Las mil y una noches:0873

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0873: pero cuando llegó la 894ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 894ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y por eso he devuelto el jardín a sus propietarios. Y no lo hice más que por respeto al león y por miedo por mí".

Cuando el rey, que estaba tendido en los cojines y que escuchaba sin que lo pareciese, hubo oído las palabras de su servidor Fairuz y comprendido su alcance y significación, se levantó acto seguido y dijo al joven: "¡Oh Fairuz! calma tu corazón, desecha tus escrúpulos y vuelve a tu jardín. ¡Porque te juro por la verdad y la santidad del Islam que tu jardín es el mejor defendido y el mejor guardado que encontré en mi vida; y sus murallas están al abrigo de todos los asaltos; y sus árboles, sus frutos y sus flores son los más sanos y los más hermosos que vi nunca!"

Y Fairuz comprendió. Y volvió con su esposa. Y la amó.

Y de esta manera, ni el kadí ni ninguno de los numerosos concurrentes que había en la sala de audiencias pudieron comprender nada de la cosa, que permaneció secreta entre el rey y Fairuz y el hermano de la esposa. ¡Pero Alah es Omnisciente!

Y todavía dijo Schehrazada:


EL NACIMIENTO Y EL INGENIO[editar]

Había un hombre, sirio de nacimiento, a quien Alah había dotado, como a todos los schamitas de su raza, de una sangre pesada y de un ingenio espeso. Porque es cosa notoria que, cuando Alah distribuyó sus dones a los humanos, puso en cada tierra las cualidades y los defectos que debían transmitirse a todos los que nacieran allí. Así es como otorgó el ingenio y la listeza a los habitantes de El Cairo, la fuerza copulativa a los del Alto Egipto, el amor de la poesía a nuestros padres árabes, la bravura a los jinetes del centro, costumbres ordenadas a los habitantes del Irak, cordialidad a los individuos de las tribus errantes, y muchos otros dones a otros muchos países; pero a los sirios no les dió más que el amor a la ganancia e ingenio para el comercio, y les olvidó totalmente cuando distribuyó los dones gratos. Por eso, haga lo que haga, un sirio schamita, de los países que se extienden desde el mar salado a los confines del desierto de Damasco, será siempre un zopenco de sangre gorda, y su ingenio no se avivará nunca más que ante el incentivo grosero de la ganancia y del tráfico.

Y he aquí que el sirio en cuestión se despertó, un día entre los días, con deseo de ir a traficar a El Cairo. Y sin duda alguna era su mal destino quien le sugería aquella idea de ir a vivir entre las gentes más deliciosas y más ingeniosas de la tierra. Pero, como todos los de su raza, estaba lleno de pedantería, y pensó que deslumbraría a aquellas gentes con las cosas hermosas que iba a llevar consigo. En efecto, metió en cofres lo más suntuoso que poseía de sederías, telas preciosas, armas labradas y otras cosas semejantes, y llegó a la ciudad resguardada, a Misr Al-Kahira, a El Cairo!

Y empezó por alquilar un local para sus mercancías y una vivienda para él mismo en un khan de la ciudad, situado en el centro de los zocos. Y se dedicó a ir todos los días a casa de los clientes y de los mercaderes, invitándoles a visitar sus mercancías. Y continuó obrando de tal suerte durante algún tiempo, hasta que, un día entre los días, estando de paseo y mirando a derecha y a izquierda, se encontró con tres mujeres jóvenes que avanzaban inclinándose y contoneándose, y reían diciéndose cosas así y asá. Y cada una era más hermosa que la otra y más atrayente y más encantadora. Y cuando las divisó, se le pusieron tiesos y provocadores los bigotes; y al ver que le miraban de reojo, se acercó a ellas y les dijo: "¿Podréis venir esta noche a hacerme agradable compañía en mi khan para divertirme?" Y ellas contestaron, risueñas: "En verdad que sí, y haremos lo que nos digas que hagamos para complacerte". Y preguntó él: "¿En mi casa o en vuestra casa, ¡oh mis señoras!?" Ellas contestaron: "¡Por Alah, en tu casa! ¿Acaso crees que nuestros maridos nos dejan introducir en casa hombres extraños?" Y añadieron ellas: "¡Esta noche iremos a tu casa! Dinos dónde te alojas".

El dijo: "Me alojo en un cuarto de tal khan, en tal calle". Ellas dijeron: "En ese caso, nos prepararás la cena y nos la tendrás caliente; e iremos a visitarte después de la hora de la plegaria de la noche". Y dijo: "Así se habla". Y le dejaron ellas para proseguir su camino. Y por su parte, él se encargó de las provisiones, y compró pescado, cohombros, ostras, vino y perfumes, y lo llevó todo a su cuarto; y preparó cinco especies de manjares a base de carne, sin contar el arroz y las verduras; y los guisó por sí mismo; y lo tuvo todo dispuesto en las mejores condiciones.

