Las cuentas del Gran Capitán/Acto I

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​Las cuentas del Gran Capitán​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I
Acto II

Acto I

Salen ESPINELO y ALBERICO.
ESPINELO:

  Puesto que su grandeza se atreviese
con el valor de su invencible estrella,
y de Alejandro la opinión tuviese
que por el nombre ya igualó con ella;
saldrá el gran Capitán, aunque le pese,
aquesta vez de Nápoles la bella,
porque mis cartas van haciendo efeto.

ALBERICO:

No hay que advertir a un hombre tan discreto.
  Pero parece que podréis primero
sacar, por más que la calumnia afirme,
a las estrellas fijas del crucero,
que en las esferas le llamaron firme.
Desengastar el Sol os considero,
de aquel esmalte azul, sin persuadirme,
que le saquéis de Nápoles, ni pueda
haber engaño que a su nombre exceda.
  Corre del Norte al Sur la ilustre fama
de Gonzalo Fernández, de tal modo
que el grande a voces (como veis) le llama,
y ya lo es tanto que lo ocupa todo.
Y puesto que la envidia le desama,
y a sus persecuciones me acomodo;
confieso su virtud y su grandeza.

ESPINELO:

No hay en la tierra estado con firmeza,
  puesto que va creciendo cada día
su autoridad y nombre en todo el suelo,
también mengua en su Rey por causa mía
el crédito que tiene de su celo.
La nave, que las aves desafía,
y con alas de lienzo excede el vuelo
de su pluma veloz, que al aire estiende,
una rémora débil la suspende.
  Yo he escrito al rey Fernando de Castilla,
por muerte de Isabel, sin ella agora,
que aquestos reinos a Felipe humilla,
por Juana de su puesto Sol Aurora.

ALBERICO:

¿Creeralo el Rey?

ESPINELO:

No hay amistad sencilla,
amor ni voluntad, que en sola un hora
no derribe en los príncipes al suelo,
cualquiera información, bueno o mal celo.
  El Rey con esto sospechoso vive,
y del gran Capitán mil quejas forma,
que su inocencia, fe y lealtad le escribe,
con quien la fama universal conforma.
Mas la satisfación tan mal recibe,
y lo que toda Nápoles le informa;
por el temor que de su yerno tiene,
que ya de Flandes a Castilla viene.
  Que solo quiere que se vuelva a España,
y a don Alonso de Aragón envía
con el gobierno deste Reino.

ALBERICO:

Estraña
causa de competencia.

ESPINELO:

El Rey porfía
a quedarse en Castilla.

ALBERICO:

Amor le engaña,
por Isabel la posesión tenía,
si hereda Juana; justamente ha sido
el Rey, el Archiduque su marido.
Reine Felipe de Austria, que a su nieto
  Carlos, no ha de quitarle el rey Fernando
el natural derecho.

ESPINELO:

Vive inquieto,
no dejar a Castilla procurando.
Aquí mi información halló su efeto,
y persuadiose el Rey, imaginando
que en el gran Capitán caber podría,
darle este Reino, al que a reinar venía.

ALBERICO:

  No me espanto que el Rey lo haya creído
celoso de su yerno, y que en desgracia
de Fernando el Virrey haya caído,
aunque estuvo primero en tanta gracia.

ESPINELO:

Yo sé que ya le tengo persuadido,
que es desleal con fuerza y eficacia
tan fuerte, que podrá solo mi engaño
sacarle deste Reino con su daño.

(Sale un PAJE.)
PAJE:

  El Virrey, mi señor, me mandó agora,
que os llamase a los dos.

ALBERICO:

Los dos iremos
a ver lo que nos manda su Excelencia.
(Vase el PAJE.)
Cosa que haya entendido nuestro trato.

ESPINELO:

Bueno fuera que el Rey le diera aviso.

ALBERICO:

¿No puede ser?

ESPINELO:

Es imposible caso.

ALBERICO:

Nunca tanto os fiéis de la mentira,
que luego se conoce si se mira
como moneda falsa, que por eso,
aunque finge el color, no finge el peso.

(Vanse.)
(Salen POMPEYA y JULIA, damas.)
JULIA:

  Ya tan española estás,
que todos lo echan de ver.

POMPEYA:

Mucho más lo pienso ser,
si tu licencia me das.

JULIA:

  Yo no hablo con malicia,
ni he codiciado a don Juan,
si bien por cuerdo y galán
pone en tus ojos codicia.

POMPEYA:

  Más me agrada que Fabricio,
yo te digo la verdad.
Pero de mi voluntad
es este el primer indicio.
  Que de los pasos de amor,
aún no he tocado el segundo,
ni en sus pensamientos fundo
principios de mi favor.
  Que si del gran Capitán
es, como sabes, sobrino;
también es Fabricio Urfino
tan noble como don Juan.

JULIA:

  ¿Para qué buscas rodeos
en cosas tan declaradas?
A España, de quien te agradas,
te llevan siempre deseos.
  Siempre ha de ser vitoriosa
España, siempre mejor;
más en ti señal de amor
que en mí de que estoy celosa.
  Nunca de alabar te olvidas
sus triunfos y sus despojos;
que aun las niñas de los ojos
tienes de español vestidas.

POMPEYA:

  Como hablo con don Juan,
y que se acerque le dejo,
y son los ojos espejo,
vese su traje galán.
  Habla tú también con él,
y vestirás de español
tus niñas, aunque en el Sol
nadie se ha mirado bien.

