Las esmeraldas/Capítulo XIV

De Wikisource, la biblioteca libre.

Capítulo XIV

Al llegar los postres, luego que el camarero descorchó unas botellas de Champagne, cerró el duque la puerta del gabinetito, llenó hasta los bordes las copas, y, apurando la suya, dijo, en tanto acariciaba, con la mano libre de la copa, la espléndida diadema del tunecino Ben-Alí:

-Verdaderamente, no tienen estas piedras rival. ¡Y qué extraña su tradición!... El pirata murmuró, al caer herido por la espada de mi ascendiente: «En ti o en los tuyos Kalí se vengará».

-Tres siglos pasaron -continuó- sin que se cumpliese la amenaza. Mas todo llega, si tiene que llegar. La promesa se cumple. Kalí se toma su desquite. Más que vengarse hace: resucita.

-¡Qué dices!

-Que Kalí resucita; que encarna. ¡En ti reencarnó, mujer!...

-¡Alfonso!

-Nunca halló, como en ti, la maldad más perfecto y hermoso molde. ¿Qué creías? ¿Que no iba tu infamia a descubrirse? Nada hay ya oculto de ella: tu traición con Nuévalos; tu capricho de mujerzuela por ese rufián, a quien sostenías con mi oro; el empeño de las esmeraldas; su recobramiento por méritos de tu entrega vil...

-¡Oh!...

-La información es plena. No le falta detalle. Vamos, mujer, no tiembles. No temas que me cobre con tu muerte de mi deshonra. Has ido tan bajo, que la muerte sería tu dignificación.

-¡Piedad! ¡Piedad, Alfonso! -balbuceaba Leonor- arrastrándose a los pies del duque.

-Piedad, no; justicia. Escucha y obedece.

Hubo un silencio de agonía; después, Alfonso prosiguió:

-Al salir de este cuarto, donde acuden las hembras perdidas -por eso te traje a él-, nos separaremos para siempre. Aguarda, y domínate un poco. No hace falta que el mozo se entere de la escena. La reserva es por mí; por ti no tendría ninguna.

Alfonso llamó al timbre, y dió órdenes al camarero. A seguida tornó a cerrar la puerta.

-¡Para siempre, comprendes!... ¡Ah! En el bolsillo de tu abrigo está mi cartera. Las esmeraldas, llévatelas también. Luego de manchadas, de profanadas por las manos de Nuévalos y de don Agapito, por el contacto de tu carne, no pueden volver al cofre hereditario de los señores de Neblijar. Los exorcismos, las purificaciones a que fueron sometidas hace tres siglos, perdieron su eficacia. Kalí triunfó. ¡Que recobre lo suyo! ¡Anda!

Y el duque, abriendo de par en par la puerta, cedió paso a la desdichada mujer, que tuvo que apoyarse en el muro para no caer al suelo.