Las Maravillas Del Cielo/V

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​Las Maravillas Del Cielo​ de Roque Gálvez y Encinar
Capítulo V.


CAPÍTULO V.


No hay plazo que no se cumpla ni tiempo que no llegue, y llegó el de la conferencia astronómica tan ardientemente esperada por los niños. For fortuna, la noche estaba tan clara y serena como la anterior, y no se presentaba inconveniente alguno para las observaciones, que habían de ser en extremo sorprendentes, según indicó D. Alberto, con lo que la curiosidad de Luis y Adela llegó á excitarse en más alto grado aún.

Colocado ya el anteojo en su trípode, sobre el que podía girar fácilmente, así como colocarse a la altura necesaria, por medio de un semicírculo graduado, dijo D. Alberto á sus sobrinos:

—Os he hablado ayer de los cuatro primeros planetas que giran en derredor del Sol, y que son Mercurio, Venus, la Tierra y Marte. Hoy me corresponde deciros algo de los otros cuatro que giran ya á distancias mucho más considerables, y se llaman Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.

Hay, entre los planetas que hemos ya estudiado y los que habremos de examinar hoy, notables diferencias, acerca de las cuales debo deciros algo. En efecto, Mercurio, Venus, la Tierra y Marte son, si se les compara con el Sol, de muy pequeño volumen, mientras los otros cuatro son de dimensiones enormes. Además, las distancias que separan las órbitas de los primeros son muy cortas, en relación con las que hay entre los últimos, y mientras aquéllos tienen, á lo sumo, uno ó dos satélites, Júpiter tiene cuatro, Saturno ocho, Urano seis, y se supone que Neptuno tiene seis. Á estas diferencias se unen otras, muy marcadas también, en la duración del día, que suele ser muy corto en estos últimos planetas, mientras el año, ó sea el tiempo que invierten en dar la vuelta alrededor del Sol, es muy largo, por el gran alejamiento en que se hallan del astro del día.

Entre Marte y Júpiter hay una enorme distancia (544 millones de kilómetros); pero ese espacio está, en parte, ocupado por una multitud de planetas sumamente pequeños, que, de igual modo que los grandes, han recibido nombres tomados de la mitología griega. No he de enumerarlos todos, pues hay más de 300, y raro es el año en que no se descubre alguno más. Los principales son: Ceres, Astrea, Vesta, Palas, Juno y Victoria. La pequeñez de todos ellos y la irregularidad de su forma, que en vez de esférica suele ser más ó menos poliédrica, ha hecho suponer que no son sino trozos de algún planeta pequeño que existió entre Marte y Júpiter, y que por causas desconocidas, una de las cuales pudo ser muy bien la formidable atracción de este último astro, se dividió en gran número de fragmentos, cada uno de los cuales empezó á girar en torno del Sol como un planeta independiente.

Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que los asteroides (que tal es el nombre que se da á estos cuerpos) ocupan una zona de varios millones de kilómetros; pero sumadas las masas de todos los que se han descubierto hasta ahora (de fijo habrá muchísimos más), no llegan á la mitad de nuestra Luna. Os voy á enseñar uno de esos asteroides, y creo que os llamará la atención.

Y diciendo esto, D. Alberto, que conocía ya el punto que aquella noche debía ocupar en el cielo el astro en cuestión, totalmente invisible á simple vista, y de haber colocado en aquella dirección el anteojo, á través del cual miró algunos momentos, llamó á Adela para que se acercase.

—¿Qué ves? —la preguntó.

—Una preciosa estrellita de color verde —contestó la niña. —No creía que hubiese en el cielo luceros de esos colores.

—Los hay de toda clase de matices —dijo don Alberto— desde el rojo encendido, el violeta y el azul, hasta el amarillo de diferentes tonos. No hay colección de piedras preciosas, por rica que sea, que llegue á la variedad que nos ofrecen los mundos diseminados por el espacio.

Luis miró también y participo de la satisfacción de su hermana, pues un lucero verde no es cosa que pueda mirarse todos los días.

