Las mil y una noches:0961

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0961: pero cuando llego la 964ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 964ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... la joven sacó la cabeza por el mosquitero, y dijo a Maruf: "¡Oh mi hermoso señor! ¿por qué te quedas ahí lejos de mí, presa de la tristeza?" Y lanzando un suspiro, contestó Maruf con esfuerzo: "¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Todopoderoso!" Y ella le preguntó, emocionada: "¿A qué viene esa exclamación, ¡oh mi señor!? ¿Me encuentras fea o contrahecha, o acaso es otra la causa de tu pena? ¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡Habla y no me ocultes nada, ya sidi!" Y Maruf contestó, lanzando un nuevo suspiro: "¡Todo esto, ya lo ves, es culpa de tu padre!". Y ella preguntó: "¿Qué es eso? ¿Y de qué tiene culpa mi padre?" El dijo: "¿Cómo? ¿No has notado que me he mostrado avaro, de una avaricia sórdida, contigo y con las damas de palacio? ¡Ay! ¡muy culpable es tu padre por no haberme permitido esperar a la llegada de mi caravana para casarme! Entonces te habría regalado algunos collares de cinco o seis sartas de perlas gordas como huevos de paloma, algunos hermosos trajes como no los tienen las hijas de los reyes, y algunas joyas no del todo indignas de tu rango. Además, hubiera podido mostrar una mano menos cerrada a tus padres y a tus invitados. Pero ¿cómo ha de ser? tu padre me ha comprometido con su idea de llevar las cosas demasiado de prisa; y con ello ha cometido para conmigo una acción análoga a la que comete el que quema la hierba verde aún". Pero la joven le dijo: "Por vida tuya, no te apenes así por esas pequeñeces; y no te desazones más. Levántate ya, quítate la ropa, y ven pronto a mi lado para que nos deleitemos juntos. Y desecha todas esas ideas de regalos y otras cosas parecidas que nada tienen que ver con lo que debemos hacer esta noche. En cuanto a la caravana y a las riquezas, me tienen sin cuidado. ¡Lo que yo te pido ¡oh galán! es mucho más sencillo y más interesante que eso! Animo, pues, y consolida tus riñones para el combate". Y Maruf contestó: "¡Está bien! ¡allá va! ¡allá va!"

Y así diciendo, se desnudó prestamente y avanzó, apuntando a la princesa por debajo del mosquitero. Y se echó al lado de aquella tierna joven, pensando: "¡Soy yo mismo, Maruf, soy yo mismo, el antiguo remendón de calzado de la calle Roja de El Cairo! ¿Dónde estaba y dónde estoy?"

Y acto seguido tuvo lugar la refriega de piernas y de brazos, de muslos y de manos. Y se inflamó el combate. Y Maruf puso la mano en las rodillas de la joven, que se irguió al punto y refugióse en su regazo. Y el labio habló en su lengua a su hermano; y llegó la hora que hace olvidarse al niño de su padre y de su madre. Y la estrechó con fuerza contra él para exprimir toda la miel y que todas las libaciones fuesen directas. Y la deslizó la mano por debajo de la axila izquierda, y al punto se enderezaron los músculos vitales de él y se ofrecieron las partes vitales de ella. Y apoyó él su mano izquierda en el pliegue de la ingle derecha de ella, y al punto gimieron todas las cuerdas de ambos arcos. Entonces la golpeó entre los dos senos, y de repente el golpe repercutió entre los dos muslos, no se sabe cómo. Y en seguida se ciñó a la cintura las dos piernas de la princesa, y apuntó al atrevido en las dos direcciones, gritando: "A mí, ¡oh padre de los besadores!" Y rellenó lo que tenía que rellenar, y encendió la mecha, y enhebró la aguja e hizo deslizarse a la anguila en el fuego que chisporrotea, utilizando todas las tranquillas, mientras sus ojos decían: "¡Brilla!", su lengua decía: "¡Chilla!", sus dientes decían "¡Desportilla!", su mano derecha decía: "¡Haz cosquillas!", su mano izquierda decía: "¡Pilla!" sus labios decían: "¡Chiquilla!" y su barrenilla decía: "Menea tu quilla, ¡oh mimosilla muchachilla! ¡oh perla en la orilla! estírate y encógete en tu silla, ¡oh bienamada costilla!" Y así diciendo, la ciudadela quedó agujereada por las cuatro junturas, y se desarrolló la heroica aventura, sin mataduras, pero con anchas desgarraduras; sin amarguras, pero con mordeduras; sin fisuras, pero con rompeduras, ensanchaduras y rozaduras; sin pavura ni dolorosa cura ni curvatura, pero con rechinar de coyunturas del cabalgador de buena estatura y de la montura de hermosa figura, y todo se llevó a cabo con desenvoltura y con mucha premura. ¡Loores al Dueño de las criaturas que a la joven la madura para todas las posturas, y al joven le hace don de su fuerte natural con vistas a la futura progenitura!

