La vizcacha y el pejerrey
Una vizcacha, buena persona sin duda, pero algo corta de vista y de ingenio, andaba un día, a la oración, buscándose la vida en las riberas de un arroyo.
Al mirar las aguas, quedó de repente asombrada; le había parecido ver moviéndose en ellas, un ser vivo, lindo, al parecer ágil, plateado. Pronto se convenció de que efectivamente así era, y que un animal vivía de veras en el elemento líquido.
Si su primer movimiento había sido de asombro, el segundo fue de compasión. Llamó al animalito que había visto en el agua, y éste, un lindo pejerrey, no se hizo rogar para venir a conversar un rato (todos saben cuánto les gusta conversar a los pescados) y sacó afuera del agua su cabecita brillante.
Después de los saludos acostumbrados entre gente decente, doña vizcacha le manifestó al pejerrey cuánto sentía ver a tan gentil caballero, condenado a vivir de modo tan cruel.
-Vivir en el agua -decía-, ¡qué barbaridad!, en esa cosa tan fría. ¿Y cómo es que no se ahoga usted? ¿y, qué es lo que come? ¿y dónde aloja a la familia? ¿Dónde está su cueva? Debe de ser una vida de grandes sufrimientos y de grandes penurias ¿no es cierto? -le decía.
-Señora -le contestó el pejerrey-, agradezco el interés que usted me demuestra; pero no crea usted que lo pasemos tan mal en el agua. No somos de los peor servidos. El agua le parece fría; para nosotros es apenas fresca. Tenemos en ella abundante mantención. Pocos enemigos nos persiguen, y vivimos aquí muy bien, señora. Y dígame usted, ¿es cierto que vive en una cueva? -¡Cómo no! -dijo la vizcacha-. Esto, sí, debe ser penoso -interrumpió el pejerrey-. ¡Qué triste vida debe de ser la de ustedes, vivir en obscuridad tan profunda! ¡No cambiaría con usted, señora!
Y zambulléndose, dejó a la vizcacha convencida de que, para ser feliz, cada cual tiene que vivir en su elemento.