Las mil y una noches:0959

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0959: pero cuando llego la 962ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 962ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¡Loado sea Alah, que reúne a los amigos! Yo soy Alí, tu camarada de la niñez, ¡oh Maruf! el hijo del jeique Ahmad el droguero de la calle Roja".

Y después de los transportes de la más viva alegría por una y otra parte, le rogó que le contara cómo se encontraba en aquella playa. Y cuando se enteró de que Maruf había estado sin comer un día y una noche, le hizo subir con él a las ancas de su mula, y le transportó a su morada, que era un palacio espléndido. Y le trató magníficamente. Y a pesar del deseo que tenía de charlar con él, hasta el día siguiente no fué a verle, pudiendo al fin conversar con él largo y tendido. Y así fué como supo todos los tormentos que había sufrido el pobre Maruf desde el día de su matrimonio con su calamitosa esposa y cómo había preferido dejar su tienda y su país a permanecer por más tiempo expuesto a las fechorías de aquella diablesa. Y también se enteró de la paliza que hubo de recibir su amigo, y de cómo naufragó y estuvo a punto de morir ahogado.

Y a su vez, Maruf se enteró por su amigo Alí de que la ciudad en que se encontraban actualmente era la ciudad de Khaitán, capital del reino de Sohatán. Y también se enteró de que Alah había favorecido a su amigo Alí en los negocios de compra y venta, y le había tornado en el mercader más rico y el notable más respetado de toda la ciudad de Khaitán.

Luego, cuando dieron libre curso a sus expansiones, el rico mercader Alí dijo a su amigo: "¡Oh hermano mío Maruf! has de saber que los bienes que me deparó el Retribuidor no son más que un depósito del Retribuidor entre mis manos. Así, pues, ¿qué mejor manera de colocar ese depósito que confiándote buena parte de él, a fin de que lo hagas fructificar?" Y empezó por darle un saco de mil dinares de oro, le hizo vestir trajes suntuosos, y añadió: "Mañana por la mañana montarás en mi mula más hermosa y te presentarás en el zoco, donde me verás sentado entre los mercaderes más importantes. Y a tu llegada me levantaré para salir a tu encuentro, y me mostraré solícito contigo, y tomaré las riendas de tu mula, y te besaré las manos dándote todas las pruebas posibles de honor y de respeto. Y esta conducta mía te proporcionará al instante gran consideración. Y haré que se te ceda una vasta tienda, cuidando de llenarla de mercaderías. Y luego te haré entablar conocimiento con los notables y los mercaderes más importantes de la ciudad. Y fructificarán tus negocios, con ayuda de Alah, y alejado de la calamitosa hija de tu tío, llegarás al límite del desahogo y del bienestar". Y Maruf, sin poder encontrar expresiones bastantes para manifestar a su amigo todo su reconocimiento, se inclinó para besarle la orla del traje. Pero el generoso Alí se defendió de ello vivamente y besó a Maruf entre ambos ojos, y continuó charlando con él de unas cosas y de otras, relativas a su pasada infancia, hasta la hora de dormir.

Y al día siguiente, Maruf, vestido con magnificencia y ostentando toda la apariencia de un rico mercader extranjero, montó en una soberbia mula baya, ricamente enjaezada, y se presentó en el zoco a la hora indicada. Y entre él y su amigo Alí tuvo lugar con toda exactitud la escena convenida. Y todos los mercaderes quedaron llenos de admiración y de respeto por el recién llegado, sobre todo cuando vieron al ilustre mercader Alí besarle la mano y ayudarle a apearse de la mula, y cuando le vieron a él mismo sentarse con gravedad y lentitud en el sitio que de antemano le había preparado su amigo Alí delante de la nueva tienda. Y fueron todos a interrogar a Alí en voz baja, diciéndole: "¡Indudablemente, tu amigo es un mercader ilustre!" Y Alí les miró con conmiseración, y contestó: "¡Ya Alah! ¿decís un mercader ilustre? Pero si es uno de los primeros mercaderes del Universo, y tiene en el mundo entero más almacenes y depósitos de los que el fuego podría consumir. Y sus asociados y sus agentes y sus oficinas son numerosas en todas las ciudades de la tierra, desde el Egipto y el Yemen hasta la India y los límites extremos de la China. ¡Ah! ya veréis qué clase de hombre es, cuando os sea dado conocerle más íntimamente.