JULIA:

  ¿Burlas, Pompeya?

POMPEYA:

No creo,
que me he burlado contigo
después que tratas conmigo.

JULIA:

Como eso puede un deseo.
  Don Juan viene a meter paz.

POMPEYA:

Aquí no hay guerra ninguna;
que si es mujer la fortuna,
amor es niño y rapaz.

(Sale DON JUAN DE CÓRDOBA.)
DON JUAN:

  Diome aviso desta junta
Mendoza, y quise gozar
tan buena visita, y dar
respuesta a vuestra pregunta,
  que va en aqueste papel.

POMPEYA:

Siéntese Vueseñoría,
que aunque es la pregunta mía
no quiero respuesta en él.

DON JUAN:

  También os la quiero dar
a boca, si sois servida.

JULIA:

(Aparte.)
De celos estoy perdida.

POMPEYA:

Pues quiero el papel guardar
  para mejor ocasión.

(Da DON JUAN un papel a POMPEYA, y siéntanse los tres.)
JULIA:

Respuesta a pregunta.

POMPEYA:

Sí.

JULIA:

Veamos.

POMPEYA:

No es para ti,
que cosas de España son.

JULIA:

  También tengo yo deseo
de la grandeza de España:
muestra a ver.

POMPEYA:

Ya estás estraña.

DON JUAN:

Que se burla Julia creo.
  Aquí tengo el borrador,
si es de mi ingenio el cuidado,
que aquel papel es traslado.

JULIA:

(Aparte.)
Declarado está su amor.

DON JUAN:

  Pompeya me preguntó.

JULIA:

Esperad, dígalo ella,
por ver si viene con ella
esta respuesta.

DON JUAN:

Eso no,
  que es poner en mi verdad
falta; y vos no sois jüez
de preguntas, ni esta vez
de saber mi voluntad.
  Digo que me preguntó
qué era amor, y respondí
en este Soneto así.

POMPEYA:

Ya quise decirlo yo;
  mas por no ser descortés,
hablando el señor don Juan,
quise callar.

JULIA:

(Aparte.)
No podrán
mis celos callar después.
  ¿No dijisteis que el papel
era de cosas de España?

DON JUAN:

Pues en eso no os engaña,
si es amor cuanto hay en él.

JULIA:

  ¿Solo en España hay Amor?

POMPEYA:

Si sus grandezas están,
Julia, todas en don Juan
por su sangre y su valor;
  tratando su amor aquí,
de cosas de España trata.

JULIA:

¿Pues ama?

POMPEYA:

A quien no es ingrata.

JULIA:

¿A quien no es ingrata?

POMPEYA:

Sí.

JULIA:

  (Aparte.)
Basta, que aún vengo yo a ser
alcagüeta entre los dos.

DON JUAN:

¿No escucháis?

JULIA:

Hablando vos
será fuerza enmudecer.

DON JUAN:

(Lee.)
  La opinión general pinta desnudo
al ciego Amor, y en esto no se engaña;
que cuando de intereses se acompaña,
ni lo es, ni lo será, ni serlo pudo.
Dicen, que es gala al tosco, ingenio al rudo,
propia amistad, correspondencia estraña,
mano al avaro, y al inhábil maña,
freno al soberbio, y al cobarde escudo.
Dicen, que es un afecto, que conquista
la hermosura en quien hace el alma empleo,
sin que prudencia humana le resista.
Yo digo, que es Amor (y en mí lo veo)
un animal que le engendró la vista,
dio vida el trato, y manos el deseo.

JULIA:

  A ver el papel, que entiendo
que lo decís de memoria.

DON JUAN:

Viene Fabricio.

JULIA:

(Aparte.)
La historia
de su amor voy conociendo.
  Necia esperanza me engaña.

(Sale FABRICIO URFINO.)
FABRICIO:

No vengo a buena ocasión,
pues vuestra conversación
ocupa el valor de España.

DON JUAN:

  Siempre vos, señor Fabricio,
en toda parte tenéis
el lugar que merecéis.

FABRICIO:

El desta casa codicio,
  como la de más valor.
(Siéntase.)
¿Qué se trataba?

DON JUAN:

Leía un soneto.

FABRICIO:

Trataría
dulces efetos de amor.

DON JUAN:

  No trataba sus efetos,
sino sus difiniciones.

FABRICIO:

Tiene mil aplicaciones,
y diferentes concetos.
  Yo nunca supe escribir;
pero a ninguno daré
ventaja en la firme fe
con que he sabido sentir.

DON JUAN:

  Quien ama siente, y al paso
de amor es el sentimiento;
sino es, que al entendimiento
deis esta excelencia acaso.
  Y si es ansí, alabaréis
lo que ahora nos decís,
que con ventaja sentís,
por la que en saber tenéis.

FABRICIO:

  Fuera error, señor don Juan,
alabar mi entendimiento.
Doy ventaja al sentimiento
por la ocasión que me dan.
  Amo un divino sujeto.

POMPEYA:

Señor Fabricio, si nace
del sujeto lo que hace
sentir, y no el ser discreto;
  quiero un argumento hacer.

FABRICIO:

Señora Pompeya, estoy
rendida, ventaja os doy,
pero a ninguno en querer.

POMPEYA:

  Si amase el mismo sujeto
otro amante, ¿sentiría
lo mismo que vos?

FABRICIO:

Sí haría,
siendo de su causa efeto.