—Ese pequeño astro—les dijo entonces D. Alberto—es Juno, y figura entre los mayores asteroides que giran entre Marte y Júpiter. El mayor de todos es Ceres, que fué descubierto al comenzar 

Inclinaciones comparadas de Venus y de la Tierra sobre su eje.

el siglo XIX, el día 1.° de Enero de 1801. La particularidad de ofrecer Juno ese hermoso color me ha movido á mostrárosle; por lo demás, no sería fácil que observásemos detalle alguno en la superficie de unos cuerpos tan pequeños y leíanos.

En cambio nos aguarda ahora el gigante del sistema solar, Júpiter, que es mil doscientas treinta veces mayor que nuestro globo, pero mil veces menor que el Sol, del que le separan 768 millones de kilómetros; de la Tierra dista 630 millones. Allí le tenéis, brillando como una estrella de primera magnitud, en el cielo, y ahora le observaréis á través del anteojo astronómico.

Tocó ahora á Luis la primacía en la observación, y lanzó un grito de asombro.

—¡Qué astro tan hermoso!—exclamó.—Parece mucho mayor que la Luna llena y está atravesado en sentido horizontal por una especie de bandas ó fajas de colores, principalmente rojizas, verdosas y amarillas. Es un espectáculo verdaderamente soberbio y no me cansaría de mirarlo.

La niña quería verlo también, y era justo acceder á su deseo; pero era tan grande el tamaño que presentaba el planeta, que su primera impresión fué de espanto, pues le parecía que el astro venía hacia ella. Repúsose, sin embargo, y contempló á Júpiter con la más viva curiosidad, observando un detalle en que no había reparado su hermano; esto es, que alrededor del enorme planeta había cuatro estrellitas muy próximas, tres á un lado y una á otro. Don Alberto les hizo saber que Júpiter tiene cuatro satélites ó lunas, desde las cuales el aspecto del planeta debe ser incomparablemente grandioso y magnífico, pues ocupará gran parte del cielo.

—Esas bandas rojas y amarillas que cubren la superficie de Júpiter—añadió—no son otras cosas que nubes de gran espesor, pues la tierra de ese astro nos es aún desconocida por lo muy encapotada y densa que aparece su atmósfera. Júpiter gira alrededor del Sol en once años, diez meses y doce días nuestros, y hace su movimiento de rotación en nueve horas y media; de modo que en el Ecuador será casi nula la fuerza de gravedad, y en cambio los vientos tendrán una impetuosidad de que apenas nos es posible formar idea.

La enorme masa de este astro ejerce su acción

Júpiter con sus satélites.

atractiva sobre todos los cuerpos celestes que, pasan cerca de él: multitud de cometas, absorbidos por su atracción, vienen á confundirse con su masa, y nuestro mismo globo sufre la influencia perturbadora del rey de los planetas, que nos desvía ligeramente de la órbita que trazamos cuando se halla relativamente cerca de nosotros. Júpiter ofrece una particularidad curiosa, y es que su eje de rotación es casi perpendicular al plano de la elíptica, de modo que recibe siempre directamente la luz del Sol y no tiene estaciones.

Pero es tiempo ya de que pasemos á Saturno, que no es, por cierto, menos digno de nuestra atención. Vedlo, es aquella pequeña estrella de color ceniciento y lívido que parece eclipsada por el brillo de las que la rodean. Si hubiesen dicho á los sabios de la antigüedad que ese astro de tan modestas apariencias es más de ochocientas veces mayor que el mundo que habitamos, sin duda se habrían encogido despreciativamente de hombros, tomando por loco a quien tales cosas les dijera. Verdad es que lo mismo harían hoy no pocas personas que se tienen por ilustradas, y que sin embargo, no han dedicado nunca un poco de su atención

Inclinación respectiva de Júpiter y de la Tierra sobre sus ejes.

