Ana, tu hermano ha dispuesto
mi vida a su aumento justo.
Y más habiendo salido
tales las informaciones,
que sus calificaciones
de tan nuevo honor han sido,
no habiendo cosa que pueda
darme cuidado o pesar
para poder descansar,
solo el casarte me queda.
Es don Juan un caballero,
Ana, de mucho valor,
a quien pintara mejor,
pero detenerme quiero;
porque si este casamiento
no se hace, no es razón
que un padre sin discreción
despierte tu pensamiento.

ANA:

Como siempre el blanco justo
a que yo debo mirar,
es pensar que te he de dar
con obedecerte gusto,
este, señor, ha de ser
mi cuidado y pensamiento.

(Sale DON ANTONIO muy galán con hábito de Santiago, y LOPE con vestido nuevo.)
LOPE:

Contento estás.

DON ANTONIO:

¿Qué contento
mayor pudiera tener,
que haberme favorecido
desde su reja Leonor?

LOPE:

Que tú merezcas favor
con hábito tan lucido,
no es mucho, pero que a mí
tantos favores me den
de lo que a ti te está bien,
por ir delante de ti,
esto se ha de agradecer,
vive Dios, que el de Santiago
ha dado carta de pago
a todo, tú envidia ayer.

DON ANTONIO:

¿Mi padre está aquí, señor?

DON PEDRO:

Oh Antonio, Dios te me guarde,
¿qué habrás tenido esta tarde
de cumplimiento y favor?
Bizarro estás, logre el cielo
tus años, y muchos viva
aquel alba, donde estriba
cuanto bien tengo en el suelo.
Toledos somos desde hoy,
ya no hijo Altamiranos
con hechura de las manos
del Duque.

DON ANTONIO:

Su esclavo soy.

DON PEDRO:

¡Qué bien que te honra el pecho
Antonio esa roja espada!
De ti no menos honrada,
pues también ha satisfecho
a la deuda en que te pone;
¡qué brava vuelta habrás dado
a Sevilla! y ¡qué mirado!,
Dios a tu madre perdone,
que este fuera su gran día,
mil bendiciones te doy.

ANA:

Yo que como parte soy
de tu sangre y tu alegría,
tanta tengo de tu bien;
parabién te doy Antonio.

DON ANTONIO:

Ana, ¿que más testimonio
del bien que tu parabién?
Todo este aumento es el tuyo.

DON PEDRO:

Vete Antonio a descansar.

DON ANTONIO:

Dios te guarde.

LOPE:

¿Podré dar
a la amistad lo que es suyo,
en tanto que te desnudas,
para ver a tu Leonor?
Que los amigos, señor,
en tus pruebas ponen dudas,
si no vamos a probar
cuatro o seis blancos, y aloques.

DON ANTONIO:

Que a mi placer te provoques,
no puede darme pesar,
mas guarda un poco del seso,
si esta noche has de ir conmigo.

LOPE:

Que haré lo posible digo,
para que no haya exceso,
no hayas miedo tú que toque
lo blanco a fe de andaluz,
que por ser roja la Cruz,
dicen que ha de ser aloque.

(Vanse los dos.)
DON PEDRO:

¿No va tu hermano galán?

ANA:

Nunca tan galán le vi.

DON PEDRO:

¿Quisieras el novio ansí?

(Sale JULIO.)
JULIO:

Un indiano Capitán,
hombre de buena persona
te busca.

DON PEDRO:

Di que entre.

(Sale BALDIVIA.)
BALDIVIA:

El cielo
te guarde, y te dé en el suelo
lo que tu nobleza abona.

DON PEDRO:

Seáis, señor, bien venido.

BALDIVIA:

Aparte os quisiera hablar.

DON PEDRO:

Aquí os podéis retirar.

ANA:

Este hombre he conocido;
porque sin duda es aquel,
que la noche que salí,
cuando a ver las luces fui
estuve hablando con él.
Con mil honestos amores
me acompañó muy cortés,
en que yo pensé después,
que en ausencias son mayores;
pero nunca más le vi,
sin duda, que él lo ha sabido,
que se trata de marido,
y no me pesara a mí,
porque me agradó su talle,
y su mucha discreción,
gozando de la ocasión
de hallarme sola en la calle,
si él viene a pedirme a mí,
perdone don Juan, que yo
diré a todo el mundo no,
y solo a mi gusto sí.
(Vase.)

BALDIVIA:

Y como os digo, señor,
en Flandes serví estos años,
con tan justos desengaños
de mi heredado valor,
mas viendo que el pretender,
es en la Corte morir,
sin manos para subir,
pues no lo son merecer;
porque en Flandes con la espada
se sube un muro, y en Corte,
como es de papel sin corte,
ni sube, ni puede nada;
di al olvido memoriales,
y en Indias tres mil desdichas,
pasé por agua mis dichas
a la tierra desiguales,
porque si serví medré,
y en menos tiempo volví,
donde en un templo que vi,
de paz la espada colgué.

BALDIVIA:

Este fue de una señora
con quien yo vivo casado,
honrada sí, soy honrado,
que la adoro, y que me adora,
hijos no tengo, aunque creo
que hay sospechas deste bien,
mas la envidia que también
sigue el bien en que me veo
ha interrumpido esta paz,
con dar este caballero
vuestro hijo en ser tan fiero,
atrevido y pertinaz
en solicitar su honor,
y el que guardar solicito,
que tras haberos escrito,
como habéis visto, señor,
y que pienso que le habéis
reñido como es razón
a costa de mi opinión
me ha obligado a lo que veis.

