Las mil y una noches:0859

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0859: historia del hijo de rey con la tortuga gigantesca

HISTORIA DEL HIJO DE REY CON LA TORTUGA GIGANTESCA[editar]

Se cuenta, entre lo que se cuenta, que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del momento, había un poderoso sultán a quien el Retribuidor había concedido tres hijos. Y estos tres hijos, que eran varones indomables y heroicos guerreros, se llamaban: el mayor, Schater-Alí (principe Alí); el segundo, Schater-Hossein, y el más pequeño, Schater-Mohammad. Y el tal pequeño era con mucho el más hermoso, el más valiente y el más generoso de los tres hermanos. Y su padre los quería con igual cariño, por lo que había resuelto dejar, después de su muerte, una parte igual de sus bienes y de su reino a cada uno. Porque era justo y leal. Y no quería favorecer a uno con detrimento de los otros, ni perjudicar a uno en beneficio de los otros.

Y cuando llegaron ellos a la edad de casarse, su padre el rey se vió perplejo y vacilante, y para tomar consejo, llamó a su visir, hombre sabio, íntegro y lleno de prudencia, y le dijo: "¡Oh visir mío! tengo muchas ganas de hallar esposas para mis tres hijos, que están en edad de casarse, y te he llamado para contar con tu opinión sobre el particular". Y el visir reflexionó durante una hora de tiempo, luego levantó la cabeza y contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡se trata de una cosa muy delicada!" Después añadió: "La suerte y la mala suerte están en lo invisible; y nadie podría forzar los decretos del Destino. Por eso mi idea es que los tres hijos de nuestro señor el rey dejen a su destino la elección de sus esposas. Y a tal fin, lo mejor que pueden hacer los tres príncipes es subir a la terraza de palacio con su arco y sus flechas. Y allí se les vendarán los ojos y se les hará dar varias vueltas. Tras de lo cual, cada uno de ellos tirará una flecha desde donde se haya parado. Y se visitarán las casas sobre las cuales caigan las flechas; y nuestro señor el sultán llamará al propietario de cada una de estas casas y le pedirá en matrimonio a su hija para el príncipe propietario de la flecha correspondiente, ya que la joven habrá sido escrita así en su suerte por el Destino".

Cuando el sultán oyó estas palabras de su visir, le dijo: "¡Oh visir mío! tu consejo es un consejo excelente, y tendré en cuenta tu opinión". Y al punto hizo llamar a sus tres hijos, que volvían de caza; y les participó la decisión tomada con respecto a ellos entre él y el visir, y subió con ellos a la terraza de palacio, seguido de sus visires y de todos sus dignatarios.

Y cada uno de los tres príncipes, que habían subido a la terraza con su arco y su carcaj, escogió una flecha y tendió su arco. Y les vendaron los ojos.

Y el hijo mayor del rey, después de que le hicieron girar sobre sí mismo, apuntó con su flecha el primero desde donde se había parado. Y la flecha, lanzada por la cuerda muy floja, voló por los aires y fué a caer en la morada de un gran señor.

Y el segundo hijo del rey lanzó a su vez su flecha, que fué a caer en la terraza del oficial mayor de las tropas del reino.

Y el tercer hijo del rey, que era el príncipe Schater-Mohammad, lanzó su flecha en la dirección en que se había vuelto. Y la flecha fué a caer en una casa a cuyo propietario no se conocía.

Y fueron a visitar las tres casas consabidas. Y resultó que la hija del gran señor y la hija del oficial del ejército eran dos jóvenes como lunas. Y sus padres llegaron al límite del contento por casarlas con dos hijos del rey. Pero cuando fueron a visitar la tercera casa, que era aquella donde había caído la flecha de Schater-Mohammad, advirtieron que no estaba habitada más que por una gigantesca tortuga solitaria.

Y el sultán, padre de Schater-Mohammad, y los visires y los emires y los chambelanes vieron a la tortuga, que vivía completamente sola en aquella casa, y se asombraron prodigiosamente. Pero como ni por un instante había que pensar en dársela por esposa el príncipe Schater-Mohammad, el sultán decidió repetir la experiencia. Y, por consiguiente, el joven príncipe volvió a subir a la terraza, llevando al hombro su arco y su carcaj, y ante toda la concurrencia lanzó una segunda flecha a la suerte. Y la flecha, conducida por su Destino, fué a caer precisamente sobre la casa habitada por la enorme tortuga solitaria.

Al ver aquello, el sultán quedó extremadamente contrariado, y dijo al príncipe: "Por Alah, ¡oh hijo mío! que la bendición no guía hoy tu mano. ¡Ruega al Profeta!" Y contestó el joven: "¡Sean con Él, con Sus compañeros y con Sus fieles la salutación y las bendiciones!" Y el sultán repuso: "¡Invoca el nombre de Alah y lanza la flecha para hacer la experiencia por tercera vez!" Y dijo el joven príncipe: "¡En el nombre de Alah el Clemente sin límites, el Misericordioso!" Y aflojando su arco lanzó por tercera vez la flecha, que, dirigida por el Destino, fué a caer una vez más sobre la casa en que vivía solitaria la enorme tortuga.

