Las bizarrías de Belisa/Acto I

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Las bizarrías de Belisa
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

[Sala en casa de BELISA.]
Sale BELISA con vestido entero de luto galán,
flores negras en el cabello,
guantes de seda negra, y valona y FINEA.
FINEA:

  ¿Así rasgas el papel?

BELISA:

Cánsame el Conde, Finea.

FINEA:

¡Qué ingratitud!

BELISA:

Que lo sea
me manda amor.

FINEA:

Fuego en él,
 que pienso que no es tan vario
en sus mudanzas el viento.

BELISA:

Navega mi pensamiento
por otro rumbo contrario:
 castigó mi voluntad
el cielo.

FINEA:

No sé si diga,
que justamente castiga,
señora, tu libertad.
Tanto despreciar amantes,
tanto desechar maridos,
tanto hacer de los oídos
arracadas de diamantes,
 claro está, que habían de dar
[esa] ocasión al amor,
para vengar tu rigor.

BELISA:

Bien se ha sabido vengar.

FINEA:

 ¡Oh qué bien los has vengado
con querer agora bien
a quien, ni aun sabes a quién,
ni él tampoco tu cuidado!
 Tus desdenes con razón
agora diciendo están:
«¿qué se hizo el Rey Don Juan?
los Infantes de Aragón
 ¿qué se hicieron?»

BELISA:

No presumas
que desta mudanza estoy
arrepentida, aunque doy
agua al mar, al viento plumas;
 porque tengo la memoria
deste necio amor tan llena,
que juzgo poca la pena
para tan inmensa gloria.
 ¿Llaman?

FINEA:

Sí.

BELISA:

Pues quiero hablarte
con más espacio después;
mira quién es.

FINEA:

Celia es,
que ha venido a visitarte.

[Vase.]


CELIA:

 Prospere tu vida el cielo.

BELISA:

No sé, Celia, si querrá
tener ese gusto ya.

CELIA:

Ya la novedad recelo:
 dijéronme que te habían
visto con luto en la calle
Mayor, aunque gala y talle
la causa contradecían:
 y hallo que todo es verdad;
pero tanta bizarría
no es tristeza.

BELISA:

Celia mía,
murió.

CELIA:

¿Quién?

BELISA:

Mi libertad.

CELIA:

 Es imposible que en ti
haya faltado el desdén.

BELISA:

¿No es faltarme querer bien?

CELIA:

¿Tú quieres bien?

BELISA:

Yo.

CELIA:

¿Tú?

BELISA:

Sí,
 ya cesaron mis rigores.

CELIA:

Veré primero sembrado
de estrellas del cielo el prado,
y el cielo de hierba y flores,
 y trocando el natural
efeto veré también
a la envidia decir bien,
y a la virtud hablar mal;
 veré la ciencia premiada
y a la ignorancia abatida,
que es la verdad bien oída,
y que la lisonja enfada,
 y el imposible mayor
dar honra al que está sin ella,
que crea, Belisa bella,
que puedes tener amor.

BELISA:

 Una tarde (cuando el sol
dicen que en el mar se esconde,
y se le ponen delante
las cabezas de los montes,
cuando por aquella raya,
que con varios tornasoles
divide el cielo y la tierra,
y los días y las noches,
nubes de púrpura y oro
van usurpando colores
a las plumas de los aires,
y a las ramas de los bosques)
iba sola con Finea,
amiga Celia, en mi coche,
tan sol de mi libertad,
cuanto luego fui Faetonte,
que nunca verás tan altas
las soberbias presunciones,
que no las fulminen rayos
como a las soberbias torres.
Era en la parte del Prado,
que igualmente corresponde
a esa Fuente, Castellana
por la claridad del nombre,
que también hay fuentes cultas,
que, aunque obscuras, al fin corren
como versos y abanillos,
quiera el cielo que se logren.

BELISA:

Iba Finea cantando
en gracia de mis blasones
finezas del Conde Enrique
(que ya conoces al Conde,
y a sus papeles escritos,
para que, cuando me toque,
como papel de alfileres,
tenga papeles de amores)
y a mis locas bizarrías,
desprecios y disfavores,
como si hubiera nacido
de las entrañas de un roble,
cuando veo un caballero
con el semblante conforme
al suceso que esperaba.
Volvió la cara, y paróse
a escuchar quién le seguía
pero con pocas razones
desnudando las espadas
los ferreruelos descogen.
El que digo, el pie delante,
con el contrario afirmóse,
gala y valor, que en mi vida
vi hombre tan gentilhombre.
No era el otro menos diestro.