á estudiar los grandiosos problemas de la Astronomía. Esas personas pasan toda su vida absortas en cuestiones pequeñas, y no se preocupan jamás de la naturaleza de las cosas ni saben admirar las maravillas del universo. De ellas puede decirse: «Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen»; porque encerradas dentro del mas estrecho egoísmo, nada perciben más allá, y sus semejantes la humanidad, la naturaleza, el mundo, los soles que centellean en el espacio, no son para ellas sino palabras de significado incomprensible. No imitéis á semejantes hombres, que aun cuando alardeen de gran sentido práctico y de mucho conocimiento de la vida, son realmente dignos de compasión por su ignorancia.

Pero olvido que mi papel no es en estos momentos el de moralista, sino el de astrónomo, y que Saturno nos espera para revelarnos algunos de sus misterios. Acércate, Adela, y mírale sin asustarte como antes lo hiciste, pues los astros no hacen daño á nadie, y aun los mismos cometas, tan calumniados por los supersticiosos, son más inofensivos que los que los temen.

Contempló la niña el planeta Saturno y vió un disco casi tan grande como el que á simple vista nos presenta la Luna, y que estaba casi enteramente redondo, en la posición de aquel astro cuando empieza á entrar en su cuarto menguante. Lo que más la asombró, hasta el punto de hacerla prorrumpir en una exclamación de sorpresa, fué que el planeta estaba rodeado de un gran anillo luminoso, que le daba un aspecto fantástico. Muy cerca del astro vió ocho lunas, una de ellas bastante grande. Cuando dejó el sitio á su hermano Luis, declaró éste que nunca había visto una cosa tan sorprendente como el planeta Saturno, pues realmente el inmenso anillo que le rodea, y en que parece como encajado, es un espectáculo bien digno de contemplarse, y que una vez visto no se olvida.

Don Alberto les dió entonces algunas explicaciones acerca de Saturno y de su anillo. —De igual modo que Júpiter—les dijo—Saturno es un coloso de nuestro sistema planetario, pues su enorme volumen es, como os he indicado ya, ochocientas veces mayor que el de la Tierra, aun cuando la densidad relativa es menor, pues

Saturno y su 14 anillos; dimensiones comparadas de este astro y de la Tierra.

Júpiter y Saturno están formados de materiales mucho más ligeros que nuestro globo; de modo que Júpiter, en vez de pesar como 1.200 Tierras, pesa como 300, y Saturno como poco más de 100. De todos modos, esta masa es suficiente para ejercer una formidable acción atractiva, de modo que Saturno hace también sentir su atracción sobre nuestro globo, aunque mucho más débilmente que Júpiter, y como éste, absorbe un inmenso número de cometas.

Saturno hace su revolución en torno del Sol en veintinueve años, diez meses y doce días; está separado de ese astro por 1.420 millones de kilótros, y emplea en su movimiento de rotación diez

Formación ideal del planeta Saturno.

horas y media. Sus polos, en vez de ser muy poco aplanados, como los de la Tierra, tienen un aplanamiento igual á la vigésima parte del diámetro del astro, y aun son más aplanados en Júpiter, lo que depende de la violentísima rotación de ambos cuerpos celestes. En el ecuador de Saturno, gracias á esta rápida rotación, difícilmente podrá sostenerse cuerpo alguno; de modo que si hubiese

allí habitantes volarían sin el menor esfuerzo, y
Vista ideal del anillo de Saturno desde dicho planeta.
más trabajo les costaría descender al suelo que

mantenerse en los aires.

Voy á hablaros ahora del anillo de Saturno. Está situado á la distancia de unos 30.000 kilómetros del planeta, y tiene sobre 200 de espesor. Está formado por tres anillos situados á algunos millares de kilómetros uno de otro, y que vistos

Inclinación de la Tierra sobre su eje.

desde el suelo de Saturno deben ofrecer un aspecto verdaderamente maravilloso, como el de un soberbio arco iris que ilumine las noches de cuatro horas de aquel mundo. Á esa espléndida iluminación contribuirán también las ocho lunas que giran en torno del astro, y una de las cuales, llamada Titán, es mayor que el planeta Marte. Durate mucho tiempo se creyó que los anillos de Saturno eran como aros de una sola pieza; pero resultaba muy difícil explicar cómo en su rápido giro en torno del planeta no se hacían pedazos ó porciones, lo que necesariamente habría sucedido también aunque fuesen líquidos ó gaseosos, lo que, por otra parte, no podía admitirse. La opinión más razonable es que esos anillos están formados por un gran número de asteroides que marchan muy próximos unos á otros, y que, por la rapidez de sus movimientos, parecen formar un solo anillo.