POMPEYA:

  Luego a nadie aventajáis
en sentir.

FABRICIO:

Debe de haber
a quién de favorecer,
Pompeya hermosa, gustáis.
  Que aunque presidir aquí
tan justamente podéis;
la causa que defendéis
os la ha dado contra mí.

DON JUAN:

  No defiende la señora
Pompeya causa ninguna;
que si defendiera alguna,
fuera la vuestra; y si agora
  tuve yo necesidad
de defensa, fue por ser
ignorante y conocer
vuestra rara habilidad.
  Las armas he profesado
siempre al lado del Virrey
mi tío, viviendo en ley
de español noble y soldado.
  No sé lo que es argumentos;
pero si amara bien sé,
que amor a mi firme fe
le enseñara sentimientos.
  Y pues vos sabéis sentir,
de la manera que amar;
yo me aplico a pelear,
aplicaos vos a escribir.
  Escribid, y el premio os den;
pues todos, Fabricio, en suma
dicen, que Italia la pluma,
y España las armas.

POMPEYA:

Bien.

FABRICIO:

¿Muy bien?

POMPEYA:

  Si tan nueva hazaña
como esta conquista ha sido,
ese nombre ha merecido
para las armas de España;
  no es mucho, que a Italia den
la pluma.

FABRICIO:

Italia señora
en otros tiempos, y agora
tiene las armas también.
  A Roma reconoció
por reina el mundo; y a España
sujetó, con quien se engaña,
quien la pluma la aplicó.
  Plumas y armas suyas son.

DON JUAN:

Si Italia al mundo tenía
a sus pies, ya llegó el día,
que no ha tenido nación,
  que no le ponga en su cuello,
y muchas veces España.

FABRICIO:

Eso mismo os desengaña,
de que el tiempo pudo hacello;
  mas no faltar el valor
de sus ínclitos varones.

DON JUAN:

Ya entonces de otras naciones
vitoriosas fue mayor,
  dejando los alemanes,
que le pisaron la frente,
España a nadie consiente
hoy mejores Capitanes.
  Que yo sé, que si viviera
César, diera su laurel
al gran Capitán, y dél
humildemente aprendiera
  la militar diciplina.

FABRICIO:

Esa es pasión española;
porque en Italia fue sola,
rara, insigne y peregrina,
  de quien todas las naciones
aprendieron.

DON JUAN:

No la mía.

FABRICIO:

Por ser bárbara podría
decirlo, que sus pendones
  no han llegado por valor,
sino por ventura aquí.

DON JUAN:

Quien dijere (si por mí
se ha dicho tan grande error)
  que España es bárbara; miente,
y esto a fuera probaré
con la espada.

FABRICIO:

Y yo seré
(Vase DON JUAN, quiere salir FABRICIO, y no le deja POMPEYA.)
quien esta verdad sustente.
  No me tengáis, que no es justo.

POMPEYA:

Suplícoos que os detengáis.

FABRICIO:

Vos el honor me quitáis,
Pompeya, por vuestro gusto.

POMPEYA:

  Eso es engaño, y creed
que miro solo el honor
de mi casa.

FABRICIO:

Eso es rigor.

POMPEYA:

Hacedme aquesta merced,
  que después tendréis lugar.

JULIA:

Don Juan se fue: bien podéis
dejarle.

POMPEYA:

Tiempo tendréis
en que le podáis buscar.

FABRICIO:

  ¡Qué buen pago de mi amor
al fin de tantos desvelos!
Pues vos me matáis con celos,
y él con quitarme el honor.

(Vanse.)


(Sale acompañamiento, y el GRAN CAPITÁN y GARCÍA DE PAREDES de camino.)
GARCÍA:

  Otra vez vuelvo a besaros
el pie.

CAPITÁN:

Y otra vez abraza,
García, a quien más te quiere.

GARCÍA:

Vive Dios, que con ser patria,
estaba de los cabellos
en España, y que las alas
de las aves, por venir
con mayor prisa envidiaba.
¿Cómo está vuestra Excelencia?

CAPITÁN:

¡Oh buen Paredes, bien pagas
todo el amor que me debes!

GARCÍA:

Pesia tal, si la campaña
del mar fuera de enemigos,
no dudo, que de la espada
huyeran las libres olas,
y yo volara en el agua.

CAPITÁN:

¿Qué hay en Castilla, García?,
¿es cierto, que el Rey se casa?

GARCÍA:

No señor, que ya lo está.
Ya el rey Fernando y Germana
de Fox hicieron sus bodas,
con que está toda alterada.
Su legítimo señor,
Felipe Archiduque de Austria,
su yerno por su mujer
la princesa doña Juana,
que por su madre Isabel
queda reina propietaria,
quieren venir a reinar,
quieren embarcarse a España.
Pero Fernando no quiere
salir della, a cuya causa
padece el Reino.

CAPITÁN:

¿Qué intenta?

GARCÍA:

¿Intentará gobernarla?

CAPITÁN:

¿Eso cómo puede ser,
si ya sus dueños se embarcan?
Que dos señores apenas
gobiernan bien una casa.
Con ser inferior la Luna
al Sol; a las veces anda
opuesta a su resplandor,
y asombra su hermosa cara.

GARCÍA:

Grande amor tiene Castilla
al Católico.