BALDIVIA:

No quise otra vez fiar
cosa que tanto me importa
de un papel o razón corta,
antes os quise obligar,
con que viendo mi persona,
por ella me hagáis merced,
y ansí este aviso tened
por último.

DON PEDRO:

¿A quién perdona
la fortuna solo un día?
¿Cuál hombre alegre amanece,
que sin mudanza anochece
del bien que tener solía?

DON PEDRO:

En notable obligación,
señor Capitán os quedo,
encarecerla no puedo
con igual demonstración;
vuestra persona y valor
también por su parte obliga
a que enternecido os diga
estas palabras de amor.
Pluguiera a Dios que a doña Ana
entrárades a pedirme,
y a honrarme sin persuadirme
a cosa tan cierta y llana,
como el valor y nobleza,
que tan lisamente abona
vuestra gallarda persona,
mas pues ya la suerte empieza
a trocarme en tal disgusto
el hábito de Santiago,
que fuera más justo pago
de vuestro servicio justo,
que no de la liviandad
de Antonio. Yo a quien me toca
sabré enfrenalle la boca,
quitarle la libertad,
y si él os diere más pena,
haced en mí lo que en él.

BALDIVIA:

Importa mirar por él,
y que a una sangre tan buena
correspondan las costumbres;
yo no he de sufrir, señor,
burlas con mi propio honor.

DON PEDRO:

Haced cuenta que en las lumbres
de mis ojos queda puesto.

BALDIVIA:

Mi honor pongo en vuestras manos,
que de mancebos livianos
suele ser tan descompuesto,
con esta medio envainada,
que ayer casi la saqué
para lo que hacer pensé,
vuelvo a sosegar la espada
templada, que no querría
si mi afrenta satisfago,
que la roja de Santiago
fuese blanco de la mía.

DON PEDRO:

¿Vuestro nombre?

BALDIVIA:

El Capitán
Baldivia.

DON PEDRO:

Quejaos de mí
si él os enojare aquí.

BALDIVIA:

Mas a vos os culparán
si sus livianos placeres
yo con la espada corrijo;
porque vos no hallaréis hijo,
y yo hallaré mil mujeres,
que si yo me satisfago,
lo que no permita Dios
de la sangre de los dos
haré una Cruz de Santiago.

(Vase.)
DON PEDRO:

Esto es ser padre, esto es tener contento
con gustos de los hijos que se pagan,
no a siete no, sino cien mil por ciento;
(DON ANTONIO y LOPE de noche.)
Antonio, Antonio.

DON ANTONIO:

Diles que nos hagan
la cena presto.

LOPE:

Ya se te adereza.

DON PEDRO:

¿Qué bienes puede haber que satisfagan,
si del placer es sombra la tristeza?
Yo te prometo que sin sombra tanta
el mismo Sol perdiera la belleza;
tu sinrazón, tu liviandad me espanta,
habiéndote reñido una locura,
¿qué Circe es esta que tu gusto encanta,
si la edad es disculpa por ventura,
es la insigne Sevilla alguna aldea?
No hay otro entendimiento ni hermosura,
si amar es fuerza, ¿cuándo fuerza sea?

DON PEDRO:

Es bien solicitar una casada
que la defensa de su honor desea,
pues ¿cómo aquel papel tuviste en nada,
escrito con tan justo atrevimiento,
que por la pluma le escribió la espada?
Ahora bien, no respondas, que no intento
satisfación aquí, ponte unas botas,
no has de estar en Sevilla ni un momento.
¿Así mis blancas canas alborotas?
Ya me muestran tu sangre ajenas manos,
por las señales de Santiago rotas,
¿qué bien no desharán mozos livianos?
Andaos a procurarles casamientos,
mientras procuran casamientos vanos.

DON ANTONIO:

Señor.

DON PEDRO:

Ya no sé yo tus pensamientos
en calzarte luego presto aprisa,
años siglos se me hacen los momentos,
ya no aquel hombre por papel me avisa,
en persona ha venido, ¿qué pretendes?
Pues no es aviso para echarle en risa.
Voy a sacar dinero.

(Vase.)
LOPE:

Ya lo entiendes.

DON ANTONIO:

¿Que Baldivia le habló?

LOPE:

Pues, ¿no lo escuchas?
Paciencia y barajar.

DON ANTONIO:

Ansí me enciendes.

LOPE:

Agora con amor y temor luchas,
que no es tiempo de cuentos, que es un necio
quien se quiere mojar por pescar truchas;
mujeres hay, señor, de todo precio,
los límites se gozan los maridos,
que no es justo a su honor hacer desprecios,
vistamos catorcenos mal tundidos,
que dar la vida por un gusto loco,
no es para cuerdos, si de amor vencidos.

DON ANTONIO:

La vida, y aun el alma tengo en poco.

LOPE:

Estás en ti, ¿qué dices?

DON ANTONIO:

Que me pierdo
cuando en las cosas de aquel ángel toco.