Y tras de una noche pasada enteramente en las delicias de los abrazos, de las succiones y de los restregones, Maruf se decidió por fin a ir al hammam, acompañado por los suspiros de contento y de sentimiento de la joven. Y después de tomar su baño, y ponerse un traje magnífico, se fué al diván, y se sentó a la diestra de su tío el rey, padre de su esposa, para recibir los cumplimientos y felicitaciones de los emires y de los grandes. Y con la propia autoridad mandó buscar a su enemigo el visir, y le ordenó que distribuyera ropones en honor a todos los presentes e hiciera dádivas innumerables a los emires y a las esposas de los emires, a los grandes de palacio y a sus esposas, a los guardias y a sus esposas, y a los eunucos, grandes y pequeños, jóvenes y viejos. Además, hizo traer sacos de dinares, y se puso a sacar de ellos el oro a puñados y a repartirlo entre cuantos le deseaban. Y de este modo todo el mundo le bendijo y le amó e hizo votos por su prosperidad y su larga vida.

Y de tal suerte transcurrieron veinte días, empleados por Maruf en hacer dádivas incalculables de día, y en refocilarse a su antojo de noche con su esposa la princesa, que estaba prendada apasionadamente de él.

Al cabo de aquellos veinte días, durante los cuales no se tuvo la menor noticia de la caravana de Maruf, las prodigalidades y locuras de Maruf habían ido tan lejos, que una mañana quedó completamente agotado el tesoro, y al abrir el armario de los sacos, el visir observó que estaba absolutamente vacío y que ya no quedaba nada que coger. Entonces, en el límite de la perplejidad, y con el alma llena de furor reconcentrado, fué a presentarse entre las manos del rey, y le dijo: "Alah aleje de nosotros las malas noticias, ¡oh rey! Pero a fin de no incurrir, con mi silencio, en tus reproches justificados, debo decirte que el tesoro del reino está completamente exhausto, y que la maravillosa caravana de tu yerno el emir Maruf no ha llegado todavía para llenar los sacos vacíos". Y el rey, al oír estas palabras, dijo un poco preocupado: "¡Sí, por Alah! la verdad es que esa caravana se retrasa un tanto. Pero llegará, ¡inschalah!" Y el visir sonrió, y dijo: "¡Alah te colme con sus gracias, ¡oh mi señor! y prolongue tus días! ¡Pero el caso es que hemos caído en las calamidades peores desde que llegó a nuestro país el emir Maruf! Y en el estado actual de cosas, no veo puerta de salida para nosotros. ¡Porque, de un lado, está vacío el tesoro, y de otro, tu hija es ya la esposa de ese extranjero, de ese desconocido! ¡Alah nos guarde del Maligno, del Lejano, del Maldito, del Lapidado! ¡Nuestra situación es una situación muy mala!" Y el rey, que ya empezaba a inquietarse y a impacientarse, contestó: "Tus palabras me cansan y me pesan sobre mi entendimiento. En lugar de discurrir de ese modo, harías mejor en indicarme el medio de remediar la situación, y sobre todo, en probarme que mi yerno, el emir Maruf, es un impostor o un embustero". Y el visir contestó: "Verdad dices, ¡oh rey! y ésa es una idea excelente. Hay que probar antes de condenar. Pero, para saber la verdad, nadie podrá prestarnos un concurso rnás precioso que tu hija la princesa. Porque nadie está tan cerca del secreto del marido como la esposa. Hazla, pues, venir aquí, con el fin de que yo pueda interrogarla desde el otro lado de la cortina que nos separa, e informarme así acerca de lo que nos interesa". Y el rey contestó "No hay inconveniente. ¡Y por vida de mi cabeza, que si llega a probarse que mi yerno nos ha engañado, le haré morir con la muerte peor y le daré a gustar la defunción más negra!"