Más allá de Saturno, y á la distancia de 2.800 millones de kilómetros del Sol, está el planeta Urano, que emplea cerca de noventa años en dar la vuelta al astro del día. Tiene Urano cuatro satélites, según unos, y seis, en opinión de otros; pero las particularidades que ofrece ese astro son, de un lado, que los polos están casi tendidos sobre el plano de la eclíptica, de modo que recibirán del Sol mucho más calor y luz que el Ecuador, y el movimiento del planeta, en vez de ser de Occidente á Oriente, como el de casi todos los astros, viene casi á verificarse en la dirección de Sur á Norte, lo que, entre otros efectos, producirá, uno bien sensible para los habitantes de Urano, si es que los hay, y es que desde gran parte de uno de los hemisferios del planeta no se verá nunca el Sol, que de todos modos á tan gran distancia sólo aparece como una estrella de brillo deslumbrador. Otra particularidad de Urano es que sus satélites parecen girar en dirección opuesta á los de todos los demás astros; pero es probable que este hecho obedezca á la violenta inclinación del eje del citado planeta.

No es visible sino con ayuda de anteojo ó telescopio, y aun así aparece muy pequeño. Voy á mostrároslo, aunque seguramente no despertará

Tamaños comparados de Urano y de la Tierra.

en vosotros la impresión que Marte, Júpiter ó Saturno.

Aproximáronse los niños al anteojo, y vieron á través de él un diminuto astro de luz débil y azulada, en forma de media luna.

—Será muy pequeño ese planeta—dijo Luis.

—No lo creas; es de sesenta á setenta veces más voluminoso que nuestro globo, y aunque relativamente más ligero, ya se podrían formar con su masa cerca de docena y media de mundos como la Tierra.

Para terminar, os diré algo del último planeta del sistema solar, ó sea Neptuno. Se le descubrió por medio del cálculo, pues no pudiendo explicarse fácilmente ciertas perturbaciones que en los movimientos de Urano se observaban, hubo de suponerse que las ocasionaría algún astro situado

Tamaños comparados do Neptuno y de la Tierra.

más allá de él, y un astrónomo francés, muy notable Mr. Leverrier, llegó á calcular en 1846 el sitio del cielo en que debía buscarse dicho astro. Efectivamente, se encontró en la posición fijada por Mr. Leverrier, y aunque al principo se le dió el nombre del que lo había descubierto, al fin se le ha venido á llamar Neptuno, porque su luz presenta un matíz ligeramente verdoso, que recuerda el de las aguas del mar.

No he de intentar mostrárosle con este anteojo, pues no conseguiríamos verlo, y os diré tan sólo que se halla á más de 4.400 millones de kilómetros 

Venus en su perigeo (núms. 1 y 2) y en su mayor alejamiento de la Tierra (núm. 3 y 4).

del Sol, y que tarda en dar la vuelta en torno de éste, ciento sesenta y cinco años; de modo que un año de Neptuno equivale á más de siglo y medio de la tierra. El volumen de Neptuno es sobre ochenta veces mayor que el de la Tierra y su masa es veinte veces mayor que la de nuestro globo, y tiene, según unos, dos satélites ó lunas, y nueve según otros.