BELISA:

No te parezca desorden,
que siendo mujer te cuente
lo que es bien que ellas ignoren
que aunque aguja y almohadilla
son nuestras mallas y estoques,
mujeres celebra el mundo,
que han gobernado escuadrones:
Semíramis y Cleopatra,
poetas e historiadores
celebran, y fue Tomiris
famosa por todo el orbe.
¿No has visto cuando dos juegan,
que sin conocerse escoge
uno de los dos quien mira,
sin que el provecho le importe,
y quiere que el otro pierda,
sin saber que esto se obre
por conformidad de estrellas,
que infunden inclinaciones?
Pues desa suerte mi alma
súbitamente se pone
al lado del que juzgaba
por más galán y más noble.
Alzó el contrario de tajo,
a quien mi ahijado embebióle
una punta, con que dio
en tierra, mas levantóse
presto, porque después supe
que traía un peto doble
de Milán, labrado a prueba
del plomo, que muros rompe.

BELISA:

Acudieron a este punto,
tirándole varios golpes,
tres hombres a mi galán,
cosa indigna de españoles.
Pero dicen entre amigos,
que el enemigo perdone,
que sólo es vil el que huye,
y valiente el que socorre.
Con razón, o sin razón,
salto de mi coche entonces,
quito la espada al cochero,
que arrimado a los frisones
miraba a pie la pendencia,
todo tabaco y bigotes,
como si estuviera el necio
de la plaza en los balcones
y el Conde de Cantillana
acuchillando leones:
y partiendo al caballero,
me pongo de Rodamonte
a su lado. ¡Cosa extraña!
En fin, hombres de la Corte,
pues se volvieron humildes,
los que llegaron feroces.
Agradecido el galán
de dos tan nuevas acciones,
comenzó a hablarme, y no pudo,
porque de lejos dan voces
que la justicia venía,
que no hay Santelmo en el tope
después de la tempestad,
que como una vara asome.

BELISA:

Díjele: «En mi coche entrad,
que si los caballos corren
(porque éstos no son de aquellos
que repiten para cofres),
presto estaremos en salvo.»
Entró el galán y sentóse
en la proa, y yo en la popa,
como campos fronte a fronte.
Viendo que nadie venía
templó el cochero el galope,
y en la Fuente Castellana
para descansar, paróse.
Yo siempre que voy al Prado
llevo un búcaro, tomóle
el cochero, y dionos agua,
dile yo una alcorza, y diome
las gracias en un requiebro
que la mano agradecióle.
Con esto le persuadí
a que dejando favores,
me contase la ocasión
de la pendencia, que sobre
cosas de amor sospechaba,
que hay profetas corazones,
pues antes que la dijese,
celos me daban temores,
que el que ha de matarla, sabe
la garza entre mil halcones.
En fin, dijo de esta suerte...

BELISA:

(Agora a escucharme ponte,
para que como él a mí,
de mi desdicha te informe):
«Yo soy don Juan de Cardona,
hijo del señor don Jorge
de Cardona, aragonés,
y doña Juana de Aponte;
nací segundo en mi casa,
y así mi padre envióme
a Flandes, donde he servido
desde los años catorce
hasta la edad en que estoy;
volvieron informaciones
de mis servicios, y cartas
de aquel ángel, que coronen
los cielos, Infanta de Austria,
de divinos resplandores,
tía del Rey, que Dios guarde.
Pretendí luego en la Corte
a guisa de otros soldados;
pero entre otras pretensiones
de un hábito, vi una tarde
con otro de chamelote,
un serafín de marfil
con toda el alma de bronce:
quedé sin ella, seguíla,
servíla, y agradecióme
la voluntad, retirando
todo lo que no es amores.

BELISA:

Gasté, empobrecí; mi padre,
enojado, descuidóse
de mi socorro, y Lucinda
 (que éste es de esta dama el nombre),
desdeñosa, a puros celos
me mata viéndome pobre:
que no hay finezas que obliguen,
ni lágrimas que enamoren.»
Cuando esto dijo, quisiera
sacar los ojos traidores,
que por otra habían llorado.
¡Mirad qué envidia tan torpe!
Prosiguió que la pendencia
fue por ser competidores
él y el galán, porque teme
que si la obliga, la goce.
Finalmente paró el caso
en tantas lamentaciones,
que sin saber por qué causa,
quise arrojarle del coche.
Él llorando y yo sin alma
llegamos casi a las once
a mi posada. Roguéle
que me viese, y respondióme,
que sería esclavo mío,
con mil tiernas sumisiones,
y despedido e ingrato
a ver su dama partióse.