Y en vista de estas seguridades, formuladas con el tono de la más exacta verdad y con el acento más convencido, los mercaderes formaron el mejor concepto acerca de Maruf. Y rivalizaron por hacerle zalemas y cumplidos y darle bienvenidas. Y tuvieron a mucha honra el invitarle a cenar todos, unos tras otros, mientras él sonreía con gesto complaciente y se excusaba por no poder aceptar, pues que ya era huésped de su amigo el mercader Alí. Y el síndico de los mercaderes fué a visitarle, lo cual era contrario en absoluto a la costumbre, que exige sea el recién llegado quien haga la primera visita; y se apresuró a ponerle al corriente de la cotización de las mercancías y de las diversas producciones del país. Y luego, para demostrarle que estaba bien dispuesto a servirle y a hacer circular las mercancías que hubiera traído consigo de los países lejanos, le dijo: "¡Oh mi señor! sin duda habrás traído muchos fardos de paño amarillo. Porque aquí hay una predilección particular por el paño amarillo". Y Maruf contestó sin vacilar: "¿Paño amarillo? ¡Mucho, desde luego!" Y el síndico preguntó: "¿Y tienes mucho paño rojo sangre de gacela?" Y Maruf contestó con seguridad: "¡Ah! en cuanto al paño rojo sangre de gacela, quedaréis satisfechos. Porque los hay de la especie más fina en mis fardos". Y a todas las preguntas análogas, Maruf costeaba siempre: "¡Traigo grandes existencias!" Y entonces le preguntó el síndico tímidamente: "¿Querrías ¡oh mi señor! enseñarme algunas muestras?" Y Maruf, sin amilanarse por la dificultad, respondió con amabilidad. ¡Claro que sí! ¡En cuanto llegue mi caravana!" Y explicó al síndico y a los mercaderes congregados que dentro de unos días esperaba la llegada de una inmensa caravana de mil camellos cargados con fardos de mercancías de todos los colores y todas las variedades. Y la asamblea se asombró prodigiosamente y se maravilló ante el relato de la próxima llegada de aquella fantástica caravana.

Pero su admiración no tuvo límites y superó a toda expresión cuando fueron testigos del hecho siguiente. En efecto, mientras hablaban de tal suerte, abriendo ojos maravillados ante el relato de la llegada de la caravana, se acercó un mendigo al sitio en que estaban y tendió la mano por turno a cada cual. Y unos le dieron una moneda, a otros media, y la mayoría, sin darle nada, se limitó a contestar sencillamente: "¡Alah te socorra!" Y Maruf, cuando el mendigo se acercó a él, sacó un gran puñado de dinares de oro y lo puso en la mano del mendigo con tanta naturalidad como si le hubiese dado una moneda de cobre. Y tan absortos quedaron los mercaderes, que reinó en la reunión un silencio imponente y se les confundió el espíritu y se les deslumbró el entendimiento. Y pensaron: "¡Ya Alah, cuán rico debe ser este hombre para mostrarse tan generoso!". Y de aquella manera se atrajo Maruf, de un instante a otro, un gran crédito y una reputación maravillosa de riqueza y de generosidad.

Y la fama de su liberalidad y de sus modales admirables llegó a oídos del rey de la ciudad, el cual mandó al punto llamar a su visir, y le dijo: "¡Oh visir! va a llegar aquí una caravana cargada de inmensas riquezas y que pertenece a un maravilloso mercader extranjero. Pero no quiero que esos bribones de mercaderes del zoco, que ya son demasiado ricos, se aprovechen de la tal caravana. Mejor será, por tanto, que me beneficie de ella yo, con mi esposa, tu señora y mi hija la princesa". Y el visir, que era hombre lleno de prudencia y de sagacidad, contestó: "No hay inconveniente. Pero ¿no te parece ¡oh rey del tiempo! que sería preferible esperar la llegada de esa caravana antes de tomar las medidas oportunas?" Y el rey se enfadó, y dijo: "¿Estás loco? ¿Y desde cuándo se busca carne en casa del carnicero cuando la han devorado los perros? Date prisa a hacer venir cuanto antes a mi presencia al rico mercader extranjero, con objeto de que me entienda yo con él respecto al particular". Y el visir vióse obligado, a despecho de su nariz, a ejecutar la orden del rey.

Y cuando Maruf llegó a presencia del rey, se inclinó profundamente, y besó la tierra entre sus manos, y le hizo un cumplimiento delicado. Y el rey se asombró de su lenguaje escogido y de sus maneras distinguidas, y le dirigió varias preguntas acerca de sus negocios y de sus riquezas. Y Maruf se limitaba a contestar, sonriendo: "Ya lo verá nuestro señor el rey, y quedará satisfecho cuando llegue la caravana". Y el rey se mostró entusiasmado, como todos los demás; y deseoso de saber hasta dónde alcanzaban los conocimientos de Maruf, le enseñó una perla de un tamaño y un brillo maravilloso, que costaba mil dinares lo menos, y le dijo: "¿Tienes perlas de esta especie en los fardos de tu caravana?" Y Maruf tomó la perla, la contempló con aire despectivo, y la tiró al suelo como un objeto sin valor; y poniéndola el talón encima, la pisó con toda su fuerza y la despachurró tranquilamente. Y exclamó el rey, estupefacto: "¿Qué has hecho, ¡oh hombre!? ¡Acabas de romper una perla de mil dinares!" Y Maruf, sonriendo, contestó: "¡Sí, ciertamente, ése era su precio! Pero tengo yo sacos y sacos llenos de perlas infinitamente más gruesas y más hermosas que ésa en los fardos de mi caravana".

Y todavía aumentaron el asombro y la codicia del rey ante aquel discurso; y pensó: "¡Vaya! Es preciso que tome por esposo de mi hija a este hombre prodigioso..."

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.