LOPE:

¿Sabes lo que decía, si me acuerdo,
uno destos que llaman los sutiles?
(Aunque en esto, por Dios que andaba cuerdo),
con la experiencia de sus gustos viles,
que eran ángeles todas las mujeres,
del modo que lo son los albañiles,
fabrican un andamio cual tú quieres
fundar en mil palillos de esperanzas,
y en tres o cuatro tablas de placeres
descompone un suceso las balanzas
del peso en mal secreto fabricado,
y en criados amigos de mudanzas,
o porque su marido fue avisado,
cae el andamio, y viene por el viento
el ángel albañil descalabrado.

DON ANTONIO:

Dame espada y broquel.

LOPE:

¿Qué pensamiento
te lleva ansí?

DON ANTONIO:

No más de despedirme.

LOPE:

Óyeme una palabra.

DON ANTONIO:

Estoy atento.

LOPE:

Mira, señor, que no hay andamio firme.

(Vanse.)
(Salen DOÑA LEONOR y DOROTEA.)
LEONOR:

Loca de contento vengo.

DOROTEA:

¿No es por estremo galán?

LEONOR:

No aborrezco al Capitán,
por gentilhombre le tengo,
mas como Antonio ha salido
con la roja Cruz al pecho,
ventaja notable ha hecho.

DOROTEA:

Di que a cuantos han nacido.

LEONOR:

Y a los que están por nacer.

DOROTEA:

¡Qué buena vienes!

LEONOR:

Perdida,
que tener sola una vida,
es no tener que perder,
pospuesto cualquier temor
soy de don Antonio ya.

DOROTEA:

¿Y esta negra qué dirá?
Que Lope mata de amor,
es pícaro y de buen talle,
mas si es de tu causa efeto,
¿cómo no será discreto?

LEONOR:

Randas pasan por la calle,
llama luego Dorotea
a aquel cajero.

DOROTEA:

Ha, buen hombre.

(LOPE disfrazado de cajero.)
LOPE:

¿A quién no obliga ese nombre?

LEONOR:

¿Qué traéis que nuevo sea?

LOPE:

Las randas de un corazón,
con las puntas de mil flechas,
labradas de unas sospechas,
que ya desventuras son.

LEONOR:

¿Es Lope?

LOPE:

¿Pues no me ves?
Para entrar me puse ansí.

LEONOR:

¿Qué hay de mi Antonio?

LOPE:

¡Ay de mí!

LEONOR:

¿Es muerto?

LOPE:

Lo mismo es.

LEONOR:

¿Cómo?

LOPE:

Ausencia.

LEONOR:

¿Cierto?

LOPE:

Cierto.

LEONOR:

Más es que muerte el ausencia.

DOROTEA:

Sí, porque busca paciencia,
que no ha menester el muerto.

LOPE:

Su padre de aquí le envía
de tu marido avisado.

LEONOR:

Causa le ha dado cuidado;
pero ya la causa es mía,
dile Lope a don Antonio,
que ya me parece tarde
para mostrarse cobarde,
y que es muy vil testimonio
de la Cruz que trae al pecho;
que, ¿para qué me ha servido
solicitado y perdido
con las locuras que ha hecho?
Ya no hay que volver atrás,
que estos celos de Baldivia
han sido si estaba tibia
para declararme más.

LEONOR:

Dile Lope que le adoro,
y que pues yo soy mujer,
y me aventuro a perder
lo que es el mayor tesoro,
tenga valor de quien es,
y que en Triana me aguarde,
o a los barcos esta tarde,
donde hablaremos después,
que quiero que aquí escondido
de noche me venga a ver,
y este engaño vendrá a ser
de toda sospecha olvido;
harto te he dicho.

LOPE:

Oye.

DOROTEA:

Fuese.
(Vase.)

LOPE:

Toda la runfla rendió.

DOROTEA:

¿Cómo estamos él y yo?

LOPE:

¿Cómo? Tuyo, aunque me pese,
me quedaré con mi amo,
y escondido vendré a verte.

DOROTEA:

¿Y no tiene a mucha suerte
que le rica bien hermano?

LOPE:

¿En romance, jerigonza?
Te quiero más que de plata,
si te vendieses mulata,
que eres de a doblón la onza,
júntense estos mentecatos,
que ya tanto lo desean,
que no hayas miedo que sean
sus convites con más platos.

LOPE:

Mas si me coge en la trampa,
y su mancebo he de ser,
no piense que ha de tener
trato con los de la hampa;
que por el agua de Dios,
que la cosa sobre un cerro
con agujetas de perro.

DOROTEA:

Perros seremos los dos,
en lealtad, que no desdice,
y en cétera.

LOPE:

Pues hermosa,
¿qué es ecétera?

DOROTEA:

Una cosa
que dice lo que no dice.

(Vanse, y salen dos bravos POZGAYA y RAMOS.)
POZGAYA:

Famosa está Sevilla, mi seor Ramos.

RAMOS:

No hay estos Viernes de entre Pascua y Pascua,
desde la gran Toledo hasta la China,
ni desde Tetuán a Trapisonda,
que le parece cual esta Triana,
y ese abundoso río que los propios
llaman Guadalquivir y los poetas,
padre de las olivas, claro Betis.
Mire cómo le empiedran tantos barcos,
y vestido de rústicas coronas,
de verdes hojas de cortados árboles,
cortan sus aguas con los remos de haya.
Paréceme a Sevilla, seo Pozgaya.
Mas dígame por Dios, ¿vendrá su ninfa
con la que prometió para nobiscum?
Porque me pareció mujer de toldo.

POZGAYA:

Vendrá cuarenta veces, porque es hembra
que se desvela en dalle gusto allombre,
mas tiene cierto bravo de Castilla,
un poco de cellera contra todos.