Y cuando se acercó la hora de cenar, llegaron las tres mujeres, como le habían prometido, envueltas en kababits de tela azul que hacían que no se las conociese. Pero al entrar, se quitaron de los hombros aquellas envolturas, y fueron a sentarse como lunas. Y el sirio se levantó y se sentó enfrente de ellas, como un bobalicón, tras de ponerles delante las bandejas cargadas de manjares. Y comieron con arreglo a su capacidad. Y luego él les llevó el taburete de los vinos. Y circuló entre ellos la copa. Y a las invitaciones apremiantes de las jóvenes, el sirio no se negó a beber ninguna vez, y bebió de tal modo, que se le iba la cabeza en todas direcciones. Y entonces fué cuando, un poco envalentonado, miró cara a cara a sus compañeras y pudo admirar su belleza y maravillarse de sus perfecciones. Y fluctuó entre la perplejidad y la estupefacción. Y osciló entre la extravagancia y el azoramiento. Y ya no sabía distinguir el macho de la hembra. Y su estado fué memorable y su destino deplorable. Y miró sin ver y comió sin beber. Y manipuló con los pies y anduvo con la cabeza. Y giró los ojos y sacudió la nariz. Y moqueó y estornudó. Y rió y lloró. Tras de lo cual se encaró con una de las tres, y le preguntó: "¡Por Alah sobre ti, ya setti! ¿cómo es tu nombre?" Ella contestó: "Me llamo ¿Has-visto-nunca-nada-como-yo?" Y a él se le huyó más la razón, y exclamó: "¡No, walahi, nunca he visto nada como tú!" Luego se tendió en el suelo, apoyándose en los codos, y preguntó a la segunda: "¿Y cuál es tu nombre, ya setti, ¡oh sangre de la vida de mi corazón!?"

Ella contestó: "¡No-has-visto-nunca-a-nadie-que-se-me-parezca!" Y exclamó él: "¡Inschalah! así lo habrá querido Alah, oh mi señora No-has-visto-nunca-a-nadie-que-se-me-parezca!"

Luego se encaró con la tercera y le preguntó: "¿Y cuál es tu honorable nombre, ya setti, ¡oh quemadura de mi corazón!?" Ella contestó: "¡Mírame-y-me-conocerás!" Y al oír esta tercera respuesta, el sirio rodó por tierra, exclamando con toda su voz: "No hay inconveniente, ¡oh mi señora Mírame-y-me-conocerás!"

Y ellas continuaron haciendo circular la copa y vaciándola en el gaznate de él, hasta que se cayó dando con la cabeza antes que con los pies y deteniéndosele la circulación. Entonces, al verle en aquel estado, se levantaron ellas y le quitaron el turbante y le pusieron un gorro de loco. Luego miraron a su alrededor, y se apropiaron de cuanto dinero y cosas de precio les deparó la suerte. Y cargadas con el botín y con el corazón ligero, le dejaron roncando como un búfalo en su khan y abandonaron la morada a su propietario. Y el velador veló lo que tenía que velar.

Al día siguiente, cuando el sirio se repuso de su borrachera, se vió solo en su cuarto, y no tardó en comprobar que su cuarto estaba barrido de cuanto contenía. Y de pronto recobró completamente el sentido, y exclamó: "¡No hay majestad ni poder más que en Alah el Glorioso, el Grande!" Y se precipitó fuera del khan con el gorro de loco en la cabeza, y empezó a preguntar a todos los transeúntes si habían encontrado a Fulana, Mengana y Zutana. Y decía los nombres que le habían revelado las jóvenes. Y las gentes, al verle ataviado de tal modo, lo creían escapado del maristán, y contestaban: "¡No, por Alah, nunca hemos visto nada como tú!" Y decían otros: "¡Nunca hemos visto a nadie que se te parezca!" Y decían otros: "¡En verdad que te miramos, pero no te conocemos!"

Así es que, harto de preguntar, ya no supo él a quién recurrir ni a quién quejarse, y acabó por encontrar al fin a un transeúnte caritativo y de buen consejo, que le dijo: "Escúchame, ¡oh sirio! lo mejor que puedes hacer en estas circunstancias es volverte a Siria sin tardanza ni dilación, pues en El Cairo ya ves que las gentes saben volcar los cerebros duros igual que los ligeros y jugar con los huevos tan bien como con las piedras".

Y el sirio, con la nariz alargada hasta los pies, se volvió a Siria, su país, de donde no debía haber salido nunca.

Y como les han sucedido con frecuencia aventuras semejantes por eso los nacidos en Siria hablan tan mal de los hijos de Egipto.

Y Schehrazada, habiendo acabado de contar esta historia, se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada! ¡me han complacido en extremo estas anécdotas, y con ellas me encuentro más instruido y esclarecido!" Y Schehrazada sonrió y dijo: "¡Sólo Alah es el Instructor y el Esclarecedor!" Y añadió: "¿Pero qué son estas anécdotas, si se las compara con la Historia del libro mágico?"

Y dijo el rey Schahriar: ¿Qué libro mágico es ése ¡oh Schehrazada! y qué historia es la suya?"

Y ella dijo: "¡Me reservo para contártela la próxima noche, ¡oh rey! si Alah quiere y si tal es tu gusto!" Y dijo el rey: "¡Claro que quiero escuchar la próxima noche esa historia que no conozco!"