CAPITÁN:

Repara
justamente, en que le debe
la grandeza en que se halla.
Él ha echado los hebreos
que a Castilla molestaban,
los ladrones de los montes,
los bárbaros de Granada.
Ha restaurado las letras,
ha levantado las armas,
y fundado a nuestra Fe
las Inquisiciones santas.
Verdad es, que en toda empresa
merece justa alabanza
la Católica Isabel,
que a las griegas y romanas
quitó el laurel de la frente.

GARCÍA:

Mal sus méritos le paga
Fernando, en casarse agora.

CAPITÁN:

Sí, que le dio la palabra,
muriendo, de no lo hacer;
porque ya pronosticaba,
como es costumbre en quien muere,
las futuras amenazas.
Carlos hijo de Felipe
por su madre doña Juana,
ha de ser Rey de Castilla.
Mucho la verdad agravian,
los que a Fernando aconsejan.
Yo a lo menos con tardanzas
respondo a sus advertencias,
para sacarme de Italia,
que sé que le sirvo aquí.
Y pues que llego a tratarlas:
¿qué hay de mis cosas, García?
¿Qué dicen de mí?, ¿qué tratan?

GARCÍA:

Por Dios, señor, que si tengo
de decir verdad; que andaba
rehusando hablaros en ellas,
porque me han podrido el alma.
Todo es enviar señor,
mil informaciones falsas
contra vos estos bellacos,
pícaros, sucios, canalla,
por vida de...

CAPITÁN:

Paso, quedo,
Paredes, ya sé quien anda
en estas cosas.

GARCÍA:

La envidia
es la sombra de la fama.
Bien se me alcanza, señor,
que si la grandeza es tanta;
os dará más enemigos
que habéis muerto en mil batallas.
Como en el verano ardiente
llueve tal vez, y aquel agua
se convierte en sabandijas;
han sido vuestras hazañas.
De cada gota ha nacido
una envidia, que aunque bajan
del cielo de vuestras glorias,
y por quien el grande os llaman.
La humidad de su malicia,
y el calor de vuestra fama,
cría monstruos de traiciones,
que sobre la tierra saltan.
Escriben al Rey mil quejas;
y la primera os levantan,
que a Nápoles queréis dar
al Rey Archiduque de Austria.
Que os escribís con su padre,
y que de secreto tratan,
que les deis las fortalezas
de Nápoles y Calabria.
La segunda, que dejasteis
pasar con cierta embajada
a don Antonio de Acuña
a Roma, cuando os mandaba
prenderle el Rey, que quería
saber por aquellas cartas,
lo que al Pontífice escribe;
porque sospecha, que el Papa
le da priesa al Archiduque,
para que a España se parta.
Dicen, que vos no salís
de Nápoles, porque aguarda
vuestra suspensa fortuna
el fin de aquestas mudanzas.
Voto a los diablos.

CAPITÁN:

Paredes,
con paciencia.

GARCÍA:

Cuando hablan
en vuestra reputación;
¿paciencia?

CAPITÁN:

¿No es cosa clara,
que la habemos menester?

GARCÍA:

Clara o obscura; yo andaba
buscando alguna ocasión,
para cruzalle la cara
(perdone vuestra Excelencia)
a la envidia cortesana.
Cortarame cien cabezas
el Rey, y supiera España,
que es Paredes vuestra hechura,
y vos la mejor espada
que ha servido a rey, por vida.

CAPITÁN:

Tener la vuestra envainada
tantos tiempos en la Corte,
toda esa cólera causa.

GARCÍA:

Confieso que es para mí
el andar entre hopalandas
cansada cosa, señor,
y que en sangrarme a pausas.
Unos rizados mozuelos,
que apenas cuando los hablan,
sabe un hombre, si son ellos,
o si habla con sus hermanas.
Andaban allí brïosos,
por cierto de buena traza;
para hacer un escuadrón,
calzas, cueras, guantes de ámbar.
Discurrían en la guerra;
y a la fe, que si se tarda
el rey Fernando en salir,
y se han de tomar las armas,
que no hay para que Felipe
traiga gente de Alemania
contra su enojado suegro.
Estos también murmuraban
de que no queréis venir;
yo un día saqué una daga,
y atravesando un bufete,
adonde jugando estaban,
dije: el Duque, mi señor,
sirve a Fernando en Italia,
de guardarle el Reino en paz,
mientras estas cosas andan,
que no por otro interés,
y quien lo piensa, o se engaña,
o miente. Si está engañado,
mire, que si viene a España,
Nápoles se ha de perder;
si miente, tome esa diga,
y sígame. No salieron
las señoras de la sala;
digo, aquellos gentilhombres.

CAPITÁN:

En verdad, que yo enviaba
buen Embajador en vos.
¿No hay cartas?

GARCÍA:

No traigo cartas,
porque todas son lisonjas
y mentiras disfrazadas.
Y basta, que os diga yo
lo que he visto, y lo que pasa
que no he mentido en mi vida,
ni he faltado a mi palabra,
ni dicho, que Dios os guarde,
deseando que se caiga
este muro sobre vos,
como los que firman cartas.
Y he reparado, señor,
que todas son firmas falsas;
que si escriben una cosa,
y otra tienen en el alma;
sino cumplen lo que dicen,
y en cuanto dicen engañan,
no son firmas verdaderas.

(Salen el PAJE, ESPINELO y ALBERICO.)
PAJE:

Entrad, que el Virrey aguarda.

ESPINELO:

  ¿Qué manda vuestra Excelencia?