RAMOS:

Eso me dice, pues sacallo ellanima,
pesar de la bayeta de su vida.

POZGAYA:

Ya le tengo mandados los bigotes
a la misma, seor Ramos.

RAMOS:

Pues perezca,
y por todo sin Roma, a la mañana,
por agua nos iremos a la Haabana.

(Salen DOÑA LEONOR, y DON ANTONIO, y LOPE, y DOROTEA, y un ARRÁEZ de un barco.)
DON ANTONIO:

Para la vuelta le tened apunto,
pero advertid que le tengáis vacío.

ARRÁEZ:

No entrará en él el sol.

DON ANTONIO:

Eso deseo,
y tomad este escudo.

ARRÁEZ:

No de balde
os honra a vos la roja cruz el pecho,
por un tusón la desechéis mañana.

(Vase.)
LEONOR:

En efeto, quedamos señor mío.

DON ANTONIO:

En que me quede en casa de don Sancho,
y le diga a mi padre que me parto
desde allí disfrazado cada noche,
vendré a veros, a hablaros y serviros.

LEONOR:

En casa de Finardo su vecino
todas las noches a jugar se pasa,
y hay conversación hasta las doce,
en este tiempo Antonio, Dorotea
os abrirá la puerta.

DON ANTONIO:

¿Que es posible
que escuche yo mi bien palabras tales
de esa boca divina?

LOPE:

Y ella diga
no me dirá con esa boca humana,
a tal hora entraréis Lope del ánima,
que ya os aguardó como a don Gaiferos,
captiva le esperó Jimena Gómez,
sospecho que en San Pedro de Cardeña.

DOROTEA:

¿Dígole yo que no, mi tigre arcana?,
¿no sabe que los mozos son danzantes
cuando los amos son tamborileros?
Dígale que se parte a su Lucía,
y escóndase.

LOPE:

Sí haré mulata mía.

(Vanse.)
(Salen BALDIVIA, FINARDO y DON JUAN.)
FINARDO:

El parabién os doy del casamiento.

DON JUAN:

Agora solamente la palabra
me dio don Pedro aunque con mucho gusto.

BALDIVIA:

Desde que vi salir del barco a tierra
estas mujeres vengo cuidadoso.

FINARDO:

Vos casáis altamente.

DON JUAN:

Así lo pienso,
y desde que aquí estuvo el Duque de Alba
por huésped de don Pedro, que abonase
tanto sus cosas que tendrán las mías
para la Corte en él un grande amparo.

BALDIVIA:

La basquiña es sin duda, y aunque fueran
las señas diferentes, y el cuidado
con que se tapan, y según bastaba
para mis celos ver a don Antonio,
que no quiero más claro testimonio.

FINARDO:

¿Qué tiene el Capitán que no nos habla?

DON JUAN:

Ah Capitán, un día tan alegre
sacáis vuestras tristezas a Triana,
¿qué es esto en que pensáis?

BALDIVIA:

En tales días,
suelen matarme las tristezas mías.

FINARDO:

Volved los ojos a ese claro río,
no río ya, sino ciudad famosa.
Veréis más ninfas que en su centro frío
la Boecia describe fabulosa.

BALDIVIA:

Y a los ojos al Betis claro envío,
y por su tabla de cristal lustrosa
un barco sigo, donde un árbol prueba,
encubrir otra vez a Adán y a Eva.

DON JUAN:

¿Es cosa, que en cuidado agora os pone?

BALDIVIA:

Amor también se atreve a los casados.

FINARDO:

Cuando de barcos tantos se corone,
nunca al Betis traigáis esos cuidados.

BALDIVIA:

Su confusión me dice que perdone,
que por más que mis ojos desvelados
la van siguiendo más se desparece.

FINARDO:

Seguidla en otro barco si os parece.

BALDIVIA:

No importa, que ya sé donde hace puerto,
y allá si quiere Dios nos hallaremos.

DON JUAN:

Que alguno va con ella, será cierto.

BALDIVIA:

De eso estaba, por Dios, haciendo estremos.

FINARDO:

Hola, Arráez a costa.

BALDIVIA:

Yo soy muerto.

DON JUAN:

Donde es la vela amor celos son ramos.

FINARDO:

Entrad que ya pasamos a Sevilla.

BALDIVIA:

Fuego me ha dado el agua de su orilla.

(Vanse, y sale DOÑA LEONOR y DOROTEA.)
LEONOR:

Toma ese manto que vengo
de haberle visto turbada.

DOROTEA:

No te vio, no importa nada.

LEONOR:

Más amor que temor tengo,
yo sé que si a mí me viera
luego me llegará a hablar,
si esta noche va a jugar
será en mi bien la primera.
Ten a Hernando prevenido
por lo que toca a la puerta,
y al aviso el alma abierta
al bien que al amor le pido;
¡ay Dorotea!, ¿hay belleza,
hay talle ni discreción
como las de Antonio?

DOROTEA:

Son
monstruos en naturaleza,
¡qué bien habla, qué cortés,
qué galán, qué cuerdo en todo!

LEONOR:

Ay que me pierdo de un modo,
que con mil disculpas es,
conozco mi loco error,
mas doyle de dos la una
a la más cuerda si alguna
lo ha sido teniendo amor.
¡Ha Dios, cuánto daño viene,
de escuchar! Escuché, oí,
muerta soy, yo me perdí.