Ahora bien, suponiendo que existan seres inteligentes y vivos en todos estos mundos, ¿cuáles serán las condiciones en que se desarrolle su existencia? Si fuesen iguales á nosotros, no podrían sufrir los irresistibles calores de Mercurio ó los fríos glaciales de Urano y Neptuno, á que el Sol difícilmente llegará con la fuerza necesaria para elevar la temperatura á dos ó tres grados sobre el hielo. Indudablemente estarán conformados de un modo especial en cada planeta, y se diferenciarán mucho de nosotros en su figura, en su talla y en el alcance de sus sentidos. Quizá posean sentidos de que nosotros no podemos tener idea, y hayan encontrado medios de resistir los rigores de las temperaturas extremas á que están sometidos. Si hay en esos mundos seres de inteligencia elevada y que hayan llegado á sondear los más hondos problemas del estudio, ¿qué idea tendrán de nuestro planeta? Ya os dije que, á partir de Júpiter, la Tierra no se distingue ya á simple vista; de modo que los habitantes de Saturno, Urano y Neptuno, en su gran mayoría, ni aun sospecharán que existe nuestro mundo. Únicamente los hombres de ciencia, ayudados por telescopios de muy poderoso alcance, habrán logrado descubrirlo, y les parecerá que debe ser un astro casi inhabitable, por su proximidad al Sol, en cuyos rayos estará casi confundido. Con más dificultad aún se habrán hecho cargo de la existencia de Venus y Mercurio, que están mucho más cerca del astro del día.

Desde Neptuno, el Sol no es ya más que una estrella, pero mucho mayor que todas las demás que vean en el cielo, y que serán las mismas que

El Sol: tamaño aparente visto desde la Tierra y desde Neptuno.

vemos desde aquí. La claridad que les envíe será como mil veces menor que la que recibimos nosotros; pero así y todo, equivaldrá á la que pudieran dar cerca de 700 lunas como la nuestra, brillando á la vez en el cielo. Así, pues, la claridad de los últimos planetas de nuestro sistema será comparable á la que hay en la Tierra antes de amanecer ó después de haberse puesto el sol, cuando el crepúsculo empieza á ceder el puesto á la noche. No dejarían los espíritus impresionables y delicados de encontrar cierta encantadora poesía en esa luz discreta y suave.

En cuanto á los animales y vegetales de esos planetas, no es fácil calcular ni aun suponer cuáles serán sus formas y sus tamaños. Si, tomando los de aquí como punto de comparación, relacionásemos su tamaño con el peso de los cuerpos en los diferentes planetas, tendríamos que en Mercurio serían más pequeños que aquí, de modo que los hombres tendrían poco más de un metro de altura, y otro tanto sucedería en Saturno, Urano y Neptuno, en los que el peso de los cuerpos en la superficie es algo mayor que en la Tierra. En Júpiter, cualquier objeto pesaría dos veces y media más que aquí, de modo que siguiendo esa proporción y ciñéndolo todo á la manera de ser de nuestro mundo, los hombres tendrían sólo de 60 a 70 centímetros de altura. Lo contrario sucedería en Venus, donde su talla se acercaría á dos metros; en Marte, donde pasaría de tres; en nuestra Luna, donde llegaría á 10, y sobre todo en algunos de los asteroides, en que, por su poca masa y densidad, el peso de los cuerpos en la superficie es muy pequeño, comparado con el de la Tierra. Como veis, resultaría de aquí la extraña contradicción de que precisamente en los astros más pequeños serían mayores, no sólo los hombres, los animales y las plantas, sino también las montañas, cuya elevación está en relación íntima con la fuerza de gravedad. No cabe, pues, hacer hipótesis de esta naturaleza tomando como tipo las condiciones de nuestro mundo, porque nos exponemos á caer en errores muy graves.

Con lo que os he dicho basta para que os forméis idea de lo que es nuestro sistema planetario. A pesar de su inmensa extensión, no es, sin embargo, este sistema sino una gota de agua perdida en el océano del infinito.

Mañana consagraré mi conferencia á hablaros de la Tierra como planeta, y sobre todo de nuestro satélite la Luna, que bien vale la pena de que se consagre á su estudio atención detenida, porque es uno de los astros que más se diferencian de nuestro mundo por sus condiciones verdaderamente extrañas.