CAPITÁN:

Espinelo, yo he sabido
que engañado o pervertido
osáis hablar en mi ausencia.
  Sin esto, aunque maravilla
el ver malicia tan clara,
de Juan López de Vergara
mi Secretario en Castilla,
  he sabido que escribís
al Rey lo que se os antoja,
con que se altera y se enoja.
Pues claramente decís
  que yo le quiero entregar
esta ciudad a su yerno;
por donde nuevo gobierno
quiere Fernando enviar;
  y aun me dicen, que es su hijo
don Alonso de Aragón.
No habéis tenido razón.

ESPINELO:

Eso que Vergara os dijo,
  si él en Italia estuviera,
hiciera yo desdecir.

CAPITÁN:

No me había de escribir
cosa que verdad no fuera.
  Aqueste Reino gané
con mi sangre y con mi espada,
y de la lealtad jurada
nunca a Fernando falté.
  Es mi Rey y mi señor,
y si él a llamarme envía;
no será la culpa mía
que será de algún traidor.
  Id con Dios sin replicar,
y enmendaos en escribir,
que no es seguro mentir
y siempre lo fue callar.

ESPINELO:

  Ya dije a vuestra Excelencia,
que a estar aquí el Secretario.

GARCÍA:

No es el hablar necesario,
sino...

CAPITÁN:

Paredes, paciencia.

GARCÍA:

  Salid fuera, que...

CAPITÁN:

García.

ESPINELO:

Yo os daré satisfación,
señor, en otra ocasión.

(Vanse los dos.)


GARCÍA:

¡Oh qué paciencia tan fría!
  Si vuestra Excelencia trata
a estos pícaros así;
¿de qué se espanta?, ¿esto oí?
pesia; esta flema me mata.
  Déjeme vuestra Excelencia,
que no quiero más de ver
si aqueste sabe correr.

CAPITÁN:

Paciencia.

GARCÍA:

¡Oh, tanta paciencia!
  Pues déjeme ver siquiera,
pues no le quiere matar,
si aqueste sabe bajar
al patio sin escalera,
  que no le haré mal por Dios.

CAPITÁN:

Eso no quiero creer.

GARCÍA:

¿Cómo no se han de atrever,
si sois desa suerte vos?

(Sale DON JUAN.)
DON JUAN:

  ¿Qué ha hecho vuestra Excelencia
a Espinelo, que ha salido
de aquí enojado y corrido?

CAPITÁN:

Sobrino, una diligencia
  para templalle la pluma,
porque dice mal de mí.

DON JUAN:

Que le habéis querido aquí
matar va diciendo en suma.

CAPITÁN:

  ¿Matar?

GARCÍA:

¿No fuera mejor
que se quejara de veras?

CAPITÁN:

Dejadle hablar.

GARCÍA:

¿Que esto quieras?

(Vase el GRAN CAPITÁN.)
DON JUAN:

Fuese.

GARCÍA:

¿Cómo va de amor?

DON JUAN:

  Después que os fuisteis, García
muy favorecido estoy.

GARCÍA:

Si lo estáis cuando me voy;
venir fue ignorancia mía.
  En fin, ¿ya os hace favor
Pompeya?

DON JUAN:

Arrojadamente.

GARCÍA:

Bien haya quien ama y siente.

DON JUAN:

Luego, ¿vos tenéis amor?

GARCÍA:

  Si tuviera, que en efeto
no soy de piedra don Juan,
pero esto de otro galán,
que pique en lindo y discreto,
  es cosa, que a cortos plazos,
si alguna vez me tocara,
a la mujer desollara,
y al hombre hiciera pedazos.
  Lo que necesario es,
¿no se compra?

DON JUAN:

Así es verdad.

GARCÍA:

Pues quitar de voluntad,
y poner en interés.
  Por el nombre me querían
ver en Castilla las damas.
Yo no andaba por las ramas
con algunas que me vían,
  mas daba lindo dinero.
Y un día una bellacona
me dijo muy socarrona:
¡oh valiente Caballero!,
  con razón entre Romanos
es tu fama encarecida;
porque no he visto en mi vida
hombre de mejores manos.

DON JUAN:

  ¿Qué la disteis?

GARCÍA:

Cien doblones,
que esto doy, y no desvelos;
pero si me diera celos,
la diera cien mojicones.

(Sale JULIO, criado de FABRICIO con un papel.)
JULIO:

  Una palabra querría
al señor don Juan.

DON JUAN:

Hablad.

JULIO:

Aqueste papel tomad,
que quien le firma os le envía.

(Dásele y vase.)
DON JUAN:

Id con Dios.
  (Aparte.)
Milagro fuera,
no hacer ese caballero
su obligación; leerle quiero.
(Lee.)
Don Juan, Fabricio os espera
  de esotra parte del río
con un amigo no más.

GARCÍA:

¿Qué es eso?

DON JUAN:

Nada.

GARCÍA:

¿A qué vas?

DON JUAN:

Dios os guarde.

GARCÍA:

¿Es desafío?

DON JUAN:

  Es de una dama el papel.

GARCÍA:

No lo dice tu color.

DON JUAN:

Son efetos de mi amor,
que está desdeñosa en él.

GARCÍA:

  Si es cosa de pesadumbre,
a estas paredes podéis
arrimaros y veréis
saltar de las piedras lumbre.

DON JUAN:

  Ya digo, que es de una dama.