BELISA:

Quedé tan necia que apenas
sé por qué, cómo ni dónde
amo, envidio, y con los celos
temo que loca me torne,
porque pienso que es castigo
de aquellos tiranos dioses
Venus y Amor, de quien hice
burla, y los llamé embaidores.
Troqué las galas en luto,
la libertad en prisiones,
la bizarría en descuidos,
y en humildad los rigores.
Ni voy al Prado ni al río,
no hay cosa que no me enoje;
a la música soy áspid,
veneno a fuentes y flores,
soy, no soy, vivo, no vivo,
y entre tantas confusiones,
ni sé dónde he puesto el alma,
ni ella misma me conoce.

CELIA:

 Es suceso tan extraño,
que, a no ser tuyo, no fuera
posible que le creyera;
pagas justamente el daño
 que has hecho a tantos, ingrata.
Locura debe de ser
querer quien otra mujer
deja, aborrece y maltrata:
  pero de tu entendimiento
la mayor locura ha sido,
Belisa, no haber querido
divertir el pensamiento.
  ¿Ya no vas, como solías,
al Prado, ni al Soto?

BELISA:

No,
que más me entretengo yo,
Celia, en las tristezas mías,
 que en el lugar más remoto
con mayor descanso estamos.

CELIA:

Así vivas, que salgamos
estas mañanas al Soto.

BELISA:

 Si va a decir la verdad
(que encubrirla no es razón,
ni a mi justa obligación,
ni a tu segura amistad),
 con la ocasión deste mes,
de tantas damas paseo,
salgo al campo a ver si veo
quien me ha de matar después
 mas ni en Sotos, ni en Retiros
le he visto, ni él vuelve a verme.

CELIA:

Como en otros brazos duerme,
no despierta a tus suspiros;
 pero salgamos mañana,
que en mi buena dicha espero
hallar ese caballero;
que tengo por cosa llana,
 que, si le vuelves a ver
y más despacio mirar,
no sólo no le has de amar,
pero le has de aborrecer,
 que muchas cosas agradan
miradas súbitamente,
mas pasa aquel accidente,
y vistas despacio enfadan.

BELISA:

 Ay, Celia, yo quiero darte
crédito y seguir tu voto:
disfrazada voy al Soto.

CELIA:

Y yo quiero acompañarte.

BELISA:

  No ha de salir el Aurora
cuando estés aquí.

CELIA:

Sí haré.

BELISA:

Dar a tus consejos fe
mis esperanzas mejora,
  porque de la luna el velo
mirado con atención
descubre manchas, que son
indignas de tanto cielo.

(Vanse.)


[Calle con vista exterior de casa de LUCINDA.]
(Salen DON JUAN DE CARDONA, y TELLO, criado.)
DON JUAN:

 Tello, el amor no gusta de consejos,
y más del inferior.

TELLO:

Qué mayor prueba
de que el amor es loco
sin los consejos, de la vida espejos.

DON JUAN:

Y para el ciego amor, ¿es cosa nueva
tener la vida, y aun el alma en poco?

TELLO:

Quien tiene vista al que le falta guía,
que si entrambos son ciegos, van perdidos.
Cuando tu amor Lucinda agradecía,
estaban disculpados tus sentidos;
pero agora que quiere bien a Octavio
es infamia de amor sufrir su agravio,
sino buscar remedio.

DON JUAN:

¿Qué remedio?

TELLO:

Poner otros amores de por medio,
que así se curan cuantos han querido,
porque otro amor es el más breve olvido.

DON JUAN:

¿Con qué dinero, necio?

TELLO:

No todos los amores tienen precio.
Méritos tienes, ama.
¿Ha de faltar una mostrenca dama,
que te quiera por gusto?

DON JUAN:

¡Majadero!
¿Amores en la corte sin dinero,
y más agora que tan caro es todo?

TELLO:

Pues yo no sé otro modo,
ni hay médico en el mundo que, tomando
el pulso a un amador aborrecido,
no le recete otra mujer.

DON JUAN:

Si cuando
voy a buscar de tanto amor olvido,
se me pone delante la hermosura
de Lucinda, ¿podré yo por ventura
decir amores a otra cara?

TELLO:

Bueno,
una purga es veneno,
y por tener salud la toma un hombre.

DON JUAN:

Tello, ya no hay mujer que no me asombre.