Cuando el sultán vió sin género de duda que la prueba era tan precisa y tan fehaciente en favor de la tortuga gigantesca, decidió que su hijo menor, el príncipe Schater-Mohammad, se quedase soltero. Y le dijo "¡Oh hijo mío! ¡como esa tortuga no es de nuestra raza, ni de nuestra especie, ni de nuestra religión, más vale que no te cases con nadie hasta que Alah nos vuelva a Su gracia!" Pero Schater-Mohammad exclamó: "¡Por los méritos del Profeta! (¡con El la plegaria y la paz!), la época de mi soltería ha pasado; y puesto que la tortuga me ha sido escrita por el Destino, consiento en casarme con ella". Y contestó el sultán en el límite del asombro: "Ciertamente, ¡oh hijo mío! te ha sido escrita la tortuga por el Destino; pero ¿desde cuándo los hijos de Adán toman por esposas a las tortugas? ¡Se trata de una cosa prodigiosa!" Pero el príncipe contestó: "¡A esa tortuga es a la que quiero por esposa, y no a otra!"

Y el sultán, que amaba a su hijo, no intentó contrariarle ni apenarle, y volviendo de su decisión, dió su consentimiento para tan extraño matrimonio.

Y se celebraron grandes fiestas y grandes regocijos y grandes festines, con danzas, cantos y conciertos de instrumentos, en honor de las bodas de Schater-Alí y Schater-Hossein, los dos hijos mayores del sultán. Y cuando transcurrieron los cuarenta días y las cuarenta noches que duraron los festejos de cada boda, los dos príncipes entraron en los aposentos de sus esposas en la noche nupcial, y consumaron su matrimonio con toda felicidad y gallardía.

Pero cuando tocó el turno a las bodas del joven príncipe Schater-Mohammad con su esposa la enorme tortuga solitaria, los dos hermanos mayores y las dos esposas de ambos hermanos, y los padres, y todas las mujeres de los emires y de los dignatarios, negaron su presencia a la ceremonia, y no perdonaron nada para que aquellos festejos resultasen entristecedores y lúgubres. Así es que el joven príncipe quedó muy humillado en su alma, y sufrió toda clase de vejaciones en miradas, sonrisas y espaldas vueltas. Pero en cuanto a lo que pasó durante la noche nupcial, cuando el príncipe entró en el aposento de su esposa, nadie lo pudo saber. Porque todo pasó tras el velo, que sólo pueden penetrar los ojos de Alah. Y lo mismo ocurrió la siguiente noche y las demás noches. ¡Y asombrábanse todos de que hubiese podido celebrarse semejante unión! Y ninguno comprendía cómo un hijo de Adán podía cohabitar con una tortuga, aunque fuese tan grande como un tonel de los mayores. ¡Y esto es lo referente a las bodas del príncipe Schater-Mohammad con su esposa la tortuga!

Por lo que respecta al sultán, los años, las preocupaciones del reino y las emociones de todas clases, sin contar la pena que le había producido el matrimonio de su hijo pequeño, curvaron su espalda y adelgazaron sus huesos. Y enflaqueció, y amarilleó, y perdió el apetito. Y con sus fuerzas disminuyó su vista y se quedó completamente ciego. Cuando sus tres hijos, que querían a su padre tanto como les quería él, vieron el estado en que se hallaba, resolvieron no dejar que cuidasen de su salud las mujeres del harem, que eran ignorantes y supersticiosas; y pensaron de qué medios se valdrían para devolver a su padre las fuerzas con la salud. Y dieron con uno, y tras de besar la mano al rey, le dijeron: "¡Oh padre nuestro! he aquí que tu tez amarillea y disminuye tu apetito y se debilita tu vista. ¡Y si las cosas continúan así, no nos quedará más remedio que desgarrarnos las vestiduras de color por perder contigo nuestro sostén y nuestro guía! Es preciso, pues, que escuches nuestro consejo, porque somos tus hijos y tú eres nuestro padre. Opinamos que en adelante deben ser nuestras esposas quienes te preparen el alimento, y no las mujeres de tu harén. Porque nuestras esposas son muy expertas en arte culinario, y guisarán para ti manjares que te devolverán el apetito, y con el apetito las fuerzas, y con las fuerzas la salud, y con la salud la excelencia de la vista y la curación de tus ojos enfermos". Y el sultán se conmovió mucho ante aquella atención de sus hijos, y les contestó: "Que Alah os inunde con Sus gracias, ¡oh hijos de vuestro padre! ¡Pero eso va a ser una molestia muy grande para vuestras esposas ... !

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.