GARCÍA:

(Aparte.)
Lo que me niega don Juan
le diré al gran Capitán,
que importa a su honor y fama.
  Que estos bellacos se atreven
a su sangre, viendo ya
que el Rey enojado está,
y lo que tienen le deben.

(Vase.)


DON JUAN:

  Que lleve me dice aquí
conmigo otro Caballero;
pero llevarle no quiero,
que será bajeza en mí.
  Que para dos, con razón
basta un Córdoba. Mas creo
que estos vendrán con deseo
de hacer alguna traición.
  De mi locura me espanto,
pensarlo será mejor:
mas las cosas del honor
no quieren pensarse tanto.

(Vase.)
(Salen POMPEYA y JULIA.)
POMPEYA:

  Dé la vuelta el coche luego.

JULIA:

Perdida vas.

POMPEYA:

Voy sin mí.

JULIA:

Este es el río, y aquí
mal templarás tanto fuego.

POMPEYA:

  No le llevo yo de amor
(que en eso, Julia, te engañas)
mas de las cosas estrañas
que suceden por mi honor.
  ¿Será bien que en la ciudad
digan que la causa fui?

JULIA:

Quién ha de pensar de ti,
que le tienes voluntad.

POMPEYA:

  ¿Yo a Fabricio?

JULIA:

A don Juan digo.

POMPEYA:

Deja esos celos.

JULIA:

No puedo,
que tengo a los tuyos miedo,
y al amor por enemigo.

POMPEYA:

  Querríame entretener,
y ninguna cosa veo
que satisfaga al deseo.

(Salen DON JUAN y MORATA, lacayo.)
DON JUAN:

Si después de anochecer
  no vuelvo a casa, Morata,
dirás que a Loreto fui
a una promesa.

MORATA:

¿De mí
te guardas?

DON JUAN:

Si fuera ingrata
  mi condición a tu amor,
en lo que a la tuya toca;
no fuera la causa poca
de tu queja y mi rigor.
  Este es caso, que no cabe
en tu calidad.

MORATA:

¿Por qué,
si siempre Morata fue
de tus pensamientos llave?,
  ¿no vine de España aquí?,
¿no te serví con lealtad?,
¿he faltado a la verdad
de hidalgo?, ¿qué has visto en mí?

DON JUAN:

  Lleva el caballo, Morata,
y no me preguntes más,
que ya me enojas.

MORATA:

Tú harás
alguna cascabelada.
  Pero Pompeya está allí,
que del coche se apeó;
confieso que me engañó
el haberte visto así.
  Llevo el caballo, y diré
lo que me mandas, señor,
que solo estarás mejor.

(Vase.)


POMPEYA:

  Ah, ¿señor don Juan?

DON JUAN:

Querría
no responder, si pudiese,
¿que a tal ocasión viniese?,
¿hay mayor desdicha mía?

(Salen el GRAN CAPITÁN y GARCÍA DE PAREDES.)
GARCÍA:

  Yo os he dicho la verdad.

CAPITÁN:

¿Y es sin duda desafío?

GARCÍA:

El color y el poco brío
me han dicho esta necedad;
  que basta ser sangre vuestra.

CAPITÁN:

¿Temor, don Juan?, ¿cuándo fuese
el contrario, que tuviese,
Paredes, la envidia nuestra,
  que no puede ser mayor?

GARCÍA:

Digo que me ha parecido,
por verle descolorido,
y algo encogido, señor,
  que por dicha yo me engaño.

CAPITÁN:

En fin, ¿al río salió?

GARCÍA:

Y me dijo, quien le vio,
que iba solo.

CAPITÁN:

¡Caso estraño!

DON JUAN:

  ¿Hay desdicha semejante?
¿que cuando con tal valor
voy a procurar mi honor,
se pone el mundo delante?
  ¿Qué se pudiera juntar,
que más infame mi fama?
De aquesta parte la dama
por quien sale a pelear;
  y desta, el Virrey mi tío.
¿Qué dirá un noble afrentado;
sino que los he juntado
a impedir el desafío?
  Entre tanta confusión,
¿qué haré? Mas ya he visto un barco,
yo le desato y me embarco.

POMPEYA:

¿Señor don Juan, no es razón,
  que nos habléis?

DON JUAN:

¿Quién me llama?

CAPITÁN:

Ah sobrino, ¿dónde vais?

DON JUAN:

¿Quién es?

CAPITÁN:

¿Eso preguntáis?
Un deudo vuestro.

POMPEYA:

Una dama.

DON JUAN:

  Señora.

CAPITÁN:

Escuchadme a mí.

DON JUAN:

Señor.

CAPITÁN:

Perdonad, señora,
que tengo que hablar agora
con don Juan secreto aquí.
  Tomad el coche, y volveos
a la ciudad.

POMPEYA:

La obediencia
debida a vuestra Excelencia,
templa mis justos deseos.
  Y porque lo que quería
a don Juan, lo hará mejor
ese divino valor.

CAPITÁN:

Señora, esta causa es mía,
  con lo poco que la entiendo:
id en buen hora.

(Vanse las dos.)


DON JUAN:

Imagino,
que estoy sin honra.

CAPITÁN:

Sobrino.

DON JUAN:

Señor.

CAPITÁN:

Oíd. No me ofendo,
  de que sirváis una dama,
ni de que en tal ocasión
se ofrezca alguna cuestión,
desto que celos se llama;
  que claro está que ha de haber
celos, a donde hay amor.
Y aunque por vuestro valor
no seré yo menester;
  estoy corrido, que siendo
sangre tan vuestra, encubráis
vuestros sucesos, pues vais
donde me han dicho.

