Ir al contenido

Las lavativas

De Wikisource, la biblioteca libre.


Las lavativas
de Félix María Samaniego

Cierta joven soltera,

de quien un oficial era el amante,

pensaba a cada instante

cómo con su galán dormir pudiera,

porque una vieja tía

gozar de sus amores la impedía.

Discurrió al fin meter al penitente

en su casa, y, fingiendo que la daba

un cólico bilioso de repente,

hizo a la vieja, que cegata estaba,

que un colchón separase

y en diferente cama se acostase.

Ella en la suya, en tanto,

tuvo con su oficial lindo recreo,

dándole al dengue tanto

que a media voz, en dulce regodeo,

suspiraba y decía:

-¡ Ay ... ! ¡Ay ... ! ¡Cuánto me aprieta esta agonía!

La vieja cuidadosa,

que no estaba durmiendo,

los suspiros oyendo,

a su sobrina dijo cariñosa:

-Si tienes convulsiones aflictivas,

niña, yo te echaré unas lavativas.

-No, tía, ella responde, que me asustan.

-Pues si son un remedio soberano.

-¿Y qué, si no me gustan?

-Con todo, te he de echar dos por mi mano.

Dijo, y en un momento levantada,

fue a cargar y a traer la arma vedada.

La mozuela, que estaba embebecida

cuando llegó este apuro,

gozando una fortísima embestida,

pensó un medio seguro

para que la función no se dejase

ni a su galán la tía allí encontrase;

montó en él ensartada,

tapándole su cuerpo y puesta en popa,

mientras la tía, de jeringa armada,

llegó a la cama, levantó la ropa

por un ladito y, como mejor pudo,

enfiló el ojo del rollizo escudo.

En tanto que empujaba

el caldo con cuidado,

la sobrina gozosa respingaba

sobre el cañón de su galán armado,

y la vieja, notando el movimiento,

la dijo: -¿Ves como te dan contento

las lavativas, y que no te asustan?

¡Apuesto a que te gustan!

A lo cual la sobrina respondió:

-¡ Ay!, por un lado sí, por otro no.