Ir al contenido

La vuelta a la patria (Martínez de la Rosa)

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

LA VUELTA A LA PATRIA.

(Granada, 27 de octubre de 1831)

Amada patria mia;
Al fin te vuelvo á ver!... Tu hermoso suelo,
Tus campos de abundancia y de alegria?
Tu claro sol y tu apacible cielo!...
Sí: ya miro magnifica estenderse
De una y otra colina á la llanura
La famosa ciudad; descollar torres
Entre jardines de eternal verdura;
Besar sus muros cristalinos rios;
Su vega circundar erguidos montes;
Y la Nevada Sierra
Coronar los lejanos horizontes.
No en vano tu memoria
Do quiera me seguia;
Turbaba mi placer, mi paz, mi gloria;
El corazon y el alma me oprimia!
Del Támesis y el Sena
En la aterida márgen recordaba
Del Dauro y del Geníl la orilla amena;
Y triste suspiraba;
Y al ensayar tal vez alegre canto,
Doblábase mi pena,
Mi voz ahogaba el reprimido llanto,
El arno delicioso
Me ofreció en balde su feraz recinto,

Esmaltado de flores,
Asilo de la paz y los amores:
«Mas florida es la vega
Que el manso Geníl riega:
Mas grata la morada
De la hermosa Granada...»
Y tan sentidas voces
Murmuraba con triste desconsuelo;
Y el hogar de mis padres recordando,
Los mustios ojos levantaba al cielo.
Tal vez en mi dolor mas me aplacia
De agreste sitio el solitario aspecto;
De las ciudades azorado huía,
Y ansioso palpitante,
Los escabrosos Alpes recorría;
Mas su nevada cumbre
No tan viva y tan pura reflejaba
Del sol la clara lumbre
Cual la nevada Sierra!
Cuando el astro del dia
Un torrente de luz vierte en la tierra.
De Pompeya las ruinas pavorosas,
Sus calles silenciosas,
Sus pórticos desiertos,
De yerba ya cubiertos,
Mi profundo pesar lisonjeaban;
Y graves reflexiones
En mi agitada mente despertaban:
¿Que vale el poder vano
Del miserable humano?
En abatir su orgullo y su renombre
La suerte se complace;
Y las obras que eternas juzga el hombre,
Con un soplo deshace...
Por el rastro de escombros junto al Tiber
Hoy busca el caminante
Del sumo Jove la ciudad triunfante;

Rompa el arado la fecunda tierra,
Que cual lóbrega tumba
Los sacros restos de Herculano encierra;
Y si Pompeya en pie mira sus muros,
Los siglos carcomieron su cimiento;
Y al respirar el viento,
Tiemblan sobre su planta mal seguros.
Así en mi juventud yo ví las torres
De la soberbia Alhambra quebrantadas
Amenazar del Dauro la corriente
Con su ruina iuminente;
Cada rápido instante de mi vida
El plazo apresuró de su caída;
Y del antiguo Alcázar soberano;
En que el moro poder vinculó ufano
Su gloria á las edades,
Tal vez un día ni hallarán mis ojos
Los míseros despojos...
A tan funesta imagen, en el pecho
Mi corazón se abogaba;
Y en lágrimas deshecho,
Al pie de los sepulcros me postraba...
¿Cuál es tu mágia, tu inefable encanto,
Oh patria, oh dulce nombre,
Tan grato siempre al hombre?
El tostado africano,
Lejos tal vez de su nativa arena
Con pesar y desden los prados, mira,
Y por ella suspira:
Hasta el rudo lapon, si en hora infausta
Se vió arrancado del materno suelo,
Envidia y ansia las eternas noches,
Los yertos campos y el perpetuo hielo,
y yo, á quien diera la benigna suerte
Nacer, Granada, en tu feliz regazo,
Y crecer en tu seno,
De tantos bienes lleno

Yo triste, ausente de la patria mis,
De tí me olvidaria!
En las ásperas costas africanas,
Al náufrago inhumanas,
Yo tu sagrado nombre repetía;
Y las inquietas olas
Llevábanlo á las costas españolas
En el polo apartado
Oyólo de mi labio el mar furioso,
Por el teson del bátavo enfrenado:
Oyólo el Rhin, el Ródano espumoso;
El alto Pirineo, el Apenino;
Y del Vesubio ardiente
En el cóncavo hueco
Por vez primera repitiólo el eco*.


* Alude este pasage á haber penetrado el autor dentro del cráter del Vesubio en la madrugada del dia 7 de abril de 1824.