DON JUAN:

Yo entiendo,
  señor, que os han engañado.

CAPITÁN:

Dadme luego aquel papel.

DON JUAN:

¿Qué papel?

CAPITÁN:

Yo veré en él,
a lo que estáis obligado.

DON JUAN:

  Yo, señor.

CAPITÁN:

Acabad ya.

DON JUAN:

De que os engañen me pesa.

CAPITÁN:

Por vida de la Duquesa,
que me obliguéis.

DON JUAN:

Aquí está.

(Dásele.)
CAPITÁN:

  Pues dejádmele leer.

(Lee para sí.)
DON JUAN:

Paredes, ¿qué es esto?

GARCÍA:

¿Yo?
Vuestro tío me mandó,
a quien debo obedecer,
  que le acompañase aquí.

DON JUAN:

¿Quién se lo ha dicho?

GARCÍA:

¿En Palacio
buscáis eso? ¡Lindo espacio!

DON JUAN:

Honra y opinión perdí.

CAPITÁN:

  Don Juan.

DON JUAN:

Señor.

CAPITÁN:

Aquí dice.
Fabricio Urfino, que salga
otro con vos.

DON JUAN:

Es verdad.

CAPITÁN:

¿Cómo vais solo?

DON JUAN:

Pensaba
que bastaba ser quien soy.

CAPITÁN:

Para traidores no basta.
Yo tengo de ser sobrino,
quien vaya con vos.

DON JUAN:

No vaya
vuestra Excelencia, señor,
que me quitará la fama,
pues dirán que vos vencisteis:
vaya Paredes.

CAPITÁN:

¿La espada
de Paredes no queréis
que os quite el nombre en Italia?

DON JUAN:

Señor.

CAPITÁN:

Paso, no lo entienda:
id y acercad una barca,
con que pasemos los dos.

DON JUAN:

Vuestra Excelencia lo manda:
mas yo voy con poco gusto.

(Vase.)
CAPITÁN:

(Aparte.)
Este sin duda pensaba
hacer que aquestas mujeres
su desafío estorbaran.
Perdido está, vive el cielo:
¿quién pensara que faltara
mi sangre en él? Pues remedio
no falte, donde ella falta.
Paredes.

GARCÍA:

Señor, ¿qué es esto?,
¿dónde va don Juan?, ¿qué tratas?,
¿qué imaginas?

CAPITÁN:

Un barreno
he menester.

GARCÍA:

¿Y dejabas
ir a don Juan, que le tiene
desde las sienes al alma?
¿Adónde quieres agora
que vaya por él?

CAPITÁN:

Aguarda,
allí una barca fabrican
y están clavando las tablas,
no pueden estar sin él.

GARCÍA:

Ay dellos tanta abundancia
en Músicos, en Poetas,
en Caballeros y Damas,
que lo dudo sin razón.

CAPITÁN:

¿Y en valïentes no?

GARCÍA:

Si hablas
de valientes, no sé yo,
si de barreno te escapas.

CAPITÁN:

¿A mí Paredes?

GARCÍA:

Perdona,
que aunque en ejércitos mandas,
también te precias de noche
de darte diez cuchilladas.

CAPITÁN:

(Aparte.)
Bien lo dijeras, si agora
supieras lo que me aguarda:
voy a matar un sobrino,
voy a dar vida a mi fama.

(Vanse.)


(Salen FABRICIO y ESPINELO.)
ESPINELO:

  Ya el barco se volvió.

FABRICIO:

Ventura ha sido
no habernos visto nadie.

ESPINELO:

Agora quiero,
mientras viene el traidor que os ha ofendido,
saber la causa, y estimar primero
que me hayáis entre tantos elegido.

FABRICIO:

Teneros por valiente Caballero,
y por amigo, me obligó: escuchadme.

ESPINELO:

La verdad brevemente declaradme,
  que aunque vos le tenéis por enemigo;
por sangre del Virrey, también le tengo
por enemigo yo.

FABRICIO:

Vos sois mi amigo,
y con vuestro valor seguro vengo.
No era Pompeya tan crüel conmigo,
(que de todo os advierto y os prevengo)
antes que el Español la visitase.

ESPINELO:

¡Mala elección!, ¡mal gusto! ¿qué os dejase?

FABRICIO:

  Respondía tal vez a un papel mío,
y con risa en los ojos me miraba,
con que amor aumentó mi desvarío,
que la correspondencia me animaba.
Tal vez la margen deste mismo río,
a quien su pie de flores esmaltaba,
me vio dichoso merecer su mano,
dejando el coche de su Sol tirano.
  Aquí la vi y aquí la dije amores,
aquí los escuchó y aquí a escucharme
se pararon las aguas, y las flores
se alzaron de las hojas a envidiarme.
Mas todos estos lances y favores
desmayaron sus fuerzas, y a dejarme
se dispuso, ofendida la esperanza,
de ver en mi firmeza su mudanza.
  Vive Dios, que me muero de pensallo.
No sé quien trujo este Español a vella,
que por mi honor las asperezas callo,
que usó conmigo en pago de querella.
A pie le alaba, admírale a caballo;
y siendo Italia, como veis, tan bella,
España ha de ser fértil en su boca,
de cuanto en guerra y paz a un reino toca.
  Hoy sobre aquesto el Español villano
se alargó de manera en su porfía;
que me obligó a decir; que el Reino Hispano
como bárbaro en todo procedía:
Pompeya me detuvo.