DOROTEA:

Disculpa dorada tiene
cualquiera yerro de amor.

(Sale HERNANDO.)
HERNANDO:

Mi señor viene a cenar.

DOROTEA:

¿Cuándo se le suele dar
tan temprano a su señor?

LEONOR:

Pon recaudo Dorotea,
y advierte en lo que te digo.

(Sale BALDIVIA.)
BALDIVIA:

¿Señora?

LEONOR:

Nunca conmigo,
¡ay quién en el campo os vea!;
hacéis bien, que más contento
otras cosas os darán.

(Vase.)
BALDIVIA:

¿Celos mi bien?, ¿cuándo están
mis gustos en tanto aumento?
Fuese tu señora airada,
¿qué hay mulata?

DOROTEA:

Con razón
de tu poca estimación,
mi señora está enojada,
nunca tú con ella vas,
nunca le das este gusto.

BALDIVIA:

De que hubiera sido justo
no pongas duda jamás.
Vete adentro Dorotea,
y adereza de cenar
mientras me voy a jugar,
que otro tiempo habrá que sea
para paces destos celos;
más conviénete y mejor.

DOROTEA:

El tenerte tanto amor
celos causa.
(Vase.)

BALDIVIA:

Ha santos cielos,
qué lindo engañar con quejas
cuando sin honra me dejas,
aunque la pienso cobrar,
la misma basquiña es,
¿que lo dudo? Yo lo vi,
Hernando, ¿tú estás aquí?

HERNANDO:

¿Mandas algo?

BALDIVIA:

Que me des
esos brazos.

HERNANDO:

¿Yo señor?

BALDIVIA:

Hoy Hernando libre quedas.

HERNANDO:

¿Por qué señor?

BALDIVIA:

Porque puedas
hacerme un favor.

HERNANDO:

¿Favor?

BALDIVIA:

Por la fe de caballero,
de darte aquí libertad.

HERNANDO:

No quiere mi voluntad
ser libre de lo que quiero.

BALDIVIA:

Hijo, tú me has de poner
en la tapia del corral
una escalera.

HERNANDO:

¿Qué mal
te puede a ti suceder
que a tal cuidado te obligue?

BALDIVIA:

En ti mi remedio está.

HERNANDO:

Señor, quien pena te da
razón es que se castigue.

BALDIVIA:

Si me descubres Hernando,
vive Dios que te he de dar
de estocadas.

HERNANDO:

Ve a jugar,
aunque no estarás jugando,
y déjame hacer a mí.

BALDIVIA:

Voy en tu lealtad fiado,
págame haberte criado,
que está mi remedio en ti.
(Vase.)

HERNANDO:

Aunque soy pobre cautivo,
soy bien nacido y leal,
este hombre es principal,
él me crió, con él vivo,
sucédame mal o bien,
que le sirva es justo.

(Sale LEONOR.)
LEONOR:

Hernando,
¿fuese el Capitán?

HERNANDO:

Jugando
está aquí cerca.

LEONOR:

¿Con quién?

HERNANDO:

Sospecho que con don Juan,
de don Antonio cuñado.

LEONOR:

¿Cuñado?

HERNANDO:

Ya está tratado.

LEONOR:

Mientras viene el Capitán
recógete por tu vida,
que tengo un poco que hacer.

HERNANDO:

¿Es bañarte?

LEONOR:

Puede ser.

HERNANDO:

Tú serás de mí servida.

LEONOR:

Ven mañana a mi aposento,
que te he de dar un vestido.

HERNANDO:

Hoy ando favorecido,
mas no por eso contento.

(Vase.)
LEONOR:

Dorotea, ha Dorotea.

(DOROTEA.)
DOROTEA:

¿Para qué voces me das?

LEONOR:

Turbada estoy.

DOROTEA:

Sí estarás.

LEONOR:

¿Quién hay que mi intento crea?

DOROTEA:

Luego que señor salió,
a don Antonio metí.

LEONOR:

¿Ya está don Antonio aquí?

DOROTEA:

Luego, ¿no quisieras?

LEONOR:

No.

DOROTEA:

¿Pues no quedó en el concierto?

LEONOR:

Confieso mi grande amor;
pero vencele el temor,
que ya el honor está muerto,
¿vino Lope?

DOROTEA:

Y muy galán
de pluma, espada y broquel.

LEONOR:

Habla tú sola con él.

DOROTEA:

¿Qué temes?

LEONOR:

Lo que dirán
si este mancebo se alaba
de mi desdicha en Sevilla.

DOROTEA:

Entra, que no es maravilla
que en ti comienza ni acaba.

LEONOR:

Toda resistencia es poca
con amor determinado
algún hechizo me han dado,
perdone amor, que estoy loca.
(Vanse.)

(Sale HERNANDO con una escalera.)
HERNANDO:

La lealtad y la crianza
me han vencido y obligado,
ya me parece que es tiempo,
aquí la escalera traigo,
y esta espadilla también
para ayudar a mi amo,
aunque confieso que estoy,
(perdona Leonor) turbado,
arrimarla quiero aquí.

(Asómase en lo alto BALDIVIA.)
BALDIVIA:

Hernando, que digo Hernando.

HERNANDO:

Señor, ¿eres tú?

BALDIVIA:

Yo soy.

HERNANDO:

Pues baja.

