Las mil y una noches:0957

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0957: y cuando llego la 960ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 960ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la paciencia, he aquí lo que le sucedió.

Pues que su esposa fué a buscarle un día, -¡Alah aleje de nosotros días parecidos!- y le dijo: "¡Oh Maruf! quiero que esta noche, al volver a casa, me traigas un pastel de kenafa hilado con miel de abejas". Y el pobre Maruf contestó: "¡Oh hija del tío! si Alah el Generoso quiere ayudarme a ganar el dinero necesario para comprar la kenafa con miel de abejas, sin duda te la compraré, por encima de mi cabeza y de mis ojos. El caso es que hoy ¡por el Profeta! (¡con El la plegaria y la paz!) no tengo la menor moneda. Pero Alah es misericordioso y nos allanará las cosas difíciles". Y la endemoniada exclamó: "¿Qué estás hablando de la intervención de Alah en tu favor? ¿Acaso crees que, para satisfacer mis ganas de pastel, voy a esperar a que la bendición de Alah vaya a ti o no vaya a ti? No, por vida mía, no me agrada esa manera de hablar. Ganes o no ganes en la jornada, necesito una onza de kenafa hilada con miel de abejas; y en modo alguno consentiré que se quede sin satisfacer cualquier deseo mío. Y si, por tu desdicha, vuelves a casa esta noche sin la kenafa, haré que para tu cabeza sea la noche más negra que el Destino que te puso entre mis manos". Y el infortunado Maruf suspiró: "¡Alah es Clemente y Generoso y El es mi único recurso!" Y el pobre salió de su casa, y le rezumaban la pena y la aflicción en la piel de la frente.

Y fué a abrir su tienda en el zoco de los zapateros remendones, y alzando sus manos al cielo, dijo: "¡Te suplico, Señor, que me hagas ganar el importe de una onza de esa kenafa, y en la noche próxima me libre de la perversidad de esa mala mujer!" Pero, por más que esperó en su miserable tienda, nadie fué a llevarle trabajo; de modo que al fin de la jornada no había ganado ni con qué comprar el pan de la cena. Entonces, con el corazón encogido y lleno de espanto por lo que le esperaba de su mujer, cerró su tienda y emprendió tristemente el camino de su casa. Y he aquí que, al cruzar los zocos, pasó precisamente por delante de la tienda de un pastelero que vendía kenafa y otros pasteles, al cual conocía y le había compuesto calzado en otras ocasiones. Y el pastelero vió que Maruf iba lleno de desesperación y con la espalda agobiada como bajo el fardo de una pesada pena. Y le llamó por su nombre, y entonces vió que tenía los ojos anegados en lágrimas y el rostro pálido y deplorable. Y le dijo: "¡Oh maese Maruf! ¿por qué lloras? ¿Y cuál es la causa de tu pena? ¡Ven! Entra aquí a descansar y a contarme qué desgracia te aflige". Y Maruf se acercó al hermoso escaparate del pastelero, y después de las zalemas, dijo: "¡No hay recurso más que en Alah el Misericordioso! El Destino me persigue y me niega el pan de la cena". Y como el pastelero insistiera para saber pormenores precisos, Maruf le puso al corriente de la exigencia de su mujer y de la imposibilidad de comprar no solamente la kenafa consabida, sino ni siquiera un simple pedazo de pan, por falta de ganancia en la jornada.

Cuando el pastelero hubo oído estas palabras de Maruf, se rió con bondad, y dijo: "¡Oh maese Maruf! ¿me dirás, al menos, cuántas onzas de kenafa desea que le lleves la hija de tu tío?". El zapatero contestó: "Puede que tenga bastante con cinco onzas". El pastelero añadió: "No hay inconveniente. Voy a fiarte cinco onzas de kenafa, y ya me darás su importe cuando descienda sobre ti la generosidad del Retribuidor". Y del bandejón donde nadaba la kenafa entre manteca y miel, cortó un voluminoso pedazo que pesaba bastante más de cinco onzas, y se lo entregó a Maruf, diciéndole: "Esta kenafa hilada es un pastel digno de servirse en las bandejas de un rey. Debo decirte, sin embargo, que no está azucarada con miel de abejas, sino con miel de caña de azúcar; porque de esta manera resulta más sabrosa". Y el pobre Maruf, que no sabía la diferencia que hay entre la miel de abejas y la de caña de azúcar, contestó: "Se agradece de mano de la generosidad". Y quiso besar la mano del pastelero, que se negó a ello vivamente, y que le dijo además: "Este pastel está destinado a la hija de tu tío; pero tú ¡oh Maruf! no vas a quedarte sin cenar nada. Mira, toma este pan y este queso, beneficio de Alah, y no me des las gracias por ello, pues no soy más que su intermediario". Y entregó a Maruf, al mismo tiempo que el sublime pastel, un panecillo reciente, hueco y oloroso, y una rueda de queso blanco envuelto en hojas de higuera. Y Maruf, que en toda su vida había poseído tanto de una vez, no sabía ya qué hacer para dar gracias al caritativo pastelero, y acabó por marcharse, alzando los ojos al cielo para ponerle por testigo de su gratitud a su bienhechor.

Y llegó a su casa, cargado con la kenafa, con el hermoso panecillo y con la rueda de queso blanco. Y en cuanto entró, gritóle su mujer con voz agria y amenazadora: "¿Qué, has traído la kenafa?". El contestó: "¡Alah es generoso. Hela aquí". Y puso ante ella el plato que le había prestado el pastelero, donde se mostraba, con toda su hermosura de pastel fino, la kenafa tostada e hilada.

Pero no bien posó los ojos en el plato, la calamitosa lanzó un grito estridente de indignación, golpeándose las mejillas, y dijo: "¡Alah maldiga al Lapidado! ¿No te dije que me trajeras una kenafa preparada con miel de abejas? ¡Y he aquí que, para mofarte de mí, me traes una cosa hecha con miel de caña de azúcar! ¿Acaso creías que ibas a engañarme y que no descubriría yo la superchería? ¡Ah, miserable! por lo visto, quieres matarme de deseos reconcentrados". Y el pobre Maruf, aterrado por toda aquella cólera que a la sazón estaba lejos de prever, balbuceó excusas con temblorosa voz, y dijo: "¡Oh hija de gentes de bien! no he comprado esta kenafa, pues mi amigo el pastelero, a quien Alah ha dotado de un corazón caritativo, ha tenido piedad de mi estado, y me la ha fiado sin fijar plazo para el pago". Pero la espantosa diablesa exclamó: "Cuanto estás diciendo no es más que palabrería, y no le doy ningún crédito. Toma, quédate con tu kenafa con miel de caña de azúcar. ¡Yo no la como!" Y así diciendo, le tiró a la cabeza el plato de kenafa, continente y contenido, y añadió: "¡Levántate ahora, ¡oh alcahuete! y ve a buscarme kenafa preparada con miel de abejas". Y juntando la acción a la palabra, le asestó en la mandíbula un puñetazo tan terrible, que le rompió un diente, y la sangre le corrió por la barba y el pecho.

Ante esta última agresión de su esposa, enloquecido y perdiendo por fin la paciencia, Maruf hizo un ademán rápido, golpeando ligeramente en la cabeza a la diablesa. Y ésta, más furiosa todavía por aquella manifestación inofensiva de su víctima, se precipitó sobre él y le agarró por la barba a manos llenas, y se colgó a plomo de aquella barba, gritando a plenos pulmones: "¡Socorro, ¡oh musulmanes! que me asesina...!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.