ESPINELO:

¿Qué?

FABRICIO:

La mano.

ESPINELO:

Pues ¿qué fue la respuesta?

FABRICIO:

Que mentía.
Veis aquí la ocasión del desafío.

(Sale el GRAN CAPITÁN mojado.)
CAPITÁN:

Gracias al cielo que salí del río.

ESPINELO:

  Un hombre a nosotros viene.

FABRICIO:

No es don Juan.

ESPINELO:

¡Estraña cosa!,
¿no es este el Virrey?

FABRICIO:

Él es;
la infamia queda notoria
de su sobrino.

ESPINELO:

El cobarde
se lo ha dicho.

FABRICIO:

¿Qué más honra
para mí?

ESPINELO:

Dices verdad,
sin peligro le despojas.

CAPITÁN:

Ah Caballeros.

FABRICIO:

¿Quién es?

CAPITÁN:

Suplícoles que me oigan.
Este papel se ha enviado
a mi sobrino, en que nombran
dos a dos el desafío
que están esperando agora.
Él me escogió como amigo
que más de cerca le toca.
Embarcámonos los dos,
pero alteradas las ondas,
y no sabiendo del remo,
por vivir los dos a solas,
zozobró el barco. Yo al agua
me arrojé, pasela toda;
mas no sabiendo nadar,
en ella don Juan se ahoga.
Yo vengo por él, yo basto,
el mismo soy, que no importa
que sean dos, metan mano:
¿qué aguardan? ¿qué se alborotan?

ESPINELO:

Señor, vos sois el Virrey,
representáis la persona
de Fernando en este Reino.
Fuera desto, las vitorias
y hazañas vuestras, no piden
espadas menos famosas,
que de César o Alejandro.

FABRICIO:

Gran Capitán, a quien honra
con aqueste nombre el mundo,
si a las armas españolas
habéis dado más banderas
que hay en estos sauces hojas;
¿quién ha de medir su espada
con la vuestra vitoriosa?
Veis aquí las dos rendidas.

CAPITÁN:

Fabricio, si me reporta
alguna cosa, es venir
a vuestro lado persona,
que con su lengua y su pluma
me destruye y me deshonra
con mi Rey; pues me levanta
mil testimonios que adorna
con prevenciones fingidas
y palabras mentirosas.
No me conviene matarle;
que dirán (si fuese agora)
que es de miedo, de que escribe
al rey Fernando mis cosas.
Viva y escriba, que creo
que aunque traiciones componga,
ha de tener mi verdad
más fuerza que las lisonjas.
Que aquel honor que mi espada
ganó con tantas vitorias;
no es posible que la infame
una lengua fabulosa.
Esto le ha de dar la vida,
esto que le mate estorba,
que el haber malos es causa,
que los buenos se conozcan.
Si Dios por un solo bueno
vida a mil malos otorga;
viva un malo por mil buenos,
que en este Reino me adoran.
Entre la Luna y el Sol,
¿qué importa que se interponga
la tierra? Pues ese eclipse
no dura apenas un hora.
Fernando es solo, yo soy Luna,
tú la tierra. Pues, ¿qué importa
que pongas sombra en el Sol,
si has de quedarte por sombra?

(Vase.)


FABRICIO:

¡Estraño suceso!

ESPINELO:

Y tal,
que apenas aliento cobra
mi confusión y vergüenza.

FABRICIO:

Bien será que te dispongas
a no escribir desde hoy
sino las verdades solas.

ESPINELO:

Si ya comencé a mentir;
y personas poderosas
me ayudan, que en esta envidia
con mi pluma se conforman;
¿cómo he de volver atrás?

(Sale DON JUAN mojado con la espada y la daga.)
DON JUAN:

Mi fortuna rigurosa
venció mi honor, que del cuello
del alma cuelga por joya.
Llegué a la orilla nadando,
aunque con fuerzas tan pocas,
que no sé si he de poder
ganar opinión honrosa.
Pero piérdase la vida,
como quien al mar arroja
lo menos, que es el hacienda.
Ya en la margen arenosa
me esperan mis dos contrarios:
¡ah Caballeros!

ESPINELO:

¿Qué sombra
es esta?

DON JUAN:

Yo soy don Juan,
don Juan soy, ¿de qué se asombran?
Con un amigo venía,
zozobró el barco en las olas,
él es muerto, yo soy vivo,
mano a las espadas pongan.

FABRICIO:

Don Juan, el gran Capitán
vino aquí, su valerosa
persona, como Virrey,
mi honor a su cargo toma.
Yo estoy satisfecho ya.

DON JUAN:

Yo no, Fabricio, que torna
mal el que es desafiado,
sin la sangre o la vitoria.

ESPINELO:

Mira, que estoy aquí yo,
y no he de dejar (perdona)
que riña solo Fabricio.

DON JUAN:

¿Tú eres? ¡Suerte dichosa!
A Fabricio mataré
por el papel, que fue loca
presunción; y a ti villano,
porque al Rey mintiendo informas.

(Meten mano.)
ESPINELO:

¿Palabras?

DON JUAN:

Mueran infames.

FABRICIO:

Tú lo eres.

ESPINELO:

No respondas.

DON JUAN:

Agora veréis, traidores,
si son las palabras obras.
(Mételos a cuchilladas.)