BALDIVIA:

Y cómo, pues hago
tanta baja del honor
que tuve un tiempo tan alto,
la escalera de mi horca
me han puesto mis desengaños,
mas ay que todos la suben,
yo solamente la bajo;
otros suben a su honor
por escaleras y pasos,
que al honor siempre se sube,
y yo por librarle bajo.
Pero no es mucho si el mío
estaba depositado
en infierno de mujer,
que yo le cobré bajando.

HERNANDO:

Baja pues.

BALDIVIA:

¿Están ya dentro?

HERNANDO:

Don Antonio, y un criado
están ya dentro, señor.

BALDIVIA:

Guárdame esa puerta, Hernando.

(Vase.)
HERNANDO:

¡Pobre señora! Ya estoy
arrepentido.

BALDIVIA:

Villanos.
(Dentro.)
Así se limpia el honor.

(Herido DON ANTONIO.)
DON ANTONIO:

¡Muerto soy!

BALDIVIA:

Yo sin agravio.

DON ANTONIO:

Favor cielos, confesión.

BALDIVIA:

La roja Cruz de Santiago,
como yo se lo había dicho,
sirvió a la espada de blanco.

(Entra tras la mujer.)
LEONOR:

Baldivia yo no te pido
la vida.

BALDIVIA:

Y aún fuera en vano.

LEONOR:

El alma sola deseo.

BALDIVIA:

Pídela a Dios.

LEONOR:

¡Ay tirano!

BALDIVIA:

Entra Hernando a ver si muere.

HERNANDO:

¿Echaré el cuerpo en su estrado?

BALDIVIA:

Sí, mas no podrás tú solo,
aguarda iremos entrambos.

(Vanse.)
(Salen LOPE y DOROTEA.)
LOPE:

Ya los debe de haber muerto.

DOROTEA:

Ay Lope, que estoy temblando.

LOPE:

Dónde nos esconderemos,
que este Baldivia es un diablo,
y como allá sucedió
en Córdoba al veinte y cuatro
querrá matar las criadas,
hasta los perros y gatos,
y si ha de matar los perros,
escóndete.

DOROTEA:

Pues lacayo,
también matará las monas.

LOPE:

Ya suenan.

DOROTEA:

¿Triste qué aguardo?
Voyme a esconder.

LOPE:

¿Yo qué haré?
Que no sé la casa, y dando
de la ceniza en el fuego,
vendré a caer en sus manos,
él sale, aquí está un bufete,
quiero meterme debajo.

(Salen BALDIVIA y HERNANDO.)
BALDIVIA:

¿Cerraste?

HERNANDO:

La llave es esta.

BALDIVIA:

Dame tinta.

HERNANDO:

Voy volando.
(Vase.)

LOPE:

Santantón cierra sus ojos.

BALDIVIA:

Aún pienso que deste asalto
no he salido con la honra.

(Trai recado de escribir HERNANDO.)
HERNANDO:

Aquí hay tinta y papel.

BALDIVIA:

Paso.

HERNANDO:

Escribe, que yo te juro,
que a no habérseme escapado
el lacayo por las tapias,
que de un revés y dos tajos;
(Escriba dando puñadas.)
pero no que dos mohadas
le diera al uso del rastro,
enfadado me tenía
el ver al bellaconazo
pasear por Dorotea,
dando pecho, haciendo el bravo,
el gallina.
(Cierre el papel, y dando muy recio sobre el bufete.)

BALDIVIA:

Toma Hernando
este papel y esta llave,
y a don Pedro Altamirano
se le darás de mi parte.

HERNANDO:

Voy.

BALDIVIA:

Yo te quedo aguardando.

HERNANDO:

¿Adónde?

BALDIVIA:

En la Madalena.

HERNANDO:

¡Que se me fuese el lacayo!
(Vanse.)

(Sale DOROTEA llena de harina.)
DOROTEA:

Desde una cesta de harina
estuve atenta mirando
cómo se han ido, ¡ay de mí!,
y el aposento cerrado,
y donde Leonor y Antonio
yacen por tan triste caso,
¡ay cielos! ¿Si han muerto a Lope?

LOPE:

Dorotea.

DOROTEA:

¡Ay cielo santo!

LOPE:

Ce, ¿qué digo?

DOROTEA:

¿Dónde estás?

LOPE:

Aquí estoy embufetado.

DOROTEA:

¿Aquí te metiste?

LOPE:

Sí,
donde escribiendo tu amo,
daba puñadas de ira,
de que me ha descalabrado.

DOROTEA:

Sal fuera, triste de ti,
que pareces papagayo.

LOPE:

Tanto temor he tenido,
que el bufete he perfumado,
mucho es, que por el olor
no me sacase de rastro,
a Monserrate he de ir.

DOROTEA:

Pues dame Lope la mano,
que yo prometí lo mismo.

LOPE:

Vamos juntos.

DOROTEA:

Juntos vamos.

(Danse las manos y váyanse, y salgan DON PEDRO, HORACIO, MAURICIO y LEONELO, deudos suyos.)
DON PEDRO:

No quise hacer aqueste casamiento,
sin dar como es razón a todos parte.

HORACIO:

Ya os he dicho don Pedro lo que siento,
y que es noble don Juan por cualquier parte.

DON PEDRO:

Esa razón tomé por fundamento.

MAURICIO:

En galas y armas es Narciso y Marte.

