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Las brujas (novela)/IV

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II

La muerte edificante de la Miruella produjo en la casa de la portalada los efectos más maravillosos. Juana volvió a ser la moza robusta y fuerte, porque Felipe se casó con ella enseguida, sin más excitaciones nuevas que las de su conciencia. Teresa no volvió a tener cardenales en el cuerpo ni amarguras en el alma, porque Gorio, libre de la pasión del vino, no la pegaba jamás; y como éste reconquistó su antigua condición de labrador activo e inteligente, supo recuperar parte de la hacienda malvendida en azarosos días, y con ella el bienestar de toda la familia que, como ya no creía en brujas, arrojó por las bardas del corral los azabaches del rojillo, con lo cual no quedó éste tan tranquilo como deseara.

Pero ¿querrán ustedes creer que antes de cumplirse un año de la muerte de tía Bernarda, ya había en el mismo pueblo, si no en el mismo barrio, otra bruja tan odiada, tan temida y tan bruja como la Miruella?