Las mil y una noches:0917

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0917: y cuando llego la 935ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 935ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y ahora, si queréis, ¡oh señores y señoras mías! os diré el Canto del Cuervo.

"Helo aquí:

Sí, ya sé que, vestido de negro, vengo a turbar, con mi grito importuno, lo más puro, y a hacer amargo lo más dulce.
Lo mismo al salir la aurora que a la noche, me dirijo a los campamentos primaverales y los excito a la separación.
Si veo una dicha completa, proclamo su próximo fin; si diviso un palacio magnífico, anuncio su ruina inminente.
Sí, ya sé que me reprochan todo eso, y que soy de peor agüero que Kascher y más siniestro que Jader.
Pero ¡oh tú que cesuras mi conducta! si conocieras tu verdadera dicha como conozco yo la mía, no vacilarías en cubrirte, como yo, con una vestidura negra; y a todas horas me contestarías con lamentaciones.
Pero vanos placeres ocupan tus momentos, y tu vanidad te retiene alejado de los senderos de la sabiduría.
Olvidas que el amigo sincero es el que te habla con franqueza y no el que te oculta tus errores; que es el que te reprende y no el que te disculpa; que es el que te enseña la verdad y no el que venga sus injurias.
Porque quien te amonesta despierta en ti la virtud cuando duerme, y te pone en guardia inspirándote temores saludables.
Por lo que a mí respecta, vestido de luto, lloro por la vida fugitiva que se nos escapa, y no puedo por menos de gemir cuantas veces columbro una caravana cuyo conductor acelera la marcha.
Por tanto, soy semejante al predicador de la mezquita, y no es cosa nueva que los predicadores vayan vestidos de negro.
Pero ¡ay! que sólo objetos mudos e inanimados responden a mi voz profética.
¡Oh tú, que tan duro tienes el oído! despiértate por fin, y comprende lo que indica la niebla matinal: ¡no hay en la tierra nadie que no deba esforzarse por entrever algo del mundo invisible!
¡Pero no me oyes, no me oyes! ¡Y por fin me doy cuenta de que estoy hablando con un muerto!

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto de la Abubilla. Helo aquí:

Cuando vine de Saba, como mensajera de amor, entregué al rey dorado la carta de la reina de rasgados ojos cerúleos.
Y me dijo Soleimán: "¡Oh abubilla! me has traído de Saba una noticia que hace bailar mi corazón".
Y me colmó de favores, y me puso a la cabeza esta corona encantadora que llevo desde entonces.
Y me enseñó la sabiduría. Por eso vuelvo con frecuencia a la soledad de mis pensamientos, y recuerdo su enseñanza tal como me la facilitó.
Me dijo: "Has de saber ¡oh abubilla! que si el corazón tuviera cuidado de instruirse, la inteligencia penetraría el sentido de las cosas; si el espíritu fuera bueno, vería los signos de la verdad; si la conciencia supiera comprender, se enteraría sin dificultad de las buenas noticias;
"Si el alma se abriera a las influencias místicas, recibiría luces sobrenaturales; si el interior fuese puro, quedarían al descubierto los misterios de las cosas, y la Dueña Divina se dejaría ver.
"Si nos despojáramos de la vestidura del amor propio, no existirían ya en la vida obstáculos, y el espíritu no segregaría ya pensamientos helados.
"De tal suerte tu temperamento podría adquirir el grado de equilibrio que constituye la salud espiritual, y serías tu propio médico.
"Sabrías refrescarte con el abanico de la esperanza y prepararte tú misma el mirabolano del refugio, la besetén de la corrección, la azufaifa de la solicitud y el tamarindo de la dirección.
"Sabrías molerte en el mortero de la paciencia, tamizarte por el tamiz de la humanidad, y administrarte los remedios espirituales, después de la vigilia nocturna, en la soledad de la mañana, frente a frente de la Divina Amiga.
"Porque quien no sabe extraer un sentido alegórico del chirrido agrio de la puerta, del ronroneo de la mosca y del movimiento de los insectos que se deslizan por el polvo;
"quien no sabe comprender lo que indican la marcha de la nube, el resplandor del espejismo y el color de la niebla, no se cuenta en el número de las personas inteligentes".

Y tras de recitar así estos versos de flores y de aves, la joven Tohfa se calló.

Entonces, desde todos los puntos del palacio, se alzaron entusiastas exclamaciones de los genn. Y el jeique Eblis fué a besarle los pies, y las reinas, en el límite de la exaltación, fueron a abrazarla llorando. Y todos juntos se pusieron a hacer con las manos y con los ojos gestos y señas que significaban claramente: "¡Tenemos la lengua trabada de admiración, y no pueden salir palabras de nuestra boca!" Luego empezaron a saltar en sus asientos cadenciosamente y levantando las piernas en el aire, lo que significaba claramente en su lenguaje de genn: "¡Qué hermoso es! ¡Tú has sobresalido! Estamos maravillados. ¡Te lo agradecemos mucho!" Y el efrit Maimún, así como su compañero en fealdad, se levantó y se puso a bailar con el dedo metido en el culo, lo que significaba manifiestamente en su lenguaje: "Estoy loco de entusiasmo".