[LEONELO:

Yo os aseguro que doña Ana tiene
cuánto vos deseáis que le conviene,
yo conocí sus padres de ese mozo,
y sus inclinaciones he sabido
desde rapaz, hasta salirle el bozo.

DON PEDRO:

Mis deudos sois, mi honor el vuestro ha sido.

HORACIO:

Destas bodas ya tengo el mismo gozo,
que si fueran don Pedro, de Leonido,
juntad luego estos años y estas galas,
y los Altamiranos y Zabalas.
¿Cuándo os hemos de dar mil parabienes,
casando a don Antonio?

DON PEDRO:

Ese deseo
no me deja decir tan altos bienes
como tuviera deste rico empleo.

MAURICIO:

Pues dícenme que estado le previenes.

DON PEDRO:

Oblígame el peligro en que me veo.

(Sale JULIO.)
JULIO:

Este papel me ha dado aquel criado
del Capitán Baldivia.

DON PEDRO:

¿Otro recado?
Muestra.

LEONOR:

Yo pienso que casarle intenta
con doña Inés de Atienza.

HORACIO:

Yo, Leonelo
con doña Elvira Salazar de Armenta.

MAURICIO:

Muy ricas son las dos.

DON PEDRO:

¡Válgame el cielo!

LEONOR:

¿Qué es esto?

DON PEDRO:

A voces quiero daros cuenta,
parientes de mi eterno desconsuelo,
muerto es mi hijo.

HORACIO:

¿Quién?

DON PEDRO:

Mi hijo Antonio,
que este triste papel es testimonio;
servía a una mujer, mujer (¡ay triste!)
del Capitán Baldivia que me ha escrito
dos veces que le guarde.

MAURICIO:

Pues, ¿qué hiciste?

DON PEDRO:

Echarle de Sevilla solicito,
engañome y quedose; ¿quién resiste
tanto dolor, si a la razón permito
que me saque de mí? Leed parientes
tragedia igual, pues os halláis presentes.

[LEONELO]:

 (Lea LEONELO el papel.)
Yo te escribí que don Antonio tu hijo solicitaba mi mujer, suplicándote que le refrenases, y no lo haciendo, te vine a hablar a tu casa, y te avisé de que procuraba entrar en la mía, no lo has hecho, ni como padre ni como viejo. Yo le he hallado con doña Leonor, y los he muerto juntos en mi aposento; en mi aposento quedan, esa es la llave.

DON PEDRO:

¿Qué voces no daré? ¿De qué manera
reprimiré mi mal?

MAURICIO:

Ea señores,
el Capitán y todo el mundo muera.

DON PEDRO:

Venid a ver mis últimos dolores,
¿diote la llave?

JULIO:

Nunca me la diera.

DON PEDRO:

Muestra.

LEONOR:

Del arcabuz son las mejores.

DON PEDRO:

El hombre me avisó, ¿de qué me quejo?

MAURICIO:

No es tiempo de piedad ni de consejo.
(Vanse.)

(Salen DOROTEA y LOPE vestidos de peregrinos.)
DOROTEA:

¿Ánimo te ha parecido?

LOPE:

Pues no lo es grande volver
donde acabamos de ver
lo que nos ha sucedido.

DOROTEA:

Tengo ropa que llevar,
que aunque peregrina voy,
quiero ir como quien soy.

LOPE:

Pues, ¿cómo la has de sacar?,
que yo Dorotea en ver
el bufete estoy temblando.

DOROTEA:

Baldivia estará buscando
el alma de su mujer;
no temas, que retraído
quedaba en la Madalena.

LOPE:

Rüido notable suena,
si la justicia ha venido,
plegue a Dios, que antes de ir
a Monserrate a rezar
no nos vengan a buscar.

DOROTEA:

Pues, ¿qué nos han de decir?

LOPE:

De decir no, porque no son
gente que habla tan bien;
pero temo que nos den
a cada cual su jubón.

DOROTEA:

No vea a Baldivia yo,
y venga lo que viniere.

LOPE:

Su padre es este.

DOROTEA:

¿Qué quiere?

LOPE:

Verle, y ver quien se mató.

(DON PEDRO, HORACIO, MAURICIO y LEONELO.)
DON PEDRO:

Abrid aquesa cuadra miserable,
depósito de un mozo mal logrado.

HORACIO:

No hay piedra que no llore y que no hable.

MAURICIO:

Pienso que al mismo Sol le ha lastimado.

(Descubren un tafetán, y vese DON ANTONIO y DOÑA LEONOR muertos en un estrado.)
[LEONELO:

Por Dios, que es espectáculo notable,
de suerte su dolor me ha procurado,
que voy a dar al Capitán la muerte.
(Vase.)

DON PEDRO:

Leonelo, espera, espera, primo, advierte.

HORACIO:

Déjale ir, que no es honrado y noble
quien no le va a matar.

DON PEDRO:

Horacio, Horacio.

HORACIO:

Fuera ser yo con este pecho inmoble.

MAURICIO:

Es oficio de amigo y de pariente,
¿esto puedes sufrir?

DON PEDRO:

Yo siento al doble
el doloroso fin deste accidente,
mas veo que no ofende aquel que avisa.

HORACIO:

De espacio estás.

DON PEDRO:

Para morir deprisa,
no saquéis las espadas, tiempo queda;
pero sacaldas, muera el homicida,
que luego que mirarle muerto pueda,
yo sé que entonces cobraré la vida.

LOPE:

A darle muerte van.

