La vizcacha y el zorrino
La vizcacha tendrá sus defectos; pero es afincada, vive con su familia en casa propia; es ordenada, le gustan el ahorro y la limpieza, y todo bien mirado, es persona decente.
Una tarde que iba troteando por el cardal, la saludó con mucha cortesía el zorrino y se le puso a la par, entablando conversación y siguiendo viaje con ella. Aunque la vizcacha sólo lo conociera de vista, no lo quiso desairar y le contestó atentamente. Pero pronto se fijó en que todos los conocidos a quienes saludaba por el camino se hacían los ciegos o los despreocupados y no le contestaban el saludo; primero se resintió y después reflexionó; y pensó que, no pudiendo ser para ella la afrenta, debía de ser por su compañero. Lo miró de reojo, no le vio nada de particular, pero le tomó como un olorcillo raro. Olfateó más fuerte y ya se dio cuenta de que andaba mal acompañada; pronto, con un pretexto cualquiera, dio media vuelta, se paró, saludó al zorrino:
Mucho gusto -le dijo- en conocer a usted. Pero no le ofreció la casa.