TELLO:

Alejandro lloraba, porque había
un mundo solo, que con uno solo
dijo que no podía
con tanta tierra y mar de polo a polo
satisfacer su pecho.
Tú lo contrario has hecho,
que sola una mujer en Madrid quieres,
habiendo treinta mundos de mujeres:
morenas, pelirrubias, gordas, flacas,
unas mudas de lengua, otras urracas,
discretas, mentecatas, bachilleras,
airosas en las burlas y en las veras;
hay enanas, hay largas como trampa,
unas con pie de apóstol, consoladas
del ponleví que imprime poca estampa,
y otras, que en vez pudieran de arracadas
traer las zapatillas;
hay lázaras mujeres de amarillas,
que salen del sepulcro de las camas,
y otras, que de clavel parecen ramas;
hay romas, hay pioquintas,
unas que se contentan con dos cintas,
y otras como tarascas de dineros,
que engullen mayorazgos por sombreros;
unas piadosas, y otras socarronas,
tales severas, tales juguetonas;
unas mudables por andar más frescas,
y otras firmes de amor, como tudescas:
pero en siendo mujeres, sean morenas,
sean blancas o no, todas son buenas.

DON JUAN:

¡Qué pintura tan necia!

TELLO:

Pues yo, señor, ¿qué he dicho de Lucrecia
la casta y en camisa,
de Porcia y Artemisa,
una, avestruz de hierros encendidos,
y otra, sepultura de maridos?

DON JUAN:

¡Ay puerta! ¡Ay dulces rejas!
A Lucinda llevad mis tristes quejas.

TELLO:

Pues ya que llegas, llama.

DON JUAN:

Aun llegar a llamar teme quien ama.

[Llama.]


En la reja FABIA, criada.
FABIA:

 ¿Quién llama?, ¿quién está ahí?

DON JUAN:

Dile, Fabia, a tu señora,
que estoy aquí.

FABIA:

No es agora
tiempo de llamar ansí.

DON JUAN:

 ¿Por qué razón?

FABIA:

Porque está
desnudándose.

DON JUAN:

¿Tan presto?

FABIA:

No fuera término honesto
abriros la puerta ya.
 Id con Dios, don Juan, que habemos
de madrugar, para ir
al Soto.

DON JUAN:

¡Que vengo a oír
tal crueldad!

TELLO:

No hagas extremos.
 Mira que en la calle estás.

DON JUAN:

Fabia, Fabia, espera.

FABIA:

Espero,
¿qué queréis?

DON JUAN:

Di que la quiero
una palabra no más.

FABIA:

 Bueno, en comenzando a hablar,
tanto vendrás a empeñarte
que venga el sol a rogarte
que la dejes acostar.

DON JUAN:

 Abre, Fabia.

FABIA:

¡Qué locura!

Sale a la reja LUCINDA.
-[Dichos.]
LUCINDA:

¿Con quién hablas?

FABIA:

Con don Juan
de Cardona.

LUCINDA:

¿Y qué dirán
de tanta descompostura
 en la peor vecindad
que tiene calle en Madrid?

DON JUAN:

Lucinda hermosa, advertid,
que es linaje de crueldad
  indigno de un caballero
como yo, tratarme ansí.

LUCINDA:

Lo que Fabia os dijo aquí
daros por disculpa quiero,
 porque habiendo de salir
del alba al primer albor,
no será razón, señor,
que no me dejéis dormir:
el afeite natural
en el buen sueño reposa,
que no se levanta hermosa,
mujer que ha dormido mal:
Id con Dios, y presumid,
que os amo y tengo respeto.

DON JUAN:

Que yo me fuera, os prometo,
señora, pero advertid
que ver a Fabia turbada
tan necios celos me ha dado,
que pienso que lo ha causado
el estar vos ocupada.
Abrid, que con sólo entrar
luego me vuelvo a salir.

LUCINDA:

Ésta no es hora de abrir,
ni de dar que murmurar,
que hay vecina tan liviana,
que para escuchar despierta,
apenas oye la puerta
cuando ocupa la ventana.
Hacedme esta cortesía
de que os vais.

DON JUAN:

Es imposible
sin entrar.

LUCINDA:

¡Ya estáis terrible!

DON JUAN:

Amor, Lucinda, porfía
que le lleve a vuestra sala
sólo a dejar estos celos.

LUCINDA:

Ponerme en tantos desvelos,
ni es cortesía, ni es gala,
id con Dios, que puede ser
que os resulte algún pesar.

DON JUAN:

Pues vive Dios que he de entrar,
y que lo tengo de ver.

[Intenta forzar la puerta.]
LUCINDA:

¿Golpes a mi puerta?

DON JUAN:

Y coces
hasta ponerla en el suelo.

Salen OCTAVIO y JULIO
con broqueles y espadas.-[Dichos.]
[Abriendo la puerta de casa de LUCINDA.]
OCTAVIO:

A tanta descortesía,
y a tan loco atrevimiento,
saldrá el honor de esta casa
a castigar vuestros celos.
La puerta está abierta, entrad.

DON JUAN:

No era sin causa el tenerlos.
Vuesas mercedes me digan
si son hermanos u deudos
desta dama, u son galanes.

OCTAVIO:

Pues que no quiere entrar dentro,
donde supiera quién somos,
afuera se lo diremos.

