Las mil y una noches:0878

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0878: y cuando llegó la 899ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 899ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!" Al oír estas palabras, Ataf el Generoso, el Excelente, se emocionó hasta el límite extremo de la emoción, y al punto envió un esclavo blanco en busca de un médico. Y el esclavo blanco fué a toda prisa a cumplir su misión, y no tardó en volver con el mejor médico de Damasco y el más hábil de los médicos de su tiempo.

Y el médico, que era un gran sabio, se acercó a Giafar, que estaba tendido en su lecho, con los ojos perdidos, y le miró al rostro, y le dijo: "¡No te turbes a mi vista, y que el don de la salud sea contigo! ¡Dame la mano!" Y le cogió la mano, y le tomó el pulso, y vió que todo estaba en su sitio, y no había ninguna molestia, ni sufrimiento, ni dolor, y que las pulsaciones eran fuertes y las intermitencias eran regulares. Y al observar todo esto, comprendió la causa del mal y que el enfermo estaba enfermo de amor. Y no quiso hablar de su descubrimiento al enfermo delante de Ataf. Y para hacer las cosas con elegancia y discreción, cogió un papel y escribió su prescripción. Y puso cuidadosamente aquel papel debajo de la cabeza de Giafar, diciéndole: "¡El remedio está bajo tu cabeza! Te he recetado una purga. Si la tomas, te curarás". Y tras de hablar así, el médico se despidió de Giafar para ir a visitar a sus demás enfermos, que eran numerosos. Y Ataf le acompañó hasta la puerta, y le preguntó: "¡Oh señor! ¿qué tiene?"

Y contestó el otro: "Ya lo he puesto en el papel". Y se marchó.

Y Ataf volvió junto a su huésped, y le encontró acabando de recitar este poema:

¡Un médico viene a mí un día, y me coge la mano y me toma el pulso! Pero le digo: "¡Deja mi mano, porque el fuego está en mi corazón!"
Y me dice: "¡Bebe jarabe de rosas después de mezclarlo bien con el agua de la lengua! ¡Y no se lo digas a nadie!"
Y contesto: "¡Conozco mucho el jarabe de rosas: es el agua de las mejillas que me han destrozado el corazón!"
"Pero ¿cómo podré procurarme el agua de la lengua? ¿Y cómo podré refrescar el fuego ardiente que se alberga dentro de mí?"
Y él me dice: "¡Estás enamorado!" Yo le digo: "¡Sí!" Y él contesta: "¡El único remedio para eso es tener aquí al objeto de tu amor!"

Y Ataf, que no había oído el poema y no había cogido más que el último verso, sin comprenderlo, se sentó a la cabecera del lecho e interrogó a su huésped acerca de lo que había dicho y recetado el médico.

Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! me ha escrito un papel que está ahí, debajo de la almohada". Y Ataf sacó el papel de debajo de la almohada, y lo leyó. Y encontró estas líneas trazadas de mano del médico:

"¡En el nombre de Alah el Curador, maestro de las curaciones y de los regímenes buenos! ¡He aquí lo que hay que tomar con la ayuda y la bendición de Alah! Tres medidas de esencia pura de la amada mezcladas con un poco de prudencia y de temor a ser espiado por los envidiosos; además, tres medidas de excelente unión clasificada con un grano de ausencia y de alejamiento; además, dos pesas de afecto puro y de discreción sin mezcla con la madera de la separación; hacer una mixtura de ello con un poco de extracto de incienso de besos, dados en los dientes y en el centro; dos medidas de cada variedad, más cien besos dados en las dos hermosas granadas consabidas, cincuenta de los cuales deben ser endulzados pasando por los labios, como hacen las palomas, y veinte como lo hacen los pajarillos; además, dos medidas iguales de movimientos de Alepo y de suspiros del Irak; además, dos okes de puntas de lenguas en la boca y fuera de la boca, bien mezcladas y trituradas; después poner en un crisol tres dracmas de granos de Egipto, adicionándoles grasa de buena calidad, haciéndolo cocer en el agua del amor y el jarabe del deseo sobre un fuego de leña de placer en el retiro del ardor; tras de lo cual se decantará el total en un diván bien mullido, y se añadirán dos okes de jarabe de saliva, y se beberá en ayunas durante tres días. Y al cuarto día, en la comida de mediodía, se tomará una raja de melón del deseo, con leche de almendras y zumo de limón del acuerdo, y por último, con tres medidas de buena maniobra de muslos. Y acabar con un baño en beneficio de la salud. ¡Y la zalema!"

Cuando Ataf el Generoso hubo acabado la lectura de esta receta, no pudo por menos de reír y dar palmadas. Luego miró a Giafar, y le dijo: "¡Oh hermano mío! este médico es un gran médico y su descubrimiento un gran descubrimiento. ¡He aquí que ha averiguado que estás enfermo de amor!" Y añadió "Dime, pues, cómo y de quién te has enamorado". Pero Giafar, cabizbajo, no dió respuesta alguna ni quiso pronunciar ninguna palabra. Y Ataf se apenó mucho por el silencio que el otro guardaba y había guardado con él, y se afligió mucho por su falta de confianza, y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿no eres para mí más que un amigo? ¿no estás en mi casa como el alma en el cuerpo? ¿Y no hay entre tú y yo cuatro meses pasados en la ternura, la camaradería, la charla y la amistad pura? ¿Por qué, pues, ocultarme tu estado? ¡Por lo que a mí respecta, estoy muy entristecido y asustado de verte solo y sin guía en asunto tan delicado! Porque eres un extranjero en esta capital, y yo soy un hijo de la ciudad, y puedo ayudarte con eficacia, y disipar tu turbación y tu inquietud. ¡Por mi vida, que te pertenece, y por el pan y la sal que hay entre nosotros, te suplico que me reveles tu secreto!" Y no cesó de hablarle de tal suerte, hasta que le decidió a hablar. Y Giafar levantó la cabeza, y le dijo: "No te ocultaré por más tiempo el motivo de mi turbación, ¡oh hermano mío! Y en lo sucesivo no censuraré ya a los enamorados que enferman de inquietud y de impaciencia. ¡Porque he aquí que me ha sucedido una cosa que jamás pensé que me sucedería, no, jamás! Y no sé lo que eso va a traerme, porque mi caso es un caso embarazoso y complicado con pérdida de la vida!"

