Las carretas
¡Si yo pudiera recordarlas todas!
¡Vi tantas en mi vida!...
Cuando era pequeño
frente a mi casa "desuñían".
Ramazones de sauces o sarandíes
les tapaban las bocas.
Venían de las huertas, cargadas de sandias.
¡Qué bien evoco ahora la avidez de nosotros!
Hundíamos la boca en las medias lunas
negras y rojas
de las tajadas de carne y azúcar.
Era en el paradero del mercado.
Bajo los aromos o paraísos,
la pereza eterna de los bueyes,
el péndulo de la cola combatiendo
a jejenes y tábanos. En la "playa"
los pértigos formaban una cruz.
Al centro, los hombres en cuclillas.
¡Y el ajuste y la cala del frutal tesoro!
Las sandías abiertas mostrando el corazón,
carcajada roja qué reía al sol.
Otras, madrugadoras, de las sierras,
con los troncos magníficos hacinados al centro,
frescos aún de savia, olorosos de campo...
¡Qué dulzura agraz en sus nombres indígenas!
Cuando me hice amigo de los caminos largos
las comprendí mejor: ellas eran el hogar andariego.
Abrazadas las bocas por las garras de un cuero,
ofrecían un lecho de romerillo o carqueja
al cansancio de los carreros.
Abajo, balanceándose en la marcha,
lo que precisa un hombre para vivir contento:
el barril para el agua, la olla de tres patas,
la caldera de hierro...
Y en una ¡ata, con la boca hacia abajo,
la patente: el gobierno...
Los costados llevaban heráldica campera:
el nombre del pago, el de la novia y el color de la cinta,
que en los tiempos heroicos adornaba el sombrero.
Las carretas son toda la historia terruñera.
Son todas iguales y todas diferentes.
Única es su pereza,
y distinta la música de sus ejes.
Son como el pago mismo
cordiales, afectuosas, fraternales.
Una vez yo vi una que decía:
"Paisano, buenos días.
Si gusta vamos juntos,
como buenos amigos ...
Las carretas caminan rumbos hacia el pasado.
¡Son las abuelas de los pagos!