Y Tohfa, conmovida al ver el efecto producido en los genn por aquellos cantos y aquellos poemas, les dijo: "¡Por Alah, ¡oh señores míos y señoras mías! que si no estuviera fatigada, aún os hubiera dicho otros cantos y otros versos concernientes a las demás flores olorosas, hierbas y aves, especialmente los cantos del Ruiseñor, de la Codorniz, del Estornino, del Canario, de la Tórtola, de la Paloma, de la Zorita, del Jilguero, del Pavo Real, del Faisán, de la Perdiz, del Milano, del Buitre, del Águila y del Avestruz; y os hubiera dicho los cantos de algunos animales, como el Perro, el Camello, el Caballo, el Onagro, el Asno, la Jirafa, la Gacela, la Hormiga, el Carnero, el Zorro, la Cabra, el Lobo, el León y muchos otros más. Pero ¡inschalah! ya nos reuniremos en otra ocasión. Por el momento, ruego al jeique Eblis que me lleve al palacio de mi amo el Emir de los Creyentes, que debe estar muy inquieto por mí. Y dispensadme por no poder asistir a la circuncisión del niño y a las bodas de la joven efrita. ¡De verdad, no puedo!"

Entonces le dijo el jeique Eblis: "Verdaderamente, ¡oh Obra Maestra de los Corazones! se nos derrite el corazón al saber que quieres dejarnos tan pronto. ¿No habría manera de que te quedaras todavía un poco con nosotros? ¡Nos das a probar el dulce y nos lo quitas de los labios! ¡Por Alah sobre ti, ¡oh Tohfa! favorécenos con algunos instantes más!" Y Tohfa contestó: "En verdad que la cosa está por encima de mi capacidad. Y es preciso que vuelva al lado del Emir de los Creyentes, porque ¡oh Eblis! no ignoras que los hijos de la tierra no pueden disfrutar la verdadera dicha más que en la tierra. ¡Y mi alma se entristece por estar tan lejos de sus semejantes! ¡Oh vosotros todos! ¡no me retengáis aquí por más tiempo contra los impulsos de mi corazón!"

Entonces Eblis le dijo: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos; pero antes ¡oh Tohfa! quiero decirte que conozco a tu antiguo maestro de música, el admirable Ishak Ibn-Ibrahim de Mossul".

Luego sonrió y dijo: "Y él también me conoce, pues en cierta velada de invierno pasaron entre nosotros ciertas cosas que no dejaré de contarte a mi vez ¡inschalah! algún día. Porque la historia de mis relaciones con él es una historia larga; y aún no ha debido olvidar las posiciones de laúd que hube de enseñarle ni la joven de una noche que hube de procurarle. Y no es ahora el momento oportuno para contarte todo eso, ya que tanta prisa tienes por volver con el Emir de los Creyentes. Sin embargo, no se dirá que has salido de entre nosotros sin nada entre las manos. Por eso voy a enseñarte un recurso de laúd, con el cual serás exaltada por el mundo entero, y serás todavía más amada por tu amo el califa".

Y ella contestó: "Haz lo que te plazca".

Entonces Eblis tomó el laúd de la joven y tocó una pieza por un método nuevo, con escalas maravillosas, repeticiones insólitas y temblores perfeccionados. Y oyendo aquella música, parecióle a Tohfa que cuanto había aprendido hasta aquel momento era erróneo, y que lo que acaba de aprender del jeique Eblis (¡confundido sea!) era fuente y base de toda armonía. Y se regocijó al pensar que podría hacer oír aquella música nueva a su amo el Emir de los Creyentes y a Ishak Al-Nadim. Y para tener la certeza de que no se equivocaría, quiso repetir, en presencia del que lo había tocado, el aire oído. Tomó, pues, su laúd de manos de Eblis, y guiándose por el primer tono que él le dió, repitió la pieza a la perfección. Y exclamaron todos los genn: "¡Excelente!" Y Eblis le dijo: "Hete aquí ahora, ¡oh Tohfa! en los límites extremos del arte. Así es que voy a extenderte un diploma signado por todos los jefes de los genn, en el cual se te reconocerá y proclamará como la mejor tañedora de laúd de la tierra. Y en ese mismo diploma te nombraré "lugartenienta de los pájaros". Porque los poemas que nos has recitado y los cantos con que nos has favorecido te hacen sin par; y mereces estar a la cabeza de los pájaros músicos".

Y el jeique Eblis mandó llamar al escriba principal, que tomó una piel de gallo, y acto seguido la preparó para extender el diploma en cuestión...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.