DON JUAN:

Salgan, y sabrán también
con los celos, o sin ellos,
que soy don Juan de Cardona.

TELLO:

Y yo Tello su escudero.

LUCINDA:

Ay, Fabia, ¿qué haré?

FABIA:

Acostarte,
y dense.

LUCINDA:

Sin alma quedo.

DON JUAN:

Aquí, Tello

TELLO:

Vengan otros,
que éstos ya huelen a muertos.

(Vanse.)


[El Soto de Manzanares.]
(Salen el CONDE ENRIQUE y FERNANDO, criado.)
CONDE:

Bravo Mayo.

FERNANDO:

No permite
distancia sin flor al suelo.

CONDE:

Con las estrellas del cielo
en el número compite.

FERNANDO:

  Crecido va Manzanares.

CONDE:

Imita al que ruin nació,
que cuando crecer se vio,
despreció los patrios lares,
que al humilde nacimiento
sucede como a este río,
que descubre en el estío
su arenoso fundamento.
¡Oh bien haya aquel discreto,
que cuando se mejoró
de fortuna, se quedó
con aquel mismo sujeto.
No disminuye el valor,
antes muestra en parte alguna
quien desprecia la fortuna,
que la merece mayor.
Muchos conozco yo aquí
tan discretos en su estado,
que todo lo que han mudado,
es lo que hay fuera de sí.
Pero esto aparte dejando,
y viniendo al desatino,
con que aquel desdén divino
me quiere matar, Fernando,
¿cómo no ha venido a ser
de aquestos campos aurora,
que ya dice el sol que es hora
de salir, y amanecer?

FERNANDO:

Estaráse componiendo
de galas y bizarrías,
con que estos festivos días
sale de aurora riyendo,
y en este verde teatro
hace la madre de amor.

CONDE:

Yo, que adoro su rigor,
y su desdén idolatro,
conjuraré su donaire
para que venga.

FERNANDO:

Ya espero
que te obedezca ligero
su espíritu por el aire.

CONDE:

Ponte el sombrero, Belisa,
pluma blanca y randas negras,
aunque no ha menester plumas
quien en tales pies las lleva.
Ponte al espejo, y retrata
en su cristal tu belleza,
para que tengas envidia
de que nadie te parezca.
Que tú sola de ti misma
puedes trasladar las señas,
formando tú y el cristal
otra mentira tan bella.
Mira que te aguarda el Soto,
y que en su verde alameda
aún no han cantado las aves,
por esperar que amanezcas.
Péinate el pelo a lo llano,
y no lo rices en trenzas,
que si te ven la jaulilla,
harás que las aves teman.
Mira que rosas y lirios
para salir a la selva,
no rompen la verde cárcel
hasta que les des licencia.
Sarta de cuentas de vidrio
banda de tu cuello sea,
por que cuando te la quites
quede convertida en perlas.
Con las flordelises de oro
ponte la verde pollera,
pues que son pueblos en Francia
mi esperanza y tus defensas.

CONDE:

Para que la cuesta bajes
a tus chinelas acuerda,
que hay muchos ojos que suben
cuando se bajan las cuestas.
Ponte en la cabeza rosas,
y en los zapatos rosetas,
de manera que en los pies
y en la cabeza se vean.
Aunque yo tengo más celos
del pie que de la cabeza,
que aunque toda vas florida,
no a lo menos toda honesta.
Ven a matar de mañana,
aunque el amor forme quejas
que esté durmiendo el aurora,
y tú, Belisa, despierta.
Si alguno te dice amores
destos que de hablar se precian,
di que no vas a mirar,
sino sólo a que te vean.
Así, discreta Belisa,
segura del Soto vuelvas,
que no te engañen los ojos
esto que llaman guedejas.
Ponte el manto sevillano,
no saques más de una estrella,
que no has menester más armas,
ni el amor gastar sus flechas.
Más airosa vas tapada,
y al fin con menos sospecha
que matando cuanto miras,
te conozcan y te prendan.
Bien puedes salir, que ya
los ruiseñores comienzan
a ser campanas del alba,
para que la tuya venga.

FERNANDO:

Quedo, no conjures más.

CONDE:

¿Por qué?

FERNANDO:

Porque ya se acerca.

CONDE:

¡Oh conjuros amorosos,
divina tenéis la fuerza!

Sale BELISA con la mayor gala de color que pueda,
manto y sombrero de plumas,
y FINEA de la misma suerte.-[Dichos.]
(Sin ver al CONDE.)
BELISA:

¿Adónde Celia quedó?

FINEA:

Con unas amigas queda
sentada orilla del río.