DOROTEA:

Dios les conceda
vitoria.

LOPE:

No es razón que a Dios lo pidas.

DOROTEA:

Pues, ¿de qué quieres Lope que yo trate?

LOPE:

De calabaza, alforja y Monserrate.
(Vanse.)

(Salen el ASISTENTE, criados y alabardas, y DON JUAN.)
ALGUACIL:

A la torre se ha subido.

ASISTENTE:

Eso de torre qué importa,
haced fuego en esa puerta,
sino es mejor que se rompa.

ALGUACIL:

Dicen que tira ladrillos,
que no le tienen de costa
más que el arrojar la mano.

DON JUAN:

Vueseñoría se ponga
a esta parte, porque yo
a quien tanta parte toca;
porque ya como cuñado
del muerto, el lugar me nombra
con esa espada y rodela,
tengo de subir si arroja
rayos del cielo Baldivia.

ASISTENTE:

Es hazaña peligrosa,
que un hombre desesperado
a todo mal se acomoda.

(BALDIVIA en lo alto con dos ladrillos.)
BALDIVIA:

A fuera de abajo, hidalgos,
que si alguno destos topa,
no se han de escapar por Dios,
ni sombreros, ni coronas.

ASISTENTE:

Señor Capitán Baldivia,
cuanto ha que esta vara sola,
por ser del Rey no merece
mejores palabras y obras
por Capitán general
de Sevilla y desta costa,
cuando no por ser quien soy
merezco que me respondan
los soldados como vos
con respeto.

BALDIVIA:

Que me oiga
suplico a Vueseñoría.

ASISTENTE:

A ser la distancia poca,
bajad sobre mi palabra
por vida del Rey, que sobra
decir por vida del Rey,
que aunque la tierra se rompa
os guarde vuestra justicia.

[VOZ]:

(Dentro.)
Al arma.

ASISTENTE:

Estraña cosa,
¿qué gente es esta?

DON JUAN:

Los deudos
de don Antonio.

ASISTENTE:

Si hay horca
para el vulgo, habrá cuchillo
para quien se descomponga,
si tuviese dos mil cruces,
y otras tantas, si es Mendoza,
Guzmán, Toledo o Manrique.

(Salgan todos con armas, y DOROTEA y LOPE.)
FINARDO:

Donde su voz interponga,
señor, vuestra señoría,
a nadie el hablar le toca.

ASISTENTE:

¿Qué es esto, señor don Pedro?

DON PEDRO:

Voces injustas y odiosas
a mi honor y a mis oídos.

ASISTENTE:

Pues, ¿qué haremos?

DON PEDRO:

Que si tomas
mi parecer, baje aquí
Baldivia.

ASISTENTE:

¿A qué?

DON PEDRO:

A cierta cosa.

ASISTENTE:

Bajad Baldivia.

BALDIVIA:

Yo bajo
con vuestra palabra sola,
y a decir lo que veréis.

ASISTENTE:

Valor tiene.

DON PEDRO:

El mundo asombra;
¿aquí estás Ana?

ANA:

¿No quieres
que con tan justa congoja
perdiese el autoridad?

DON PEDRO:

Ana la furia reporta,
ya está don Antonio muerto.

(Sale BALDIVIA.)
BALDIVIA:

Con la sangre generosa
que heredé de mis abuelos,
y aquel honor que se compra
en Flandes con mil heridas,
de que yo sé que me abonan,
más que la fe de papeles
la Infantería española,
vengo a sustentar aquí,
que fue Leonor alevosa,
y que de mi honor guiado
para conseguir vitoria
tan justa como es la mía,
ya por papel, ya en persona
previene a don Pedro el caso
que de don Antonio llora,
yo le avisé, yo le quise
guardar su hijo, responda
si es todo aquesto verdad.

DON PEDRO:

Verdad es.

BALDIVIA:

Pues digo agora,
que a quien mal le ha parecido,
que haya cobrado mi honra,
miente y lo sustentaré.

DON PEDRO:

No será Baldivia a solas
que yo he de estar a tu lado;
porque hazaña tan honrosa
al mismo padre del muerto
obliga a envidiar tu gloria.

DON JUAN:

¿Eso haces?

DON PEDRO:

Esto hago,
y para que correspondan
las obras a las palabras,
don Juan escucha y perdona,
doy al Capitán Baldivia
mi hija doña Ana.

ASISTENTE:

Es cosa
digna de tal caballero.

DON PEDRO:

Desta manera se cobra
un hijo muerto parientes.

DON JUAN:

Pues como a mí me despojas
de lo que me has prometido,
y a un hombre que aún tiene roja
la espada de sangre tuya
¿das tu hija?

DON PEDRO:

Esto me importa,
dale doña Ana la mano.

ASISTENTE:

¿Qué antigua o moderna historia
cuerda escribe, ni celebra
hazaña tan valerosa?

DON PEDRO:

Doyle treinta mil ducados
de dote.

BALDIVIA:

A esos pies se postra
un esclavo.

LOPE:

Agora es tiempo
de que a Lope reconozcas,
criado soy de Baldivia.

BALDIVIA:

¿Es Dorotea tu esposa?

DOROTEA:

Sí señor.

DON PEDRO:

Yo me he vencido
para que quede en memoria
con una hazaña tan alta,
tuya en acabarla toda,
mía en comenzarla aquí,
la vitoria de la honra.
 
Fin de la famosa comedia de La vitoria de la honra.