Y le contó lo que le había ocurrido: cómo se había sentado en el banco de mármol, se había abierto la ventana enfrente de él y había aparecido una joven, la más bella de su tiempo, que había regado el jardín de su ventana. Y añadió: "¡Ahora mi corazón tumultuoso está agitado de amor por ella, que ha cerrado súbitamente su ventana después de lanzar una sola ojeada a la calle en donde yo estaba, y la ha cerrado tan de prisa como si hubiese sido vista al descubierto por un extraño. Y heme aquí ya incapaz de nada e imposibilitado de comer y de beber a causa de la excesiva excitación y del ardor de amor en que estoy por ella; y ha truncado mi sueño la fuerza de mi deseo por ella que se ha albergado en mi corazón". Y añadió: "Y tal es mi caso, ¡oh hermano mío Ataf! y ya te he contado cuanto me ha ocurrido, sin ocultarte nada".

Cuando el generoso Ataf oyó las palabras de su huésped y comprendió su alcance, bajó la cabeza y reflexionó una hora de tiempo. Porque acababa de descubrir, sin género de duda, en vista de todos los detalles e indicios oídos y de la descripción de la casa, de la ventana y de la calle, que la joven consabida no era otra que su propia esposa, la hija de su tío, a la cual amaba y de la cual era amado, y que habitaba en una casa separada, con sus esclavas y sus servidores. Y dijo para sí: "¡Oh Ataf! ¡no hay recurso ni poder más que en Alah el Altísimo, el Magno, pues venimos de Alah y a Él volveremos!" Y su generosidad y su grandeza de alma tomaron al punto una decisión, y pensó: "No seré semejante en mi amistad al que construyere sobre arena y sobre agua, y por el Dios magnánimo, que serviré a mi huésped con mi alma y mis bienes!"

Y así pensando, con rostro sonriente y tranquilo, se encaró con su huésped, y le dijo: "¡Oh hermano mío! calma tu corazón y refresca tus ojos, porque pongo sobre mi cabeza el llevar a buen fin tu asunto en el sentido que deseas. Conozco, en efecto, a la familia de la joven de quien me has hablado, y que es una mujer divorciada de su marido hace unos días. Y desde esta hora y este instante voy a ocuparme de tu asunto. Por lo que a ti respecta, ¡oh hermano mío! espera mi regreso con toda tranquilidad y ponte contento". Y aún le dijo otras palabras para calmarle, y salió de su casa.

Y fué a la casa donde vivía su esposa, la joven que había visto Giafar, y entró en la sala de los hombres sin cambiar de traje y sin dirigir la palabra a nadie, y llamó a uno de los pequeños eunucos, y le dijo: "¡Ve a casa de mi tío, padre de tu señora, y dile que venga"! Y el eunuco se apresuró a ir a casa del suegro y a llevarle a casa de su amo.

Y Ataf se levantó en honor suyo para recibirle, y le abrazó, y le hizo sentarse, y le dijo: "¡Oh tío mío! ¡todo es para bien! Sabe que, cuando Alah envía sus beneficios a sus servidores, les enseña al mismo tiempo el camino que tienen que seguir. Y he aquí que he encontrado mi camino, porque mi corazón se inclina hacia la Meca y anhela ir a visitar la casa de Alah y besar la piedra negra de la Kaaba santa, además de ir a El-Medinah a visitar la tumba del Profeta (¡con Él la plegaria, la paz, las gracias y las bendiciones!). Y he resuelto visitar en este año esos lugares santos, e ir a ellos en peregrinación, para volver hecho un perfecto hajj. Por eso no conviene dejar tras de mí ataderos, deudas ni obligaciones, ni nada que pueda proporcionarme preocupaciones, pues ningún hombre sabe si será amigo de su destino al día siguiente. ¡Y por eso ¡oh tío! te llamo para entregarte el acta de divorcio de tu hija, esposa mía!"

Cuando el tío del generoso Ataf, padre de su esposa, hubo oído estas palabras y comprendido que Ataf quería divorciarse, quedó extremadamente conmovido, y exagerando en su espíritu la gravedad del caso, dijo: "¡Oh Ataf, hijo mío! ¿qué te obliga a recurrir a semejantes procedimientos? ¡Si vas a partir dejando aquí a tu esposa, por muy larga que sea tu ausencia y por mucha duración que le des, no por eso dejará tu esposa de ser esposa tuya y dependencia tuya y propiedad tuya! Nada te obliga a divorciarte, ¡oh hijo mío!" Y Ataf contestó, mientras de sus ojos rodaban lágrimas: "¡Oh tío mío! ¡he hecho ese juramento, y lo que está escrito debe ocurrir!"

Y el padre de la joven, consternado con estas palabras de Ataf, sintió entrar la desolación en su corazón. Y la joven esposa de Ataf se quedó como muerta al saber esta noticia, y su estado fué un estado lamentable, y su alma nadó en la noche, en la amargura y en el dolor, porque desde la infancia amaba a su esposo Ataf, que era el hijo de su tío, y sentía una ternura extremada por él...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.