BELISA:

Como no tiene mis penas,
cansóse de verme andar
buscando la causa dellas.
Mucho es que aquestas mañanas
don Juan al Soto no venga.

FINEA:

Tendrále preso Lucinda

BELISA:

¡Cómo, si don Juan se queja
de sus desdenes y engaños!

FINEA:

¡Qué bien tus celos consuelas!

BELISA:

(Aparte a FINEA.)
¡Ay, Finea! ¡El Conde!

FINEA:

Amor
hoy quiere que coger puedas
en el Soto de Madrid
los azahares de Valencia.

CONDE:

Ya es tarde, Belisa ingrata,
para encubriros de mí,
que dentro del alma os vi,
en cuyo espejo os retrata.
Ya que los campos de plata
la dorada aurora pisa,
no envidien su dulce risa
las aves, fuentes y flores,
cuando con más resplandores
sale a los nuestros Belisa
Y aunque con sola una estrella
podéis dar luz, no es razón,
que esconda el manto a traición,
la que ha venido con ella.
Descubrid, Belisa bella,
la que venís ocultando;
mátenme entrambas, que cuando
es tan cierta la vitoria,
bien es que partan la gloria
de haberme muerto mirando.
La mayor honestidad,
que fue de la villa espejo,
le debe al campo el despejo
de su verde soledad.
Descubrid, mirad, matad,
que es cruel razón de estado
mostrar con el desenfado
de que amor se maravilla,
bizarrías en la villa,
y desdenes en el Prado.

BELISA:

No por veros me encubrí,
cuando me alegré de veros.

CONDE:

Gracias al amor, y al campo
en que más humana os veo.
¿Queréis escucharme?

BELISA:

Sí,
que tan cortés caballero
no dirá cosa en mi agravio.

CONDE:

Oíd.

[Hablan bajo BELISA y el CONDE.]


Salen DON JUAN y TELLO
[sin ver a BELISA.-Dichos.]
DON JUAN:

No descubro, Tello,
en todo el Soto a Lucinda,
y en su casa nos dijeron
que había salido al campo.

TELLO:

Que nos engañaron temo,
que esto de enviar al Soto
siempre ha sido mal agüero.

DON JUAN:

No estará, Tello, Lucinda
con Octavio por lo menos.

TELLO:

Bravo revés le pegaste.

DON JUAN:

Como le sentí en el pecho
defensa, tiré por alto.

TELLO:

Si no llega gente, creo
que en Enero vuelvo a Julio
tiréle un tajo, y abriendo
el broquel, subió tan alto
por esos aires el medio,
que, apartadas las estrellas,
pienso que no estuvo un dedo
de descalabrar la luna.

DON JUAN:

Vengué con sangre mis celos,
mas mira, por Dios, si ves
a Lucinda

TELLO:

Preguntemos
por ella.

DON JUAN:

¿A quién?

TELLO:

A este Soto
ejército de conejos.
Diga, señor Manzanares,
saca-manchas de secretos,
a quien debe su limpieza
la información de los cuerpos,
el que lava en el verano
lo que se pecó en invierno,
cuya espuma es de jabón,
cuyas orillas de lienzo,
¿ha visto vuesa merced
una mujer de buen gesto,
muy enemiga de amores,
muy amiga de dineros,
que desde pobres acá
la perdió don Juan por serlo,
y con ella una criada,
centella de aqueste fuego,
que le hurta los borradores,
como los poetas versos?
Habla el río: «Esa mujer
que habéis perdido, escudero,
está en casa con Octavio
almorzando unos torreznos,
con sus duelos y quebrantos.
(¡Tal me vinieran los duelos!)»
«¿De qué lo sabéis, buen río?»
«De que estoy en su aposento
en un cántaro, que al rostro
le doy el primer bosquejo.»
¿Oyes lo que dice el río?

DON JUAN:

Oigo que vienes muy necio.

FINEA:

Señora, señora, escucha.

BELISA:

¿Qué quieres?

FINEA:

Don Juan y Tello
están junto a aquellos olmos.

BELISA:

Señor Conde, yo me atrevo,
en fe de vuestro valor
que me aguardéis un momento
junto a aquel coche, entretanto
que con aquel caballero
hablo dos palabras solas.

CONDE:

Si siendo celoso puedo
ser cortés, iré forzando
mi paciencia a obedeceros;
pero sufrir que un galán,
Belisa, os diga requiebros,
más viene a ser bajo estilo
que amoroso sufrimiento.

BELISA:

No es galán, aunque lo es,
y así no hay de qué ofenderos,
pues el nombre de marido
siempre mereció respeto;
de Aragón viene a casarse
conmigo; que os vais os ruego,
que no es de cobarde amante
en público, ni en secreto,
para no perder la dama,
dejar el campo a su dueño.