Y al punto mandó que rogaran a su hija la princesa que se presentase en la sala de reunión. Y ordenó correr entre ella y el visir una ancha cortina, detrás de la cual se sentó ella. Y todo esto se dijo, combinó y ejecutó en ausencia de Maruf.

Y cuando hubo reflexionado en sus preguntas y combinado su plan, el visir dijo al rey que estaba dispuesto. Y por su parte, la princesa dijo a su padre, desde detrás de la cortina: "Heme aquí, ¡oh padre mío! ¿Qué deseas de mí?" El rey contestó: "Que hables con el visir". Y preguntó ella entonces al visir: "Pues bien, visir, ¿qué quieres?" El visir dijo: "¡Oh mi señora! debes saber que el tesoro del reino está completamente vacío, debido a los gastos y prodigalidades de tu esposo el emir Maruf. Además, no tenemos noticias de la asombrosa caravana, cuya llegada nos ha anunciado con tanta frecuencia. Así es que tu padre el rey, inquieto por tal estado de cosas, ha creído que sólo tú podrías ilustrarnos respecto al particular, diciéndonos lo que piensas de tu esposo, y el efecto que ha producido en tu espíritu, y las sospechas que hayan concebido acerca de él durante estas veinte noches que ha pasado contigo".

Al oír estas palabras del visir, la princesa contestó desde detrás de la cortina: "¡Alah colme con sus gracias al hijo de mi tío, el emir Maruf! ¿Qué pienso de él? Pues ¡por mi vida! nada más que cosas buenas. No hay en la tierra nervio de confitura que sea comparable al suyo en dulzura, sabor y gusto. Desde que soy su esposa engordo y me hermoseo, y todo el mundo, maravillado de mi buena cara, dice a mi paso: "¡Alah la preserve del mal de ojo y la libre de los envidiosos y de los embaucadores!" ¡Ah! Maruf, el hijo de mi tío, es una pasta de delicias, constituye mi alegría y yo constituyo la suya. ¡Alah nos deje al uno para el otro!"

Y al oír aquello, el rey se encaró con el visir, a quien se le alargaba la nariz, y le dijo: "¡Ya lo ves! ¿Qué te había dicho yo? ¡Mi yerno Maruf es un hombre admirable, y tú, por tus sospechas, mereces que te empale!" Pero el visir, volviéndose hacia la cortina, preguntó: "¿Y la caravana, ¡oh mi señora!? ¿y la caravana que no llega?" Ella contestó: "¿Y a mí qué me importa eso? Llegue o no llegue, ¿aumentaría o disminuiría mi dicha?" Y el visir dijo: "¿Y quién te alimentará ahora que los armarios del tesoro están vacíos? ¿Y quién atenderá a los gastos del emir Maruf?" Ella contestó: "Alah es generoso y no abandona a sus adoradores". Y el rey dijo al visir: "Tiene razón mi hija. Cállate". Luego dijo a la princesa: "No obstante, ¡oh amada de tu padre! procura saber, por el hijo de tu tío, el emir Maruf, la fecha aproximada en que cree que llegará su caravana. Quisiera saberlo sencillamente para reglamentar nuestros gastos y ver si ha lugar a crear nuevos impuestos que llenen el vacío de nuestros armarios". Y la princesa contestó: "¡Escucho y obedezco! Los hijos deben obediencia y respeto a sus padres. Esta misma noche interrogaré al emir Maruf, y te contaré lo que me diga".

Y a la caída de la noche, cuando la princesa, como de costumbre, fué a refocilarse al lado de Maruf, y él se refociló al lado de la joven, ella le puso la mano en la axila para interrogarle, y más dulce que la miel, y mimosa y lagotera y tierna y acariciadora como todas las mujeres que tienen algo que pedir y que obtener...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.