CONDE:

¿Que estáis casada?

BELISA:

No sé,
esto han tratado mis deudos.

CONDE:

¡Por cierto que él es galán!

BELISA:

¿No os parece que me empleo
justamente en él?

CONDE:

Después
os responderán mis celos.

(Vanse el CONDE y FERNANDO.)


[BELISA, FINEA; DON JUAN, TELLO.]
BELISA:

Señor don Juan, los soldados
y caballeros, ¿tan presto
olvidan obligaciones?

DON JUAN:

Señora mía, no pienso
que os ha ofendido mi olvido,
falta sí de atrevimiento.
Dos mil veces he querido,
obligado a lo que os debo,
ir a besaros la mano,
y a resolverme no acierto.
¡Qué buena ventura mía,
pues la he tenido de veros,
que esta mañana me trujo
donde tan hermosa os veo!
¡Qué bizarra! ¡Qué gallarda!
¡Qué talle! ¡Qué lindo aseo!
¿Qué jardín se debe a Mayo?
¿Cuándo Abril se fue lloviendo
tantas rosas, tantas flores?
¡Qué airosamente el sombrero
(coronel de vuestros ojos,
timbre de vuestros cabellos)
os hace Marte del Soto,
belicosamente Venus,
para matar y dar vida
a los mismos que habéis muerto!

BELISA:

¿Lisonjas después de olvidos?
¿Después de agravios, requiebros?
Guardadlos para Lucinda
¿Después de ingrato, discreto?
¡No, señor don Juan! ¿Vos sois
Cardona? ¿Vos caballero
de Aragón? ¿No hay más disculpa
que decir «quiero y no tengo»
de perdido por Lucinda?
¿Cómo os va con ella? ¿Hay celos?
¿Hay desdenes? ¿Hay galanes?
Ya se deben de haber hecho
las amistades, hablad.
¿De qué os suspendéis?

DON JUAN:

No puedo
deciros de mis desdichas
más de que loco amanezco
en su calle, donde el sol
me deja, cuando por cercos
de oro en el mar de Occidente
argenta el rubio cabello,
hasta que peina el del alba
con los rayos de su eterno
curso, ilustrando los aires,
dorando el verde elemento,
cual suele por verde selva
celoso novillo huyendo
de su contrario, en los troncos
romper la furia soberbio,
temblar las ramas, sonando
por varias partes los ecos,
cubrir de polvo las nubes
arañando el seco suelo;
así yo la calle asombro,
para mi selva de fuego,
rompiendo a las duras rejas
con mis suspiros los hierros.

BELISA:

¡Qué linda comparación!
¡Qué bien aplicado ejemplo!
¡Qué bien pintado novillo!
¡Qué amanecer! ¡Qué concepto!
¿Sois poeta?

DON JUAN:

¿Quién, señora,
no ha hecho malos o buenos
versos amando, que Amor
fue el inventor de los versos?

BELISA:

En lo tierno se os conoce.
¿Queréis hacerme un soneto
a una mujer, que castiga
la fortuna, amor y el tiempo?
La fortuna por soberbia,
por venganza el amor ciego,
y el tiempo con derribar
sus bizarros pensamientos;
tan necia que quiere a un hombre,
después de tantos desprecios,
que está abrasado por otra.

DON JUAN:

De componerle os prometo,
pero advertid que no soy
culto, que mi corto ingenio
en darse a entender estudia.

(Hablan bajo BELISA y DON JUAN.)


TELLO:

Ninfa del sombrero al sesgo,
¿quiere veinte y dos palabras?

FINEA:

Quite veinte y diga presto.

TELLO:

No sois vos de mala casta.
Yo soy un mozo moreno,
natural de Calahorra.
Ya he dicho las dos, si tengo
de hablar más, prorrogue el pacto.

FINEA:

Por no estorbar nuestros dueños,
llegue cerca, y diga.

TELLO:

Digo.

[Hablan bajo TELLO y FINEA.]


Salen LUCINDA,
con sombrero de plumas,
y FABIA.-[Dichos.]
LUCINDA:

[Aparte a FABIA.]
Ya te he dicho lo que siento.

FABIA:

¿Pues cómo, si quieres bien
a don Juan, le estás haciendo
tiros con Octavio, a un hombre
que te adora?

LUCINDA:

Porque espero
a puros celos rendirle,
de manera que troquemos
la esperanza en posesión,
y el amor en casamiento.

FABIA:

¿Por mal le quieres llevar?

LUCINDA:

Reducido a tal extremo,
él se casará conmigo.

FABIA:

¿Por bien no es mejor consejo?

LUCINDA:

¡Ay, Fabia, aquí está don Juan!

FABIA:

Y no está ocioso a lo menos.

LUCINDA:

¡Gentil mujer! ¡Bravo talle!

FABIA:

Hasta el socarrón de Tello
tiene su poco de dama.

(A BELISA.)
DON JUAN:

Si habéis tenido deseo
de conocer a Lucinda,
agora veréis si tengo
buen gusto.

BELISA:

¿Es ésta?

DON JUAN:

¿No veis
en la mudanza que han hecho
mis ojos, que quiere el alma
salir a verla por ellos?

BELISA:

Vos estáis bien empleado;
con tanto, con ella os dejo.

DON JUAN:

Antes no, que quiero yo
probar también a dar celos.

BELISA:

¿Deso tengo de servir?

DON JUAN:

Ya que por mi amparo os tengo,
suplícoos, pues no os importa,
que entre los dos la matemos.

BELISA:

(Aparte.)
Ahora bien, va de matar.
¿Qué es esto que intento? ¡Ay cielos!
¿Estoy loca? ¿Soy quien fui?
¿Quién en tanto mal me ha puesto?

LUCINDA:

Suplico a vuesa merced,
mi reina, la del sombrero
blanco, que por otra tal
me preste ese caballero,
que si le ha menester mucho,
y ha sido galán al vuelo,
para hablalle dos palabras,
que le volveré tan luego
que apenas sienta su falta.

BELISA:

Ninfa del sombrero negro,
y los guantes de achiote,
no entra bien con el pie izquierdo,
si viene a tomar la espada,
porque es terminillo nuevo
pedir el galán prestado;
pero que sepa, le advierto,
que soy como amigo ruin,
que ni convido, ni presto.
(Aparte a DON JUAN.)
¿Voy bien?

DON JUAN:

Extremadamente.
(Aparte a BELISA.)
Decidle más.

BELISA:

¡El despejo
con que me pide el galán,
que es alma de aqueste pecho!
¿Queréis más?

DON JUAN:

(Aparte a DON JUAN.)
Matadla, muera.

LUCINDA:

(Aparte a FABIA.)
¡Ay, Fabia, que estoy muriendo!

(A Lucinda)
BELISA:

¿Pero sobre qué le pide?
Quizá nos concertaremos
a manera de mohatra,
con prendas, ribete, y tiempo,
porque no hay diamantes chinos,
oro en Tibar, ni en el Cerro
de Potosí plata, ni ámbar
en la Florida, por...

LUCINDA:

Quedo,
no pase de por.

BELISA:

¿Por qué?

LUCINDA:

Porque si es amor mohatrero,
no tengo más prendas yo
que palabras, juramentos,
papeles, firmas, engaños.

BELISA:

No hacemos nada con eso.
Vuesa merced se ha engañado,
que este galán me le llevo
como mi marido acaso.

LUCINDA:

¿Marido?

BELISA:

Lo que le cuento.

LUCINDA:

¡Jesús!

BELISA:

Si ha de desmayarse
del susto deste suceso,
acérquese más al río,
dama, porque caiga dentro.
(Aparte a DON JUAN.)
Dadme la mano, mis ojos.

DON JUAN:

Y el alma es poco.

LUCINDA:

No quiero
verlos ir, vámonos, Fabia.
¿Esto llaman amor? ¡Fuego!

(Vanse LUCINDA y FABIA.)
DON JUAN:

¡Oh, qué bien me habéis vengado!

[BELISA, DON JUAN, FINEA, TELLO.]
BELISA:

(Aparte.)
¡Ay, cielos! De mí me vengo.

DON JUAN:

Muriendo voy por Lucinda

BELISA:

(Aparte.)
Y yo abrasada de celos.
 

(Vanse BELISA y DON JUAN.)


[TELLO, FINEA.]
TELLO:

Dame tú también la mano.

FINEA:

¿Tiénesla lavada?

TELLO:

Pienso
que ayer hizo tres semanas.
¿Tu nombre?

FINEA:

Finea.

TELLO:

Bueno,
Fineza te he de llamar.

FINEA:

¿Y el tuyo?

TELLO:

Tello

FINEA:

Si es Tello
de Meneses, comerás
muchas tortillas de huevos.

TELLO:

Mejor estas manecitas,
como yo fritas en ellos.

FINEA:

¡Ay qué Tello!

TELLO:

¡Ay qué Finea!
¡Ay qué niña de los cielos!

FINEA:

¡Ay qué socarrón!

TELLO:

¿De quién?

FINEA:

¿De quién dices? Del infierno.

TELLO:

Dame un favor.

FINEA:

Tuya soy.

TELLO:

¡Qué barbita!

FINEA:

¡Qué moreno!